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Fuego Amigo

Juegos, trampas y humo

'Wrath of Man' es otra canchereada más de Guy Ritchie, esta vez influida por 'Heat'. Pero mientras la película de Michael Mann era ambiciosa y volaba alto, esta sólo la imita con mohínes exagerados.

Pasó más de un cuarto de siglo desde el estreno de Heat –Michael Mann, 1995, aquí llamada Fuego contra fuego– y su influencia perdura, crece, se ramifica, llega a lugares insospechados. Había Heat en El aura de Fabián Bielinsky –la veía muy seguido, dicen que todos los meses–, había afortunadamente Heat en Batman – El caballero de la noche de Christopher Nolan, había Heat en el thriller coreano Asura: The City of Madness de Kim Sung-su. Hubo y habrá más, pero ahora hay ay Heat en una de Guy Ritchie, el de Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch: Cerdos y diamantes y una ristra posterior de canchereadas con mayor o menor grado de extravío y una pátina burlona hacia todo aquello que le era ajeno al director, es decir los policiales, la acción, los grandes personajes y el cine en general.

En este nuevo ejemplar de ritchiesmo, Wrath of Man, que acá parece que titularon Justicia implacable (tenía fecha de estreno en cines para el mes pasado pero por el cierre de los cines se pasó para fines de julio), Ritchie decide ir a modo full wannabe Michael Mann. Los resultados son oprobiosos, o quizás risibles si uno está en vena. “La ira del hombre” es una de esas películas pretenciosas que claman porque se les aplique ese adjetivo, tan de moda hace unos años y hoy caído un poco en desuso en la crítica, esa disciplina en desuso. Heat era ambiciosa, volaba alto, apostaba a diálogos escritos, alejados de la improvisación, cargados de sentidos. Apostaba a una iluminación virada al azul, a encuadres pensados con precisión y obsesión (en un rodaje de Mann nada ocurre por casualidad, dijo su extraordinario director de fotografía Dante Spinotti), a referencias pictóricas, escultóricas, religiosas, todo dispuesto con pericia y cohesión. Apostaba a osadas hibridaciones genéricas el tiroteo filmado como una película bélica, por ejemplo, a presentar actuaciones de energías contrarias (Pacino centrífugo, De Niro centrípeto) y trabajadas en función de la claridad de objetivos, del enfrentamiento de dos complementarios. Heat era convencida y convincente y Mann es uno de los mayores autores de Hollywood de las últimas cuatro décadas.

Ritchie cree que simplemente con mover las piernas ya está jugando al fútbol. La pelota, sin embargo, la pierde a los pocos minutos.

Si en El aura era evidente que Bielinsky sabía Heat de memoria y, bien aprendida, podía procesarla de forma rica como influencia, y que Nolan en El caballero de la noche respetaba y conocía Heat como para disponer algunos procedimientos admirables sobre cómo filmar un asalto y era consciente de los tonos de Mann, Ritchie cree que simplemente con mover las piernas ya está jugando al fútbol. La pelota, sin embargo, la pierde a los pocos minutos, luego de mostrar el asalto al blindado con modos y mohines de “comillas faroleras” para gritar que está citando a Heat como nene con chiche nuevo. También la cita con planos generales de Los Ángeles, emulando esos reenvíos a la ciudad que supo hacer Mann en buena parte de su filmografía. Lo hace mayormente con imágenes voladoras de calles y autopistas, tengan o no alguna raigambre en algún punto de vista; más bien no, y son solamente cotillón mimético. Tan obnubilado está Ritchie con el raid citatorio que ni se da cuenta de que para hacer una película de Los Ángeles tan wannabe savvy del lugar no debería haber tanto actor que considera que Los Ángeles es una maqueta vista desde Europa.

Los actores, en esta película de Ritchie nos meten en un túnel del terror en el que cada uno asusta con su propia manera, un poco a la deriva y otro poco quizás debido a indicaciones que se imaginan toscas, pedestres, desdeñosas. Statham el más protagonista, aunque se pierde por completo en secuencias cercanas al final mira fijo hacia adelante, todo el tiempo, incluso cuando lo ponen en el piso, quizás por eso tarde tanto en reaccionar en el tiroteo final, un prodigio de mala disposición para la inteligibilidad espacial. Josh Hartnett, que vuelve al cine “de primera línea” con esta película, maneja un aplastante nivel de extravío, con gestos y pestañeos de la escuela Suar. Claro, tanto él como otros han tenido que actuar con la misión de parecer “un poco sospechosos”, porque en esta película de múltiples atracos a camiones blindados (los roban tanto que para qué contratarlos) hay un traidor y Ritchie les debe haber indicado que tenían que actuar medio nerviosos todo el tiempo (anotación lateral en el guion, seguramente).

Los actores nos meten en un túnel del terror en el que cada uno asusta con su propia manera, un poco a la deriva y otro poco quizás debido a indicaciones que se imaginan toscas, pedestres, desdeñosas.

Hay otros actores, todos extraviados en mayor o menor medida y hay uno que se lleva el premio a la actuación estrambótica, el que hace de dueño de Fortico, la empresa de caudales más insegura de la historia. En favor de los actores hay que decir que lidiar con los disparates “estilísticos” de Wrath of Man y algunos de Ritchie en general debe ser complicado con los cortes atolondrados para cada línea de diálogo, con los travellings que rodean gentes y cosas con cámara estabilizada y decididamente al ñudo, o con ese sacrificio permanente de la potencia del género en el altar de la tilinguería y la canchereada con pose cool (pero ya vieja, panzona y pelada), con esos diálogos sobreescritos como en la televisión más abrumadora. Todo esto puede verse, oírse y comprobarse en la absurda y reveladora secuencia de presentación del personaje de Statham al personal de Fortico. Los diálogos de camaradería laboral y de recelo profesional y sus chanzas son caros al cine americano clásico, tan caros que se ve que Ritchie y sus guionistas no pudieron comprarlos y en su lugar dispusieron una sucesión de estupideces que, fuera de una película tan enferma de gravedad pomposa como esta, podrían haber formado parte de una parodia.

Heat de Mann era una remake de un telefilm, un piloto televisivo de una serie que no tuvo continuidad. Se llamó L. A. Takedown y lo dirigió el propio Mann. La enjundia de Heat seguramente le debió mucho a esa práctica previa. Wrath of Man de Ritchie es también una remake, en este caso de Le convoyeur (Asalto al camión del dinero), una película francesa de 2004. Quizás de ahí le vengan sordideces varias y desajustes frecuentes en demasiados bodoques industriales galos, pero no vi todavía la película francesa. Está Jean Dujardin (El artista) entre los protagonistas, y desde el azuladísimo afiche se nota y quieren que se note que cita a Heat. Desde el trailer se adivina que quizás no sea tan mala como la de Ritchie, que siempre agrega “su rasgo autoral”, eso de parar señores con cara de malos en lugares, clavados a gran distancia uno de otro y con mirada al frente. Una disposición de risibles matones en el espacio que viene haciendo desde hace demasiadas películas, una propuesta visual quietista y tan absurda e innecesaria como las que nos acostumbramos a ver en tantos anuncios funcionariales con “distancia social”. Un visionario al final este Ritchie, siempre contemporáneo y agitador contagioso de los desastres estéticos.

 

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Javier Porta Fouz

Crítico de cine y programador. Actualmente es director artístico del Bafici y programador de Qubit.

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