Fuego Amigo

Quiero bordar la tercera

¿Por qué no hay camisetas oficiales de Argentina con las tres estrellas? Por las mismas razones por las que no hubo figuritas del Mundial ni tantas cosas: el cepo y las trabas a las importaciones.

No habían pasado muchos minutos del último penal pateado por Cachete Montiel en el Lusail Stadium cuando un clamor empezó a crecer en todas las conversaciones virtuales y reales: “¡Ahora quiero la camiseta con las tres estrellas!” Pero, así como comprar camisetas oficiales de la Scaloneta —en cualquiera de sus versiones— no había resultado una tarea sencilla antes del Mundial, con la locura desatada a partir de la obtención del tricampeonato lo que se convirtió en una quimera fue encontrar la tan ansiada tercera estrella en las tiendas de Adidas.

Así fue: en otra demostración de que el capitalismo siempre triunfa, incluso en su versión amerindia-manchesteriana, la demanda insatisfecha por el proveedor oficial empezó a calmarse con productos truchos de las calidades más diversas, desde las burdas imitaciones a 3.000 o 4.000 pesos hasta las sofisticadas falsificaciones de las prendas con telas de tecnología más avanzada por alrededor de 20.000 (es decir, la mitad de su precio oficial en el país y algo así como la tercera parte del precio de venta internacional), que el consumidor avezado puede encontrar en los sótanos de las tiendas barrani en redes como Instagram.

De todos modos, la nada despreciable porción de consumidores que desean el producto oficial por los canales habituales siguen haciendo oír sus quejas, por lo que es de suponer que todavía quedan muchas personas con ganas de lucir la tercera con más que justificado orgullo. Ahora bien, ¿por qué se dio esta situación tan curiosa? ¿Cómo es posible que Adidas no haya podido o querido aprovechar la ocasión de un mundial que se avizoraba —y se confirmó— como un triunfo único, incomparable? Hace pocos días, sin ir más lejos, una conocida periodista aportó en Twitter una probable explicación en términos que indicaban no poca sorpresa: “¿Puede ser que Adidas no tenga camisetas de Argentina con las tres estrellas para vender porque no le dejan importar hilo dorado?”.

Es de suponer que todavía quedan muchas personas con ganas de lucir la tercera con más que justificado orgullo.

La marca nunca lo podría admitir oficialmente por sus compromisos comerciales y las exigencias de sus manuales de relaciones públicas, pero cualquiera que conozca algo del panorama en el sector textil y del calzado (particularmente en el deportivo) sabe que los problemas derivados de las restricciones a las importaciones —tanto de insumos para la producción local como de productos terminados— se arrastran desde varios meses antes del Mundial. No es un problema que afecte únicamente a Adidas, desde luego, pero su status de sponsor técnico oficial de la AFA la puso inevitablemente en el centro de todas las miradas y reclamos. ¿Qué pasa, Adidas no quiere vender productos de la selección? ¿No pudieron prever que la demanda iba a ser muy fuerte?

Por supuesto que sí lo deben haber previsto. La marca está en el país desde hace décadas, conoce el medio local, el ambiente del fútbol y no es la primera vez que debe mostrar cierta cintura política en sus manifestaciones públicas. Puede que en su momento haya pasado más bien inadvertido y hoy nadie lo recuerde, pero el entonces presidente de Adidas en Argentina declaró en una conferencia de prensa previa a la Copa América 2011 (la última disputada en nuestro país a la fecha) que tenían previsto exportar muebles y otros implementos para locales de venta a cambio de permisos de importaciones por sumas equivalentes. El anuncio de una multinacional deportiva reconvertida parcialmente a la carpintería pasó con toda naturalidad: era la época dorada del kirchnerismo, con Guillote Moreno haciendo su show del barrabrava disciplinador de empresarios antipatria y melindrosos. Faltaban apenas un par de meses para la gesta del 54% y un poquito más para el debut del cepo cambiario, el primero y el original.

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Es decir que sí, Adidas sabe cómo son las cosas y ha debido sumar expertise en “mercados regulados”. Y no sólo eso: aprovechando la retirada estratégica de Nike, la competidora que le puso un freno a sus negocios en América Latina para buscar oportunidades más lucrativas en otras regiones, en estos años la marca alemana dio un paso al frente y se quedó con la trifecta futbolera más valiosa: la selección, River y Boca. La contradicción entre una mayor demanda y las crecientes restricciones que volvieron con el cuarto kirchnerismo se resolvió con distintos recursos: una oferta más limitada en la variedad de productos, un mayor protagonismo de textiles y calzados con menores requerimientos de tecnología y confección o, directamente, un marcado descenso de los estándares de calidad (aunque siempre dentro de los parámetros mínimos que exige la propia casa matriz).

Desde luego, esta situación no sólo ha afectado a la línea de fútbol: cualquiera que practique running, tenis u otros deportes seguramente habrá notado la dificultad para conseguir ciertos productos, especialmente de aquellos de los segmentos más caros. La razón es muy simple: no hay tantas diferencias entre el modelo de producción nacional de electrónicos en Tierra del Fuego y el de textiles y calzado. La industria argentina no cuenta con recursos y tecnología como para producir localmente nada muy sofisticado. Lo que no se puede importar en su forma final, se trae desarmado de afuera y se lo “ensambla” acá; a veces, con algún componente nacional mezclado, como para disimular. Pero no hay mucho más que eso, en definitiva: vienen las suelas por un lado, las capelladas por el otro y en los talleres tercerizados nacionales se pega o se cose (porque ninguna marca deportiva internacional cuenta con fábricas propias en ningún lado). No trates de entender la matriz de producción diversificada: disfrutala.

No trates de entender la matriz de producción diversificada: disfrutala.

Pues bien, todo este equilibrio más bien precario tambaleó con el mundial. Bastan unos pocos clics para comprobar que en las tiendas virtuales de otros países la variedad de la oferta de los productos AFA era y sigue siendo mucho mayor. Prendas de entrenamiento y salida, otras de moda deportiva, el gorro piluso que volvió de los ’70 y hasta la camisa que vistieron varios jugadores durante los insolados festejos en el micro estuvieron siempre a la venta en el exterior, pero son casi imposibles de conseguir acá. ¿Comprar en un sitio de afuera y lidiar después con la aduana y el correo? No, porque ya todos nos cansamos de que nuestras compras se las quede algún muchacho manolarga estratégicamente ubicado.

Volviendo a la sorpresa de nuestra amiga periodista: es lógico que a quienes no conocen bien el mercado deportivo se les escapen ciertos detalles, pero el núcleo del problema se reproduce dondequiera que uno detenga la mirada. Sólo por mencionar un caso que también se relacionó con el mundial de Qatar: ¿no pasó acaso lo mismo con las figuritas de Panini? Y por supuesto, ahora que la escasez de divisas se agudiza, las restricciones a las importaciones afectan a cada vez más sectores de la economía al punto de volverlos inviables y que proliferan en los grupos de Whatsapp los comentarios sobre las cometas que se piden en los escritorios para poder entrar las importaciones (increíble, nunca visto), cuesta entender la sorpresa por estas situaciones. A veces es sólo cuestión de unir los puntos, de detectar patrones de políticas que se repiten desde hace décadas y se chocan con los mismos resultados una y otra vez. Sin ir más lejos, esta señora, harta de escuchar excusas por los cortes de luz que también volvieron, no podría haberlo explicado mejor.

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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