Fuego Amigo

Intriga internacionalista

El último newsletter de Gustavo Noriega generó una fuerte reacción entre muchos expertos, que se sintieron agredidos. Acá, una respuesta del autor.

La última entrega de mi newsletter “Relación de ideas” provocó una reacción inesperadamente furibunda entre quienes se dedican a estudiar las relaciones internacionales. Twitter se llenó de gente indignada que anunció públicamente que eliminaría su suscripción a Seúl, asegurando que yo era una vergüenza para la revista o que mi nota era “una de las más descaradas apologías de la ignorancia que leí en toda mi vida”. 

No me sucedía algo así desde que dije, siendo socio del club y vecino de Boedo, que me parecía mal que San Lorenzo volviera a construir un estadio en avenida La Plata, una opinión que me valió 24 horas de insultos de todo calibre. Uno esperaría que la comunidad de estudiosos de la política internacional fuera más comedida que la de los hinchas cuervos, pero lo cierto es que estuvieron a la par. No fue realmente mi intención que tanta gente se enojara, así que vamos a recapitular el episodio y a tratar las objeciones más claras que se pudieron leer.

Mi nota resumía una frustración: la de escuchar a los expertos en los medios de comunicación con su relato y descripción de la invasión rusa a Ucrania de una manera tal que resultaba difícil percibir tanto la barbaridad del acto como sus consecuencias materiales. Sugería que había allí una conexión con la labor de los infectólogos durante la pandemia: el hecho de centrarse tanto en su especialidad les impedía analizar un panorama más amplio y, por lo tanto, más preciso. Y describía –hasta con un ejemplo– algo que me parece obvio: que era inevitable que en el ejercicio de su profesión apelaran a la simplificación de procesos. Con mucha prudencia (pero evidentemente no la suficiente) decía que ese proceso era necesario y que no menoscababa su experticia. El remate era la anécdota de Bioy con la frase de Petit de Murat referida a la Segunda Guerra Mundial: “De un lado está la gente decente y del otro los hijos de puta”. 

Mi querido hermano me dijo una vez: “Uno sólo se ofende por lo que sospecha que es cierto”.

Sobre los que se mostraron ofendidos no tengo mucho para decir salvo que lo lamento sinceramente. Mi querido hermano me dijo una vez: “Uno sólo se ofende por lo que sospecha que es cierto”. Me pareció tan reveladora esa idea que a partir de ese momento decidí tratar de evitar ese sentimiento. No sólo porque es dañino y nubla el entendimiento, sino por lo que pudiera revelar de mí. Ofenderme es mostrar mis puntos débiles. Creo que algo de eso hubo en la reacción de los internacionalistas, la sospecha de que, de alguna manera, algo de lo que decía la nota era cierto.

Luego había objeciones más específicas, lo cual puede llevar la discusión a lugares más enriquecedores. La más repetida decía que la nota confundía racionalidad con moralidad. La más pedante de las personas que participaron del escarnio me ofreció una clase gratuita de su curso sobre relaciones internacionales para que yo entendiera la diferencia. Según esta distinción, los académicos se limitan a describir la racionalidad detrás de los actos, sin juzgarlos. Los juicios de valor quedan para los que “tocan de oído y firman solicitadas”, frase que también me revolearon por la cabeza desde un tuit. 

límites borrosos

Sobre esto último tengo dos cosas para decir. La primera es que quizás esa distinción entre racionalidad y moralidad no sea tan clara en este caso y en algún punto se difuminen los límites (de hecho, esas separaciones tajantes son la sal de la vida para los “geopolíticos”). En algún punto, limitarse a describir la racionalidad de algunos actos puede llegar a justificarlos o perdonarlos. El alcance de esta afirmación me excede largamente, pero por la manera en que se mencionó en este debate me dio la sensación de ser más una excusa que una limitación metodológica.

En algún punto, limitarse a describir la racionalidad de algunos actos puede llegar a justificarlos o perdonarlos.

En segundo lugar, la nota no confundía racionalidad y moralidad, la idea justamente era complementar una con otra. De ahí la comparación con la pandemia y sus expertos. Aquel que tiene un conocimiento especializado lo aporta para una comprensión acabada del evento en cuestión. Eso solo no alcanza. En la pandemia, el poder político tenía que evaluar las medidas sugeridas por quienes sabían del virus poniéndolo en perspectiva con otros conocimientos (el de la economía, por ejemplo) y sopesando consecuencias. No lo hizo y así salieron las cosas.

En el debate público, si se discute el conflicto en términos puramente geopolíticos, algo se está perdiendo. Los expertos en relaciones internacionales tienen que entender que el debate que se da en los medios incluye la moralidad de los actos. No se trata de una clase en la facultad ni de un paper. No son ellos los que imponen las reglas. Están yendo a exponer su conocimiento en un terreno que no es el suyo. La pregunta “¿Justifica la supuesta amenaza de la OTAN a Rusia una invasión militar violenta a Ucrania?” es una pregunta perfectamente válida. No en la academia ni en un paper, seguramente, pero sí en un debate público. Si no la quieren contestar, que lo digan.

Finalmente, muchos objetores de Twitter remarcaron mi calidad de lego en los asuntos internacionales y de “opinólogo todo terreno”. En realidad, mis opiniones sobre la invasión a Ucrania son muy escasas y apenas pueden escapar del horror de una contienda injustificada. De ahí que describiera que mi labor en el tema era más preguntar que afirmar. Las afirmaciones fuertes que hice en la nota fueron sobre los especialistas en un debate público, no sobre el evento en sí, que me supera largamente. Por otra parte, creo que todo el mundo tiene derecho a opinar y que no es necesario tener un carnet que lo acredite para ello. Muchas veces me sorprende que gente que ha estudiado y leído apele a una falacia tan patética como la de la autoridad. Después me doy cuenta de que es lógico: quién otro que el que tiene pergaminos podría pensar que estos sean una condición necesaria para discutir.

 

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Gustavo Noriega

Licenciado en Ciencias Biológicas de la UBA. Participa de programas de televisión y radio de interés general y escribe regularmente en el diario La Nación.

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