La noticia impresionó, antes que nada, por las cifras: la camiseta de Argentina usada por Diego Maradona en el segundo tiempo del célebre partido contra Inglaterra en el Mundial de México en 1986 (y que éste intercambió luego del partido con el mediocampista rival Steve Hodge) fue vendida en una subasta online a cargo de la casa Sotheby’s por una cifra que rozó los 9 millones de dólares. Se convirtió entonces en la pieza de memorabilia deportiva más cara de la historia al superar al original manuscrito del Manifiesto Olímpico de 1892, documento que inició la era de los Juegos modernos y por el que se pagaron 8,8 millones en 2019. El precio de la casaca azul de Maradona es además significativamente más alto que el de los 5,6 millones pagados por una camisa de Babe Ruth, leyenda del béisbol, hasta ayer la pieza de indumentaria más cara usada alguna vez en un juego. Y multiplica varias veces el valor alcanzado por la camiseta de Brasil que vistió Pelé en la final del Mundial de 1970, que pasa a ser ahora la segunda camiseta de fútbol más valiosa de la historia con “apenas” 225 mil dólares. La identidad de quien hizo la oferta ganadora no fue divulgada, aunque distintas fuentes apuntan a algún jeque árabe con intereses en el fútbol.
Puede que la cifra pagada por la camiseta de Maradona parezca una fortuna, pero a quienes a nos interesamos desde hace años por la indumentaria deportiva en todos sus aspectos no nos llama tanto la atención. Hay que entender que el coleccionismo de camisetas es una actividad claramente estratificada, que resulta por demás accesible en sus segmentos más bajos (las camisetas que se consiguen en cualquier negocio físico o virtual) pero que se vuelve mucho más onerosa a medida que se salta a los siguientes niveles: las prendas de telas idénticas a las que usan los jugadores, las ediciones limitadas y numeradas, las camisetas provenientes de utilerías de clubes y, finalmente, las usadas en partidos oficiales. En este nivel superior desde luego que los valores dependerán del jugador, el partido y el equipo al que perteneció la camiseta. Podrán ir de unos pocos miles de pesos por la de un partido cualquiera del fútbol local a los miles de dólares por ciertas prendas históricas.
La camiseta de aquel segundo tiempo contra Inglaterra es única por una combinación de razones.
En este sentido, la camiseta de aquel segundo tiempo contra Inglaterra es única por una combinación de razones. Desde luego que por todas aquellas que transformaron a aquel partido en un hecho histórico del deporte (y que sería redundante explicar aquí), pero también por la reciente y prematura muerte de Diego Maradona, un hecho que movilizó al público futbolero en todas partes del mundo. También al propio Hodge, el inglés que perdió aquel partido pero que se llevó un trozo de tela que sólo con el paso de los años pudo apreciar en su real dimensión. Fue así que, 20 años después de haberle cedido la casaca al National Football Museum para su exposición permanente, Hodge decidió que había llegado el momento de desprenderse de su tesoro a cambio de una cifra lo más suculenta posible.
Pero esto no es todo, hay más. Como si lo sucedido dentro del campo de juego no fuera suficiente, aquel partido tuvo algunas otras particularidades que lo hacen una anomalía estadística total. Entramos ahora en el terreno de la locura del DT de aquella selección nacional, el doctor Carlos Salvador Bilardo. Porque fuimos pocos los que notamos algo distinto cuando Argentina e Inglaterra saltaron al campo de juego del estadio Azteca aquel mediodía de junio de 1986: había algo raro en esas camisetas. Eran azules y eran de la marca francesa Le Coq Sportif. Pero eran de un modelo distinto al del partido anterior contra Uruguay y tenían unos extraños números plateados, con brillos, algo que el equipo argentino nunca había usado. ¿De qué se trataba aquel prodigio?
La respuesta no era ningún misterio, pero a aquella historia no se le prestó demasiada atención sino hasta unos cuantos años después, cuando la obsesión del periodismo deportivo por analizar hasta los detalles más nimios del fútbol de ayer y hoy puso el foco en aquella situación. Y de aquellos videos caseros hechos por algunos jugadores del plantel y de las anécdotas sueltas contadas por los protagonistas se llegó a una crónica perfectamente documentada: los pormenores de cómo Bilardo les alteró los nervios a los responsables de la utilería y a los representantes de Le Coq Sportif los pueden leer aquí.
Marcas, técnicos y jugadores
Así y todo, podríamos aportar en esta nota algunas precisiones para entender y contextualizar mejor hasta dónde pudo llegar la obsesión del Narigón por la indumentaria y cómo fue que algo así fue posible en un mundial. Es cierto que una situación así hoy sería totalmente inimaginable, que ninguna marca deportiva que se precie permitiría iniciativas tan poco ortodoxas. Pero lo cierto es que todas estas prácticas en el uso de la indumentaria celosamente reglamentadas por la FIFA y protegidas por contratos debieron atravesar todo tipo de zonas grises e imponderables hasta alcanzar su forma actual. Muchos recordarán que el neerlandés Johan Cruyff jugó el mundial de 1974 con una camiseta distinta a las Adidas de sus compañeros, porque él era hombre de Puma. O que la selección de Francia se enfrentó a la de Hungría en el Mundial ´78 enfundada en camisetas verdiblancas del club marplatense Kimberley, todo por un entuerto nunca del todo aclarado con sus camisetas Adidas habituales. O que Alemania llegó a la final del Mundial ´82 jugando con marcas distintas de shorts y casacas (aunque ambas eran de la misma empresa). Y también hubo gente que sospechó otra locura de Bilardo en el segundo partido de Italia ´90, cuando las tres tiras de los shorts negros de la selección desaparecieron luego del funesto partido inaugural contra Camerún.
La historia de las marcas deportivas en el fútbol es larga, pero podríamos resumirla en algunos momentos clave. El primero es el mundial de 1954, cuando Adidas ganó una fama internacional tras el éxito de los botines que le proveyó al equipo alemán campeón. A partir de entonces la marca se volvería cada vez más poderosa, al punto de volverse sumamente influyente en la FIFA y el Comité Olímpico Internacional, los órganos de mayor rango del deporte mundial. Pero Adidas era una marca de calzado, y recién en los años 60 pensó en expandirse al rubro textil. Intentó primero una “triple alianza” con la inglesa Umbro y con la francesa Le Coq Sportif, las dos marcas europeas más importantes de indumentaria deportiva. Los ingleses, más conservadores, se limitaron a un simple convenio de distribución. Los franceses fueron más ambiciosos, y fueron por una asociación de alcance más amplio. Y ya sabemos qué pasa cuando se juntan alemanes y franceses. Long story short, para mediados de los ´70 Le Coq Sportif ya había sido absorbida por Adidas y se proyectaba como una gran marca internacional, con equipos y deportistas individuales de primera línea en su nómina de patrocinios.
Adidas había llegado al país en 1970 de la mano de una licenciataria, Gatic SA.
Pero en Argentina las cosas eran un poco diferentes. Adidas había llegado al país en 1970 de la mano de una licenciataria, Gatic SA. El inusitado éxito que tuvo la marca alemana convirtió a esta pequeña empresa del conurbano en un gigante industrial y comercial de alcance nacional. Como no podía ser de otra manera, fue con Adidas que Argentina ganó su primer mundial. Pero luego, en septiembre de 1979, llegó el cambio a Le Coq Sportif, esta marca controlada por Adidas pero sobre la que Gatic no tenía ningún derecho en el país. Es más, los productos de esta marca casi no se encontraban en nuestro mercado. ¿Qué había sucedido? Pues bien, que el licenciatario de Le Coq Sportif en Argentina era un testaferro del almirante Carlos Lacoste, el mandamás del comité organizador del Mundial ´78 y, desde entonces, alto dirigente de la FIFA. Y fue él entonces quien forzó a la AFA a cambiar de contrato en perjuicio de Gatic con la venia de la casa matriz de Adidas, aunque nunca quedó muy claro hasta dónde le pudo sacar provecho: incluso hasta la época del Mundial de México siete años más tarde los productos con el logo del gallito tuvieron una presencia muy limitada en Argentina. De hecho, toda la indumentaria que usaba la selección se importaba de Francia. En aquellos términos el contrato con la AFA era mucho mejor negocio para la imagen internacional de Le Coq Sportif que para sus socios locales.
De la utilería a las colecciones
Fue entonces con esa marca con la que Bilardo (quien además tenía una relación personal con Puma, al igual que su némesis y antecesor César Luis Menotti) tuvo sus conflictos antes, durante y después del Mundial ´86. Le Coq Sportif le proveyó las camisetas albicelestes livianas y con microperforaciones que el doctor pretendía, pero no tomó ninguna precaución para las casacas alternativas. Descartadas las azules usadas días antes contra Uruguay por el berrinche de Bilardo, los utileros debieron salir a recorrer las tiendas deportivas del DF en busca de prendas “más livianas”. Que Le Coq Sportif tuviera un licenciatario en México y sus productos estuviesen disponibles allí también fue otra casualidad providencial. Y así como en aquel video se pueden oír los comentarios jocosos de los jugadores que observan cómo las costureras del Club América les cosen los escudos de la AFA a aquellas casacas improvisadas de apuro, nadie fue demasiado consciente del valor que podrían llegar a tener algún día. Ni siquiera el propio Maradona, que seguramente habrá pensado inmediatamente después del partido que había hecho dos goles para el recuerdo, pero que, al aceptar el intercambio de camisetas con Hodge, nunca imaginó lo que le estaba entregando en realidad. No lo culpemos a él: un año y medio después, en diciembre de 1987, antes de jugar un amistoso contra Alemania en cancha de Vélez, la selección de Bilardo fue vista entrenándose con… las mismas remeras azules del partido contra Inglaterra. Todavía no eran reliquias, sino que eran apenas prendas que se usaban para practicar un deporte.
Un año y medio después (…) las mismas remeras azules del partido contra Inglaterra todavía no eran reliquias, sino que eran apenas prendas que se usaban para practicar un deporte.
Las camisetas de fútbol entonces se hicieron ítems valiosos con el paso del tiempo, cuando la gente que las acumulaba como recuerdos (jugadores en actividad y retirados, sus familiares y amigos) notaron el valor histórico y el interés que despertaban en las nuevas generaciones de futboleros, y así se fue armando el mercado. Porque el marketing evolucionó, las costumbres cambiaron y, desde principios de los años ´90, los jóvenes y los adultos empezaron a adoptar las camisetas como una moda aceptable para el uso cotidiano. Y así llegamos a este mundo tan especial de los coleccionistas, uno en el que la trayectoria y el conocimiento cuentan, pero mucho más la honestidad para la compra, venta e intercambio de piezas: es un mercado chico, que mueve mucho dinero, pero en el que todos se conocen, incluso más allá de las fronteras de este país. Y todos comentan en voz baja lo que hizo aquel o el de más allá. De quién se dice que vende camisetas “armadas”, piezas falsas que simulan ser de época. O qué pasó con aquellas camisetas que viajaron en préstamo a cierto evento en cierto museo en un país limítrofe, y que no pocos afirman que volvieron “cambiadas”. También se cuenta del que guarda su colección bajo siete llaves y alarmas, o de aquel que tiene una pared doble en su casa, con un compartimento especial para esconder sus “joyas”.
Teniendo todo esto en cuenta, ¿de verdad les parece mucho 9 millones de dólares?
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