La renuncia teatral de Martín Guzmán y su reemplazo por Silvina Batakis, después de un fin de semana con grandes expectativas de cambio que finalmente quedaron en casi nada, debutó en los mercados como los analistas y tuiteros del sector venían pronosticando desde el sábado: dólar paralelo pum-para-arriba, bonos al segundo subsuelo, empresas argentinas a precio de remate.
Esta reacción ya era inevitable por la confusión que había generado la estampida de Guzmán, pero se potenció una vez conocido el nombramiento de Batakis, de crecientes simpatías kirchneristas en los últimos años. Como viene insistiendo desde el 12 de agosto de 2019, el día posterior a las últimas PASO presidenciales, el mercado no le tiene ninguna fe a nada que huela a kirchnerismo, cuya ideología económica se mantuvo igual de radical y estrafalaria en el poder que cuando era oposición: la emisión no genera inflación, dicen, gobernar es ordenar al poder económico, la idea de la “restricción externa” y otros terraplanismos. La esperanza de algunos empresarios y operadores de que Sergio Massa tomara por asalto el gabinete y la conducción económica del Gobierno quizás le habría dado un respiro a esta situación, pero sólo si obtenían la venia, explícita o implícita (es decir, que se hiciera la boluda) de Cristina Kirchner. Sin esa señal, cualquier nuevo ministro habría sabido que estaba a un tuit chinchudo de Máximo de quedarse sin credibilidad. Por eso los primeros cinco candidatos declinaron la invitación. Como tuiteó ayer Pablo Quirno, antes de la designación de Batakis, la única incógnita relevante sobre la nueva conducción económica era saber si el ministro flamante iba a echar a los federicos (Basualdo y Bernal), los funcionarios kirchneristas de Energía que llevaban dos años boicoteando el ajuste de tarifas que Guzmán le prometió al Fondo y al sentido común. Da toda la impresión de que Batakis convivirá con ellos, por debilidad o por convencimiento. En cualquier caso, la señal será de mayores subsidios, más déficit, más emisión, más inflación: en ese orden.
Demoras infinitas
Guzmán, frívolo e irresponsable, más interesado en contribuir a la campaña propagandística global de Joseph Stiglitz que de verdaderamente arreglar los problemas que tenía (muchos creados por él mismo), sólo podía imponerse si derrotaba políticamente e intelectualmente al kirchnerismo. No lo hizo, y casi ni lo intentó. Alberto Fernández mucho menos. Si la convivencia se extendió durante dos años y medio fue porque Guzmán logró demorar hasta casi el infinito el diseño de un plan, que finalmente apareció en la forma del acuerdo con el FMI, un acuerdo laxo, inédito e increíblemente beneficioso para el país, pero que aún así fue calificado como entreguista y antipatria por el kirchnerismo. Firmado el acuerdo era sólo una cuestión de tiempo la ruptura, que Cristina y sus ángeles, sobre todo Máximo y el Cuervo Larroque, empezaron a horadar con paciencia y determinación ante el spleen melancólico del Presidente, que se quejaba en off pero se resignaba en on. Guzmán no me gustaba, era agresivo y displicente, sobreactuaba ahperomacri para ganarse la simpatía de quienes lo despreciaban, pero al menos creía que el planeta de la economía era redondo. El kirchnerismo, sobre todo desde la centralidad de Axel Kicillof en el pensamiento de la vicepresidenta, hace ya casi diez años, sigue creyendo que la Tierra de la macro es plana.
Por eso este gobierno nunca iba a tener una posibilidad real de “tranquilizar la economía”, como le gustaba decir al ministro saliente. Porque la accionista principal de su coalición no tenía ninguna intención de tranquilizarla: Cristina quería (y quiere) enquilombarla, sacudirla, radicalizarla, por más que ya no tenga ni el poder ni los recursos para hacerlo. (Y, aunque hubiera intentado seguir los manuales, nadie le habría creído.) Es cierto que Guzmán tuvo la mala suerte de que llegó la pandemia y eso enquilombó la economía y la metió en la cancha de gasto y emisión que más les gusta a los populistas. Pero después tuvo muchísimas oportunidades para cerrar la manguera: el “Plan Platita” de la campaña electoral de 2021 y las crecientes demandas del kirchnerismo, a las que cedió casi sin protestar, confiando ingenuamente en que la recuperación post-cuarentena acomodaría los melones y derrotaría a sus adversarios, terminaron por dejarlo sin fuerza ni argumentos. Ni resultados: entrega una economía desequilibrada en todos los sentidos, con un déficit gigantesco, el tipo de cambio atrasado, las tarifas en niveles mínimos, un cepo que ahoga la actividad, una deuda en pesos casi imposible de renovar y un Banco Central casi sin reservas. Guzmán creyó que podía engañar o confundir a Cristina (que es burra y malintencionada pero sabe detectar traidores a un kilómetro de distancia) y mientras esperaba su triunfo final hizo todo lo contrario de lo que había dicho que venía a hacer.
[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ]
Dado este triunfo del kirchnerismo, que ahora tiene una barrera menos para reclamar su programa épico y maximalista (ya le están pidiendo a Batakis salarios universales, aumentos de retenciones, disciplinamientos varios), me cuesta ver en los próximos meses un ordenamiento clásico de la economía, con inflación en baja o dólar estable. Los desequilibrios que deja Guzmán, en parte por responsabilidad propia y en parte por la fortaleza del cristinismo al que no supo doblegar, sólo dan la impresión de ensancharse. No sólo por defecto (es decir, por incompetencia de los funcionarios a cargo) sino también por diseño: sin el obstáculo de Guzmán, la intención del corazón kirchnerista será radicalizarse, sin que le importe demasiado el futuro del presidente Fernández.
Antes había un ministro que les decía a los mercados y al mundo productivo “confíen en mí”. Los mercados no confiaron. El mundo productivo, sobre todo el industrial, agradecido por el nuevo cerrojo proteccionista, le dio más tiempo. El nuevo espíritu ya no será ese: se parecerá más a un “pórtense bien, ténganme miedo”. Guzmán se vestía de zanahoria para compensar el palo de los Felettis y Basualdos. Ahora será todo palo.
Hace años que el kirchnerismo no tiene nada para ofrecer en el terreno económico, porque no está en su caja de herramientas y porque ya nadie les cree nada. A pesar de sus palabras sensatas de hace un rato, tras su presentación, Batakis probablemente insistirá en ese sendero, más una Paula Español que, por decir algo, una Cecilia Todesca. Si esto es así, si Batakis no sorprende con una pirueta ideológica y una inyección de superpoderes políticos, entonces es difícil ver un camino distinto al de la profundización de la crisis. Esto debería ser obvio pero aparentemente sigue siendo necesario ser repetido: mientras el kirchnerismo tenga influencia en la política económica, es imposible que haya una salida razonable al laberinto actual. Entre frenar o pisar el acelerador, Alberto eligió a alguien al que le gusta apretar el acelerador. Preparémonos para el impacto.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.