Fuego Amigo

Dejemos de perder el tiempo

El ex director del Centro de Experimentación del Teatro Colón, que renunció la semana pasada, dice que la dirección del teatro no tiene rumbo y que el Gobierno de la Ciudad está paralizado.

Hubo un interesante proyecto de renovación en la ópera argentina hace algunos años. Fue en La Plata, durante la gestión de Marcelo Lombardero al frente del Teatro Argentino. Su dirección artística (al mismo tiempo conocedora y arriesgada) amplió los repertorios y los públicos al punto de que todavía hoy, una década más tarde, se recuerdan, tanto entre los melómanos “coloneros” como entre los habitués de las galerías de arte contemporáneo, los micros que salían hacia La Plata desde la entrada de la calle Libertad del Teatro Colón.

Pero luego de esa gestión “el Argentino” entró en el total olvido para todos, y hasta me costó, escribiendo estas líneas, recordar cómo lo llamábamos. Es decir, el proyecto modernizador finalmente fracasó. La gestión posterior de Martín Bauer, también conocedor y arriesgado, no logró más que ocasionalmente pasar de las buenas intenciones. De hecho, y aunque parezca increíble, los conflictos allí no pararon nunca de crecer en todos estos años, aun cuando ya casi no hay programación.

Luego de esa gestión el Teatro Argentino de La Plata entró en el total olvido para todos, y hasta me costó, escribiendo estas líneas, recordar cómo lo llamábamos.

Vale la pena mencionar en este punto, para ampliar un poco la perspectiva, el paso de Gerard Mortier por el Teatro Real de Madrid. Mortier es la persona que más hizo por modernizar los modelos de gestión de la cultura en la Europa de posguerra, sobre todo en lo que concierne a la relación entre el Estado y la música “clásica”. Mortier fundó en Alemania un festival mítico, la Ruhrtriennale (interdisciplinario, con perspectiva social, impulsor del desarrollo en una zona postergada luego de la reunificación) y también tuvo un recordado paso por el teatro de ópera en Bélgica, su país. Pero su gestión en España, país diferente, terminó muy mal, trunca, e incluso provocó un efecto “boomerang”.

El muestreo es pequeño pero significativo por al menos dos razones. La primera es que tanto Lombardero como Mortier eran figuras de enorme relevancia artística e institucional en sus respectivos dominios. La segunda es que el Teatro Argentino y el Teatro Real son similares al Teatro Colón en lo que concierne a la relación entre la institución y las políticas públicas en las que están insertas. Menos el Real que el Argentino, evidentemente, pero lo que en cualquier caso me interesa señalar es que si bien los proyectos en sí mismos fueron buenos, sus resultados fueron de corto plazo y, en definitiva, el saldo terminó siendo negativo respecto de la situación inicial. Dicho concretamente: si tanto Lombardero como Mortier se propusieron modernizar sus casas de ópera, en el Teatro Argentino la reacción fue una directora que se dedicaba a los musicales y en el Teatro Real nunca más se hizo ópera contemporánea.

Una reforma al sistema

En Francia la solución fue más radical. “Quememos los teatros de ópera” (pidamos lo imposible), había dicho en la década de 1960 el músico más importante del país, Pierre Boulez. El resultado fue finalmente lo posible: cambiar la estructura del sistema artístico en el que la ópera tiene lugar de modo que, en vez de ser valiosa en cuanto museo, pase a integrar una red de instituciones que tienen como misión crear condiciones generales (culturales) para integrar lo clásico a lo contemporáneo. Se le da prioridad a la investigación y a la tecnología que de ella se deriva (pensemos, en comparación, lo básico que es el streaming “en vivo” del Teatro Colón) y se acompaña el riesgo artístico que proponen las nuevas generaciones de creadores. Un ejemplo rápido: la posibilidad de diagnosticar casos positivos de COVID-19 a través de mensajes de audio tiene origen en el IRCAM, institución de investigación en música y acústica fundada por Pierre Boulez en 1977 a pedido del entonces presidente de la República, Georges Pompidou.

La ópera en los países centrales es sólo una parte de un sofisticado complejo institucional.

La ópera en los países centrales es sólo una parte de un sofisticado complejo institucional. Como tal, cumple su rol en un diseño de políticas públicas que prioriza lo que realmente le importa a una nación. ¿Quién puede pensar que la verdadera modernización es hacer que los cantantes anden en scooter sobre el escenario (o, por dar un ejemplo europeo, cambiar el final de Carmen por uno más feminista en el que ella mata a Don José), en lugar de colaborar con el desarrollo de artistas y profesionales dinámicos, ambiciosos, innovadores, que puedan desde su lugar responder a los cambios y desafíos que presenta la sociedad actual?

La realidad

Frente a esto, y lejos de pequeños conflictos gremiales, aislados y esperables, el Gobierno de la Ciudad está sencillamente paralizado. No se mueve en dirección ni sentido algunos. Deja hacer a una dirección voluble y sin rumbo que, seguramente más por la carencia de ideas que por convicción, valida una y otra vez el modo de “funcionamiento” del Colón como museo.

No soy optimista respecto al futuro del Colón, sinceramente. Renuncié la semana pasada tras diez años de gestión, agradecido de un crecimiento personal enorme y dejando atrás hitos comprobables de efectividad en la tarea que se me encargó, inicialmente con el cargo de Director del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), pero después, como parte de la contrarreforma que sobrevino luego de la trunca gestión modernizadora de Darío Lopérfido, con el de “coordinador”. Espero que este alejamiento me permita trabajar en lo que considero es mi responsabilidad: ligar, construir modos, proyectos y profesionales que tiendan puentes entre lo clásico y lo contemporáneo. Fue lo que hice en el CETC. Por dar un solo ejemplo, el Festival de Nueva Ópera, que surgió en el CETC en 2016, hace del Teatro Colón una usina de creación de contenidos para el teatro off/independiente y es punto de encuentro entre creadores y nuevos públicos.

Hay que pedir lo imposible: nuevas instituciones que logren, permítaseme el exabrupto, doblegar al Teatro Colón.

Un cambio de dirección en el CETC no va a alcanzar sin el diagnóstico adecuado. Ni siquiera un copamiento al Teatro Colón por parte del CETC sería lo correcto. Hay que pedir lo imposible: nuevas instituciones que logren, permítaseme el exabrupto, doblegar al Teatro Colón, que logren transformarlo en una pieza más de un engranaje virtuoso que marche hacia el futuro. La Usina del Arte tiene al menos el nombre adecuado para cumplir ese rol, pero lo cierto es que en lugar de honrar ese nombre hoy se parece más bien a un parque de diversiones. La cultura tiene que trabajar sobre las prioridades que nos definen: el desarrollo humano a través del conocimiento y la sensibilidad. Sería ideal dejar de perder el tiempo.

 

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Miguel Galperín

Compositor y docente. Fue director del Centro de Experimentación del Teatro Colón durante diez años.

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