El domingo pasado Luis García Valiña escribió en Seúl un interesante artículo sobre los consensos en la política argentina y el rol del peronismo dentro de ellos. Estas líneas presentan algunas reflexiones críticas sobre el texto y sugieren una estrategia alternativa para Juntos por el Cambio.
García Valiña señala un fin de época que se aproxima en Argentina frente a lo cual es necesario dar un salto cualitativo en el modo en el que opera el sistema político democrático. Se refiere a dicha modificación como un ejercicio de “trasmutación de valores”. Los ejemplos que menciona donde se han dado procesos similares tienen dos características en común: (1) se trató de dos hechos enormemente traumáticos: la Guerra Civil de Estados Unidos y la dictadura militar argentina, (2) hubo en ambos casos “un ganador” indiscutido: la Unión en el primer caso y las fuerzas democráticas en el segundo. Ninguna de estas dos condiciones está presente en el momento actual de la Argentina. En primer lugar, porque ni siquiera una convulsión económica grande antes de 2023 puede dar lugar a hechos asimilables a la Guerra Civil o a la dictadura militar. En segundo lugar, el punto es cómo y cuándo se determina el “ganador”.
Por ello resulta necesario pensar herramientas conceptuales y políticas concretas que ayuden a establecer nuevos “consensos básicos” para el sistema político y acuerdos inter-temporales sobre políticas públicas. Se me ocurren dos alternativas, pero sólo una de ellas con posibilidades de éxito.
no seamos ingenuos
En primer lugar, para construir un “ganador” se puede optar por la construcción de una coalición electoral más amplia que Juntos por el Cambio. En efecto, se puede intentar “partir” al peronismo antes de la elección. Pero estos argumentos se usan desde 2015 por parte de diversos actores y no han ocurrido hasta el presente. Por el contrario, el peronismo conforma un partido con diferencias muy significativas pero con cohesión. Es más, está en su momento de mayor cohesión en 20 años. Y no muestra “quiebres” que superen una pequeña porción de votos. Estas escisiones no representan íntegramente al “peronismo no populista” sino a una parte de él.
El intento mas significativo de escisión fue Sergio Massa, quien una vez vencido en su búsqueda de hegemonía del peronismo “por afuera”, volvió a gobernar –ahora desde la Cámara de Diputados– por segunda vez con un gobierno kirchnerista. Parece muy consolidado en el campo peronista el siguiente modelo de cooperación intrapartidaria: se elige un líder, sea con un candidato unificado o con facciones que compiten en elecciones generales; pero saldado ese proceso, el resto de los actores del partido cooperan más o menos informalmente con el que resultó ganador, más allá de su distancia ideológica. Este modelo se viene llevando adelante desde 2003 con éxito.
Este modelo hasta hoy exitoso de cooperación intrapartidaria inhibe procesos de diálogo fructífero hacia afuera, como se demostró en el período del gobierno de Mauricio Macri. Allí los gobernadores del peronismo republicano y otros actores no kirchneristas del peronismo permanecieron dentro de la constelación de facciones peronistas hasta unificarse en 2019 (incluyendo a Schiaretti, Moyano, Massa e Insfrán). Solo Miguel Pichetto atravesó –solitario– el Rubicón.
un camino de varios pasos
La otra alternativa, menos ingenua desde mi punto de vista, es que el “empate” hegemónico en que está inmersa hoy la Argentina se resuelva en cuatro etapas:
1. declive, impotencia y falta de innovación conceptual del gobierno kirchnerista y peronista que culmina en 2023.
2. triunfo electoral de una opción que haya confrontado con el actual modelo.
3. que el ganador o ganadora implemente políticas públicas ambiciosas y audaces con logros concretos y eficacia en las políticas para construir una mayoría social.
4. que dicho actor, legitimado en las urnas y por el ejercicio de su poder, establezca bases de diálogo democrático con el peronismo republicano.
Pero desde el poder. Sin eficacia en el ejercicio del poder el gobierno resultante tampoco podrá convocar al diálogo, porque el peronismo no tendrá incentivos para cooperar, ya que apostará a ganar las siguientes elecciones presidenciales y gobernar solo.
Por otro lado, el tango necesita de dos bailarines. El diálogo sólo se puede dar en el futuro si la facción peronista “triunfadora” en la puja interna del peronismo así lo determina. De ninguna manera se da si una sola de las partes ingenuamente lo demanda.
El diálogo sólo se puede dar en el futuro si la facción peronista “triunfadora” en la puja interna del peronismo así lo determina.
Este razonamiento excluye la nueva versión de la “teoría de los dos demonios” que circula últimamente, tanto fuera como dentro de algunos sectores de Juntos por el Cambio, que hace equivaler a los “duros” kirchneristas con los “duros” de la coalición de oposición, lo cual supone, intencionadamente, que ambos son igualmente dañinos para la convivencia democrática. Tal versión es teóricamente incorrecta, porque en términos de García Valiña solo uno de ellos es “populista”, mas no el otro. No hay cultores de Carl Schmitt o Laclau en Juntos por el Cambio.
En síntesis, lo que difiere dentro de la coalición de oposición es la estrategia para establecer diálogos con resultados duraderos y fructíferos. El diálogo es solo posible bajo condiciones de competencia democrática y Juntos por el Cambio tiene que producir, con triunfos electorales y eficacia en el poder, “su parte” para que esto ocurra. El peronismo deberá generar la suya.
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