LEO ACHILLI
Domingo

Es con (casi) todos

Tres consensos van asomando: estamos en la etapa final de un sistema de valores, el kirchnerismo es una anomalía, la conversación para salir debe incluir al peronismo.

Los eventos externos a nuestra voluntad y que nos limitan pueden tener un efecto reconfortante. Precios internacionales demasiado bajos. Precios internacionales demasiado altos. Mucha agua en un lado y poca en otro. Algunos llegaron a hablar de la maldición de tener petróleo y otros (otres) de la maldición de exportar alimentos. La pandemia ha tenido, en este sentido y aunque suene extraño, el mismo efecto tranquilizador. No somos nosotros. La Argentina “ventea”. Es la enfermedad que no perdona. Es el imperialismo. Deben ser los gorilas, deben ser.

Pero sí somos nosotros. Y la creciente convicción de que debemos empezar a mirar hacia adentro y no hacia afuera es el foco de uno de los consensos sobre los que me gustaría concentrarme en esta ocasión. Ese consenso tiene que ver con la constatación de que la crisis económica y la catastrófica respuesta a la pandemia está haciendo implosionar un sistema de valores entero. Tenemos la necesidad de reformular aspectos centrales de nuestra cultura política, es decir, del conjunto de prácticas y hábitos compartidos referidos a nuestro trato con lo común. Según creo, existe una convergencia entre un número cada vez más amplio de actores sociales (políticos, intelectuales, personalidades de la cultura, ciudadanos interesados, etc.) en que la matriz cultural que ha imperado durante décadas se ha agotado, y que no vamos a resolver nuestros problemas ensayando variaciones de una canción que sigue siendo la misma. Necesitamos, un tanto pomposamente, una verdadera “transmutación de los valores”. La situación es similar, si se me permite, a la de los Estados Unidos luego de su Guerra Civil o, más cercanamente, a la situación argentina con el fin de la dictadura militar.

El populismo constituye un modelo de representación política alternativo y opuesto a la democracia constitucional: su prevalencia es incompatible con ella.

La segunda convicción compartida es que el kirchnerismo no es un actor político más, sino que constituye una anomalía que no puede integrarse en el sistema político por las vías institucionales habituales. En su conjunto, se trata de una expresión paradigmática de populismo autoritario y en este sentido resulta incompatible con un sistema político en el que el pluralismo y la tolerancia significan algo. Cuando digo “incompatible”, deseo hacerlo en el sentido más cabal del término, el mismo en el que la filósofa italiana Nadia Urbinati sostiene, por ejemplo, que el populismo constituye un modelo de representación política alternativo y opuesto a la democracia constitucional: su prevalencia es incompatible con ella.

En algún sentido ambas cuestiones se encuentran conectadas, por cuanto el problema cultural ha sido (y es) el populismo autoritario cuyo carácter hegemónico nos ha traído a la presente situación y del cual el kirchnerismo es su exponente mas acabado (en más de un sentido). Por supuesto que, como en toda situación de hegemonía, el reemplazo de unos individuos por otros no arreglará el problema. El autoritarismo, el nacionalismo miope, el estatismo y demás plagas de la cultura política argentina no van a desaparecer una vez que el kirchnerismo sea derrotado (como no lo hizo luego de su primera derrota en 2015). Por su parte, la crisis económica no se resolverá como resultado de un fiat electoral. La pobreza alarmante seguirá allí, el desempleo también, la baja productividad de la economía seguirá empeorando, etc. Necesitamos clarificar los valores de fondo pero también elaborar los planes y reformas que nos permitirán solucionarlos.

Qué hacer

De modo que la cuestión es, al final del día, qué hacer. Qué actitud asumir tanto respecto de la implacable tarea de demolición institucional que está llevando adelante el kirchnerismo (cuando escribo esto, todo parece indicar que está dispuesto a dar un paso más en ese sentido) y cómo organizar la cooperación cuando esta fase de crisis sea superada (lo cual puede sonar, es verdad, como una expresión injustificadamente esperanzada).

Y en este sentido tengo la impresión de que hay una especie de tercer consenso bastante embrionario en torno a una respuesta: es con (casi) todos. Necesitamos contener los excesos del populismo autoritario kirchnerista mediante todas las vías legítimas (institucionales y legales, protestas, boicots, etc.) y debemos iniciar también un proceso deliberativo amplio y transparente entre todas las fuerzas de la oposición democrática. Por un lado, todos los esfuerzos deben realizarse dentro del marco de las instituciones (o lo que queda de ellas) para impedir que el populismo autoritario kirchnerista termine de socavar el sistema político.

Todas las discusiones deben ser dadas, todas las medidas violatorias del orden constitucional contestadas, la confrontación debe ser llevada al terreno de las trincheras políticas. Pero, por otro lado, también necesitamos algún acuerdo sobre las reglas básicas del esquema de cooperación futuro, al menos respecto de las cuestiones que no haremos nunca más. Más aún, necesitamos una dirección que nos aleje del populismo, pero también habrá que hacer reformas radicales en nuestras instituciones y nuestra economía que deberán contar con un gran apoyo por parte de la población si es que aspiran a la estabilidad y al éxito. Debemos emprender esta estrategia dual de contención y avance.

Si no es lo mismo Schiaretti que Insfrán, y no es lo mismo Moyano que Pichetto, entonces debemos aprender a conversar con quienes están dispuestos a colaborar en algo distinto.

Por supuesto que todo esto queda en una observación menor sin hacer referencia al gran actor político de las últimas décadas: el peronismo. Estoy seguro de que mi respuesta no reflejará un consenso, pero allí va: vos sabés que sí, vos sabés que sí. Y la falla para apreciar la necesidad de integrar al peronismo en la conversación pública reside, paradójicamente, en el éxito que éste ha tenido, en tanto expresión del populismo, a fin de cuentas, en borrar las distinciones y matices entre los integrantes de su propia fuerza. Si no es lo mismo, según mi hipótesis, Schiaretti que Insfrán, y no es lo mismo Moyano que Pichetto, entonces debemos aprender a conversar con quienes están dispuestos a colaborar en algo distinto. No necesariamente para integrarlos a algún partido, sino para algo mucho más importante: la elaboración del Nuevo Acuerdo que nos permita abandonar la espiral de decadencia en la que estamos hundidos. Y el peronismo no va a irse a ninguna parte. Deberemos llevarlos con nosotros o nada va a funcionar. De modo que habrá que intentar construir lo nuevo mientras contenemos al kirchnerismo sabiendo que no podemos elegir una nueva sociedad para empezar de cero. Esa tarea es con (casi) todos.

 

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Luis García Valiña

Doctor en Filosofía (UBA). Decente universitario (FFyL-UBA).

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