El presidente que dudosamente preside le encargó al ministro coordinador que dudosamente ministrea el despido del ministro de Salud que dudosamente cura, porque Horacio Verbitsky, presidente del CELS y periodista que dudosamente periodistea, anunció públicamente que había sido vacunado por fuera de los protocolos establecidos. Se trata de cuatro peronistas de diverso corte: un adicto a los pasillos devenido presidente testimonial; un nieto del poder portador de apellido; un operador temido como doble agente que se empoderó bajo el manto protector de un organismo de derechos humanos. Y, finalmente, un gestor de salud caricaturesco, consciente de que por más que ocupe una cartera relacionada con la ciencia, en el peronismo las cosas se explican con chamuyo.
Los antikirchneristas nos hastiamos pero nos acostumbramos a que una y otra vez el peronismo sea corrupto y se supere en eso y la Argentina sea así. Y nos hartamos de los sorprendidos frente al cuadro de situación. Que sea todo siempre igual y la reacción de los pretendidamente neutrales sea de sorpresa, forzada o no. El peronismo es el Partido de la Corrupción. O para decirlo como ellos y que no suene tan mal: el Partido de la Lealtad, que es lo mismo.
Nos hartamos de los sorprendidos frente al cuadro de situación. Que sea todo siempre igual y la reacción de los pretendidamente neutrales sea de sorpresa, forzada o no.
En un régimen autoritario (y el peronismo siempre es autoritario o va camino a serlo), la corrupción es estructural y ya no se trata simplemente de que un funcionario o varios roben. En este caso, la corrupción es el factor aglutinante del modelo, lo que permite que las arbitrariedades se ejecuten manteniendo los privilegios en la tropa, la tecnología del botín. “Para el amigo todo” no es una metáfora: es un ethos.
Por eso me irrita cuando, en época de peronismo, aparecen esos shows de la corrupción. Que terminan siendo como un documental de National Geographic sobre cómo copulan las ballenas y haciendo de eso una denuncia, como si las ballenas pudieran hacer otra cosa. Como si se pudiera implementar la lealtad ciega sin corrupción. El problema del peronismo es lo que es: una forma de vida autoritaria, donde el que piensa distinto es enemigo y el que gana es el que es amigo, aunque fabrique cunas de cartón. Que sea corrupto es solo un corolario.
Por eso cuando el viernes a la tarde escalaba el conflicto del entregador y el ministro Sigla de Risa (GGG), empecé a sentir ese olor almizcleño a puesta en escena de rasgado de vestiduras. El peronismo en trance de castigar la corrupción, una contradictio in terminis que ocurre casi tan raramente como el humo negro y el humo blanco de la Capilla Sixtina. Era el momento en que normalmente a la maquinaria militante le baja el paquete de sofismas que son como el kit de las urnas que recibe el presidente de mesa y hay que acelerar el tiempo y llegar al escrutinio y mandar los telegramas para que salga rápido la proclama, ridiculizar a los que se oponen a fuerza de impunidad y pasar al tema de mañana.
La humillación de perder
Pero esta vez pasa otra cosa. Esta vez hay militantes dolidos. Vi unos cuantos, más y menos importantes en tono de lamento y decepción. No así desencanto. Veo decir “día oscuro y nefasto”, “me duele en el alma esta situación” y “tenemos que ser mejores”. Leo: “Quiero que este gobierno sea realmente mejor. Inobjetable”, “estoy indignado por tantas cosas diferentes que no sé cómo procesarlas”. Vamos, muchachos, el hecho de corrupción no es más relevante que todos los hechos que genera el kirchnerismo semana a semana. ¿Entonces qué es lo que pasa? ¿Qué es esta contrición prêt-à-porter? ¿Por qué no justificar esta vez lo que es tan injustificable como siempre?
El problema esta vez es que el Gobierno decidió reconocer al hecho de corrupción como tal y sacrificar al presunto responsable. ¿No le quedaba más remedio? Eso no lo sabemos, porque los motivos retorcidos del kirchnerismo son siempre insondables. Ahí están inmediatamente las hipótesis conspirativas: primero que Clarín tenía preparada la nota para el domingo y el doble agente actuó como lobo solitario y le tramitó la jubilación al viejo sanitarista, que al fin y al cabo esto es insignificante respecto de cómo se resolvían los conflictos militantes hace 45 años. Y en al día siguiente, la versión de que esta operación tiene la urdimbre de la Jefa, que apunta a reformar el sistema de salud para que los que pagan más tengan un servicio médico tan precario como los que hacen cola en los hospitales porque no tienen ni monotributo. Si no se puede el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel, que sea al menos el Churruca en La Suizo.
Como sea, de repente resulta que una figura emblemática, un grosso, un pingazo del modelo que ocupa el ministerio que ahora sí es ministerio, queda en evidencia como corrupto. Eyectado por los propios, no por ningún juez ni por Clarín, que supuestamente son lo mismo.
Los problemas que genera esta angustia en la militancia son varios. En primer lugar: haber perdido, sea por lo que fuere. Cualquier derrota para la militancia peronista es dolorosa y humillante. Ganar significa la posibilidad de pisotear a la contra y gritar cantitos de hinchada con referencias genitales, pero también dar el gran salto adelante y ahogar en esos gritos cualquier conato de voz cuestionadora, propia o ajena. Ganar es peinar bajadas de línea hasta el paroxismo, perder es el bajón de hay algo que no estaba en el manual.
Cualquier derrota para la militancia peronista es dolorosa y humillante. Ganar significa la posibilidad de pisotear a la contra y gritar cantitos de hinchada con referencias genitales.
En segundo lugar, tener que aceptar que uno de sus héroes eternos (“el que se les plantó a los laboratorios”) es un corrupto vulgar, un ladrón de gallinas. Y “tener que aceptar” en este caso no proviene de un acto de reflexión individual sino de, claro está, la lealtad. Desde hace años hay elementos públicos como para llegar a la conclusión de que Ginés González García es un chanta a cargo de algo fundamental. En el último año, dichos elementos fueron creciendo semana a semana en progresión geométrica. Había que aceptar cualquier cosa que dijera o hiciera, desde que no creía que el virus fuese a llegar ar hasta que no creía que el virus se fuera o que pudieran hacerse o no las elecciones de este año conforme a que se hubiera vacunado o no a toda la población, que seguramente estaría toda vacunada para agosto, pero no tanto como para votar. Cualquier militante podría haber dicho “che, pará” hace muchísimo tiempo si se hubiera permitido la osadía del pensamiento individual.
En tercer lugar, por algún motivo que nadie sabe, a este maestro del palo hay que sacrificarlo en lugar de cubrirlo como sea. Si era un chanta antes, ¿por qué no denunciarlo antes como tal? Si no era un chanta, ¿por qué acatar y no defenderlo ahora? Dilema. Los peronistas suelen hacer gala de su impunidad y los irrita mucho la situación de tener que aceptar que por ahí la corrupción se paga. ¿Por qué a veces sí y a veces no? Mejor no pensar ni preguntar. Hay un modelo que defender y si esto ocurre habrá alguna estrategia detrás. La purga servirá también para creernos autocríticos. Fue una mala jugada. Seamos mejores.
Finalmente, lo más importante: la corrupción en sí misma. ¿Desde cuándo es un tema de agenda para un peronista? La corrupción es el descamisado por otra vía, se la defiende a como dé lugar. Se la eufemiza. No hay que nombrarla siquiera en relación a nosotros. ¿Cómo nos van a marcar la cancha a los peronistas con un hecho de corrupción? ¿Y por qué de repente la lealtad se castiga? ¿O lo castigan por desleal? ¿No eran del palo los vacunados que aun siendo del palo estaban en condiciones objetivas (por la edad o las condiciones físicas) de recibir la vacuna? ¿Qué está pasando?
Por eso tanta inquietud. Prefieren ver lo que sucedió como un error, un traspié (“hecho reprobable”, en palabras del presidente nominal). Un simple problema táctico y no el comienzo de otra cosa. Pueden quedarse tranquilos, porque el peronismo jamás los defraudará en este sentido.
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