Una de las preguntas que no toqué el miércoles, pero que explica sensaciones que sí expliqué, es a quién le habla el dossier de Panamá. ¿Qué lector se imaginan sus editores o sus autores para estos artículos? ¿Sobre quién están tratando de influir? Mi impresión es que no me estaban hablando a mí, miembro con carnet de uno de los clubes de la grieta, ni tampoco les estaban hablando a los kirchneristas emocionales impermeables a los argumentos (o a los textos largos). Identifico, sólo basándome en los textos, dos posibles públicos. El primero es el de los peronistas que no son kirchneristas pero necesitan letra sobre un modelo de país que no sea el del gasto público y la economía cerrada. Hay muchos peronistas así, a los cuales les cuesta tener una idea de futuro no porque sean cabezones sino porque faltan compañeros que se lo muestren coherentemente. El otro público, más interesante, es el de los kirchneristas racionales, si se me permite el oxímoron: dirigentes o militantes de la generación que creció con Néstor y Cristina pero que llegando a los 40 se empiezan a preguntar si no hay ahí afuera alguna otra receta que hacer siempre lo mismo, como medir góndolas y prohibir las exportaciones de carne.
A este público es el que yo creo que le habla Martín Rapetti cuando dice, por ejemplo: “No es posible, entonces, reducir la pobreza de forma duradera sin crecimiento y no es posible crecer sin inversión. Sobre esto no hay lugar para el debate”. Sólo una persona muy escorada hacia el kirchnerismo puede encontrar información valiosa en una frase que para cualquier otra sería casi de perogrullo. Para bajar la pobreza hay que crecer; para crecer hay que invertir. Parece obvio, y sin embargo tiene razón Rapetti en remarcarlo, porque en el mundo político que obtiene su evangelio económico de Axel Kicillof o Alfredo Zaiat siguen siendo conceptos polémicos. Por eso digo que Rapetti no escribe para mí ni para sus colegas economistas: está escribiendo para una persona muy especial, bastante específica, con corazón distribucionista pero abierto a escuchar ideas sobre de dónde sacar esa plata para distribuirla. Esta cita es sólo un ejemplo, pero hay algo en el dossier de “educando kirchneristas”: mira, amigo, el mundo funciona de esta manera y no es necesario ser neoliberal para creer en estas cosas.
Algo parecido sentí en los otros artículos sobre desarrollo económico. Por ejemplo, en el de Roy Hora, uno de los mejores del dossier, en parte porque, como Malamud, no necesita el marco de la grieta para decir lo que piensa. Hora es probablemente el mejor historiador del campo argentino y tiene ideas muy claras sobre el rol que la agroindustria debe ocupar en cualquier modelo de desarrollo. Escribe, por ejemplo: “Luego de un largo período de estancamiento y frustraciones, el agro del siglo XXI está en condiciones de impulsar el crecimiento del producto y la transformación productiva y, por esta vía, contribuir a arrancar de la pobreza a ese medio país que hoy no tiene ni presente ni futuro”. No hay muchos progresistas (así defino a Roy, perdón si soy impreciso) que se animen a hacer semejante declaración de intenciones, que por otra parte son ideas de otra galaxia para el kirchnerismo, cuyo acercamiento al campo quedó fosilizado en su versión más rústica después del conflicto de 2008.
Por más tentador que suene, sobre todo con la pandemia, volver al paraíso perdido de la economía cerrada, dice Hora, “no es más que un cruel espejismo”.
Otro momento valiente de Hora es cuando dice que los límites que tenemos para abrir la economía no deben hacernos creer que el “camino al desarrollo consiste en remozar la nación industrial que tuvo su apogeo entre las décadas de 1940 y 1970”. Por más tentador que suene, sobre todo con la pandemia, volver al paraíso perdido de la economía cerrada, dice Hora, “no es más que un cruel espejismo”. Es extraordinario leer algo así en Panamá, con este realismo y esta claridad, porque entre la izquierda y el kirchnerismo cuesta encontrar una versión de política industrial contemporánea que comprenda los desafíos y las restricciones de las cadenas de valor globales. De hecho, una curiosidad del dossier: Hora es casi el único que habla de industria o de política industrial, y eso que su artículo es sobre agro. Dado el origen de Panamá, pensé que la industria iba a tener un rol más protagónico.
Pero decía que el artículo de Hora me había hecho acordar al tono de “educando kirchneristas” porque por momentos parece tratar de hablar el idioma del oficialismo para convencer amablemente a sus votantes de que cambien de opinión. La frase que anoté sobre su texto es esta pregunta: “¿Por qué, incluso si a veces no nos simpatizan sus actores ni nos gustan sus tradiciones, debemos apostar a promover la expansión del sector agroexportador?” Las cursivas son mías. Hora parece estar diciendo: amigo kirchnerista, no te tienen que caer bien los paquetes de la Sociedad Rural ni tenés que usar boina y rebenque para entender la importancia del campo como potencia exportadora. Como en el párrafo anterior, me parece una pedagogía valiosa.
la diosa macro
El dossier tiene dos grandes artículos económicos: el de Rapetti y el de Jorge Remes Lenicov, primer ministro de Economía de Eduardo Duhalde y condenado al ostracismo político durante mucho tiempo por haber estado ahí cuando estalló la bomba post-convertibilidad. En los últimos años, sin embargo, su figura ha sido recuperada, creo que con justicia –a pesar de decisiones como la pesificación asimétrica– y es visto por muchos, sobre todo en el peronismo, como una especie de patriota que puso el cuerpo en un momento especialmente delicado. Y ahora, admito que para mi sorpresa, escribe en Panamá un texto sobre la situación económica que perfectamente podría firmar un dirigente de Juntos por el Cambio con corazoncito peronista. Desde ya Miguel Pichetto, pero también, miren lo que voy a decir, María Eugenia Vidal.
Algo que hace Remes y muy pocos economistas hacen es plantear con toda claridad la disrupción que supuso el kirchnerismo de Néstor y Cristina para la economía argentina. Después de medio siglo con un Estado que gastaba alrededor del 25% del PBI, con gobiernos más abiertos o más cerrados, democráticos o militares, exitosos o fracasados, Néstor y Cristina lo llevaron al 41%. (Macri lo bajó al 37% y ahora, en parte por la pandemia, está otra vez en 41% y subiendo.) Más allá de la opinión que uno tenga sobre cuál debe ser el tamaño ideal del Estado, nadie puede dudar de que pasar del 25% al 41% –de nivel sudamericano a nivel escandinavo, pero con productividad sudamericana– es un cambio de raíz y de régimen económico. Sin embargo, este dato central sobre nuestra historia reciente apenas es mencionado en la discusión de política económica. Por eso celebro que Remes lo haga.
Remes no está educando kirchneristas ni meloneando indecisos ni pinchando macristas sólo por hacerle un guiño a la tribuna.
Así como habla de la expansión del gasto, Remes también muestra alarma por el otro costado de la misma moneda: la expansión de los impuestos (y es el único autor del dossier que dice algo sobre el nivel estrambótico de impuestos que tenemos). Aporta un dato sensacional: “Entre 2004 y 2016 se pagaron aproximadamente US$700.000 millones más de impuestos que en la década del ‘90”. Me gusta el texto de Remes no sólo porque estoy de acuerdo en casi todo sino también porque no especula: no está todo el tiempo pensando en cómo queda parado o qué posicionamiento político le puede dejar su texto. Simplemente va y dice “estas son mis ideas, no sé qué piensan los demás”. No está educando kirchneristas ni meloneando indecisos ni pinchando macristas sólo por hacerle un guiño a la tribuna.
No sólo no pincha macristas sino que incluso se mete en cuestiones de cambio cultural muy caras al discurso de Juntos por el Cambio. Escribe que un requisito para una economía pujante, además de moneda y equilibrios macroeconómicos, entre otros, son los “valores culturales” de la sociedad: “La actitud frente al trabajo (aversión al ocio), la frugalidad (alta propensión al ahorro), la posición frente a la educación y la excelencia (no aceptación del facilismo), el esfuerzo, la confianza mutua y en las autoridades, el cuidado de la cosa pública”. Todos valores conservadores y nada contradictorios con algunos de los valores tradicionales del peronismo.
Remes hace una sola hipótesis sobre cómo llevar adelante su receta de sensatez sin sentimientos y menciona, sin dedicarle demasiado tiempo, “un acuerdo entre todos los partidos políticos”. Mi reacción al leer esto, como dejé claro en la primera parte de esta reseña, es que hay solamente un sector político que no está dispuesto a apoyar un programa así: el kirchnerismo.
¿Todos? No
El otro artículo macroeconómico es el de Martín Rapetti, que empieza con un duro diagnóstico de la situación y una dolorosa enumeración de los fracasos económicos argentinos en las últimas décadas. Al final de esa introducción, Rapetti escribe: “Aún en este país de grietas, todos coincidimos en la necesidad de revertir la trayectoria declinante de nuestra economía”. ¿Todos? No. Una aldea poblada por irreductibles kirchneristas resiste, todavía y como siempre, al invasor. Para Cristina, Axel Kicillof y, en el dossier, Wado de Pedro e Ignacio Trucco, la Argentina no tiene una trayectoria declinante sino la mala suerte de ser gobernada cada tanto por neoliberales.
La versión resumida de la historia económica kirchnerista es más o menos así: la Argentina era hasta 1974 un país próspero y equitativo, entró en crisis con el Rodrigazo, donde ya se veía la mano neoliberal; después vino la dictadura con su ajuste, que fue otro canal de la represión; la inutilidad de Alfonsín para arreglar los problemas; la hecatombe neoliberal y globalizadora de Menem; y el fracaso final del sistema con De la Rúa. De esas cenizas renació la Argentina gracias a Néstor y Cristina hasta que en 2015 con una “estafa electoral” (frase de De Pedro en el dossier) volvió el neoliberalismo, que arruinó una economía sana porque odia a los pobres. Y ahora están Alberto y Cristina tratando de volver a ponernos de pie.
No es mucho más sofisticado que esto. Es decir, para el kirchnerismo, insisto, no hay problemas estructurales en la Argentina. No hay para ellos, como sí describe Rapetti, un conflicto redistributivo estructural o razones profundas que expliquen nuestro estancamiento. Lo que hay, explican, es que a veces nos gobiernan, haciendo golpes de Estado o engañando al pueblo, seres malvados que quieren hacerse más ricos mientras matan de hambre a la mayoría de los argentinos.
¿Es tan importante no compartir el diagnóstico? Para mí es fundamental.
¿Es tan importante no compartir el diagnóstico? Para mí es fundamental. Los economistas (la inmensa mayoría) y los políticos (una mayoría no tan inmensa) que creen que tenemos que poner fin a estos 50 años de mediocridad pertenecen a una misma familia: pueden trabajar juntos, cada uno desde su perspectiva, pelearse un poco, ladrarse en A dos voces, pero finalmente transar consensos sobre las decisiones básicas que hay que tomar. No es fácil, pero puede ocurrir. A los kirchneristas su diagnóstico los pone en otra familia: con ellos sigue disponible la opción de ladrarse en A dos voces, pero ninguna de las otras.
Más adelante Rapetti explica en versión sintética su hipótesis del conflicto redistributivo estructural, que el año pasado describió con más detalle junto a Pablo Gerchunoff y Gonzalo de León. Una versión aún más sintética de esta hipótesis es que los argentinos demandamos un nivel de vida superior a la productividad de nuestra economía. Esto genera desequilibrios: cuando gobiernan los partidos de clase media, el desequilibrio es externo; cuando gobierna el peronismo, el desequilibrio es fiscal. Al final terminamos con déficits gemelos, externo y fiscal, cada vez más difíciles de pagar, lo que genera estancamiento, inflación y pobreza. No sé si coincido con esta hipótesis (no me da el piné macroeconómico ni historiográfico para tanto), pero seguro que es elegante. Con dos frases permite explicar 50 años de historia económica argentina.
Sí creo que me da el piné para opinar sobre las soluciones políticas que propone Rapetti a esta encrucijada, que son dos. La primera es que el próximo acuerdo con el FMI –que sin dudas incluirá limitaciones fiscales y monetarias, entre otras– lleve a la clase política a encuadrarse detrás de este corsé, que ayudará a ordenar la economía, aunque habrá que ver a qué costo. Rapetti no es muy optimista de que esto ocurra. Yo tampoco, pero estaría dispuesto a apoyarlo si sirve para sacar al kirchnerismo del volante de la economía y, con el tiempo, si el programa es exitoso, de la centralidad política. Me van a matar muchos votantes de Juntos por el Cambio que lean esto, y también algunos lectores de Seúl, pero me parecen objetivos tan fundamentales el equilibrio macroeconómico y la irrelevancia del kirchnerismo que estaría dispuesto a entregarle el mérito a Alberto Fernández aun si eso significa perder las elecciones de 2023. Afortunadamente para mí es una pregunta retórica, un ejercicio para una charla entre sobre-politizados, porque como saben los votantes de JxC y los lectores de Seúl ya no existen, si alguna vez las hubo, diferencias visibles entre el gobierno y el kirchnerismo.
El Frente de Todos tiene lo primero pero no lo segundo. Juntos por el Cambio tiene lo segundo pero no lo primero.
La segunda solución que atisba Rapetti, y que parece su favorita, es el surgimiento de “una nueva coalición —seguramente a partir de fracciones de las hoy existentes— con capacidad para conducir el proceso”. Esa coalición debería tener tres características: empatía con los sectores populares, ser pro-inversión y pro-exportación y tener músculo político. El Frente de Todos tiene lo primero pero no lo segundo. Juntos por el Cambio tiene lo segundo pero no lo primero. Y ninguna de las dos tiene el músculo político suficiente, por culpa de la “grieta”. Ante esta simetría, otra vez elegante y limpia, como para poner en un cuadrito, Rapetti avanza hacia la parte más débil de su propuesta: esta nueva coalición, dice, se formará con los sectores moderados del FDT y JxC, que abandonarán sus hogares políticos recientes para darse un abrazo encima de la grieta. Perdón por el tono burlón, pero soy escéptico.
Me parece, por un lado, improbable que ocurra: el escenario de “los moderados de ambos lados contra los extremistas Mauricio y Cristina”, popular hace un año, dejó de ser viable tras el intento de radicalización de Alberto Fernández y, especialmente, después del manotazo presupuestario a la Ciudad de Buenos Aires. Y, por otro lado, tampoco creo que los “moderados” de ambos lados tengan los votos y la musculatura política como para imponerse al kirchnerismo y al JxC residual que quedarían en pie. Veo, si eso ocurriera, más un escenario de tres tercios similares que los dos tercios que requiere la hipótesis de Rapetti como para proponerle a la sociedad un plan de ordenamiento a varios años.
Insisto con algo que escribí el miércoles sobre la grieta. Rapetti escribe como si estuviera a mitad de camino entre las dos grandes coaliciones del sistema político. Y no lo está. Escribe como si estuviera a mitad de camino entre Dujovne y Kicillof. Y no lo está. Está mucho más cerca de Dujovne, con quien al menos comparte un idioma común. Por eso la simetría elegante pero un poco estática de sus modelos deja de convencerme apenas se ponen en movimiento: porque no es real y sólo sirve al interés de quien la enuncia. Entiendo las diferencias que tiene con el macrismo Rapetti, un socialdemócrata, un keynesiano en el sentido real (no en el que le da Kicillof), e incluso puedo dialogar con los planteos críticos que le ha hecho a la gestión de Cambiemos. Pero sospecho que hay algo más en su equidistancia, o en su evidente rechazo a admitir que comparte más con Dujovne que con Kicillof. Y percibo que es un rechazo estético, un poco prejuicioso, más emocional que racional hacia el mundo del PRO.
Lo delata una frase cerca del final de su artículo, donde explica por qué a Juntos por el Cambio le falta una de las patas de su coalición ideal (la conexión popular). Escribe Rapetti: “Es difícil para el electorado popular empatizar e identificarse con las principales figuras de este espacio, quienes ostentan una historia y cultura de clase media-alta”. Leí esto y se me prendió una alerta. ¿Qué pasa acá? Hay muchas maneras de argumentar en contra de esta descripción, pero voy a usar una sola, que es que para un miembro del “electorado popular” Rapetti es indistinguible en su apariencia, su acento y sus modos de, digamos, Marcos Peña. Si los soltaran a los dos juntos una tarde en González Catán los vecinos pensarían que son hermanos o primos.
Creo que en esta apreciación de Rapetti, compartida por otros porteños progresistas profesionales de clase media-alta (donde Rapetti indudablemente habita, al menos por su nivel de ingresos), hay algo de “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Como vivís a 20 cuadras de donde vivo yo, te cortás el pelo un centímetro más corto (o más largo), tus trajes son un poco más holgados que los míos (los de Rapetti son ajustados) y tu sh es un poco más suave que la mía, entonces somos completamente diferentes. Vistas desde el electorado popular, en cambio, esas diferencias desaparecen por completo. Lo que quiero decir es que Rapetti se parece a Juntos para el Cambio mucho más de lo que le gusta admitir, y que esa resistencia atávica a establecer un diálogo abierto es parte del problema de las dificultades para construir consensos.
Me despido, finalmente, reconociendo que hay artículos de los que no hablé, porque me quedé sin tiempo y sin energía, pero creo haber pintado un panorama representativo (a mi juicio) sobre el espíritu de Hablemos de Argentina. Admito que el texto de Alexandre Roig y Francesco Callegaro mucho no lo entendí. Me molestó el uso de “capitalismo financiero” como marco para definir la época y ya después me costó concentrarme. Me pareció una definición de moda hace una década, o dos. ¿Capitalismo financiero en Argentina, además, donde casi no hay mercado financiero y la gente guarda los ahorros en sus casas? Alejandro Mentaberry escribe con pasión pero sin mucha novedad (al menos para mí) sobre las posibilidades de la bioeconomía en Argentina. Daniel Schteingart, que fue muy crítico del gobierno de Macri, hace una apuesta sensata por el desarrollo sustentable, un poco en el formato de “educando kirchneristas”, corriéndolos por derecha al defender el trigo HB4 de Bioceres y el CONICET, que hace unas semanas generó alboroto político y un boicot contra Havanna, que va a usar el trigo HB4 en sus alfajores. A María Migliore y Julia Pomares, a quienes aprecio y admiro, les di o daré mi feedback por privado: preferí no discutir acá los artículos firmados por funcionarios del gobierno nacional o porteño.
Espero que Martin Rodríguez y Pablo Touzon, los editores de Panamá, a quienes les mando un abrazo, se hayan tomado esta lectura como fue escrita: con ganas de discutir sin chicanas, diciendo lo que uno piensa, sabiendo que los no kirchneristas ocupamos el mismo planeta republicano, que podemos decirnos las cosas de frente y no pasa nada. La anomalía, la disrupción, la torsión del sistema son ellos. Y no porque los denuncie yo: lo dicen ellos mismos, a veces abiertamente y con orgullo. En fin. No cualquiera se toma el trabajo de escribir 35.000 caracteres, casi un dossier sobre el dossier, mapa y territorio, sobre el trabajo de otro. Por más críticas que pueda haber en estos párrafos, tanta obsesión con una revista rival, pero a la que en Seúl consideramos como una prima mayor, sólo puede definirse de una manera: cariño.
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