La semana pasada cerró el cine Arte Multiplex. Las muestras de congoja pertinentes no se hicieron desear: las redes sociales se inundaron de lamentaciones por la pérdida de un bastión del “cine europeo y de autor”, que ha sido sede del BAFICI y funcionaba en la Avenida Cabildo desde 1949. “Tristeza cinéfila”, tituló melindrosamente un portal. Se perdieron 13 puestos de trabajo directos.
El Arte Multiplex no es el único cine que cerró en el último año. Pocos días antes había cerrado el Cinema City General Paz, también sobre Cabildo, a una cuadra del Arte Multiplex. Pero no fueron solo dos cines los que cerraron, tampoco. Según datos de la Federación Argentina de Exhibidores Cinematográficos (FADEC), antes de la cuarentena había 266 cines en el país y cuando se autorizó la efímera reapertura a comienzos del mes pasado, abrieron sólo 179. ¿Cuántos abrirán cuando todo esto haya pasado? No se sabe. La tristeza será un poco más que solo cinéfila.
El domingo 28 de febrero volví al cine después de 405 días. Ví Las brujas, de Robert Zemeckis. Ni sé si me gustó la película, pero la pasé bien. Creo que me asusté de más, teniendo en cuenta que es una película más bien para el público infantil. Evidentemente estaba desacostumbrado a la sala oscura, la pantalla enorme y el sonido envolvente. Quizás volví al siglo XIX, al mito aquel de los espectadores creyendo que se les venía encima el tren durante una proyección de La llegada de un tren a la estación de La Ciotat, de los hermanos Lumière.
Lo segundo que pensé fue: ¿por qué los cines estuvieron cerrados tantos meses mientras que otras actividades, igual o más riesgosas, habían sido habilitadas?
La experiencia en general fue extraña pero impecable. Había menos funciones para que la gente no se agolpara en los pasillos, y por supuesto menos butacas vendidas para que no estuviéramos uno al lado del otro. No hacía falta ser infectólogo para darse cuenta de que toda la circunstancia era de muy baja peligrosidad. Quiero decir: la gente en el cine en general no habla, todos miran hacia adelante y los cielorrasos son particularmente elevados. Nada que ver con un bar o un tren en hora pico, por nombrar dos lugares que ya estaban habilitados hacía rato.
Lo primero que pensé cuando salí fue que en un mundo en el que Sally Field tiene dos Oscar, Anne Hathaway debería tener por lo menos cinco. Pero lo segundo fue: ¿por qué los cines estuvieron cerrados tantos meses mientras que otras actividades, igual o más riesgosas, habían sido habilitadas? Sin ir más lejos los teatros, que habían abierto cuatro meses antes.
Una de las razones es el poder de lobby. Tanto los actores como todo el mundo del teatro exigieron la apertura de los teatros, pero no pasó lo mismo en el mundo del cine con los cines. ¿Por qué? Porque la industria teatral no puede facturar sin los teatros, pero la industria del cine sí puede hacerlo sin los cines. Apenas empezó la cuarentena del año pasado, el INCAA dispuso que un estreno en su plataforma online Cine.ar equivalía a uno en salas (es decir, permitía recibir la última cuota del subsidio correspondiente). Y listo. Ninguna demanda del sector al INCAA mencionó jamás la apertura de salas de cine. Y demandas hubo, como podrán imaginarse: entre las cosas que se pidieron estuvo que se avance con una ley para cobrar un porcentaje a los servicios de streaming. Como si el arte y el negocio de la industria terminara en el momento del render final de la película (o en el momento de la acreditación de la última cuota del subsidio).
Después es muy fácil expresar tristeza. Más por las redes sociales, en donde no tenés siquiera que mover un músculo de la cara.
El año pasado, cuando estaba empezando la cuarentena, el presidente Alberto Fernández les dijo a “los empresarios” que “ganen un poco menos”. Una invectiva que fue aplaudida y celebrada por sus simpatizantes. Si uno traza una línea imaginaria entre esa diatriba y la indiferencia de casi toda la industria cinematográfica, llega indefectiblemente al cierre del cine Arte Multiplex.
Después es muy fácil expresar tristeza. Más por las redes sociales, en donde no tenés siquiera que mover un músculo de la cara. Es más difícil asimilar que todo tiene consecuencias y entender que no es compatible despreciar a “los empresarios” y después lamentarse por el cierre de “las empresas”. Y que a veces esas empresas no son factorías malvadas en las que un grupo de capitalistas con bastón y bombín explota a los obreros proletarios. A veces se trata del cine en el que viste Tierra y libertad.
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