Mauro no murió, Mauro vivirá en cada programa de bajo presupuesto que desafíe la verdad de la milanesa a las necesidades del show en vivo y al estirado en el aire porque el switcher master no regresó del baño a tiempo. Era un maestro del periodismo amarillo y del periodismo barato. Con electricidad y chivos, él arrancaba. Su secreto, el mismo que el de muchos grandes de los medios y la política: carecer de vergüenza y de límites. ¿Cómo no nos va a afectar su muerte?
Aunque, ojo, Mauro es inolvidable solo para los que vivimos toda su vida de productor, relator, showman periodístico, porque para la generación de cristal que, ahora mismo, se está tiñendo el pelo de otro color que lo defina más, que lo acerque más a quien cree que es, será basura cósmica antes de que le repitan su nombre tres veces en no menos de dos semanas, así que morirá profundamente en no más de 50 años, cuando el último de los que vimos el plató de esos vivos en Canal 7 con 7 mil invitados sea cremado con láser. Sé que es otro obituario, más sociológico, pero para los que cruzamos siglos, Troilo es algo, Mauro es mucho, mi tío Basilio es un montón. Hacemos honor a los paredones de la Chacarita: “A quienes nos precedieron en el camino de la vida”. O sea, los muertos se nos acumulan como tótems de la Isla de Pascua.
Yo escribo, por ejemplo, ahora en mi living, de noche, las luces del router a tres metros como una pista de aterrizaje nocturna, y hago presente el fantasma a estrenar de Mauro, produciéndome mis palabras sobre él; de hecho me salvó, ya me había tomado el medio Rivotril pediátrico con que afronto la pandemia y las burbujas inestables de mis hijos, y monumentalicé con hielo un vaso pesado, con Jameson, para cortar el sueño y responder la demanda de Seúl de diez décimas de saludo a Mauricio Goldfarb, el nombre para el documento que lo descuenta como judío a Viale y que Mauro abandonó para que lo judío no le restara posibilidades en un mundo que aún era bestial, prejuicioso y antisemita. Este mundo, bah.
Era parte de la escenografía silenciosa o ruidosa de toda una vida de compañeros, hermanos en la argentinidad, asistiendo a un circo continuo de afanos arbitrales, gatillos fáciles y vedettes pariendo en la bañera.
Leo mi timeline de Twitter. Se ve que Mauro los tocó a todos en la memoria y en la rutina. Estaba. Era parte de la escenografía silenciosa o ruidosa de toda una vida de compañeros, hermanos en la argentinidad, asistiendo a un circo continuo de afanos arbitrales, gatillos fáciles y vedettes pariendo en la bañera.
J’accuse que la creatividad que se destaca en Mauro consistió en hacer profano lo serio, como método. La nena perdida, el cana fusilado, el padre del actor secuestrado, y saturarlo todo, pasarlo de amarillo. O sea, donde lo amarillo convoca para pasar el dato a otro público, en otro estilo, con el amarillo de Mauro se amarilleaban hasta las matemáticas, los datos duros, durísimos, como estar vivo o no, que son dos posibilidades. Su arte fue que no le importaran las cosas sino en la medida en que lo hicieran importante a él.
Tuvo una trayectoria exitosa en medios crecientemente decadentes contra el telón de fondo de una democracia que dejaba de tomarse en serio sus responsabilidades.
un olmedo de la tarde
Recordamos esos mediodías de Samanta, Natalia y la viuda de Armentano, que concurría con su madre, y tantos otros, porque no podíamos creer lo que veíamos. Mauro inventó la tele como trituradora humana, circo salvaje en vivo, justo cuando los prestigios pasaron a importar mucho menos. Y todos recordamos cuánto nos divertía eso. Que algo nos divierta en tiempos de alegría obligatoria parece que está bien, pero a lo mejor está mal. Era el morbo, lo sucio en uno, expresándose sin represión porque la tele pública lo habilitaba a la hora del almuerzo. Y Mauro fue como el Olmedo del programa de interés general, además de que el guion o la pauta estaba solo en su cabeza y en su improvisación, rompía el set, la fabricación de un escenario, lo cual le facilitaba además dar rienda suelta, amparado en el espectáculo, a un estilo maltratador, titeador, diría David Viñas, de estar vivo.
Miguel Angel Toma o Enrique Mathov (¿De la Rúa iba?) podían hacer banco para meter media frase porque no tenía costo alguno quedar enredado en una discusión con La Momia. Por supuesto, que no tuviera costo discutir con La Momia no hacía a La Momia una figura pública respetable sino a Toma o Mathov u otros figuras que ya no consideraban la respetabilidad como un activo para sus carreras. La posmodernidad era el poscambalache. Con los políticos era especialmente generoso. Aun cuando le arruinaran el rating con sus cassettes, les daba a todos sus treinta segundos, salvaba los empleos de los jefes de prensa, que al menos ponían a sus jugadores a perorar en lo de Mauro. Desconozco la materialidad de esos intercambios, pero es notoria en esta primera noche de shock y duelo la presencia de políticos en Twitter despidiendo al periodista espigado, narigón, porteño. Es cierto que no tienen mucho para decir, y dedicarse a un muerto es completamente inocuo.
Entiendo que Mauro disfrutaba con el hecho de ponerle su granito de arena a la degradación de los asuntos públicos.
Entiendo que Mauro disfrutaba con el hecho de ponerle su granito de arena a la degradación de los asuntos públicos. Mauro empezó algo que todavía no terminó y que puede ser aún peor. Hay que estar atentos y debajo de la cama.
Vuelvo a revisar el timeline y veo que especialmente el kirchnerismo bilingüe destaca que él sí se tomó en serio la pandemia. Tengo para mí que, si lo hizo de esa manera, la condición de empleado de Claudio Belocopitt (o, como le dice Franco Rinaldi, “Belocovid”) funcionó de incentivo. Porque Mauro, cuando no era hombre del show, era un hombre de Estado. Y la verdad es que podría haber funcionado como negador, perfectamente, y haber puesto en duda de todas las maneras posibles la contagiosidad de los asintomáticos, la calidad de la vacuna rusa y sembrado dudas sobre el desacuerdo con Pfizer.
Sobre su kirchnerismo, o su albertismo, no sé qué ejercía más o mejor, lo interpreto como jugada familiar para tener cubierto el cien por ciento del espectro. Sí creía en su familia, en su esposa, y en su criança, al que incubó como analista político en algunos de sus shows para luego soltarlo y volverlo un exitoso anchorman de noticias, incluso sin resolver su fraseo vacilante.
Mauro fue un showman y un periodista que captó la putrefacción argentina antes de que la captaran todos
Mauro fue un showman y un periodista que captó la putrefacción argentina antes de que la captaran todos, y es lo mejor que puedo decir de él, lo define como pionero (así como Kirchner captó que ya no había más sociedad), y Mauro llevó adelante su truco sencillo y lo más barrani posible.
Y todo lo que hizo, si se puede agradecer, lo hizo sin simular. No vendía ser un poeta cuando no lo miraban, o un loco, un soñador, un tenista amateur, un gran lector. Viale no profesó el amor de Conrad, era un ambo té con leche yendo a hacer tele barata desde su torre gemela de Le Parc.
Era ordinario como una publicidad de Leiva Joyas, y por todo ello lo recordaremos hasta nuestro amargo final.
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