OKUPAS (NETFLIX)
Cazafantasmas

La nostalgia es un embole

Hablamos con el crítico de cine y creativo publicitario Daniel Alaniz sobre 'Okupas', la romantización de la marginalidad, los '90, los Farrelly y la aventura como último refugio de la cinefilia.

No soy particularmente fan de Spinetta, más bien todo lo contrario, pero firmo al pie aquello de que “aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor: mañana es mejor”. Pero me gusta no tanto por su optimismo evidente sino porque reconoce que es un optimismo un poco testarudo. No hay una seguridad en ese “mañana es mejor” sino una especie de afirmación de que, aun contra toda evidencia, hay que creer que mañana será mejor para que lo sea.

Hoy hablamos con el crítico de cine y creativo publicitario Daniel Alaniz y la charla giró alrededor de la nostalgia. Un poco en contra y un poco a favor. En contra, cuando es una paja neurótica. A favor, cuando es una manera de recuperar lo mejor del pasado y encontrar sus rastros en el presente para que mañana sea mejor.

Daniel Alaniz

No estoy en mi mayor momento de curiosidad audiovisual. Veo los estrenos vía streaming y toda la falopa que va saliendo y ni siquiera las veo enteras, veo retazos, porque tampoco hay nada demasiado mirable. Sí estuve viendo Okupas, vi la segunda temporada de I Think You Should Leave, que salió hace poco y la primera temporada es genial. Y después recurro no sé si a clásicos, pero a clásicos personales. Por ejemplo la década del ’90 me encanta, me hace sentir como que hace no tanto hubo un mundo mucho mejor. Me gusta ver incluso las películas más mediocres o desconocidas de esa época por esa vieja normalidad, películas que eran simples, que no tenían tantos mandatos de qué temas tenían que tratar y que en general son mucho mejores películas que las que se hacen ahora. Incluso las que en ese momento me parecían malas, las veo hoy y me parecen mucho mejores.

Diego Papic

Y qué te pareció Okupas hoy.

Daniel Alaniz

Me encantó todo el principio, me pareció muy fresco y filmaron cosas particularmente difíciles en exteriores con mucha fluidez, con personajes muy entrañables creados a partir de situaciones que estaban muy buenas, condensadas en un día o en una noche. Estaba buenísimo eso, medio como un Freaks and Geeks argentino.

Y después, quizás por estar ablandado por la paternidad reciente o no sé qué, me cuesta ver a los personajes que uno quiere envilecerse. Entonces cuando de repente Ricardo, que es un personaje insoportable en realidad, se empieza a pasar para el lado oscuro y hacerse chorro y demás, me pegó un poco. Igual la serie me parece muy distinta de lo que se venía haciendo y de lo que se hizo después, porque cosas similares como El marginal o El punteroEl puntero es un cachivache y El marginal es casi como una especie de pieza publicitaria que no tiene para nada la frescura de Okupas.

Pero la terminé de ver anteayer y no recordaba que era tan miserable el último capítulo, es espantoso. Matan a un perro, que además durante los diez primeros minutos te lo muestran nada más que para que le tomes cariño y te duela más cuando lo matan. Y al final matan al Chiqui, que es básicamente el personaje más querible de toda la serie, y no hay ninguna razón para que lo maten a él y no a otro. Quizás narrativamente podía tener más sentido que maten al Pollo. Es un muy mal final, en ese sentido. Potente pero muy malo.

Diego Papic

Yo discutí el otro día en Twitter porque alguien dijo que Okupas había iniciado la moda de romantizar la marginalidad y yo le dije que era exactamente lo contrario, un pibe de clase media desciende medio voluntariamente a la marginalidad y se da cuenta de que es una mierda. Por eso creo que está bueno que Ricardo se transforme en un personaje desagradable y que termine todo de manera trágica (más allá de que es cierto lo del perro y que podía no haber sido Chiqui el muerto). Un poco como Feos, sucios y malos. La pobreza y la marginalidad embrutecen y no hay nada bueno en ellas.

Daniel Alaniz

Estoy de acuerdo. Ricardo es el que romantiza la marginalidad y claramente paga un precio. Peor aún: le hace pagar el precio de su propia frivolidad a los demás, que es un poco lo que terminan generando los que hablan siempre en nombre de los problemas de los demás sin tenerlos ellos. Los que reivindican el trueque y la austeridad ahora como una enseñanza de la pandemia, pero resulta que igual no les falta nada. Esos para los que todo es un privilegio, pero no están dispuestos a soltar nada.

Independientemente de eso, el último capítulo me parece que está construido de una manera un tanto miserable. No es tanto lo que sucede, es más cómo se llega a eso. Todo el resto de la serie me gusta.

Y no es Okupas la que romantiza la marginalidad, es la gente. Quizás por eso gustaron tanto cosas como El marginal o El puntero, que no tienen nada que ver con Okupas.

Diego Papic

Claro, tiene que ver exclusivamente con la interpretación. Es probable que haya gente que vea Okupas y se quede con la pintura de lo marginal, que más allá de que es un garrón lo que muestra también es cierto que tiene cierto atractivo y humor. No sé cuál fue la intención de los guionistas y en realidad no importa, pero quizás hoy de hacer la misma historia serían mucho menos ambiguos respecto de eso.

Daniel Alaniz

Es que es la gente, porque acá marginalidad es sinónimo de lumpenaje y pobreza, que para mí no tienen un atractivo per se, a menos que esté filmado con la gracia de Okupas, que tiene su valor principalmente en asuntos de lenguaje audiovisual más allá de lo que se interprete. Pero Rambo es un marginal, la pandilla de Jackass es marginal (Jackass Forever es el estreno que más espero del año), los personajes de los Farrelly son marginales (al menos los de sus mejores películas), Ethan Hunt es un marginal y hasta los superhéroes son marginales. Casi todas las ficciones se nutren de personajes o situaciones marginales y todo eso es claramente divertido.

Otro tema es lo de “romantizar”. Nadie se pregunta si Misión: Imposible romantiza o no a la CIA porque sería un despropósito hacerse una pregunta tan ridícula. Esa forma de relacionarse intensamente con el anhelo de idealizar siempre todo, de obsesionarse sentimental y moralmente con las frustraciones me parece que es algo bien de acá. Odio las interpretaciones sociológicas, pero no sería muy ocurrente decir que el downgrade de Ricardo es un poco el de toda-la-sociedad-argentina (meme de Ramón diciendo “yo no, eh”). La pobreza y el declive cultural y educativo son problemas que la Argentina claramente no sabe cómo resolver o no comprende, y calculo que es más fácil convivir con eso romantizándolo. Es como cuando te deja una chica que te gusta y te quedás mirando el último mensaje que no te respondió: no hay mucho para ver, no va a cambiar nada, se fue y listo, pero vos no podés parar de mirarlo. La nostalgia es un embole.

Diego Papic

Ya que hablamos de nostalgia, me gustaría seguir con los ’90. Hablé hace unas semanas con David Obarrio sobre Showgirls y me dijo como al pasar que los ’90 le parecen la última gran década del cine. ¿Qué estuviste viendo?

Daniel Alaniz

Sí, compartimos ese gusto con mi querido amigo David. Igual a mí me gusta ver las películas mediocres de los ’90 porque me remiten a una vieja buena normalidad. La norma nunca es la obra maestra o la película papelón, sino esa que pasó sin hacer demasiado ruido y contribuyó a formar esa suma de las partes que es el cine de todos los días, del cable o de los estrenos no-tanques, cuando eso existía. Igualmente, algunas de las películas que sí fueron muy exitosas tenían también ese espíritu independiente, desprejuiciado, ligero y cercano que te hacían sentir acompañado.

Por ejemplo los Farrelly tuvieron ahí su momento de oro con Tonto y retonto o Loco por Mary y podías ver en una comedia megapopuplar a Jonathan Richman tocando como transición musical entre secuencias. Ellos son clave para mí porque iniciaron un tipo de comedia escatológica y aparentemente idiota, pero con una conciencia ninja de la puesta en escena. Sus películas estaban pobladas de marginales, que no eran sólo sus protagonistas. Y ellos filmaban, absolutamente siempre, con planos medios y a la atura del cuerpo, que es la distancia que solemos tener con las personas al hablar ya sea en un bar, un kiosco o un espacio de trabajo. La distancia que tenemos casi siempre con las personas, a menos que estemos acostados con ellas. No miraban a sus personajes nunca ni desde arriba ni desde abajo, no los juzgaban. Por eso podían hacer chistes terribles sobre discapacidades, por ejemplo, porque consideraban a todo el universo de sus películas como semejantes. Creo que ningún director hizo tanto por la inclusión como los Farrelly, que no sólo contaban historias de gente completamente fuera de los parámetros típicos de normalidad, sino que incluían en sus repartos a gente con discapacidades reales y hacían secuencias de créditos finales en las que metían fotos de hasta el último técnico de la crew de filmación. Es paradójico que en la supuesta era de la inclusión estas películas ya no puedan hacerse.

Pero bueno, me preguntaste qué estaba viendo, ja. Siempre reveo algunas gemas escondidas que están entre mis películas favoritas, como Tierra de policías, un policial tremendo del genio de James Mangold con un elencazo como De Niro, Harvey Keitel, Ray Liotta, Jeanene Garofalo y Robert Patrick donde el que más la rompe es Stallone. Después Tiro al blanco, una comedia romántica de acción rarísima con John Cusack y Minnie Driver, musicalizada por Joe Strummer, que me encanta ver con la gente que es importante para mí. Hace poco vi El cuarto piso, que no es muy buena pero es un thriller medio pelo de esos que te digo que me hacen sentir en casa, porque no tienen ningún brillo pero sabés que están contados prolijamente, que parecen escritos por un ser humano y no por un bot, que están Juliette Lewis y William Hurt para garantizarte cierta belleza. Además me gustan hasta las peores de ese género que es “películas de departamentos”.

Diego Papic

Hablaste de los Farrelly y de Mangold, tipos que empezaron en los ’90 y siguen activos y se me ocurre que son buenos ejemplos de dos vertientes del cine actual, al menos del cine americano más o menos mainstream. Farrelly terminó haciendo Green Book, otra película de marginales pero solemne, lavada y con toda la bajada obvia actual, por la que para colmo ganó el Oscar (que igual, perdón Spike Lee, pero me gusta más que BlacKkKlansman). Mangold, en cambio, se las arregla para hacer películas bien al viejo estilo, aun cuando se mete con superhéroes, como el caso de Logan. Ahora está con la nueva de Indiana Jones y la verdad que le tengo mucha fe.

Daniel Alaniz

No sé si el fin del siglo XX, como solés decir vos, pero que los Farrelly terminaran haciendo Green Book marca el fin de la comedia. Miralo a Adam McKay. Todo se toma demasiado en serio hoy, no hay lugar para el humor porque siempre alguien se va a ofender con un chiste y parece que de repente la gente ya no se puede ofender más. No sé cómo vivimos en ese infierno hasta hace pocos años en el que cada uno podía decir lo que quería y el otro podía seguir con lo suyo o simplemente putearlo. ¿Éramos salvajes?

Sin embargo, ahora que hablás de Indiana Jones, pienso que el cine de aventuras es todavía un refugio posible. Algo que siempre me gustó de Mangold es que nunca hizo caso de los temas obligados. Es más, tampoco le importó convertirse en autor (todas sus películas son distintas) siendo un director realmente talentoso. Su territorio es el cine, o más bien los elementos que conforman a las películas de espectáculo: la velocidad, los géneros, los autos, los mitos.

Una película que me gusta mucho de él es Encuentro explosivo, que es una especie de noir de aventuras donde Tom Cruise, que no es un ser humano sino una fuerza natural del cine, es la inspiración principal. Y sin embargo no es artificial, porque los personajes de sus películas suelen estar muy bien construidos, pero van forjando su carácter, sus emociones y sus lazos al fragor de la acción.

Refuerzo esta idea de la aventura como aldea de los cinéfilos con The Mandalorian y Loki, que vi recientemente y que están en sintonía con esto de pertenecer ajenos a la agenda, incluso a la de sus propias franquicias. Cualquiera de las dos las podés agarrar en un episodio random que la vas a disfrutar igual, porque tienen ese espíritu de las historias de aventuras por entregas, con pequeños viajes autoconclusivos. De alguna manera siento que el cine de Mangold es un poco el homenaje que Tarantino le hace a la industria del cine en Había una vez en… Hollywood como usina de sueños, pero sin autoconsciencia, simplemente haciéndote parte de ese sueño. Un homenaje vivo. Y sí, espero que sea buenísima su Indiana Jones.

 

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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