Mientras en la Cámara de Diputados se debatía en sesión acerca del acuerdo con el FMI, un grupo de manifestantes instalados en la Plaza del Congreso prendieron fuego a un policía, incendiaron un contenedor y arrojaron piedras y pintura sobre el frente del edificio. Al día siguiente, muy temprano, Cristina Kirchner posteó en Twitter un video que arrancaba con un plano fijo encuadrando el ventanal de su despacho. Se escucha el ruido de vidrios que se rompen y algunas piedras que entran desde la calle. Luego, mientras la voz de la propia vicepresidente va relatando los hechos, las imágenes muestran las consecuencias de esa agresión: cuadros y vidrios rotos, muchas piedras de distintos tamaños sobre los muebles y los libros. El texto sugiere, aunque sin decirlo explícitamente, que Cristina Kirchner habría sido víctima de un atentado. Y muestra sorpresa (o sospecha) por ser ella precisamente el objetivo, cuando se trató (de acuerdo al texto) de quien más se opuso a la presencia del FMI en el país en los últimos años.
¿Pero cuál era el objetivo del tono dramático de la locución y del énfasis del encuadre en mostrar íconos peronistas dañados? ¿Por qué esta falsa estilización y el tono de gravedad trágica? Si la vicepresidente sospecha que fue un atentado, hubiera sido más efectivo un comunicado de prensa, acompañado de pruebas fotográficas y la denuncia penal correspondiente. La sobreactuación del video, en su afán de agregar dramatismo y victimización, generó en cambio sólo la solidaridad de los muy leales, la incomodidad del sector del Gobierno más afín al Presidente, las burlas en las redes de los ciudadanos opositores, la sospecha en algunos de que pudo haber sido un autoatentado y la indiferencia de los dirigentes opositores.
La sobreactuación del video, en su afán de agregar dramatismo y victimización, generó en cambio sólo la solidaridad de los muy leales.
Este último punto me parece importante. Luego de la difusión del video, que fue al mismo tiempo la declaración oficial de que el despacho de Cristina había sido dañado violentamente, casi no hubo muestras públicas de repudio a la agresión, más allá de aquellos que están muy cerca de la vicepresidente. Con la difusión del video, enseguida aparecieron los que analizaron cuestiones técnicas que le restarían verosimilitud al relato. Algunos sostenían que era sospechoso que el plano inicial estuviera con la cámara fija, como si estuviera esperando la llegada de las piedras. Otros detectaron errores de continuidad en los distintos planos respecto a la cantidad y marca de las botellitas sobre la mesa. Otros no podían creer en que fuera casual la forma en que quedaron ubicadas las piedras, sugiriendo que habían sido acomodadas estratégicamente para la filmación del video.
Si lo que se buscaba con estos análisis era sugerir que se trató de un autoatentado, no me parece que sean muy útiles ni pertinentes. Toda filmación documental manipula en algún grado la realidad y la presencia de una cámara es siempre una intromisión artificial en los hechos. Es muy posible que la piedra que aparece sobre el libro de Evita no haya caído exactamente ahí, pero nadie puede probarlo. La realidad suele ser inverosímil. Le gustan las simetrías y los anacronismos, como decía Borges. El registro documental requiere a veces ser más fiel a lo creíble que a lo estrictamente real. El problema no es manipular o no manipular, sino que esa manipulación sea creíble. La característica del video, en todo caso, más que poner en duda la honestidad de la denuncia de la vicepresidente, lo que hace es que tenga menos eficacia como mensaje.
Un mensaje a los propios
Las pedradas dirigidas hacia el despacho existieron. De eso nadie tiene dudas, porque las imágenes del exterior de la plaza las vimos todos. Paradójicamente, muchos empezaron a dudar precisamente con la difusión del video de Cristina, cuando supuestamente el objetivo debería haber sido el opuesto. La probable manipulación de la escenografía o la eventual reconstrucción ficcional de los hechos es más un problema de puesta en escena que una cuestión ética. El artificio del registro documental puede ser evidente (como, por ejemplo, en las recreaciones ficcionales de crímenes, en los que sabemos que es imposible que haya habido una cámara ahí) o puede ser solapada para que el espectador no la detecte y siga creyendo en que lo mostrado realmente sucedió. Este video se posiciona en un lugar intermedio que no genera verosimilitud, pero tampoco se hace cargo del artificio.
El segundo video, posteado también por Cristina un par de días después, presenta las pruebas de que efectivamente la mayor parte de las piedras iban dirigidas a su despacho y que la imagen inicial del ventanal corresponde a la realidad de la agresión, ya que se ve al asistente colocando el celular mientras las piedras están entrando. Ese momento es el que tiene mayor valor documental y es una lástima que no se haya incluido en el primer video, porque nos hubiera evitado tantas suspicacias innecesarias.
Lo que tal vez estén demostrando estos videos y las reacciones o la indiferencia que generaron, es la soledad del poder de Cristina.
Pero lo que ninguno de los dos videos pudo generar es algún grado de empatía, salvo en sus adherentes más fieles, tal vez porque precisamente es lo que le falta a su discurso, que presenta a ella como única víctima, como único destino de las agresiones, olvidando que hubo un policía prendido fuego y que no parece haber pruebas definitivas de que los agresores sabían que esas ventanas pertenecían a su despacho.
Lo que termina quedando es la sensación de que la vicepresidenta quiere dar un mensaje a alguien de la propia coalición gobernante, generando un hito más en la tensa interna peronista en el poder. Lo que tal vez estén demostrando estos videos y las reacciones o la indiferencia que generaron, es la soledad del poder de Cristina, la certeza de que cada vez son menos los que avalan su permanente victimización, la poca claridad en el destino de sus diatribas y una forma de pensar la política desde el cálculo y la manipulación de los hechos.
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