Fuego Amigo

Condenadas a ser bellas

El affaire Wanda-China muestra que ser mujer significa, entre otras cosas, no poder despegarte nunca de tu propio cuerpo.

En los últimos días, el país entero sintió una ráfaga de viento fresco en la cara. Era como volver a respirar. No se trataba de ningún arreglo con el Fondo, de ninguna inversión extranjera, de ninguna cosecha milagrosa. El gobierno seguía hundiéndonos en la peor inflación, ¿pero quién puede pensar en la recuperación económica cuando se tiene un Wandagate?

La pasión argentina dejó las calles y tomó las redes. Olvidó la realidad, la política, los debates, la debacle, y entró de lleno en el magnífico mundo del chimento, que no es sino la forma más ramplona de la fantasía. Muchos, agobiados por la dificultad extrema de la situación actual, encontraron en ese mundo hecho de chismes e hipótesis inverificables sobre famosos millonarios que nada tienen que ver con nuestras vidas, un sentimiento patrio hace tiempo olvidado. No tendremos moneda, no tendremos estabilidad ni capacidad de ahorro, no llegamos a fin de mes, pero ¿qué otro país del mundo tiene una Wanda, una China, una Pampa?

Este fervor por la chabacanería, esta fiebre especular que mueve el ánimo de los argentinos, habrá irritado sin dudas a varios de ellos, pero lejos de ser desatendible por superfluo o mamarracho, lo que se ha jugado con este episodio de flirteo virtual, de castigo, correctivo y final feliz es un viejo tópico del universo femenino: el hecho de que las mujeres vivamos desde hace siglos condenadas a ser bellas.

Descartes podía dudar de su cuerpo, pero Simone de Beauvoir nos enseñó hace tiempo que ese lujo está vedado para las que devenimos mujeres.

Ser mujer significa, entre otras cosas, ser un cuerpo del que nunca te vas a poder escapar. Descartes podía dudar del suyo propio, podía preguntarse si no era un genio maligno el que confundía sus sentidos, pero Simone de Beauvoir nos enseñó hace tiempo que ese lujo está vedado para las que devenimos mujeres. Podemos, si tenemos suerte, gozar del privilegio de la belleza, pero jamás accederemos al privilegio mayor de poder abstraernos de nuestra apariencia física.

Alfonsina Storni recuerda que, en 1919, cuando se presentó a elecciones la primera candidata a diputada argentina, Julieta Lanteri, la opinión que esta novedad política merecía era –para su gran sorpresa– un comentario estético. Al preguntarle a un ciudadano qué pensaba de la candidata Lanteri, el hombre respondió: “Que es fea”. ¿Cómo habría sido la historia si hubiese sido linda? Quizá todos recordaríamos su nombre. (Más importante aún: ¿habrá sido en verdad fea? Una vez un amigo dijo de otro: “No es que se vista mal, es que toda su ropa es fea”. Me pregunto si dedicarse a la política a principios de siglo XX siendo mujer no habrá sido un papel para el cual no existía un vestuario digno de ser bello.)

Wonder Wanda

Desde el juicio de París a las tres diosas hasta el chat de la China Suárez, la belleza femenina es tan poderosa que produce terror en hombres y mujeres (y habría que preguntarse si no es una liberación el camino que abren, en este sentido, las personas no binarias, o si el diablo opresor de la belleza no encontrará la forma de meter también ahí su cola). Y si produce terror es porque el affaire entre Wanda y la China (conflicto debajo del cual reverbera en nuestras mentes patrias la figura de Pampita) es la puesta en escena de arquetipos atávicos que poco tienen que ver con la frivolidad o el gusto, y mucho con la lucha de poder que convoca cruel e incansablemente a las mujeres bellas.

La China –argumentaron muchos– es tan linda que no necesita ser buena persona. Anda por la vida ebria de poder. ¿Y cómo no?, la justificaban las mujeres más honestas en su envidia: ¿se imaginan tener esa cara? La pobre se aburre tanto de tan linda, que se habrá cruzado con Icardi y habrá dicho por qué no. Si ella puede todo. Debe ser terrible tener semejante poder, tan desesperante que terminás deseando a un futbolista vestido en piel de carpincho.

A la pregunta de qué le habrá visto una mujer como la China a un muñeco como Icardi, la respuesta no es, para mí, ni el dinero ni la fama ni el antojo. Lo único que tiene Icardi que a la China le puede interesar es a Wanda. Arquetipo de la villana bella, como Maléfica o Cruella, la zorra, la robamaridos, la que se hace amiga de la mujer para poder así quitarle a su hombre desde adentro de su casa, no mira hombres sino mujeres, y, si apunta a uno, es por la mujer que tiene al lado. El deseo de Icardi se lo produce Wanda, a quien tiene que arrebatarle el cetro en su pelea por lo femenino. La coleccionista de cetros está atrapada en una lógica imposible que solo conduce a la desesperación: lo que está abajo de esa voracidad se parece a la rabia que siente una niña cuando se da cuenta de que, como le dijo la hada madrina a Piel de Asno en la película de Jacques Demy: “On n’épouse jamais ses parents” [no te podés casar con tus padres].

El deseo de Icardi se lo produce Wanda, a quien tiene que arrebatarle el cetro en su pelea por lo femenino.

No es el deseo sexual ni la libertad del goce ni la iconoclasia ni los resabios de la Santa Inquisición lo que está en juego, sino una guerra de espejitos. ¿Soy la más bella?, parece preguntarse la China sentada enfrente de su aro de luz cuando apaga la cámara del celular. La única manera de probarlo es apuntar alto y dar el golpe. ¿Qué otra mujer más poderosa que Pampita para el pueblo argentino? A la villana no le puede importar nada de la vida de los demás: sin asco, teñida de rubia y mascando chicle, una China casi adolescente responde “no me importa Eugenia porque no tiene nada que ver conmigo”, refiriéndose a Tobal, su compañera de trabajo que, dos días después o un mes antes de que su marido Nicolás Cabré la dejase por ella, había perdido su embarazo. Sería la China quien le daría al actor argentino su primogénita. El arquetipo quiere que años después, idénticamente malvada, arremeta impávida, impune y bella contra una rival que, por más magnífica, no hacía tanto había perdido una hija. Sería la China, de nuevo, la que le daría, esta vez al actor chileno, su segunda hija mujer.

“Hay un juez, llamado tiempo, que pone a todos en su lugar”, publicó Pampita después del Wandagate, con su característica astucia, sin nombrar ni dar explicaciones. Alguien podría haberla declarado derrotada por la seducción terrorista de la China en 2016, y sin embargo, un lustro más tarde, vemos cómo están las cosas: una China sin Vicuña y al acecho de su próxima ronda de sangre, mientras ella, que no perdió la elegancia ni siquiera para caer, hizo de su camino un himno al élan vital.

Esta vez, el espectáculo de catch fue redondo, tan perfecto que, sin serlo, parece guionado. Con dos movimientos justos, Wonder Wanda puso y expuso todo en su lugar.

Ahora era el turno de Wanda, Wonder Wanda, mujer, madre de cinco hijos, botinera, manager, el único personaje de nuestra farándula que habla con fluidez nonchalante en otros idiomas y postea en francés sin pifiarle a un solo acento. La rivalidad femenina se vio como si fuera una pelea de Titanes en el Ring. Sobre el catch, Barthes escribió que su virtud era ser un espectáculo excesivo, un combate al aire libre en el que no importa quién gana o quién pierde, sino que cada personaje haga los gestos que se esperan de él. Lo que importa, dice Barthes, es el cuerpo; como en las mujeres, se espera que sus trajes y sus actitudes contengan en sí no solo la esencia de su rol, sino el futuro que la justicia les depara. Porque así como en el catch –y en los personajes femeninos de nuestra farándula– la apariencia física es un signo, el espectáculo del combate tiene una función moral. Y es al furor moral, y no al mero chimento, al que sucumbe el pueblo argentino cuando se deja tomar por el affaire de Wanda Nara.

Se arman grietas entre casadas y no casadas, entre defensoras de la fidelidad y agitadoras de la trampa. Cada una elige para sí un rol, un traje, una identificación, pero ninguna puede escapar a lo que está en la base de todo esto: la necesidad que tenemos las mujeres de ratificar nuestro propio valor en un concurso de belleza infinito. Esta vez, el espectáculo de catch fue redondo, tan perfecto que, sin serlo, parece guionado. Con dos movimientos justos, Wonder Wanda puso y expuso todo en su lugar. A la China, su rival, como el animal que es; con una doble nelson, la dejó en el piso y, de paso, para humillarla mejor, puso de pie a dos viejos caídos en desgracia como son su ex marido Maxi López y el trasandino psicopatón. Icardi, cual hijo pródigo, se arrepintió, cayó de rodillas y pudo volver a su casa, a saber, las tetas de Wanda. En la foto que publicó para ganar su perdón se lo ve como un bebé que mira desde abajo a la madre, la cabecita apoyada en sus senos nutricios: nuestra propia versión de la Pietà.

 

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Victoria Liendo

Doctora en Letras (Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis). Investiga, da clases de literatura y escribe artículos de opinión.

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