Fuego Amigo

Nunca cuentes el dinero cuando todavía estás jugando

Después de las elecciones de 2009 el mundo político dio por terminado al kirchnerismo. Algunos parecen no haber aprendido la lección.

El 29 de junio de 2009 la lista de diputados bonaerenses encabezada por Néstor Kirchner fue derrotada por la boleta de Francisco De Narváez. El Frente para la Victoria fue por un escaso margen la fuerza más votada a nivel nacional, pero perdió la mayoría en la Cámara de Diputados. La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires fue para muchos el preanuncio del fin de ciclo kirchnerista. Dos años después, sin embargo, Cristina Fernández de Kirchner fue reelegida con el 54% de los votos, 38 puntos más que competidor inmediato, Hermes Binner.

Entre la derrota de 2009 y el resonante triunfo de 2011 pasaron cosas. No solo murió el ex presidente Néstor Kirchner, hecho que para muchos analistas fue la clave del triunfo electoral, sino también, tal vez más importante, la economía tuvo una recuperación vigorosa, apalancada tanto en factores internacionales como locales.

El contundente triunfo del FPV en 2011 no fue solo el resultado de factores puramente económicos o de la empatía de la población hacia una viuda doliente. La miopía de las distintas fuerzas de la oposición permitió que Cristina se alzara con semejante victoria. Tanto los referentes del no peronismo como los del peronismo disidente diseñaron estrategias, a la postre fallidas, basadas en un mismo supuesto: el conflicto con el campo de 2008 y la derrota de 2009 habían marcado, decían, un punto de inflexión a partir del cual no había vuelta atrás. La elección de 2011 sería por ende para un opositor, sin importar quien fuera. Bastaba con tener al kirchnerismo enfrente. Quien fuera el último hombre/mujer en pie frente a Cristina ganaría la elección, dado que el ciclo estaba liquidado.

Quien fuera el último hombre/mujer en pie frente a Cristina ganaría la elección, dado que el ciclo estaba liquidado.

Los candidatos del peronismo disidente no lograron ponerse de acuerdo y concurrieron separados a la PASO de agosto de 2011. Algo similar ocurrió en el no peronismo. El Acuerdo Cívico y Social, el frente electoral que en 2009 había congregado a la UCR, la Coalición Cívica, al GEN y al socialismo, se fracturó. El PRO optó por resguardarse en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y desistió de presentar un candidato presidencial. La expectativa de las distintas fuerzas opositoras era que el nuevo régimen de PASO pondría orden. No porque fueran a usar este instrumento, sino porque mostrarían, luego de contados los votos, quién era el candidato opositor mejor posicionado para derrotar a Cristina. Algo cándidamente, esta teoría suponía que el sentimiento anti-K era tan intenso en la sociedad que una vez revelado quién era el mejor aspirante para vencer al kirchnerismo, habría entre las PASO y la elección general una migración automática de votos hacia ese candidato.

Como sabemos, el resultado de las PASO 2011 fue un baldazo de agua fría para la dirigencia opositora. La tesis del “último hombre en pie” quedó invalidada por: 1) la paridad de fuerzas entre los candidatos; y 2) su magra cosecha de votos en las primarias. ¿Podía esperarse algo diferente? Es torpe pretender que la ciudadanía resuelva a través del voto aquello en lo que la política fracasó en la mesa de negociaciones.

El efecto Kenny Rogers

Ha pasado algo más de una década desde entonces. El kirchnerismo se fue y volvió cuatro años más tarde. En 2021 recibió una contundente derrota en las elecciones legislativas de noviembre. Bastante más contundente que la de 2009, cuando su lista bonaerense había sido vencida por apenas dos puntos. En 2021 el Frente de Todos hizo una pésima elección. Ya sea que tomemos la provincia de Buenos Aires, los votos a nivel nacional o las bancas en juego se trató de una derrota sin atenuantes.

El resultado electoral de 2021 ha dado lugar a distintos diagnósticos sobre lo que ocurrirá en 2023. Dentro de la coalición oficialista hay dos miradas respecto de las elecciones de octubre del año que viene. Para la vicepresidenta, la continuidad de la actual política económica conduce, tal como en 2021, a una derrota electoral. Esta percepción moldea las acciones del kirchnerismo. Por un lado, se busca torcer el rumbo económico. Desde el Congreso no pasa una semana sin que el kirchnerismo promueva propuestas que van a contramano de la política económica del ministro Martín Guzmán. El kirchnerismo no solo busca torcerle el brazo al presidente Fernández y a su ministro de Economía, sino que busca preservar su relato, diferenciándose de la política económica que impulsa el Ejecutivo. Este intento de ser la oposición dentro del gobierno pretende despegarse del salvavidas de plomo que para el kirchnerismo representa la gestión de Fernández. Frente a la amenaza de una migración de votantes hacia la izquierda en el núcleo duro de la base electoral kirchnerista, la vicepresidenta monta una estrategia de resistencia en territorio bonaerense de cara a 2023.

Ello, paradójicamente, genera enormes tensiones, al punto de que por momentos pareciera que para algunos dirigentes la coalición parece ser un lastre

El fatalismo de la vicepresidenta no es compartido por el presidente Fernández, quien se ilusiona con que una recuperación económica y una eventual baja de la inflación en 2023 lograrán que el Frente de Todos se mantenga competitivo con él mismo aspirando a la reelección. En consecuencia, no hay otra alternativa que aferrarse al acuerdo con el FMI, evitar un salto del tipo de cambio a como dé lugar y atravesar el desierto que supone 2022 para llegar el año que viene a la tierra prometida.

Dentro de Juntos por el Cambio, por el contrario, hay un diagnóstico compartido. Los referentes de las fuerzas que lo integran y quienes se sienten con chances de suceder a Alberto Fernández parecieran acordar que el actual oficialismo volverá al llano en diciembre de 2023. Tal como en 2009-10 se asume el fin de ciclo. Ello, paradójicamente, genera enormes tensiones, al punto de que por momentos pareciera que para algunos dirigentes la coalición parece ser un lastre que eventualmente habrá que sacrificar para ganar en octubre de 2023. La miopía no podría ser mayor. Como canta Kenny Rogers en El jugador: “Nunca cuentes el dinero mientras estás sentado en la mesa. Habrá tiempos de sobra para contarlo cuando el juego haya terminado”. No sea cosa que una ruptura vuelva a dejar a buena parte del electorado huérfano de la política, o que una fragmentación excesiva del voto no kirchnerista, potenciada por la irrupción de los libertarios, logre el milagro de asegurar la continuidad oficialista.

 

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Ignacio Labaqui

Analista político y docente universitario.

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