La hecatombe del Partido Popular español dejó a mucha gente atónita y mucho material para la reflexión: mientras los partidos y movimientos autoritarios cargan sin fatiga contra las democracias liberales, las fuerzas democráticas tienen síndrome de Estocolmo con los autoritarios y se canibalizan a sí mismas.
Hace dos semanas, Pablo Casado, del PP, tenía el camino allanado a la presidencia del gobierno de España. Hoy no tiene ningún futuro político. En la superficie está el incomprensible encono con Isabel Díaz Ayuso, que venía de arrasar en las elecciones de Madrid con algunos discursos que ilusionaron a muchísimos españoles. Dio una extraordinaria batalla de ideas contra el populismo de izquierda y los nacionalismos sectarios. Además, defendió el derecho a trabajar y de vivir en libertad en medio de la pandemia mientras arreciaban quienes creían que el único camino eran los encierros medievales mientras nos explicaban que las libertades individuales se podían pisotear sin contemplaciones. Los hechos le dieron la razón y la gente sintió que la política podía ser un circuito virtuoso de libertad y prosperidad.
Se trataba de derrotar electoral y políticamente a un proyecto encabezado por el PSOE que abandonó toda idea de socialdemocracia moderna, en alianza con el nefasto Podemos (los kirchneristas españoles), los herederos y reivindicadores de los criminales de ETA (Bildu) y los nacionalistas catalanes que han intoxicado de sectarismo y de atraso a Cataluña. El PP, montado en una ola liberal, podía derrotar y desalojar del gobierno a la política indigna. Eso suponían muchos sin imaginar el nivel de degradación interna que tenía este partido, en el cual Pablo Casado había delegado el manejo interno en su secretario general: un hombre del aparato llamado Teodoro García Egea, que llenó la estructura de personas afines (uno de los cuales llevó adelante la estúpida idea de intentar hacer espionaje sobre Ayuso) y haciendo gala de lo que podemos ver a menudo en los partidos políticos: una mezcla explosiva de tosquedad, limitaciones intelectuales y afanes de comisariato político. Es notable cómo partidos políticos democráticos producen militantes que confunden la autoridad con el verticalismo y son expertos en casi todas las malas artes.
Es notable como partidos políticos democráticos producen militantes que confunden la autoridad con el verticalismo.
Si uno mira para atrás el desastre se veía venir desde hacía un tiempo, cuando García Egea desestabilizó a la portavoz parlamentaria (presidenta del bloque de Diputados), Cayetana Álvarez de Toledo. Cayetana es una política que tiene un ingrediente que considero fundamental en estos tiempos convulsos: cree en la necesidad de dar la batalla cultural y tiene el coraje necesario para llevar adelante esa ingrata tarea. Fue víctima de todo tipo de conspiraciones y operaciones mediáticas por parte del comisariato político del cual García Egea era el líder máximo. Finalmente la destituyeron, para beneplácito de Pedro Sánchez y Podemos.
Esto cuenta Cayetana en detalle en su libro, llamado Políticamente indeseable. Los que leímos el libro sabíamos que la cosa explotaba o que el PP se convertiría en una estructura estalinista donde para opinar sobre algo había que pedir permiso al jefe de la estructura. Esto supone un delirio en un partido que nuclea liberales, conservadores y demócratas cristianos y donde las personas tienen la costumbre de opinar sobre distintos temas. Después de eso se dedicaron a limar a Ayuso y ahí se hundieron. Primero por lo chapucero de la operación y segundo porque Ayuso tiene un nivel de credibilidad muy alto y un coraje político que la convierte en una líder potente.
Hay muchos políticos que sólo creen en el aparato político: militantes rentados, fondos públicos usados para la construcción de un líder, destrucción de todo aquel que cuestione esas prácticas y que tome posiciones políticas que no sean las del discurso único oficial. Se organizan de la misma manera que la mafia. Hacen política para adentro y con acciones que tienen que ver con conservar el poder siempre. Entre un líder popular y uno que pertenezca a su grupo elegirán siempre al de su grupo.
El problema es que eso colisiona a menudo con la realidad y que la democracia es mejor si la ejercen partidos con funcionamientos democráticos. Por lo demás, la envidia y la inseguridad que cierta clase de políticos sienten hacia el que es más popular o más formado es un clásico de la política nefasta a lo largo de la historia. Que lo haga la izquierda autoritaria y populista no debería sorprendernos. Que se clonen esos comportamientos en partidos que representan valores vinculados a la libertad es grave.
Similitudes entre España y Argentina
Es difícil extrapolar situaciones entre distintos países y, aun con desastres como el que vengo relatando, la diferencia entre España y Argentina es notoria. España tiene una institucionalidad fuerte que se ve afectada por algunas prácticas malas. Argentina está en un proceso continuado de decadencia y su institucionalidad es un chiste. Pero hay ejemplos que muestran cómo los aparatos políticos generan daños autoinfligidos y le hacen el juego al populismo. En las últimas PASO era evidente que Patricia Bullrich era la mejor candidata en la ciudad de Buenos Aires y que María Eugenia Vidal debía competir en la Provincia.
El aparato político del larretismo, por su propia dinámica de mirarse el ombligo, decidió lo contrario (Patricia no es vista como “del palo” y tiene su propia impronta). En las PASO, la elección en la Ciudad fue malísima para la lista de Vidal. López Murphy (por adentro) y Milei (por afuera) fueron los beneficiados. La elección en la Provincia terminó siendo acotada y se perdió la oportunidad de ganarle por mucho al kirchnerismo, por el error inicial y por no dejar competir a Espert en las PASO de Juntos por el Cambio (responsabilidad compartida con los radicales).
En CABA, Bullrich habría ganado por más diferencia, acotando en algo los votos de Milei. En Provincia se podría haber tenido un triunfo mayor. El aparato se defendió a sí mismo cuando el único tema importante sobre el que debían (y deben) pensar los políticos republicanos es en destrozar electoral y políticamente al kirchnerismo. Sin eso no hay futuro.
El otro tema donde hay similitudes es en las profundas resistencias que hay en los partidos democráticos a dar la batalla de las ideas. Hay una mezcla de mansedumbre y seguidismo bobo al relato de la izquierda autoritaria populista. Ayuso hizo una campaña electoral donde destrozó a Podemos a fuerza de desenmascararlos y dejó al PSOE reducido a cenizas. Ese estilo corajudo y desenfadado frente a la izquierda autoritaria no era del agrado de la conducción del partido aunque esas formas eran inmensamente populares. Hay un temor reverencial al relato y a las historias mentirosas de la izquierda populista.
Tanto en España como en Argentina, cuando alguien enfrenta esos relatos decadentes aparecen siempre miembros del establishment político y mediático a hablar de la importancia de tener posiciones de centro. La idea del centro es una tontería cuando hay fuerzas como el kirchnerismo, Podemos o los que reivindican al terrorismo de ETA. ¿Cuál era el centro entre los demócratas alemanes y los nazis? ¿Cuál era el centro entre Stalin y la resistencia en la Unión Soviética? ¿Cuál era el centro entre el Estado español y ETA? La apelación al centro cuando el sistema político está distorsionado por fuerzas que rompen el sistema desde dentro es un infantilismo y sólo beneficia a los populistas.
El ideal del centro es para los países donde no hay políticos que quieran destrozar el Estado de derecho.
Las encuestas de estos días en España marcan que el gran beneficiado es VOX, que está cerca de superar al PP. VOX viene creciendo en España, pero en el único lugar en donde no creció fue en Madrid. La política se trata de ideas, pero también de actitudes y coraje. Como Ayuso representaba la actitud de dar batalla a los populistas amigos de Maduro (Pablo Iglesias) la gente no se fugó a VOX. Ayuso es liberal, pero su actitud es la de batallar siempre. Cuando alguien da la batalla cultural y es combatido por su partido, la fuga hacia los que tienen una actitud fuerte (más allá de ideologías) es inevitable.
El ideal del centro es para los países donde no hay políticos que quieran destrozar el Estado de derecho. Algo similar puede pasar en Argentina. Si en Juntos por el Cambio no están dispuestos a hacer todas las reformas para quebrar el espinazo del populismo le dejarán un callejón enorme de crecimiento a fuerzas como la que representa Javier Milei. Si Juntos por el Cambio es disruptivo y está representado por dirigentes inspiradores, que muestren actitud y coraje contra la decadencia, podrá contener a esos ciudadanos y se podrá ampliar como fuerza política.
Lo que no puede pasar nunca es que los luchadores por la libertad sean sojuzgados por quienes creen que los partidos políticos son sólo una escalera para el poder o una agencia de colocaciones, que usan además malas artes contra los que dan batalla frente a la decadencia. En Argentina o en España. O salen de la zona de confort o la realidad los pondrá en su lugar. Pablo Casado es la prueba de ello.
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