Sandra Pitta (Montevideo) es licenciada en Industrias Bioquímico-Farmacéuticas, biotecnóloga, investigadora del CONICET y militante de Juntos por el Cambio. Activa en redes sociales, cobró notoriedad cuando en 2019 el entonces candidato a presidente Alberto Fernández la nombró en un acto en la Facultad de Exactas de la UBA y le dijo que “no tenga miedo”, que si ganaba no iba a dejar que la persiguieran en el CONICET por sus ideas políticas.
En esta charla con Seúl, habla de cómo su experiencia en el sector privado forjó su espíritu independiente, las disputas entre los que quieren una ciencia aplicada y el prejuicio estatista de muchos científicos, critica también la política en ciencia del gobierno de Cambiemos, y asegura que lo que hizo el kirchnerismo con las vacunas es un crimen de lesa humanidad.
Tu figura cobró mayor notoriedad a partir de aquel episodio de 2019, pero sería interesante que nos resumieras un poco tu biografía, tu trayectoria académica anterior.
Nací en Uruguay y siendo muy chica me fui a vivir a Estados Unidos con mi familia, estuvimos allá hasta mis 17 años y después nos vinimos acá a Argentina, también por decisión de mi papá. Cuando era más chica soñaba con ser directora de cine, también fantaseaba con ser abogada o historiadora, pero cuando llegué acá sentí que mi castellano era muy malo y me pareció que así no podría estudiar una carrera de humanidades. Y como siempre me habían gustado mucho química y matemáticas pensé en entrar a Exactas. Yo no sabía nada, no conocía nada del medio. Mientras terminaba de rendir algunas materias compensatorias del secundario empecé a averiguar y a consultar con mis compañeros. Me había decidido a estudiar Química, pero me dijeron “no, eso lo tenés que estudiar en Exactas y ahí nadie se recibe”, con mucha naturalidad me lo decían pero sin explicar nada. Lo mismo me dijeron de Matemáticas, que era en la misma facultad, entonces me decidí por Bioquímica. Ingresé en 1978 a la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA y en los primeros años me interesó más Farmacia. Me recibí de farmacéutica y evalué entonces volver a Estados Unidos y quizás estudiar Historia, pero mi familia atravesaba una situación económica muy complicada y por razones que no vienen al caso (aunque también influyó la ilusión por la primavera democrática alfonsinista) decidí quedarme en Argentina. Habiéndome recibido con el mejor promedio de mi promoción mi intención era quedarme a trabajar en investigación, pero en ese momento no había becas para ciudadanos extranjeros, así que me quedé ejerciendo como farmacéutica en varios campos de la disciplina. Estudié acá de todos modos unos años Historia pero seguía con mi deseo de dedicarme a la investigación. Ejercí también la docencia en la Facultad y finalmente terminé haciendo una Licenciatura en Industrias Bioquímicas Farmacéuticas.
Un buen día aparecieron las becas de la UBA sin límite de edad y yo en aquel momento estaba muy interesada en biotecnología y genética. Solicité y obtuve una beca en la UBA y así, con un desfase de diez años de edad de lo que era habitual, empezó mi vida académica como investigadora. Creo que ese desfasaje fue muy positivo para mí, me permitió conocer todos los avatares del mundo laboral en el sector privado, algo que quienes permanecen siempre en el “útero académico” de la universidad no conocen. Esa experiencia creo que ayudó a forjar además mi espíritu independiente, algo bastante poco frecuente en mi experiencia en el mundo académico. Terminé finalmente mi doctorado mientras quedaba embarazada y tenía a mi primera hija y luego seguí con el posdoctorado ya en el ámbito del CONICET, justo cuando quedo embarazada de mi segundo hijo. Fue un embarazo complicado, el posdoctorado en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) no lo pude hacer completo y entonces llegó la gran hecatombe de 2001 y 2002. Para entonces, después de pelearla mucho por las restricciones de edad, ya estaba dentro de la carrera de investigador del CONICET, pero era algo más bien virtual, estaba todo paralizado. Volví a trabajar un tiempo más en el sector privado. Cuando el primer gobierno kirchnerista abre en 2005 la carrera del CONICET pude finalmente hacer efectivo mi ingreso y ahí empezó realmente mi vida académica “conicetiana”, con todo lo que eso implica.
El CONICET con los años fue ganando protagonismo en la agenda pública hasta convertirse en un actor de cierta relevancia. También ha habido y hay todo tipo de discusiones acerca del perfil de la institución, su modelo y su utilidad, así como también acerca de quienes ejercen allí como investigadores. ¿Cómo creés que fue cambiando efectivamente el CONICET más allá de la percepción que se pueda tener desde afuera y cuáles son tus críticas al modelo de este organismo?
Desde antes de entrar al CONICET había percibido que lo que se esperaba de los científicos en la universidad era que se dedicaran a hacer ciencia básica, a publicar papers y aspirar a los premios, tratar de convertirse en el siguiente Nobel argentino. La cuestión de la aplicación de los conocimientos quedaba mayormente afuera. Más tarde, ya como planta permanente en el CONICET, tuvimos unos años muy buenos entre 2004 y 2008. Eduardo Charreau, el entonces presidente del CONICET, fue una persona muy respetable y con ideas valiosas, no tenía ningún tipo de aristas políticas o militantes. El kirchnerismo tenía la intención de que el CONICET se convirtiera en una fábrica de productos y servicios, pero el problema fue que el organismo quedó en manos de los científicos de siempre, los que querían seguir haciendo ciencia básica y no aplicada. Para ellos el CONICET debe ser puro y santo, debe buscar conocimiento sólo para transferirlo a los alumnos, que esas otras cosas las haga el INTA o el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), en todo caso. Entonces esa idea inicialmente correcta del kirchnerismo, que también la tuvo el menemismo allá por el año ’96, se frustró al entregarle el manejo de la ciencia a los científicos puros, y los que querían hacer ciencia aplicada se volvieron parias.
¿Creés entonces que debería haber habido una conducción ajena a los científicos o una instancia superior que estableciera los ejes de la política general del CONICET?
Claro, justamente para eso fue creado el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Quizás la gente no lo sepa, pero hubo desde el principio peleas terribles entre la gente del Ministerio y la del CONICET. Se suponía que el ministerio iba a dictar los grandes ejes temáticos y las políticas científicas de los organismos bajo su órbita. Pero el CONICET se opuso muy fuertemente, hubo un gran enfrentamiento entre [el entonces ministro] Lino Barañao y [el entonces presidente del CONICET] Roberto Salvarezza. Y, como te decía recién, el problema de fondo es que el establishment científico siempre se opuso a que el CONICET se transformara en algo que pudiese generar transferencia tecnológica, conocimiento que luego se pudiera trasladar al sector productivo para que las empresas lo lleven a producción a escala y finalmente a venta.
Y eso es algo que es muy valioso pero se da muy poco en Argentina, no solamente por falta de inversión sino porque no se forma al becario y al científico del CONICET para eso. Al contrario, se lo ve mal. Hay muchos prejuicios contra el sector privado, contra las grandes empresas particularmente, un prejuicio estatista que el kirchnerismo luego promovió todavía más al renunciar a su idea inicial por las resistencias que encontró dentro del organismo. Lo que hizo a continuación fue simplemente contentarse con ciertos logros alcanzados en aquellos primeros años y dedicarse a hacer demagogia como con otras causas, la de los derechos humanos, sin ir más lejos. Así fue como aquel esfuerzo interesante para mejorar la carrera, para ampliarla, para enriquecerla con gente e ideas nuevas, posteriormente se fue degradando y ya para 2010 o 2011 empezó a ingresar muchísima gente sin que aumentara el financiamiento. El mismo Salvarezza tuvo que aclarar que no podían ingresar todos, que una beca no implicaba necesariamente el ingreso. Pero el propio kirchnerismo había promovido toda esa idea del CONICET grande, al que todos entraban.
Este panorama que ya venía complicado tampoco se pudo modificar mucho en los cuatro años de gestión de Cambiemos. ¿Qué fue lo que pasó para vos en este período?
Ya desde que se avizoró la posibilidad de que Cambiemos ganara las elecciones se generó una resistencia interna terrible, espantosa. Muchos científicos sentían que le debían su protagonismo al kirchnerismo, esa presencia en la agenda pública. Entonces ellos ya de entrada se convencieron de que Cambiemos venía a cerrar el CONICET. Sin embargo, y esto lo digo con sinceridad y mucho dolor, ellos no se daban cuenta de que el gobierno de Cambiemos no entendía ni le importaba la ciencia. La nueva conducción pensó en un continuismo, si se suponía que funcionaba bien durante el kirchnerismo entonces lo más sencillo era dejarlo en las mismas manos, no buscaron figuras que pudieran modificar el estado de las cosas. De hecho, la oficina de vinculación, la que se dedica a estas cuestiones de transferencias de tecnología que te comentaba, pasó a estar peor que nunca por la falta de actualización de los sueldos.
De todos modos, en 2017 y antes de las elecciones legislativas, hubo gente del Gobierno que me convocó a una serie de reuniones en Casa Rosada, concretamente asesores del área de Mario Quintana (ex vicejefe de Gabinete). Fui junto a varios investigadores y técnicos de los institutos del CONICET en el máximo secreto, porque dentro del organismo estaba pésimamente visto colaborar con el gobierno de Cambiemos. Estos asesores se mostraron muy interesados por nuestras ideas y nuestras propuestas y nos aseguraron que si el oficialismo ganaba las elecciones legislativas entonces podrían contar con más recursos para llevarlas adelante. Sin embargo, después de ganarlas, en otras reuniones posteriores terminaron por reconocer que no, que iba a seguir todo igual porque no valía la pena, que nuestro sector era muy chiquito. Yo les dije abiertamente que no se estaban dando cuenta del valor cultural y simbólico del trabajo científico, que los investigadores somos como una suerte de embajadores sin cartera porque todos tenemos vínculos con gente y colegas de muchas partes del mundo a la que le llega el mensaje que transmitimos de una manera u otra. Fue, si se quiere, una de las batallas culturales que no se quisieron dar. Una lástima, porque encima tampoco hacía falta tanto, a los científicos nos pueden tener contentos con muy poco, casi comiendo de la mano. La palmadita, el premio, el reconocimiento, destacar la importancia de la ciencia, todo eso es gratis y rinde mucho.
En definitiva, para mí y para otros muchos que en silencio apoyamos y votamos a Cambiemos, que también lo hicimos en 2019 y lo vamos a seguir haciendo por Juntos por el Cambio, en mi caso que además nos pasamos medio año de reuniones de trabajo con ideas y propuestas concretas que quedaron en el camino, todo aquello fue una decepción. Hubo gente que realmente corrió riesgos de represalias por participar de aquellos encuentros.
Mantenés de todos modos contactos con gente de Juntos por el Cambio. ¿Creés que para un eventual futuro gobierno se habrán aprendido las lecciones que dejó el paso por la gestión anterior?
Pasó que a partir de que mi figura cobró mucha notoriedad (terminé hasta en la mesa de Mirtha Legrand) se me empezó a acercar mucha gente. Yo soy parte de Banquemos, una agrupación de apoyo independiente de la coalición, allí coordino equipos técnicos que trabajan en cuestiones de ciencia y técnica. En este equipo en particular somos al menos unos 50 científicos del CONICET, más otros tantos que junto a becarios y técnicos por fuera del núcleo principal llegamos a sumar unas 500 personas del CONICET detrás de este grupo, que además sigue creciendo. Pese a que no tenemos contacto formal hay un interés para demostrarle a quienes toman las decisiones en la coalición que se pueden hacer las cosas de un modo distinto. Deseamos que Juntos por el Cambio gane en 2023 y tenemos la expectativa de que le den a la ciencia la importancia que creemos que merece, que puedan entender el rol que juega la ciencia en el desarrollo de un país. Todos sabemos que en los países desarrollados las universidades están en constante relación con el sector privado, promueven la creación de start-ups, la ciencia básica y la aplicada se complementan para ello, algo que acá ha sido muy raro que suceda. Pero hay un grupo de gente joven, becarios con ganas de que eso cambie, que el modelo del CONICET cambie. A la gente que busca esos cambios hay que sacarle provecho, pero mientras la ciencia esté a cargo de los mismos de siempre eso va a ser muy difícil.
Es curioso porque del lado kirchnerista se suele criticar lo que ellos llaman la “primarización” de la economía argentina, cuando el CONICET podría tener un rol muy relevante para aportar desarrollo tecnológico en la cadena de valor agropecuario.
Por ejemplo en Santa Fe está la doctora Raquel Chan, que es muy kirchnerista, pero que junto a su equipo ha logrado avances muy importantes para las empresas agropecuarias con sus desarrollos de semillas resistentes a la sequía. Esto no debería pasar por la militancia ni por las preferencias políticas de cada uno, sino que debería haber un cambio de mentalidad muy importante en el mundo académico argentino. Debería dejar este modelo que es más propio de los años ’50 o ’60 y decidirse a entrar de lleno en el siglo XXI. Me parece que el kirchnerismo, si bien lo intentó al principio, no logró ese cambio de mentalidad y después simplemente se conformó con tener cientos de militantes adictos a su régimen y capaces de justificar cualquier cosa.
Yo puedo hacer la distinción de apoyar a Cambiemos por más que critique su política en el campo de la ciencia; lo hago porque aparte le reconozco muchas otras cosas que exceden mi materia: la transparencia, la calidad institucional, el autoabastecimiento energético, una larga lista de cosas muy positivas. En cambio, del otro lado a mí me duele ver a científicos brillantes de todos los niveles encerrados en su mundo y también bancando realidades totalmente reñidas con las cuestiones más básicas del método científico.
Dentro de los temas de mayor actualidad sobre los que me gustaría consultarte está desde luego la pandemia de Covid-19. Luego de un año y medio de este evento de una magnitud inusitada, empiezan a aparecer reflexiones sobre cuáles han sido las distintas posturas para enfrentarla, con sus correspondientes resultados, no sólo en lo estrictamente sanitario sino también más ampliamente en lo político, lo económico, la salud mental de las personas, etc. Aparecen también reflexiones de carácter filosófico acerca de las maneras en las que la Humanidad se ha comportado en esta situación, por ejemplo, en la entrevista a Eduardo Wolovelsky el domingo pasado en Seúl. En términos generales, entonces, ¿cuál es tu opinión acerca de cómo se ha reaccionado aquí y cómo se debería reaccionar de aquí en más?
Diría en principio que ningún país actuó del todo bien o del todo mal. Fue un evento totalmente inesperado, que inicialmente provocó mucha incertidumbre, muy difícil de manejar. Algunos países fueron claramente mucho más cuidadosos en preservar las libertades individuales sin descuidar las cuestiones sanitarias. Cuando el año pasado me hicieron las primeras entrevistas acerca de lo que estaba pasando con las cuarentenas, yo me acuerdo de que respondía que en caso de haber una receta perfecta, si la hubiere, la conoceríamos recién dos años después de comenzada la pandemia. Así y todo, cuando estás obligado a improvisar con medidas que no sabés qué grado de eficacia tendrán, hay ciertas directrices que se deberían seguir.
La primera es que sí, desde luego que hay que preservar la vida, pero la vida es mucho más que la infección por coronavirus. Hubo muchas patologías que se desatendieron, el encierro a su vez generó otras tantas. Pero además creo que nunca se debería haber escindido el valor de la vida de la esfera económica, esa dicotomía me pareció absurda desde el primer momento toda vez que te podías morir de hambre, pero no de covid. Hay entonces un fino equilibrio, que en algunos países pudo lograrse, entre el cuidado de la salud pública y la atención de la vida en general. La vida continuaba y la vida tiene un montón de aspectos, no se puede tomar decisiones sólo con el asesoramiento de médicos infectólogos. Se debería haber ampliado el rango de consultas a muchas otras esferas de manera de encontrar protocolos, procedimientos que permitieran que las actividades pudieran seguir de la mejor manera posible mientras se procuraba mantener bajo el nivel de contagios. Desde luego que ese equilibrio no era fácil de lograr, pero con el enfoque que se aplicó acá lo que tenemos ahora es que se nos han acumulado 90.000 muertos con la economía destruida.
Desde luego que no me llama para nada la atención que esto haya resultado así con el kirchnerismo a cargo, que sólo tiene la receta de cazar con escopeta así tenga que matar mosquitos.
Desde luego que no me llama para nada la atención que esto haya resultado así con el kirchnerismo a cargo, que sólo tiene la receta de cazar con escopeta así tenga que matar mosquitos. Este enfoque multidisciplinario al que me refiero se aplicó en algunos países con distintas variantes. En Suecia, por ejemplo, se dijo que había que esperar un tiempo para ver los resultados con mayor perspectiva, que era muy pronto para sacar conclusiones definitivas. Y desde luego que además las realidades de los distintos países son muy diferentes. No tiene mucho sentido comparar a Argentina con Suecia, pero tampoco con la India. Hubo países como Australia que tomaron medidas muy draconianas y otros que fueron con más cuidado, probando y analizando datos sobre la marcha, midiendo qué pasaba si en lugar de cerrar completamente las escuelas se las mantenía abiertas con una modalidad intermedia, tratando de normalizar poco a poco. Lo mismo con la gastronomía o los servicios. Pasaron cosas absurdas, como que los peluqueros tuvieran que ir a cortar a domicilio porque no podían abrir, lo cual era potencialmente más peligroso que tener el local abierto con protocolos de cuidado.
El nuevo temor ahora pasa por las nuevas cepas, supuestamente más contagiosas o agresivas. Israel, uno de los países que más a la vanguardia ha estado en cuanto al manejo de la pandemia y vacunación ya anunció el regreso de ciertas restricciones, algo seguramente muy desalentador para quienes estamos tan lejos de esas posibilidades. ¿Creés que hay motivos reales de preocupación o quizás nos estamos apegando excesivamente a las restricciones por un motivo u otro?
Sucede que en general hay mucha incertidumbre, seguramente también miedo a la muerte o a la enfermedad, pero antes que nada mucha incertidumbre. Los titulares alarmistas no han ayudado en lo más mínimo. “¡Aparece una nueva cepa!”. En realidad, cualquiera que sepa un poco de virus sabe que las mutaciones suceden todo el tiempo, mutan y se multiplican de manera permanente y de una manera tan rápida… Es darwiniano, en definitiva, sobreviven los más aptos. Quizás estemos yendo hacia cepas más peligrosas, quizás no, pero insisto en que hay que tomarse ese tiempo para evaluarlo y mientras tanto explicarle muy bien a la población lo que está sucediendo, si se toman medidas cuáles se toman y por qué. Uruguay, por ejemplo, tuvo un primer año fabuloso y después le empezaron a llegar las variantes por el lado de la frontera con Brasil. Hubo entonces un punto en donde la situación se desmadró y fue necesario tomar medidas, imponer restricciones. Pero bueno, como decía, esto es un día a día y quizás hay algunos que quieren solucionarlo todo de la noche a la mañana. Las decisiones tomadas de manera drástica nunca salen bien. Seguramente sea correcto que Israel observe la situación, que imponga restricciones por sectores para entender si los contagios son entre personas que aún no se vacunaron y si hace falta vacunar más, si realmente la variante se propaga más. Hay mucho miedo a lo que pueda llegar a ocurrir y el miedo es difícil de manejar, pero todos estamos aprendiendo de lo que está pasando.
Hay mucho miedo a lo que pueda llegar a ocurrir y el miedo es difícil de manejar, pero todos estamos aprendiendo de lo que está pasando.
De todos modos, me gustaría subrayar la importancia de respetar las libertades individuales y de preservar la salud mental en este contexto. Y para lograrlo es indispensable una comunicación transparente y eficiente. Explicar la situación y convocar a que lo resolvamos todos juntos, no con amenazas o castigos. Eso hace que la gente se disponga mejor para soportar medidas que pueden perjudicarla en el corto plazo pero quizás beneficiarla en el largo. Mi punto de vista en todo caso es siempre tratar de buscar el equilibrio, la homeostasis, ni abrir todo ni cerrar todo, sino ir en el día a día buscando la mejor manera. Uno a veces debe ceder, debe entender que hay que hacer ciertos sacrificios, pero nunca al punto de perder el trabajo, perder la escolaridad, perder la esperanza. Tenemos que preservar lo básico como para que cuando pase lo peor de la pandemia se pueda continuar con cierta normalidad. Por ejemplo, en los ’80, luego de la aparición del HIV, nunca la vida volvió a ser exactamente como era antes, y aquella sí que era una condena a muerte. Pero nos fuimos adaptando y con este otro virus también nos vamos a ir adaptando, por ser respiratorio seguramente se volverá endémico, habrá vacunas, en fin, no veo un futuro negro. Sí veo negro el futuro de los países que se están aprovechando de la pandemia para convertirse en autocracias.
Se discute mucho aquí la cuestión de las vacunas, la demora del Gobierno en conseguirlas, la falta de segundas dosis, los conflictos que se han suscitado entre el Gobierno y Pfizer. Algunas voces afirman que el accionar del Gobierno podría considerarse como un crimen contra la población. ¿Te parece una caracterización excesiva?
No me parece de ningún modo excesiva, para mí es directamente un crimen de lesa humanidad. La vacuna de Pfizer, la que ha demostrado ser de las más eficientes, se probó acá en Argentina, y eso importaba mucho en la negociación. Por el conocimiento que tengo de los laboratorios y la industria farmacéutica puedo especular con cierto grado de certeza que el Gobierno se jugó demasiado por la vacuna de AstraZeneca porque ahí está involucrado Hugo Sigman, quien siempre ha tenido una tendencia monopólica u oligopólica en su relación con el Estado. Como la de AstraZeneca se demoró, porque es una vacuna que tiene transparencia y los problemas que tuvo en su desarrollo no se escondieron, como ya habían descartado a Pfizer, entonces fueron a buscar otros negocios y se les desmadró todo. Fueron entonces por la Sputnik, que es una vacuna con escasísimo respaldo científico (un paper en una revista no es suficiente respaldo, digan lo que digan) y con muchas dificultades para su aprobación: la Agência Nacional de Vigilância Sanitária (Anvisa) de Brasil sólo la aprobó para experimentación, la European Medicines Agency (EMA) no la aprobó, la Food and Drugs Administration (FDA) de los Estados Unidos menos aún. El problema es que simplemente no hay datos, está floja de papeles. Sin datos no se puede saber si es buena o mala. Pero bueno, se jugaron por esa porque evidentemente es el negocio de alguien. Y después están las vacunas chinas, porque ellos fueron muy hábiles en su diplomacia, pero ellos mismos reconocen que no son muy eficientes y que no sirven para las nuevas variantes, por lo que finalmente tenemos una única vacuna de calidad: la de AstraZeneca o su versión Covishield fabricada en India. No tenemos ni noticias de que vayan a llegar varias otras vacunas de calidad que ya están disponibles hace rato en otros países más otras nuevas que siguen saliendo.
También es muy grave que acá se estén tomando decisiones sin ningún tipo de lógica ni evidencia científica en cuanto a la manera de completar los esquemas de vacunación por la falta de segundas dosis. Las declaraciones que leo de los funcionarios nacionales me provocan espanto, están tan desesperados, se han mandado tales macanas… Yo no puedo creer que (la ministra de Salud Carla) Vizzotti, con la experiencia que tiene en vacunas, pueda dormir de noche. Las cosas que se han hecho con la Sputnik violan las reglas básicas de los tratados internacionales de bioética que se tienen que seguir para aprobar un ensayo clínico. Eso no puede quedar impune, creo que en algún momento deberá haber una suerte de Conadep de las vacunas. Y en lo inmediato tendremos que hacer un esfuerzo cívico para que respondan trayendo más y mejores vacunas, más seguras y eficientes, sobre todo para las personas más vulnerables. Hay muchos reportes de personal de salud que ha recibido las dos dosis de Sputnik o Sinopharm e igualmente se enferma. No sabemos si eso se está siguiendo, si se está estudiando. Necesitamos entonces que toda esta gente responda por lo que hizo, que vaya a juicio. Porque lo que nos hicieron como población fue criminal.
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