Uno de los trucos más usados y odiosos de la política es ese que repite que esta es la elección más importante de la historia. En términos generales, me genera cierta indignación porque fuerza a sobreargumentar para generar la credibilidad suficiente de que en verdad ahora sí es la más importante. Sin embargo, funciona. No aplica, en estos casos, la lógica del pastorcito mentiroso. Evitaré entonces la sobrejustificación y diré con total convencimiento que seguramente estas son las elecciones de medio término, y en general, más importantes desde 1985.
La razón fundamental está en todos los diarios hace tiempo y es que los resultados podrían determinar que el nuevo mapa de bancas en el Congreso Nacional, tanto en el Senado como en Diputados, donde los números y los riesgos son distintos, uno de los poderes del Estado sucumba abiertamente frente a la voluntad y los impulsos del Ejecutivo. Debemos los ciudadanos argentinos que creemos en el estado de derecho y en la democracia, agradecer que el oficialismo no tiene quórum propio en Diputados porque esto evitó que se sancionara una nueva ley de superpoderes para el Ejecutivo nacional. Si el Gobierno consigue los dos tercios en el Senado en noviembre, seguramente avanzará sobre la reforma del Ministerio Público, debilitando la independencia de un organismo clave para la democracia y el respeto al imperio de la ley.
Las democracias capitalistas que más nos gustan tienen instituciones fuertes, división de poderes y estados que garantizan el respeto a la ley y el orden público pero que no avanzan sobre los individuos.
El silogismo es irrefutable: el deterioro de las fortalezas que balancean el poder impactan más temprano que tarde en nuestra calidad de vida, en nuestro presente y futuro. Las democracias capitalistas que más nos gustan, las que más envidiamos, tienen instituciones fuertes, división de poderes y estados que garantizan el respeto a la ley y el orden público pero que no avanzan sobre los individuos, sus libertades y no están todo el tiempo a punto de lesionar las instituciones u organismos que lo controlan o investigan. Más bien lo contrario. El riesgo es latente y real. El espacio político que gobierna la Nación prescinde del comentario de terceros, ha mostrado su ferviente voluntad autoritaria, estatista y antojadiza respecto de las limitaciones que impone la constitución o leyes generales. Por encima del proyecto no hay nada en su horizonte de sentido.
Una segunda razón es que las elecciones de medio término funcionan, y está bien que así sea, como evaluación de la gestión o como gran encuesta nacional en la cual el pueblo le dice al Gobierno: me gusta o no me gusta.
Si el “no me gusta” al Gobierno gana, la oposición en general sale fortalecida y crece inevitablemente la esperanza para los espacios no peronistas de retomar o reiniciar una experiencia de gobierno que permita pensar que una Argentina más próspera y capitalista es posible. Si el Gobierno es inteligente, del resultado también obtendrá conclusiones que le permitan mejorar su performance y tal vez renovar su esperanza de sobrevida en 2023.
El dialoguismo no puede ser el fin
La oposición de Juntos y Juntos por el Cambio repite la fórmula genética de la selección de su liderazgo que lo llevó a mantener el gobierno en la Ciudad de Buenos Aires, ganar la Provincia y también la presidencia. Pero en esta oportunidad se agrega al menú de opciones qué modelo de liderazgo opositor tendremos hasta 2023 y, quien sabe, se pueda vislumbrar si hay un renovado sentido común dentro de la coalición que surja de las urnas.
Siempre y en todo lugar, cuando el Gobierno es controlado por espacios políticos con tentaciones totalitarias, como el de la República Argentina en la actualidad, es tarea prioritaria de todo espacio opositor erigirse como un muro de contención para que el agua no llegue al río. Pero las responsabilidades de los espacios opositores con vocación mayoritaria y con estructura para asumir el gobierno son diferentes, y por diferentes quiero decir mayores. Dicho esto, como diría mi amigo Luis Novaresio, el gran desafío del espacio opositor, que posiblemente se comience a resolver con el resultado de la primaria, es entender que sus mayores responsabilidades frente a los trosquismos de la política, sean de izquierda o de derecha, no necesariamente deben empujarte a un centro político que te dejen en el mercado de indefinición.
Es difícil un país con reglas claras que se avergüence de postular sus valores.
Más concreto: el dialoguismo puede bajar los niveles de crispación en los cuales habitualmente el kirchnerismo parece sobresalir y que elegimos creer que la gente mayoritariamente deplora, algo que no se corrobora siempre en los turnos electorales; pero ese dialoguismo no puede ser el fin. No sólo que la inflexibilidad sobre determinados ejes cotiza siempre en alza, también resuelve problemas hacia la propia tropa que sabe qué esperar y hacia dónde vamos. Reafirmar valores y convicciones, además, parece estar pagando bastante bien en cuanto al caudal electoral en muchos países, algunos más cercanos y otros más distantes de Argentina. En nuestro país se dice con frecuencia que para que haya clima de negocios hacen falta reglas claras. Es difícil un país con reglas claras que se avergüence de postular sus valores.
Al mismo tiempo, reitero que se percibe en diversos procesos electorales de varios países que aquellos liderazgos que sin temores esgrimen en voz alta sus valores han generado un aluvión de votos. La gran coalición opositora tiene delante suyo, delante nuestro, la posibilidad de fortalecernos detrás de un gran frente con posibilidades de gobernar en 2023 y sólo cabe esperar que esta oportunidad llegue de la mano de valores más contundentes sobre la libertad, el crecimiento económico y la prosperidad.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.