LEO ACHILLI
Especial Elecciones

Economía débil,
partidos fuertes

Las elecciones llegan con la crisis y la pandemia sin terminar. En otros países eso se habría llevado puesto a los partidos políticos. Los nuestros, en cambio, están sorprendentemente fuertes.

Las PASO cumplen este año una década de uso. Pese al tiempo transcurrido, a buena parte de la dirigencia política parece resultarle extraña la utilización de esta herramienta. Lo mismo podría decirse de una parte de la prensa, que confunde las elecciones internas con fracturas partidarias.

Los días previos al cierre de listas mostraron en diversos espacios dramáticos llamados a la unidad para evitar la interna. A pesar de ello, este año, a diferencia de lo ocurrido en 2019, habrá –especialmente dentro de la oposición– un uso intensivo de las primarias para definir las listas legislativas que competirán en noviembre.

Salvo en Chaco, La Rioja y en Formosa, en todas las provincias habrá al menos un partido o coalición partidaria que tendrá PASO con competencia interna para definir sus candidatos legislativos (cabe preguntarse si tiene sentido realizar primarias obligatorias que no son tales en distritos en los que ningún partido o coalición tiene competencia interna). Juntos por el Cambio, cuyo nombre varía dependiendo del distrito, utilizará las primarias en 14 de las 20 provincias en las que competirá. El Frente de Todos, por su parte, sólo tendrá primarias competitivas en cuatro distritos (Corrientes, Misiones, Santa Fe y Tucumán).

La utilización de las PASO con competencia interna es sumamente positiva.

Por fuera de las dos grandes coaliciones partidarias de alcance nacional, otras fuerzas como el Frente Amplio Progresista de Santa Fe o el Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad, por mencionar dos ejemplos, tendrán también primarias con competencia interna.

La utilización de las PASO con competencia interna es sumamente positiva. De otro modo, si sólo viésemos listas de unidad en todos los distritos, cabría preguntarse qué sentido tienen las PASO y cuál es la gracia de obligar al ciudadano a concurrir un domingo a ratificar algo que ya ha sido definido a puertas cerradas por tres o cuatro dirigentes. O, para decirlo de otra manera, si a la dirigencia política tanto le gustan las listas de unidad, mejor dar de baja las primarias.

Las PASO, aparte de ser un instrumento para definir candidaturas y filtrar la oferta partidaria, otorgan una suerte de foto previa de la elección de noviembre. Una foto previa imperfecta, por cierto. Es usual escuchar que las tendencias observadas en la primaria se profundizan en la elección general. La evidencia para afirmar ello es insuficiente. La remontada de Mauricio Macri entre las PASO y las elecciones de octubre 2019 y la supervivencia de Sergio Massa, quien conservó en la elección general de 2015 el caudal de votos recibido en la primaria, más bien sugieren que, como les gusta decir a nuestros progres, “es más complejo”.

Termómetro social

Las primarias de septiembre, antes que predecir el resultado de noviembre, tal vez sean un buen termómetro para medir el humor social en este contexto tan particular que atraviesan tanto el mundo como nuestro país. La Argentina viene de una década de estancamiento económico, el cual se agravó en los últimos años, y especialmente desde el inicio de la pandemia.

Este marcado deterioro económico y social coexiste paradójicamente con una mayor institucionalización del sistema de partidos. Ello resulta sorprendente no sólo a la luz de nuestra década perdida, sino que también lo es de cara a lo que ha venido sucediendo en América Latina desde la segunda mitad de la década pasada. Sistemas de partido altamente institucionalizados han atravesado procesos bastante acelerados de desinstitucionalización. En aquellos países con sistemas de partidos débilmente institucionalizados ha sido aún peor, como lo muestran las recientes elecciones presidenciales en Perú.

La ciudadanía no sólo irá a votar en las PASO en medio de una situación signada por un marcado deterioro económico. Lo hará en medio de un contexto sanitario lejano de cualquier tipo de normalidad, sea esta vieja o nueva. Cabe preguntarse pues de qué modo procesará la ciudadanía la situación de incertidumbre sanitaria y deterioro económico y social a la hora de votar; con cuánto entusiasmo concurrirá la ciudadanía a las urnas. Sobre todo, cuánta gente irá a votar, dado que a fin de cuentas la pandemia está lejos de haber concluido y para cuando se realicen las PASO probablemente menos de la mitad del electorado habrá completado la vacunación.

Si PBA fuera la madre de todas las batallas en elecciones intermedias, Antonio Cafiero, Graciela Fernández Meijide, Francisco De Narváez y Sergio Massa habrían sido presidentes

Curiosamente, en el mundo de la anormalidad y la vida protocolizada que ha generado la pandemia del Covid-19, el cierre de listas transcurrió en absoluta normalidad. Muchos analistas y dirigentes ven a la PASO como una previa que anticipa el resultado de la general, a las elecciones de mitad de mandato como la previa de la presidencial y a la elección de provincia de Buenos Aires como la madre de todas las batallas. El círculo rojo actúa (y se equivoca) por seguir a pie juntillas estas premisas. Ya en condiciones normales estos lugares comunes llevan a pronósticos errados. Si fuera por la madre de todas las batallas en elecciones intermedias, Antonio Cafiero, Graciela Fernández Meijide, Francisco De Narváez y Sergio Massa habrían sido presidentes; Cristina Fernández de Kirchner no habría sido reelegida en 2011 y hoy en vez de Alberto Fernández, Mauricio Macri sería el presidente. Sería conveniente revisar pues la eficacia de estas premisas cuando la ciudadanía concurre a las urnas en un contexto bastante lejano a las condiciones normales de presión y temperatura.

 

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Ignacio Labaqui

Analista político y docente universitario.

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