IGNACIO LEDESMA
Entrevistas

Fabio Quetglas

El diputado de Jxc cree que la irracionalidad kirchnerista es minoritaria en la sociedad y sueña con la epopeya de una reconfiguración territorial.

El diputado nacional por la provincia de Buenos Aires Fabio Quetglas (Wilde, 1965) asegura que para superar las eternas crisis económicas de nuestro país es imprescindible una reforma estructural, y que no hay manera de hacerla si no es con acuerdos políticos. Confía en que la irracionalidad kirchnerista es minoritaria en la sociedad y propone una epopeya para el país: una reconfiguración territorial que descentralice la metrópolis ingobernable del Gran Buenos Aires y que haga florecer 200 ciudades medianas con alto nivel de vida, que tengan algo que ofrecerle al mundo, a la manera de la Generación del ’80 con la Pampa Húmeda. También hablamos sobre halcones, palomas, y la posibilidad de evitar el colapso económico que parece avecinarse.

En las últimas semanas se ha discutido aquí mismo en Seúl acerca de la batalla cultural contra el kirchnerismo. También hemos leído distintas posturas acerca de la necesidad, posibilidad o conveniencia de un diálogo político con el oficialismo en notas como la de Luis García Valiña o la de Alberto Föhrig. ¿Cuál es tu posición personal al respecto y cómo creés que debería actuar Juntos por el Cambio como coalición?

Por mis características personales, mis rasgos psíquicos si querés, voy a estar siempre a favor del diálogo. Y también como un rasgo alfonsinista siempre consideré a la política como un medio de construir instituciones, el marco en donde se deben dar un conjunto de conversaciones que enriquezcan nuestra apreciación de los problemas públicos. Para mí no se trata tanto de si debe haber diálogo sino acerca de qué y cómo queremos conversar. La idea de la Constitución como marco de la conversación pública se debe recuperar. Cuando un sector de la política, cualquiera sea éste, considera que los límites constitucionales son un obstáculo para su programa de gobierno, eso ya constituye un fracaso. Si sólo podés gobernar si tenés alineados a los 24 gobernadores, a las dos cámaras del Congreso y a la Corte Suprema, eso muestra tanto una pulsión autocrática como una impotencia.

Nuestro país necesita una conversación pública que parta de la base de que somos un país cruzado por una gran heterogeneidad y complejidad, y que debemos apuntar al nivel subóptimo porque nunca se va a poder aplicar un programa de manual académico. Entonces no se trata tanto de si somos halcones o palomas, porque si JxC ganara en 2023 con toda probabilidad tampoco esta vez tenga mayoría en el Congreso y el alineamiento de los agentes sociales. Tendremos que presentar algo que no sólo satisfaga las pulsiones de nuestros amigos o la mía propia.

La idea de que una mayoría social debe sostener durante mucho tiempo un programa de reformas es algo muy significativo. Podés tener el mejor programa, el más consistente intelectualmente, pero se necesita un conjunto de acuerdos políticos que se sostengan durante un período más o menos prolongado. Ése es el ejemplo de los países que tuvieron transiciones exitosas: Israel y su programa de shock estabilizador en la década de los ’80 fueron exitosos porque el programa tuvo el respaldo bipartidario (entre el Laborismo y el Likud) que aquí el Plan Austral por la misma época no tuvo. A mis amigos que me vienen con los programas más ambiciosos siempre les digo: “¿Podemos hacer eso en apenas un trimestre?”.

¿No te parecen entonces pertinentes las críticas (muchas de ellas seguramente hechas con el diario del lunes) que sostienen que el ritmo de las reformas emprendidas por Cambiemos a partir de 2015 fue demasiado lento?

Yo creo que más que lentitud hubo más bien algo de banalidad. En eso quiero ser muy riguroso. Creo que hubo un núcleo de dirigentes que creyeron que había cosas que en el pasado les habían pasado a los radicales y a los peronistas, y que a ellos no les iban a pasar. Que las restricciones externas o las leyes de la gravedad no iban a correr para ellos. Esa suficiencia con la que se actuó debería ser objeto de una profunda autocrítica. La expansión del gasto público que implicó la Ley de Reparación Histórica, que llegó a un punto del PBI habiendo heredado un déficit primario del 5% más un montón de muertos escondidos en el placard, ni siquiera sirvió en última instancia para reducir sustancialmente la litigiosidad. Esa no parece haber sido una decisión acertada. Tampoco la holgura fiscal que pasaron a tener las provincias a partir del famoso fallo de la Corte a poco de asumir Mauricio Macri se acompañó de un reclamo vigoroso de reducciones de impuestos como Ingresos Brutos. No me parece que haya sido entonces una cuestión de velocidad, sino de exceso de suficiencia.

Esto nos deja un aprendizaje importante, porque creo que muchos de esos funcionarios que actuaron así son excelentes técnicos, pero los problemas que teníamos que enfrentar eran objetivos. No es que la solución dependiera de quién se sentaba en el Banco Central. Podríamos haber traído a Paul Volcker que el nivel de la desconfianza de los argentinos por su moneda habría seguido igual. Si pudiéramos convencer a una parte significativa de la población de que no importa tanto si el Ministro de Economía es Sigaut, Pugliese, Kicillof o Dujovne, sino que tenemos el problema objetivo de que debemos exportar el doble de lo que exportamos, que eso es un problema de nuestra estructura económica, quizás así podríamos construir un diálogo que coloque en la agenda estos temas que deberían abarcar a cualquier oficialismo u oposición.

Desde luego que la responsabilidad del peronismo (y particularmente del kirchnerismo) en la erosión de la calidad institucional de la Argentina, de las prestaciones públicas, es muy alta, así como también el desmesurado incremento en el tamaño del Estado. Eso es indudable. Pero más allá de cualquier revisionismo para enfrentar estos problemas objetivos hacen falta acuerdos básicos. De hecho los problemas derivados de la restricción externa están golpeando ahora mismo al Gobierno.

¿Pero cómo se hace concretamente para convencer al peronismo de que esos problemas objetivos existen e incluso que los están sufriendo en el Gobierno? ¿Necesitan un nuevo rodrigazo, que vuele otra vez todo por el aire para tomar conciencia de los riesgos? Mientras pensamos en diálogos y acuerdos, el intendente de Ensenada parafrasea a Galtieri delante de la plana mayor del Gobierno en esa escenografía de unidad interna que salieron a exhibir el miércoles pasado.

Creo que en nuestro país el populismo tiene un enorme arraigo cultural. Tenemos populismo de derecha, gente que dice que puede arreglar la seguridad en un fin de semana tomando cinco decisiones. Tenemos populismo de izquierda, populismo para todos los gustos. Es algo que pasa en muchos otros países también. Hay una tendencia a encarar problemas muy complejos con recetas y simplificaciones.

Sin embargo, a mí me da la impresión de que no hay una gran mayoría social con aspiraciones irracionales. Aquí apelo a mi propia experiencia. He trabajado muchos años en materia de desarrollo local, los planes de desarrollo de las localidades, los presupuestos participativos, ese tipo de cosas. En mis 27 años trabajando junto a todo tipo de personas de todos los sectores nunca tuve que lidiar con un planteo trasnochado, alguien que quisiese transformar a su pueblo en el centro logístico del universo, por decir una locura. Sí quizás propuestas difíciles de realizar o muy caras en relación a los presupuestos, pero no algo lunático. Con esto apunto a que quizás nosotros le atribuimos al kirchnerismo todos los atributos de una minoría muy activa pero no tan representativa de la sociedad. Desde luego que esa minoría es un problema y está muy claro que estamos frente a un agotamiento de las respuestas populistas en la Argentina, lo cual espero que no desemboque en otro proceso demasiado traumático.

Eso abre otro desafío: la experiencia indica que es difícil en Argentina construir consensos reformistas en escenarios no catastróficos. La única manera de poder pedirle a la sociedad que siga remando en medio del océano, y es algo que quizás a JxC le falta, es poder mostrarle claramente el horizonte hacia el que queremos ir, cómo sería esa sociedad plural, innovadora, dinámica que imaginamos. Nadie da la vida por el equilibrio presupuestario o la profesionalización del sector público, en ningún lugar del mundo. Eso en todo caso son instrumentos, que desde luego los necesitamos. Pero los necesitamos para los objetivos reales, que son para mí que todas las personas salgan del ahogo de la politización de la vida cotidiana, que la gente pueda recuperar su vida, que no tenga que pensar todos los días si va a haber una devaluación, que pueda estar tranquila de que puede poner su ahorro en un plazo fijo sin riesgos porque hay una inflación del 2 o 3 % anual. Y que la persona que tiene un saber hacer que pueda pensar en cómo perfeccionarse, que pueda ser más eficiente, que podamos valorar el talento.

La economía es la suma de recursos más talentos más esfuerzo más instituciones. La política tiene que resolver las instituciones, tiene que decirle a la gente que tenemos que ser mejores, tiene que haber también un mensaje de esfuerzo porque estamos muy rezagados con respecto a nuestros competidores. Necesitamos una visión no ingenua, algo que yo suelo llamar la reforma territorial o la refederalización de la Argentina, lo cual consiste básicamente en darles mucho aire a dos sectores que por definición son descentralizados: la economía del conocimiento y la bioeconomía. Son las dos áreas en donde se puede agregar mucho valor, generar empleos y reconfigurar su territorio. Ésa es me parece la gran epopeya que JxC debería proponerle al país, la reconfiguración territorial. Si ahora la región metropolitana de Buenos Aires tiene 15 millones de habitantes, para el 2040 debería ser de 14 millones.

Ahora bien, aun sin saber si finalmente el kirchnerismo podrá evitar un colapso de la economía que muchos ven como altamente probable y mirando un poco más acá del mediano o largo plazo, ¿cuál debería ser la propuesta de JxC para poder ganar no sólo en 2023, sino también para enfrentar las legislativas subsiguientes en 2025?

Es cierto que las grandes crisis argentinas han puesto en evidencia el agotamiento de ciertos modelos. La derrota de Malvinas mostró el agotamiento del poder autoritario, la hiperinflación del ’89 y ’90 nos hizo entender que el modelo de empresas públicas deficitarias y corruptas tampoco podía seguir (más allá de que el radicalismo había anticipado esa situación y no había llegado la crisis que habilitara el permiso social para su reforma, además de que el propio peronismo se había opuesto antes de llegar al poder). Pero de todos modos nosotros tenemos que hacer todo lo posible por evitar esas grandes crisis. Cada una de ellas de movida implica diez puntos más de pobreza, además de la emigración, la destrucción de empresas, etc. En ese sentido nosotros estamos obligados a cooperar y a controlar, pero no para que el gobierno fracase. Yo creo que el gobierno está actuando terriblemente mal en muchas áreas, la propia gestión de la pandemia lo demuestra, mis observaciones al respecto tienen en realidad un sentido constructivo, son consejos de buena fe, si se quiere.

Pero así como creo que estamos obligados a colaborar también tenemos un mandato social de mantener unida a la coalición. Éste es el mensaje constante que me llega incluso al andar por la calle. Estamos obligados a presentar una respuesta unitaria, republicana y de calidad porque es también el mandato de nuestros votantes. Ellos nos exigen que no nos peleemos y que perfeccionemos la calidad de nuestras propuestas. Y nos exigen esto porque tienen un miedo legítimo a la tentación hegemónica del kirchnerismo. Las provocaciones sistemáticas del gobierno alimentan el miedo y el miedo no es un buen sentimiento para la política y el diálogo social, es mucho mejor reemplazarlo por la esperanza. Y para hacer esa transición del miedo a la esperanza sin una gran crisis que le libere las manos al sucesor voy a hacer una segunda referencia a Alfonsín en esta entrevista: hay que recuperar el rol de la pedagogía política. Nosotros le tenemos que explicar a la población por qué no es buena una crisis al mismo tiempo que la alertamos de que efectivamente estamos en una situación de precrisis, por qué nuestro programa de reformas es mejor que frases al aire, por qué Argentina podría aprovechar las muchas oportunidades que se abrirán en el mundo pospandémico. Nuestro país podría aprovechar el creciente endeudamiento en el que están incurriendo las naciones desarrolladas para aprovechar y resolver el propio. Probablemente haya una negociación de deudas públicas muy global. Claro que a cambio nos van a pedir como contraprestación ciertas cosas básicas en lo relativo a acuerdos políticos y calidad de presupuestos. Nosotros tenemos que configurar cómo vamos a responder a ese escenario pospandémico tratando de evitar una gran crisis. Ahí se pone en juego si somos los suficientemente persuasivos.

Pero incluso si el gobierno evitara esa gran crisis es probable que llegue a 2023 con todos los indicadores sociales y económicos mucho más deteriorados que en 2015. ¿Cómo haría JxC para hacer comprender en un escenario semejante algo tan básico como que el gas o la electricidad hay que pagarlos por lo que valen?

Es complicado, efectivamente. Hay una frase que recuerdo de Ernesto Sanz que decía que el populismo es como criar a un chico dándole caramelos. Creo que habría que proponer ciertos modelos que hagan entender el costo y la finitud de los recursos. En otras partes del mundo, por ejemplo, el consumo de agua puede ser barato hasta cierto nivel, pasado el cual se vuelve muy caro. Esa podría ser una forma. La idea de que los recursos son caros y escasos, que deben ser manejados con austeridad es una noción que debe recuperarse definitivamente. Hay que decir que todo derroche implica una generación de pobreza. Tenemos que decir que el Estado está obligado a generar bienes públicos de calidad porque son igualadores (educación, infraestructura de calidad) pero que cada vez que el Estado derrocha se genera pobreza. A partir de ahí se pueden abrir otras conversaciones: la profesionalización del Estado, la descentralización o incluso su tamaño, pero que debe ser siempre de calidad.

Una cosa que demostró la pandemia es que el tamaño del Estado sí importa en muchas cuestiones, pero en definitiva frente a un hecho imprevisto o inusitado lo que tenés que tener es un Estado de calidad que administre bien los datos, que planifique bien, que tenga calidad científica. Los ejemplos de buena gestión de la pandemia están muy cruzados con los de buena calidad estatal: Israel, Corea del Sur, etc. Vuelvo entonces a esta cuestión que tanto me ocupa de la reconfiguración territorial. Así como la etapa de la organización nacional de la Generación del ’80 vinculó a la Pampa Húmeda con el mundo y sus cadenas de valor globales, recibiendo recursos de todos tipo y elevando sus estándares de funcionamiento, hoy Argentina debe hacer ingresar a todo su territorio a las nuevas cadenas de valor globales para elevar no sólo nuestra rentabilidad sino también el estándar de funcionamiento. Es la manera de que todos nuestros recursos humanos, productos y servicios alcancen otro nivel de calidad, que se incorpore otro nivel de tecnología. Esa sería en definitiva la posibilidad que nos permitiría reconfigurar nuestro territorio de una metrópolis casi ingobernable rodeada de grandes extensiones vacías a un país de 200 ciudades medianas de 100 o 150 mil habitantes con alta calidad de vida y altas prestaciones económicas, ciudades capaces de colocar valor en el mundo y que con esa rentabilidad sean capaces de mejorar su calidad y su estatus cívico y social. Yo creo que eso es posible porque ya lo hicimos una vez y porque la pospandemia nos abre una nueva oportunidad de hacerlo.

 

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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