Sobre “La memoria obligatoria”, de Juan Villegas
Hola, quería hacer un comentario sobre tu artículo. Hay un punto que sería interesante desarrollar cuando hablás de cómo se clasifican los crímenes de la guerrilla. Los que se cometieron durante la dictadura de Onganía y de Videla están cubiertos, al menos constitucionalmente (moralmente, cada uno tendrá su opinión), por el artículo que permite alzarse contra un gobierno instituido por la fuerza. Quedan los que se cometieron en tiempos del peronismo del ’73–’76. Frecuentemente, los mismos que repudian el autoritarismo endémico del peronismo a la hora de alinearse políticamente, descalifican los crímenes cometidos por la guerrilla en el período ’73–’76 por haber sido realizados contra un gobierno constitucional. Ahí habría que complejizar el tema. Como se puede leer en el libro Perón y la Triple A, de Sergio Bufano y Lucrecia Teixidó, los crímenes de la Triple A comienzan con Perón en el poder, ya en 1973 (septiembre, bomba en el auto del senador radical Hipólito Solari Irigoyen). Es complicado entonces decir que fueron realizados durante un gobierno democrático.
Dicho todo esto, y volviendo a tu artículo, un par de comentarios: seguir defendiendo acríticamente el número de 30.000 es una locura propia de muchos de nuestros debates. Aunque no podemos establecer un número, lo más aproximado a un cálculo racional es el número obtenido por la CONADEP.
El otro punto es que no estoy para nada convencido de que los que se embanderan con la defensa de los derechos de las víctimas de la guerrilla sean mayoritariamente defensores del camino de justicia para los crímenes de lesa humanidad. Obviamente muchos sí lo son, pero hay mucha derecha bien reaccionaria dentro de ese grupo.
Saludos y gracias por el artículo,
–Andrés Vasiliadis
Sobre “Mi mamá tenía razón”, de Fernando Iglesias
Inspirado en el artículo de Fernando Iglesias sobre su madre gallega y antiperonista, va mi recuerdo personal, envuelto en un interrogante sin respuesta.
Recuerdo perfectamente junio de 1955, viendo desde la terraza de mi casa en Barracas, cerca del Parque Lezama, pasar los Gloster Meteor que iban o venían de bombardear Plaza de Mayo.
El mío era un hogar peronista. Al menos mi padre, vinculado a Racing e indirectamente al poder, cuando fue vicepresidente y lideró la construcción del estadio en Avellaneda y la academia fue tricampeón en 1949, 1950 y 1951. Al lado de mi madre, a ojos de hoy, sería un conservador popular, a lo Vicente Solano Lima o Alberto Barceló. Ella, en cambio, era apasionadamente peronista. Peronista de Perón. Del hombre fuerte que se ocupaba de levantar a los caídos, según decía.
Al mismo tiempo me enseñaba que todos, blancos, negros y judíos, éramos iguales y así debíamos tratarnos. Leía El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, y Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Tenía todos los tics. No le gustaban los ingleses, decía que Borges no era un escritor argentino, se consideraba una maestra de Yrigoyen.
No era para nada desinteresada de la politica, sino que se involucraba apasionadamente, y en las reuniones familiares chocaba frecuentemente con su hermano, su consuegra, mi hermana mayor y su joven marido, y hasta mi abuela, todos antiperonistas en aquellos años iniciales del primer peronismo.
Yo viví esos momentos sin mucha conciencia política y como algo natural, y fui a dos excelentes colegios, un primario británico doble turno, privado, y al Nacional Buenos Aires. Paradójicamente, fue mi madre quien me mandó a ambos, como a mi hermana al Lenguas Vivas.
Y educarme así, aprender historia inglesa y ser un muy buen alumno de un colegio jacobino como el Buenos Aires, forjaron en mí posiciones más de izquierda en los ’70, que evolucionaron en los ’80 y ’90 hacia la socialdemocracia y a mi liberalismo actual, de sociedad abierta, popperiana.
En un viaje iniciático a Estados Unidos en 1971 como becario de la Fundación Universitaria del Rio de la Plata (FURP), y en lecturas y experiencias posteriores como la gesta alfonsinista, descubrí la gloriosa Revolución inglesa y la importancia de la ley, las instituciones y el Estado de derecho, ya recibido de abogado en la UBA.
Dicho esto y luego de tantos años, me sigo preguntando por esa firme posición ideológica de mi madre, que en cada elección hasta 1997, cuando murió, me recordaba y pedía que votara al peronismo. Y que si hubiera conocido al kirchnerismo, seguramente no hubiera dudado en apoyarlo como una cabal militante K.
En aquellos años, muchos amigos o compañeros de estudios eran peronistas de hogar antiperonista.
Mi caso, exactamente el contrario, era prácticamente único, y la pregunta sobre mi queridísima madre nacional y popular sigue vigente y sin respuestas para mí.
Como lo era su sorpresa ante mi eterno voto no peronista (salvo en el ’73, cuando sumé para el inevitable éxito de la fórmula Perón–Perón con bastante más del 60% en primerísima vuelta). Y, finalmente, como la gran incógnita de mi Argentina querida, tan llena de brillanteces y miserias, de inexplicables contradicciones que le fueron impidiendo ser y concretar toda su potencialidad, humana y material. Siendo constantemente dos países, dos culturas en oposición, que es mucho menos que ser un gran pais.
Saludos cordiales,
–Rodolfo Lira
Sobre “¿Qué es la paz social?”, de Alejandro Bongiovanni
Es extraño leer a gente que sabe mucho, pero que en algún lado se pone en modo intuitivo 100%.
No soy un experto en cambios organizacionales, pero lo que he leído es que no hay posibilidades de cambios si no se le da bola a la cultura de las organizaciones. Ese concepto –cultura–, que engloba los artefactos (ambiente de trabajo, ritos, simbolismo, etc) de las instituciones/organizaciones, preferencias básicas (lo que se cree), paradigmas.
Todo proceso de cambio debe pensar en esas dos esferas que posee una macroorganizacion, como lo es el Estado nacional, provincial o el PAMI. Ese sistema socio–técnico. Los planes de gobierno en general están orientados a la parte técnica y hay nulo o escaso desarrollo de la parte social de las instituciones.
Hay trabajos que describen la experiencia del intento de aplicación del New Public Management (NPM) en el Estado en la época de Menem. Se destruyó una burocracia clásica que aún ni estaba desarrollada y el modelo de injerto no prendió, porque sólo estaba basado en miradas técnicas. ¿Qué pasó? Ni burocracia clásica, ni NPM. El peor de los mundos para cualquier gestión que intente mejorar algo. De una cultura apática, se paso a una cultura atómica.
Lo mismo pasa con los partido políticos como macroorganizaciones. No se ha podido modernizar a las nuevas necesidades sociales. Sólo se adaptan a las demandas más gritonas, y a medias. Cero cambios trascendentales. En su mayoría, sólo planes de la coyuntura electoral. Y así vamos desde Juntos por el Cambio discutiendo a ver quién es más macho alfa o líder sadomasoquista para destruir o negar al que es nuestro oponente. Y eso que casi soy un antipersonista genético, me cuesta no poder evolucionar y tratar de ser un mejor político que logre transformar una necesidad de cambio en una demanda mayoritaria. Porque creo que el populismo es parte muy preponderante de la cultura hasta de los propios, que creen en los pasos que el populismo tiene para crear una parcialidad social como si fuera todo el pueblo (“totalidad fallida”).
1. Crear una frontera antagónica clave para que defina quiénes son los enemigos. Es decir, los antipatrias, cipayos. El diferente, es decir.
2. Crear, en función de la frontera antagónica, el “pueblo” que puede ser el repertorio donde entran todos los que no son enemigos pero que tienen algo en común que los une (“equivalencias flotantes”). El pueblo es el significante vacío que convoca a todos los que no se quieren parecer a los cipayos o vendepatrias. Es decir, así constituyen su “pueblo”.
3. El tercer paso es que el líder, por un proceso que denominan “investidura radical”, se trasforma en el pueblo (“Evita es pueblo”).
¿Se puede cambiar una cultura que tan mal nos hizo siguiendo el mismo camino de construcción de hegemonía totalizante y poniendo todo arriba de una persona que vaya para adelante sin miramientos? Yo creo que no.
Creo que en el origen está la clave del cambio. Por eso es importante tratar de sacar de nuestras lógicas lo que tenemos intuitivamente en nuestra cultura politica populista que nos trajo acá.
Creo que la construcción del poder político debe ser realizada con otra lógica que no sea populista. Eso implica un trabajo intelectual y emocional muy diferente al que se plantea en esta nota atacando a Rosendo o la designación de Maffia. Me parece que este es un camino tecnocrático que no contempla muchas aristas, que la sociedad política y la sociedad en general no lo entienden y por ende no lo van a acompañar. Y lo deben acompañar si queremos que realmente se cambie.
Muchas gracias,
–Sergio Wisky
Qué buen disparador para la discusión pendiente. Aunque personalmente me gustaría alguien un poco menos agresivo que Patricia y un poco más decidido que Horacio, tiendo a coincidir con los planteos de Bongiovanni… hasta unos pasitos antes del final (salvo, un poco en broma otro en serio, sobre Tenembaum: si no nos critica Corea del Centro, ¡revisemos lo que hacemos!).
Es 100% real que aún lo más consciente del periodismo y el mundillo que lo revolotea sigue capturado por el miedo escénico que durante dos décadas le inyectó el kirchnerismo. Palabras como orden, represión, ajuste, etc, hacen temblar los labios de quienes a diario revelan las inacabables groserías políticas de los K.
Por eso, bienvenido el planteo. Ojalá se recoja el guante y se discuta hasta saldar la deuda.
–Enzo Prestileo
Sobre “El colapso moral de Amnesty”, de Alejo Schapire
¡Hola! Muy bueno lo que hacen, ¡los felicito!
Sólo quería comentarles algo que me pasó con Amnesty a través de Instagram que me llamó la atención. Ellos usan en sus publicaciones el “lenguaje inclusivo”. La verdad que para ser una cuenta oficial y de tanta influencia, no me pareció adecuado su uso, lo que me llevó a expresarlo en comentarios. Les comparto las respuestas que obtuve, para que saquen sus propias conclusiones.
Otro punto que me parece importante recalcar de esta cuenta que habla continuamente de inclusión, es que sólo se refieren a la comunidad LGBTIQ+. Jamás leí que hablen de inclusión considerando a las personas con capacidades diferentes; ellos parecen olvidados.
Espero les sirvan mis aportes.
¡Saludos y buen domingo!
–María Florencia Haro
Sobre “Argentina, país sub-narrado”, de Hernán Iglesias Illa
El newsletter de Hernán retoma un conversación abierta hace ya mucho tiempo por quienes creemos que a) es necesario construir un nuevo relato hegemónico que termine por derribar el languideciente relato K, y que para eso resulta ineludible b) disputar la narración sobre nuestro pasado próximo y lejano. Mientras el primer enunciado es defendido por casi todo el espectro social y político que está dispuesto a dar la batalla cultural, no todos coinciden en que la disputa del pasado sea una herramienta útil en tal empresa. De hecho, a gran parte de la usina de ideas de Junto por el Cambio parece incomodarlo moverse en el terreno de las interpretaciones de la historia argentina.
Profundizar esa conversación es particularmente relevante este año. A diferencia de las últimas contiendas electorales, quien se alce con la victoria en diciembre obtendrá, además de un mandato de transformación política y económica, un mandato de cambio cultural. Es evidente que el mundo de ideas, valores e intereses que mueve a la nueva juventud (pongámosle, caprichosamente, 16-29 años), que transcurrió casi toda su vida consciente con algún tipo de restricción estatal —cepo, cuarentena, importaciones—, es bien distinto de aquel surgido a partir de la implosión social de 1998–2002. Si el Estado va a intervenir para complicar y desordenar la vida de los ciudadanos, mejor que intervenga poco.
Por supuesto que la tarea principal del próximo gobierno es lograr, desde los hechos, canalizar esas nuevas demandas: un Estado ágil, eficiente, moderno y sustentable que provea bienes públicos de calidad y permita encarrilar al país en el sendero al desarrollo sostenible. Para eso, sin embargo, es crucial romper varios consensos que moldean un sentido común nacional marcadamente iliberal: la desconfianza al mérito, a la responsabilidad individual, al pequeñoburgués, al comercio, al que en este tremendo país logra hacer guita. Allí es donde, creo, la historia argentina puede ser un aliado valioso para construir una nueva narrativa hegemónica que respalde, sostenga y dé sentido a los profundos cambios que se llevarán a cabo en el país.
Pero hacer esto no es tarea sencilla. El hilo de ideas de Hernán es un buen diagnóstico al que no se le sigue una propuesta. El kirchnerismo fue muy hábil en narrar una historia argentina que sintoniza de forma perfecta con sus visión de país: en Caseros ganó el bando equivocado y estamos acá para revertir esa injusticia histórica. Bajo ese postulado, plagó la televisión y las computadoras de producciones audiovisuales de mayor o menor calidad. Pignas, O’Donnells, Sztajnszrajbers, todos contribuyeron en su medida a forjar la nueva historia oficial y a difundirla a través del aparato de propaganda estatal.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Desarmamos el aparato de propaganda con base en nuestra aspiración de modernidad y transparencia? ¿O lo utilizamos para inundar YouTube, TikTok, Instagram y las plataformas de streaming de documentales y películas que retomen la historiografía liberal, o al menos maticen los últimos embates revisionistas? ¿Establecemos nuevas fechas nacionales (3 de febrero, 10 de diciembre, 14 de junio) y desestimamos otras (24 de marzo, 2 de abril, 20 de noviembre)? ¿Promovemos la reflexión conjunta a través de jornadas sobre la historia argentina? ¿Volvemos a poner a los simpáticos animales en los billetes? ¿O sacamos a Ramón Carrillo y le devolvemos el valor nominal noventista a Bartolomé Mitre? ¿Renombramos al CCK y le ponemos CCB? ¿Vuelve la calle Cangallo? Son dudas y meditaciones sinceras sobre las que todavía no tengo respuesta.
Un último comentario. Creo que la historia argentina nos puede dar soluciones y esperanzas allí donde parece no haber un futuro posible. Durante los últimos años tuve la oportunidad de vivir y estudiar en varios países de Europa. Siempre decidí volver, por múltiples motivos, pero siempre bajo la seguridad de que nuestro país –donde quiero envejecer– puede ser un gran país. ¿De dónde saco esa certeza? De la historia. No es que queremos transformar Uganda —con el mayor de los respetos— en un país europeo; queremos hacer que Argentina sea lo que alguna vez fue: un país con salarios mundialmente competitivos, con bienes públicos de calidad, con libertad, responsabilidad y ascenso social, con una cultura de vanguardia, con menos pobreza y mayor igualdad, con seguridad, con tranquilidad.
–Santiago García Vence
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