ZIPERARTE
Domingo

¿Qué es la paz social?

No es negociar con todos a cambio de orden. Es restablecer la legalidad.

Ya sabemos lo que se viene. El 11 de diciembre empezarán el ruido y la furia. Lo avisa el diputado Eduardo Valdés (“Si la oposición toma el gobierno, habrá convulsión social”). Lo avisa el precandidato a la presidencia Juan Grabois (“Hay algunos gauchos y gauchas acá que estamos dispuestos a dejar nuestra sangre en la calle”). Lo avisan los bien organizados disturbios en Jujuy, un ejercicio de calibración de fuerza, la calistenia previa al caos.

Si algo quedó muy a la vista con este gobierno, acaso el peor desde la restauración democrática, es que no son causas objetivas –índices de inflación, pobreza o inseguridad– las que generan revueltas sociales y hacen tambalear gobiernos. Las calles se incendian cuando el peronismo prende el fósforo. La causa de fondo, en su razonamiento, es que todo gobierno no peronista carece de verdadera legitimidad popular: tiene un vicio de origen, merece ser acorralado. Con Mauricio Macri, no obstante, se quedaron con las ganas. Las marchas del 41% en las postrimerías del gobierno de Cambiemos insuflaron un espíritu que hizo resistir a la ahora oposición durante estos cuatro larguísimos años. Hoy, a pesar del curioso antimacrismo que muestran algunos de sus dirigentes, Juntos por el Cambio tiene grandes chances de retomar el sendero iniciado en 2015 y volver a gobernar.

En este escenario, el kirchnerismo, si bien ya discurre entre sibilancias y frases que suenan a viejo, mantiene un hipnótico poder en una buena porción de la población y va a intentar hacer imposible la tarea al próximo gobierno. En tándem con la izquierda de ideas viejas pero comunicación moderna que encarna Juan Grabois, serán un combo que promete tiros, líos y cosa gorda.

Desde esta humilde parrafada me animo a sugerir algunas mínimas reflexiones para encarar el 11 de diciembre.

La paz social no es un “¿se lo cuido, jefe?”

La semana pasada un periodista le preguntó a Patricia Bullrich cómo pensaba asegurar la “paz social” si no estaba dispuesta a hacer acuerdos. Es tal el nivel de delirio al que nos han acostumbrado cuatro mandatos kirchneristas que hemos naturalizado pagarle tributo a ciertos individuos y organizaciones para que no muevan ejércitos de personas convocándolas al caos. Pero lo peor de todo es que llamamos a eso “paz social”, cuando no es más que un pago que hacemos para no sufrir una agresión. Es como la seguridad que te provee el trapito, una seguridad contra la violencia que él mismo promete: no te raya el auto si le pagás. Creo que hacen muy bien los dirigentes que le dicen basta a esta extorsión. La prioridad es el restablecimiento del orden, no la paz social, que se dará por añadidura y será verdadera sólo cuando la ley se haga respetar. La paz social real es el orden legal socialmente respetado y enforzado por las fuerzas de seguridad.

Reestablecer la legalidad en este país al margen de la ley no será tarea fácil y va a tener costos muy altos. Asumámoslos de antemano. Y quien no tenga el estómago para enfrentar a los trapitos, quien crea que el único norte debe ser la gobernabilidad tarifada, pues que considere al candidato que mejor se entiende con los trapitos: Sergio Tomás Massa. El que quiera acuerdos y rosca con quienes detentan los bidones de nafta y los fósforos, va a poder meter la boleta del actual ministro de Economía, quien armó la mesa más grande posible, con gobernadores, empresarios, sindicatos, medios, PJ que come con cubiertos, PJ que come con la mano, el FMI y miembros de la Iglesia. Voten ahí si quieren la paz del cementerio. Otros preferimos el cambio en serio, aunque venga con piedrazos. O, como dijo la diputada del Partido Popular español Cayetana Álvarez de Toledo: entre la sumisión y el conflicto, elijamos el conflicto.

El 11 de diciembre, si JxC gana la elección, tiene que ser el día de ‘me importa un carajo lo que diga el kirchnerismo”.

Hay que reconocerle al kirchnerismo una habilidad increíble para psicopatear. Ellos pueden decir que dos más dos es cinco, que son oposición cuando son gobierno, que son feministas cuando esconden abusos y femicidios, que están juntos cuando se están matando, que hay menos pobreza que en Alemania o lo que se les ocurra. Son una aceitada máquina de relatos inverosímiles que, sin embargo, se animan a poner a la defensiva a la oposición. Y lo han hecho durante mucho tiempo.

El 11 de diciembre, si JxC gana la elección tiene que ser el día de “me importa un carajo lo que diga el kirchnerismo”. Dejémoslos hablando solos. No son interlocutores válidos. No cumplen ningún requisito para un diálogo democrático. No hay zonas en común, ni intereses convergentes. Son una armada movida por el autoritarismo, la ambición y sostenida por mentiras evidentes. No perdamos más el tiempo con ellos.

Pero tal vez dejar de lado al kirchnerismo sea más fácil que soltar esa tendencia que tienen muchos dirigentes de JxC de escorar hacia babor. Y es que de este lado tenemos demasiados referentes y militantes que creen que ser “izquierda friendly” es una especie de cucarda moral y hacen virtue signaling mostrando supuesta apertura. “Miren todos, tengo amigos de izquierda”.

De este lado tenemos demasiados referentes y militantes que creen que ser “izquierda friendly” es una especie de cucarda moral.

Un ejemplo: que el jefe de Gobierno y la ministra de Educación pongan a la inteligente e ideológicamente trasnochada intelectual de izquierda, Diana Maffia, como coordinadora general del material guía para el nivel inicial, primario y secundario es un esperpento. No sólo por el hecho de que los materiales terminan mostrando ridiculeces como que “cuando decimos «vamos a la casa de los abuelos» refiriéndonos a la abuela Nilda y el abuelo Lorenzo, estamos invisibilizando a la abuela Nilda”, sino fundamentalmente porque estamos alimentando a la oposición interna a nuestras ideas y proyecto de país. Algo que del otro lado, razonablemente, jamás permitirían.

Otro ejemplo: el joven y exitoso streamer militante de JxC Rosendo Grobocopatel le hace una nota llena de buena onda y centros a Juan Grabois. ¿Por qué? Supongo que porque queda bien. Es cool y se celebra en Palermo Sensible. Grabois habla en la nota sobre “el asesinato de Maldonado durante el gobierno de Macri” y el pibe lo trata bien. Es de locos. Esa arista culpógena de JxC es algo que hay que soltar antes del 11 de diciembre. Como dice genialmente Daiana Molero, precandidata a diputada: hagamos lo que hagamos con ellos, igual no nos van a querer.

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Va una rule of thumb en este sentido: si Grabois nos acepta un café es porque estamos haciendo las cosas mal, si Ernesto Tenembaum no nos critica es porque estamos haciendo las cosas mal. Si Amnistía Internacional, el CELS, el colectivo de actrices, las cooptadas organizaciones de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Greenpeace y el resto de orgas de izquierda no nos enfrentan es porque estamos haciendo las cosas mal.

Celebremos la grieta

Como se ha dicho en este espacio editorial –que nace justamente como reacción al coreacentrismo–, el discurso antigrieta es también un discurso de grieta. La grieta que propone el discurso antigrieta pretende separar a los buenos que buscan superar las divisiones de los malos que –demasiado ideologizados, demasiado extremistas o demasiado oportunistas– siembran el odio y se aprovechan de él.

Es muy curioso que el término “extremo” sólo pueda utilizarse para la derecha. Nadie presenta a Grabois como de extrema izquierda a pesar de sus propuestas extravagantes y su violencia apenas velada. Aún más, nadie habla de Solano, Bregman o Del Caño como referentes de la ultraizquierda, cuando sus proyectos requieren necesariamente cargarse a la Constitución Nacional. Lo extremo, lo antisistema, lo peligroso sólo puede ser la derecha. Y la derecha es aquello que la izquierda tilde como derecha. Esto es una tomada de pelo.

Volviendo al punto. No hay nadie ni por asomo “extremo” en Juntos por el Cambio. Todos los referentes se mueven dentro de la circunferencia de la democracia y, si bien con profundas diferencias de propuestas y de personalidad, nadie puede ser catalogado de antisistema. No obstante, el discurso antigrieta busca colgar el mote de extremista al ala “halcona”, con miras de asustar al electorado propio, buscando por ejemplo igualar a Patricia Bullrich, una dirigente seria y con vasta trayectoria, con Javier Milei, el caótico emergente del enojo y el fastidio social.

Milei es más un herbicida que una semilla. Tenemos que aprovechar su tarea de limpieza del campo y sembrar arriba con democracia liberal y racional.

Yo soy de los que creen que lo de Milei es saldo positivo pese a su patente inmadurez política y emocional y al hecho de que su armado político –salvo honrosas excepciones– haya sido obtenido en el outlet de Massa. Lo cierto es que obtuvo un éxito sin igual en faltarle el respeto a la izquierda. Y al final del día, la izquierda es solamente eso: un halo de falsa moralidad, bonhomía y hasta, vamos, pretendida superioridad intelectual. Con sus brutales excesos, irracionalidades y no pocas contradicciones, lo cierto es que Milei destruyó buena parte del capital simbólico que, a pesar de sus fracasos recurrentes e inevitables, la izquierda siempre lograba mantener. Dicho esto, Milei es más un herbicida que una semilla. Tenemos que aprovechar su tarea de limpieza del campo y sembrar arriba con democracia liberal y racional.

Como dije antes, hoy buena parte de la sociedad y de la dirigencia empuja el tren para el lugar correcto y se ha vuelto inmoderada contra algunas vacas sagradas del kirchnerismo y de la patria corporativa. No sabemos con cuánta intensidad ni cuán duradero será el fenómeno, pero es un activo inestimable. Cerrar la grieta sería retroceder lo avanzado.

 

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Alejandro Bongiovanni

Diputado nacional.

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