En el newsletter #4, hace ocho meses, hablé de la revista Sight & Sound y recordé que este año se vendría la encuesta de todas las décadas sobre las mejores películas de la historia. Más allá de todas las objeciones, tan razonables como obvias, de que no se puede poner en un ranking al arte y bla bla bla, la lista resultante es una buena foto del canon del momento. Y ver los pequeños cambios en el Top 10 a lo largo de las décadas es un lindo ejercicio.
Por lo pronto, pasaron dos cosas esperables. Primero, entró la mayor cantidad de películas nuevas desde la lista de 1972: cuatro, sin contar Cantando bajo la lluvia porque ya estuvo en las listas de 1982 y 2002. Segundo, de esas cuatro, dos son dirigidas por mujeres: Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975) y Bella tarea (Claire Denis, 1998). El extra no tan esperable: Jeanne Dielman quedó primera.
Las películas de Akerman y Denis habían sido las únicas dirigidas por mujeres en la lista de 100 de 2012. Este año hubo nueve más. Y también, como era de esperar, creció considerablemente la cantidad de películas dirigidas por negros: una sola en 2012, siete este año. La diversidad es bienvenida hasta que vemos cuáles son algunos de esos títulos: Portrait of a Lady on Fire (Céline Sciamma, 2019) o Moonlight (Barry Jenkins, 2016) parecen figurar solo para llenar el cupo. Por otra parte, sorprende que recién este año hayan entrado Cléo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962) y Haz lo correcto (Spike Lee, 1989).
Sé que al lector de Seúl no le gusta mucho lo que suene a “acción afirmativa” y a mí en abstracto tampoco, pero es imposible no pensar que la ausencia de Cléo de 5 a 7 en las ediciones anteriores no se deba a otra cosa que a machismo: en 2012 hubo seis películas de la nouvelle vague, ¡cómo no va a estar Cléo de 5 a 7! (Aprovecho y te informo que la podés ver en Qubit.)
Entonces, si el precio para no dejar afuera a grandes películas dirigidas por personas con vagina o con alta densidad de melanina en la piel es que se cuelen La lección de piano o Get Out, pues no parece grave. Y, por otra parte, el deseo-vaticinio de David Thomson se cumplió a medias: si bien El padrino II desapareció de la lista, El padrino subió del puesto 21 al 12. Se lo dedicamos a Mama Corleone.
Paul Schrader, un amigo de este newsletter, se refirió al primer lugar de Jeanne Dielman:
Durante 70 años, la encuesta de Sight & Sound fue una medida confiable de las prioridades y el consenso de la crítica. Algunas películas subían lugares, otras bajaban, pero tomaba tiempo. La repentina aparición de Jeanne Dielman en el primer lugar debilita la credibilidad de la encuesta. Parece fuera de lugar, como si alguien hubiera puesto un dedo en la balanza. Cosa que sospecho hicieron. Como señaló Tom Stoppard en Jumpers: en la democracia no importa quién recibe los votos, importa quién los cuenta. Al ampliar la comunidad de votantes y cambiar el sistema de puntuación este año, la encuesta de S&S no refleja un continuo histórico sino un reajuste políticamente correcto. La película de Akerman es una de mis favoritas, una gran película, una película fundamental, pero su inesperado primer lugar no la favorece. Jeanne Dielman no será recordada de aquí en más solo como una película importante en la historia del cine, sino también como un hito de revaluación distorsionada woke.
A mí también me parece fundamental Jeanne Dielman. De hecho, ha sido mentada en este newsletter. Pero algo de razón tiene el viejo Paul.
El tema woke y la cultura de la cancelación son centrales en una de las películas que suenan fuerte para la temporada de premios (por lo pronto, me atrevo a decir que Cate Blanchett tiene el Oscar asegurado). Se trata de Tár, que tiene fecha de estreno en Argentina para el 9 de febrero pero ya se consigue por carriles non sanctos. El director es Todd Field, un californiano de 58 años que dirigió solo dos películas antes, In the Bedroom (2001) y Little Children (2006, se puede ver por HBO Max con el nombre de Secretos íntimos), y trabajó un tiempo en una ambiciosa adaptación para TV de la novela Pureza, de Jonathan Franzen, que nunca se llegó a concretar. Las películas no las vi.
Tár me gusta más cuanto más la pienso. Su protagonista es una prestigiosa directora de orquesta, Lydia Tár (Blanchett), que está preparando una grabación en directo de la Sinfonía Número 5 de Mahler con la Filarmónica de Berlín. Está casada con una violinista, con la que adoptaron una pequeña niña inmigrante. Lydia es la primera mujer en dirigir la Filarmónica y también preside una fundación que otorga becas para músicas mujeres.
Hasta acá uno podría pensar que es el ejemplo perfecto de feminista, pero ya desde la primera escena, en la que es entrevistada por Adam Gopnik as himself en un festival, una escena larga y en la que ya vemos que los diálogos y el laburo de Blanchett serán superlativos, Lydia se muestra como una mujer a la que no le interesa para nada su rol de mujer y parece incómoda cada vez que su interlocutor señala que es la primera mujer en esto, que no muchas mujeres llegaron al lugar al que llegó ella y demás.
Después, durante una clase en Juilliard, discutirá con un alumno negro que dice que no puede tocar Bach porque no está interesado en los “varones blancos cis”, en una escena también larga, algo teatral, que me hizo pensar que la película era un poco bajalínea, cosa que nunca me gusta aunque la línea que baje me resulte simpática, como es el caso.
Pero Lydia Tár no solo es anti-woke. Aparentemente, también se ha comportado al menos no del todo bien con mujeres jóvenes que fueron subalternas. Y la película consiste en dos horas con 40 minutos de su camino a la cancelación.
Field toma algunas decisiones curiosas (esas que al principio me hicieron dudar, pero me gustan más con el tiempo). La más polémica es que no muestra jamás las transgresiones de Lydia. Podemos ver que no es muy simpática, que puede ser hiriente, que infringe todas las reglas de la corrección política, y sabemos también que tuvo un conflicto con una asistente, pero no sabemos exactamente qué pasó. Vemos que selecciona a otra violonchelista joven y bonita con la que parece obsesionarse y también tiene una actitud al menos polémica con una bully compañera de la hija. Sabemos que está en la cuerda floja por todo eso, aunque no hubiera hecho nada más. Pero no la vemos hacer nada más.
El resultado no es una película de índole policial ni de dilema moral, del estilo “¿culpable o inocente?”. Al fin y al cabo, no importa tanto. Y quizás, aun si conociéramos los hechos, no estaría tan claro. La sensación que me había dejado la escena de Juilliard se desvaneció. Por supuesto: la ambigüedad no sería tal si Lydia fuera un varón heterosexual. Esa es, quizás, la pequeña trampita de Todd Field (varón heterosexual).
Otra decisión extraña está en la presencia de diversas escenas o subtramas que no parecen tener relación con la historia principal. Una vecina con problemas mentales o el aparente ataque sexual del que es testigo (auditivo, claro) en un bosque. Lydia está corriendo al anochecer y escucha, entre los árboles, los gritos de una mujer. Trata de seguir el sonido y llega a un claro. Allí se pierde: mira hacia todos lados y no logra darse cuenta de dónde se escuchan los gritos. Vuelve a su casa sin poder hacer nada y la vemos acostada a la noche, con los ojos abiertos sin poder dormir. Lo que imaginamos es que se quedó mal y preocupada por no poder ayudar a la hipotética víctima. ¿O siente algún remordimiento por algo que hizo en el pasado? ¿O está preocupada porque percibe que su oído ya no está tan avezado?
No sé, pero como dije antes, la película me gusta cada vez más.
Nos vemos en quince días.
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