Grupo G: Suiza 1×0 Camerún
Grupo H: Uruguay 0x0 Corea
Grupo H: Portugal 3×2 Ghana
Grupo G: Brasil 2×0 Serbia
Serbia no es una potencia futbolística, pero hoy no era fácil ganarle. Son fuertes, están entrenados, no carecen de técnica ni de posibilidades de atacar. Salieron a jugar con una intensidad descomunal, a presionar a los brasileños, a marcarlos en toda la cancha, a impedir que conviertan un gol. Brasil tenía que ganar para demostrarse que es candidato. Pero, además, tenía que defender bien porque Serbia, que tiene adelante a Mitrović, a Tadić y a Milinković-Savić le podía hacer pagar cualquier error. Claro que si este equipo serbio hubiera estado en la situación inversa, la de tener que ganar, le hubiera costado mucho más, porque el fútbol no es simétrico y un equipo limitado sufre más cuando tiene obligaciones ofensivas.
Pero la pregunta no era cuán limitado era Serbia, uno de los tantos europeos del medio que alternan buenas y malas. La pregunta era si Brasil podía superar una prueba semejante. No por casualidad, no por un penal inventado, no por una jugada aislada sino imponiendo una superioridad en el juego que hiciera la victoria inevitable. Y eso fue lo que ocurrió, dentro de los límites del fútbol que se juega en 2022. Ningún equipo puede avasallar a otro que juega como Serbia jugó hoy. Pero algunos pueden ganarle con autoridad, sin dejar dudas. Brasil es uno. No sé si hay muchos. No sé si hay otro. No es que sea un equipo extraordinario, brillante e irrefutable. Pero es tremendamente sólido.
Lo de Brasil no fue brillante, pero fue contundente. Claro que le puede pasar algo en el camino a la final. Pero no es probable.
Yo tenía mis dudas. Tite apostó por una formación titular apoyada en cinco veteranos: el arquero Alisson, Neymar, Marquinhos, Thiago Silva y Casemiro (respectivamente 30, 30, 28, 38, 30) a los que rodeó con una generación posterior: Lucas Paquetá (25), Raphinha (25), Richarlison (25) y Vinícius (22), sin experiencia en mundiales. Completó el equipo con dos laterales medianos (Danilo y Alex Sandro), los menos destacados del equipo. Mientras que los veteranos son de lo mejor que hay en su puesto, cinco enormes jugadores y, por su parte, Vinícius logró demostrar en el Real Madrid que está para grandes cosas, no sabía qué pensar de tres jugadores: Paquetá, Raphinha y Richarlison. A Paquetá (que hoy me impresionó bien) no lo vi jugar mucho, mientras que Raphinha y Richarlison aumentaron exponencialmente su cotización desde sus últimas temporadas en la liga inglesa. Ambos me parecían muy fuertes, muy veloces, muy dotados pero, tal vez, un poco tarambanas (como alguna vez me pareció también Vinícius), capaces de grandes cosas pero que no entienden del todo el juego.
Pero más allá de las actuación individuales (la de Raphinha fue más bien floja, la de Richarlison fue consagratoria y, además, convirtió el mejor gol del torneo), el fútbol que hoy ofreció Brasil fue una muestra muy rotunda de capacidad atlética y talento. Brasil es el equipo que tiene más fuerza y también el que tiene más técnica. Estamos frente a un conjunto de jugadores que pueden aplastar a cualquier rival por la combinación entre ambos factores y la voluntad de demostrarlo. Hoy Serbia lo padeció, aunque el primer gol haya llegado recién a los 62 minutos, cuando Richarlison empujó una pelota que el arquero le sacó a Vinícius tras pase de Neymar. Antes, Alex Sandro había pegado un tiro en el palo y Raphinha se había perdido dos goles hechos. Después fue un baile que pudo terminar en goleada, y eso que Tite puso a los suplentes (pero sólo lo hizo con el resultado asegurado). Lo de Brasil no fue brillante, pero fue contundente. Claro que le puede pasar algo en el camino a la final. Pero no es probable.
El fútbol posibilista
Uruguay no es Brasil. Ayer hablábamos de la templanza, entendida como esa cualidad que ayuda a hacer lo que se debe aunque las condiciones sean desfavorables. No hay duda de que Uruguay tiene temple y siempre hace lo suyo: cuidar el cero en su arco y ver si se le presenta una oportunidad para convertir mediante una pelota parada o de una intervención feliz de sus aptos delanteros. El problema con el temple es que también pueden tener temple los torturadores y los fanáticos religiosos, que pueden ser imperturbables y estar convencidos de lo que hacen. No creo que Uruguay haya salido hoy muy decepcionado. Está acostumbrado a demostrar su temple a través de presentaciones mediocres.
En ese sentido, Uruguay es incorregible. Terminado el ciclo del recalcitrante Tabárez, que gustaba hacer de la miseria virtud, la llegada de Diego Alonso a la dirección técnica me hizo imaginar que algo podría cambiar. Sobre todo porque Uruguay había sido bendecido con una generación de jugadores superior a la anterior. Ahora tiene dos volantes de talento (Valverde y Bentancur) y un nuevo set de delanteros. En la nota preliminar de este diario especulé con que Uruguay podría, por fin, alinear a un volante ofensivo, específicamente a Giorgian de Arrascaeta. Lo mismo pensó Leonardo Buonsante, el comentarista de DirecTV, que formuló una idea ingeniosa: que a Uruguay le sobraban un volante o un delantero, pero le faltaba alguien que conectara a las dos líneas. Pero el entrenador no pensó lo mismo y se aferró a su libreto: equipo largo, tres volantes de contención (aunque tengan llegada), líneas separadas, pelotazos largos de Godin o Giménez en busca de un milagro, un error o una pelota parada.
Para que Uruguay cambie un día, para que aproveche el crecimiento en la calidad de su plantel, necesita un cambio cultural, entender el fútbol de otra manera.
Enfrente tenían a Corea, un equipo que progresó hasta hacerse competitivo. Es decir, un equipo que le puede ganar a cualquiera, aunque no lo haga. Hoy en día hay muchos equipos competitivos que antes no lo eran. Corea es uno, Serbia es otro. Como se preveía, los coreanos marcaron con aplicación, corrieron, jugaron rápido y buscaron perforar la defensa uruguaya. Con Son Heung-min limitado por su lesión reciente, no es fácil hacer grandes cosas con el libreto diseñado por su técnico portugués. Y Corea no las hizo. Apenas llegó una vez, en el primer tiempo, cuando Hwang Ui-jo se perdió un gol fácil. Después nada. Uruguay terminó atacando un poco más y pegó dos tiros en el palo: un cabezazo de Godín y un gran remate desde afuera de Valverde. Pero no hizo nada por forzar el ataque, no arriesgó, no puso nunca al volante ofensivo.
Después me quedé pensando una cosa. Tal vez, que Uruguay incluya un volante ofensivo sería como ofrecerle el Technicolor a un daltónico: no sabría qué hacer con él. Quiero decir que para que Uruguay cambie un día, para que aproveche el crecimiento en la calidad de su plantel, necesita un cambio cultural, entender el fútbol de otra manera. Y eso no se logra en dos días. No sólo Uruguay: los equipos latinoamericanos de hoy (y los norteamericanos, y los africanos y varios asiáticos y muchos europeos) no están preparados para jugar a otra cosa que a este fútbol posibilista, medroso y poco atractivo, aunque no carezcan de jugadores buenos o excelentes. No parece haber entrenadores capaces de proponer ese cambio y no hay dirigentes ni periodistas capaces de acompañarlo. Después de todo, siempre alguien gana algo y así se sigue tirando.
Tomemos el ejemplo de Portugal, un equipo que en los últimos años produjo muy buenos jugadores. Pero el técnico desconfía. No cree en el juego fluido, apuesta a juntar calidades individuales y a desparramarlas por el campo de cualquier manera. Fernando Santos es un entrenador bastante inútil que tuvo la suerte de ganar una Eurocopa y quedó para siempre. Hoy, contra Ghana, ocurrió algo un poco grotesco: se le ocurrió innovar y puso como conductor a Otávio, un jugador movedizo que le garantiza tanto marca como barullo. Y amuró a Bruno Fernandes contra la banda, separó a Bernardo Silva de João Félix, mientras Cristiano sólo pensaba en conseguir su gol que le permitiera ser el primer jugador en marcar en cinco mundiales. Hasta los 65 minutos, Portugal no produjo absolutamente nada contra otro equipo africano resignado a perder. Pero Cristiano se tiró y el árbitro americano le cobró otro penal ridículo con la complicidad de su compatriota en el VAR (hasta ahora, el VAR no pidió que se anule ninguno de los penales mal cobrados y, en cambio, agregó otros). El penal fue gol.
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Después de esa injusticia, Ghana se despertó porque Kudus, el jugador del Ajax que dice que es mejor que Neymar, metió una gran diagonal y un gran pase al medio que André Ayew convirtió, para asombro de la concurrencia. Entonces, el técnico de Ghana, que piensa como la mayoría de sus colegas, sacó a Kudus y a Ayew para defender el resultado (puso a su hermano Jordan, como ocurrió con los Hernandez en Francia). Como castigo, Portugal hizo dos goles seguidos por intermedio de João Félix y el ingresado Rafael Leão tras pases de Bruno Fernandes, liberado de su prisión contra la línea.
A esa altura, ya había salido Otávio y entrado William Carvalho, que representa su antípoda filosófica: si uno es rápido, el otro es lento; si uno es movedizo, el otro es estático; si uno es chico, el otro es enorme. Pero Portugal siempre apela, como si fuera un talismán, a ese volante rígido en el medio. Esta vez le funcionó. Pero no del todo, porque hizo más cambios y Ghana descontó a los 88 y casi empata cuando Iñaki Williams le robó la pelota al aquero (un tal Diogo Costa, que no lució muy sólido), pero se cayó cuando iba a definir. Fue el partido más loco del torneo, pero sólo porque una combinación atípica de sucesos lo sacó de su rutina de cautela y estatismo.
Los cameruneses están malhumorados
A primera hora, Suiza le ganó a Camerún, otro representante de los tristes trópicos africanos. El gol lo hizo Embolo, camerunés de nacimiento, como para confirmar que los europeos se apoderan del talento africano. Hay algo más: Camerún tiene buenos jugadores (entre ellos Mbeumo y los de doble apellido, Choupo-Moting, Zambo Anguissa y Toko Ekambi), pero juega convencido de que su destino es perder. Noto en los africanos que juegan el mundial un creciente malestar a través de los años. Se los ve malhumorados, como si estuvieran hartos de todo esto. Y no parece que nadie les proponga hacer algo distinto en la cancha más que resignarse. El melancólico seleccionado costarricense es un canto a la vida al lado de estos mundialistas a pesar suyo.
Noto en los africanos que juegan el mundial un creciente malestar a través de los años. Se los ve malhumorados, como si estuvieran hartos de todo esto.
Suiza, por su parte, sigue siendo un reloj cada cuatro años. Gana lo que puede ganar (siempre por la mínima diferencia) y, cuando no puede ganar, pierde. Es otra selección que trajo a Qatar los mismos nombres de siempre, entre ellos el del petiso Xherdan Shaqiri, que siempre deja un buen recuerdo. Hoy fue el autor del pase en el gol de Embolo.
Un pequeño resumen. Ya se presentaron todos los equipos. Se jugaron 16 partidos. Se convirtieron 33 goles, 2,06 por partido (pocos). Siete fueron de penal, y dos penales fueron atajados (muchos). Curiosamente, no hubo un solo gol en contra. Y, más curiosamente, además de los penales, no hubo ningún gol de pelota parada (lo más cerca fueron dos cabezazos a partir de córners). Lo raro es que, con el VAR al acecho, es muy probable que haya disminuido el número de agarrones en los córners y tiros libres. Y, sin embargo, no se hacen más goles. ¿Qué puede significar eso? Me cuesta entenderlo, pero tal vez a los jugadores se les complica cabecear cuando están sueltos, sin la referencia del cuerpo del adversario.
No sé si mis estadísticas son más interesantes que las de los xG, los goles esperados, que ahora están tan de moda. Pero son estadísticas caseras, como los ravioles de mi abuela. Termino esta edición del diario con un lugar común que no me honra. Pero mi abuela (mi abuela vasca) hacía unos ravioles espectaculares. Los amasaba ella y cocinaba el estofado toda la noche. Y yo, modestamente, dedico estas largas horas a ver el mundial para poder escribir este diario.
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