Entrevistas

Jorge Bustamante

El autor de 'La república corporativa' anticipa la reedición del libro y analiza cómo evolucionó el corporativismo en los más de 40 años desde su publicación.

Cuando hace pocas semanas publicamos en Seúl esta reseña de Carlos Parise sobre La república corporativa, un libro de 1988 de Jorge Bustamante (Buenos Aires, 1943), se produjo un pequeño fenómeno entre nuestros lectores, quienes rápidamente agotaron los viejos ejemplares del libro a la venta en Mercado Libre. Charlamos entonces con su autor, abogado especializado en Law & Economics (Análisis Económico del Derecho) y autor de varios otros libros, quien anuncia una próxima reedición de La república corporativa y analiza lo sucedido desde la publicación de su primera edición hasta ahora.

Todos quienes leyeron su libro a partir de la reseña publicada en ‘Seúl’ se han sorprendido mucho por lo pertinente de su análisis y por su actualidad. ¿Por qué cree que su lectura resultó tan movilizadora?

A mí también me movilizó la nota. Ya hace un tiempo que me habían pedido una reedición, entendiéndola como una actualización. La república corporativa fue un libro que tomó varios años de trabajo, en su momento incluso llegué a revisar el índice de una publicación de abogados, Anales de legislación argentina, lo tomé prácticamente desde la época de la organización nacional hasta principios de los ‘80. Lo revisé y pasé el dedo, digamos, para compilar toda la historia de legislación regulatoria en el país. Desde luego que era inmensa, y el recorte lo hice hasta el momento en que asume Alfonsín. Pero los 40 años subsiguientes son demasiado tiempo para hacer este trabajo otra vez. De todos modos, los mecanismos internos de un país que adopta un sistema corporativo son siempre los mismos, el libro tiene una larga colección de ejemplos, así como tiene una parte teórica al comienzo que trata de definir con precisión del corporativismo.

A mí me interesaría contarte un poco cómo lo pude vivir incluso desde adentro, como funcionario. Yo fui ministro en Corrientes durante el gobierno militar que asume en el ’76. Era joven, tenía 30 años, era el socio más joven del estudio legal Marval O’Farrell y abandoné mi trabajo porque dos semanas después del golpe el gobernador nos pidió a un grupo de unos 12 jóvenes que nos sumáramos con la idea de transformar la provincia. Estábamos llenos de posgrados y nos parecía que un desafío de ese tipo era interesante. Al poco tiempo, por ejemplo, empezamos con un plan de escuelas rurales. Los dueños de los campos donaban una, cinco, diez hectáreas para hacer una escuela rural. Aparecía el Colegio de Agrimensores y teníamos que pagar un arancel vinculado al valor de todo el campo, no sólo del pedacito que estábamos mensurando. Al tiempo estábamos meta pagar y pagar sentencias adversas de la fiscalía y descubrimos que había una industria montada de juicios contra el Estado provincial, y cada vez que se perdía —que se perdían la mayoría— debíamos pagar los aranceles mínimos, lo que terminaba siendo una barbaridad. Después debíamos certificar los balances del banco por un contador, el colegio de contadores hacía que los honorarios fueran vinculados al tamaño, al patrimonio del banco, en cuyo caso todo era una desmesura en certificaciones.

Los médicos para poder cobrar tenían que presentar sus boletas en el Colegio Médico de Goya, y el Colegio aceptaba los pagos sólo si se hacían socios, pero al mismo tiempo les decían que no había cupos.

El caso que para mí explotó fue cuando hicimos un programa de radicación de médicos rurales en los departamentos más pobres de Corrientes (Goya, Lavalle y San Roque) y llevamos allí médicos rurales, después educadores y finalmente ingenieros agrónomos para que la gente saliera del círculo vicioso del tabaco negro subsidiado. Cuando se instalaron los médicos rurales, la idea era que cobrasen un salario de la provincia pero además un plus de la obra social de los trabajadores rurales de entonces. Cuando eso empezó a funcionar, los médicos me contaron que para poder cobrar tenían que presentar sus boletas en el Colegio Médico de Goya, y el colegio aceptaba los pagos sólo si se hacían socios del colegio, pero al mismo tiempo les decían que no había cupos. Los médicos locales no querían que se cayera esa suerte de barrera sanitaria. Ese caso lo llevé hasta la Cámara Federal, dejé de ser funcionario y seguimos empujando el tema porque era un abuso. Finalmente, la provincia dictó una ley eliminando del orden público todos los aranceles de todas las profesiones. Pero al tiempo se hizo un congreso nacional en Huerta Grande, en Córdoba, en el que todas las profesiones declararon formalmente su contrariedad de esta norma de Corrientes. Y cuando nos fuimos de Corrientes la ley obviamente fue derogada.

Después, en el ’79, también estuve en la Secretaría de Industria de la Nación, como subsecretario, y ahí tuve acceso a cajones de documentos para entender los regímenes especiales de cuanto tornillo se produce en la Argentina. Podía pasar que venía, supongamos, Somisa a protestar por la importación de chapas y quería aranceles más altos, pero al rato venían los fabricantes de electrodomésticos a protestar porque no podían competir por el arancel de Somisa. Era toda una cadena: un grupo bloquea a otro, el otro al siguiente y así sucesivamente. Por eso pude contar esa mecánica perversa con ejemplos prácticos. Cuando dejé de ser funcionario y volví a la profesión, con toda la documentación y la experiencia acumulada estuve varios años escribiendo La república corporativa. El detonante del libro fue observar cómo los gremios profesionales se dedicaban a obstaculizar cualquier cambio, tanto en Corrientes como en Nación. Cuando el Estado cree que puede armar una armonía corporativa dándole a uno la mano, a otro la pierna, a otro la cabeza, en realidad está tratando de reemplazar al sistema de precios. Una típica pretensión corporativista y fascista, en definitiva. Nadie quiere ser en verdad competitivo, todo se trata de quién llega primero a la ventanilla a reclamar por lo suyo y así el Estado vive totalmente desbordado.

El corporativismo puede tener sus orígenes en distintos períodos según el gusto de cada uno, pero se acentúa a partir de 1943 y, especialmente, de 1945. ¿Cree que los gobiernos que vinieron después intentaron desmontarlo o se sintieron mayormente cómodos con ese sistema?

Sucede que los gobiernos no se han animado a enfrentar las sucesivas capas de corporativismo que se han ido sedimentando, superponiéndose y acumulándose. Los sectores ganadores, que consiguen un privilegio (no sólo la industria, también el agro supo tenerlos, desde luego los bancos, los servicios, el comercio) hacen desaparecer a los competitivos, entonces sólo quedan los ganadores del sistema de privilegios, de esa puja política donde la rentabilidad está vinculada al peso político o contribuciones. En definitiva, cualquier presidente que convoca a una “mesa de diálogo”, está convocando a toda la gente que no quiere que cambie el sistema. Entonces el presidente habla de otras cosas, promete líneas de crédito, dice que vamos a crecer, abstracciones. El país ya está dividido en parcelas. Es el chiste del colectivo, que para los que van arriba está lleno y para los que se quieren subir está vacío. Está lleno de ejemplos. Pero la Argentina es eso, ni hablemos de los sindicatos.

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Su libro se publica en 1988, poco antes del colapso del gobierno de Alfonsín. Llega Menem y, contra todas sus promesas de campaña, desde antes de asumir ya tenía decidida la reforma del Estado. Después de esos dos primeros años tan turbulentos, llega Cavallo y saca el famoso decreto de desregulación. ¿Qué cree que faltó, por qué ese camino no se pudo consolidar y el corporativismo volvió por sus fueros?

Yo recuerdo que el día que salió aquel decreto, el secretario de Industria que estaba con Cavallo me llamó para agradecerme y comentarme que para su redacción se habían guiado mucho por mi libro. Pero lo que ocurrió fue simplemente que el poder lo tenía Menem, no Cavallo, y Menem era peronista. Y el peronismo tiene su base histórica en los industriales y los sindicatos. Ésa es la base de su poder y llega un punto en el que no podés ir contra ellos. Empezaron los reclamos de a uno y poco a poco fueron aflojando. Cada sector quiere su conciencia: la conciencia naval, la conciencia aérea, el interés nacional, el trabajo, cada cual volvió a meter su cuña y fuimos volviendo a fojas cero.

¿Usted cree que podría haberse conseguido un balance entre una industria nacional competitiva o el entramado de intereses fue siempre demasiado fuerte?

Yo siempre he pensado mucho en esa cuestión. En mi vida profesional he trabajado más de 30 años en fusiones y adquisiciones, he intervenido mucho en eso y he visto cómo funciona de cerca. Hay un tema del huevo y la gallina: el empresario argentino puede ser competitivo, como el argentino que va a Miami y cumple todas las normas, pero acá no. Hay un marco institucional que hace al empresario muy adaptable. Eso lo vi también en la apertura económica de Martínez de Hoz, la apertura no se puede hacer si no se le da la oportunidad al que está aplastado contra la pared por la presión del precio internacional de bajar los costos. Y bajar los costos requiere una reforma laboral, que en aquella época no se hizo, requiere una baja del gasto público, que tampoco se hizo porque los militares en definitiva también son peronistas, con uniforme, pero peronistas al fin, yo conviví con ellos. Hacía falta bajar el gasto público y Martínez de Hoz les consiguió crédito barato, porque la tasa había bajado muchísimo. Hubo entonces un endeudamiento para mantener el gasto público y eso atrasó el tipo de cambio.

Y la tercera cosa fundamental para ser competitivo es que necesitás un mercado de capitales con tasas baratas. Entonces si abrís la economía con esas tres patas de manera simultánea, entonces hay una recomposición inmediata porque tenés el capital, eso es fundamental, como ha pasado en Chile en su momento. Pero si abrís la economía “combatiendo al capital”, destrozás todo. Y para abrir el capital se requieren convicciones, el rol del capital es fundamental para poder abrir la economía y tener una industria competitiva. Con capital barato y desregulación laboral puede haber reconversión de la industria, mostrándoles a los afectados cuánto mejor pueden vivir todos, desde luego que además controlando el gasto público. Por supuesto que es muy difícil, pero se puede lograr. Es cierto que el tránsito, el proceso a ese cambio puede ser terrible, las presiones para volver a lo de siempre se multiplican.

Con capital barato y desregulación laboral puede haber reconversión de la industria, mostrándoles a los afectados cuánto mejor pueden vivir todos.

Hay también muchos conceptos que están torcidos en la Argentina, el del valor agregado, por ejemplo. Me he peleado mucho con gente amiga de Techint en su momento por eso. Ellos endiosaban el valor agregado, pero el verdadero test del valor agregado es la competitividad internacional. Podés acumular y pagar salarios a medio mundo, contratás mucha gente que trabaja con camiones y todo eso, pero si al final del proceso lo que sale, esa unidad, no es competitiva afuera, entonces esa acumulación que hiciste fue de costo, no de valor. Bueno, pero acá esa idea parece imposible de hacer entender. La reconversión de la industria automotriz es complicada, ni hablemos de Tierra del Fuego.

Ni siquiera al borde caernos al precipicio podemos dejar de mirarnos el ombligo. Si mirás al mundo y ves las transformaciones que se han hecho, lugares como Vietnam, Laos, India, países que antes no contaban, ahora esas preguntas no se hacen, simplemente hacen lo que hay que hacer, los chicos estudian desde chicos y muchas veces lo que los gobiernos señalan como carreras prioritarias. Pero acá en definitiva terminamos viviendo de la soja, como antes del trigo o del maíz, el surplus, esa plusvalía que sale de Argentina, un país casi vacío, eso ha permitido estos desvíos de la ortodoxia.

En cuanto a la experiencia de Cambiemos en el poder, ¿cree que el camino elegido fue el correcto, que quizás con mejores condiciones externas podría haber tenido otro resultado? ¿O el enfoque no fue el adecuado desde el vamos y no podía funcionar?

Te diría que más bien lo segundo. Este tema que estamos comentando lo ignoraban. Macri creyó que todos estos problemas de los nudos corporativos podían solucionarse si ponía al país a construir, es esa cosa de su origen de la Cámara de Construcción. “Haciendo lo que hay que hacer”, pero Argentina seguía muy endeudada, y si vos traés al banquero al que le debés mucho dinero y le mostrás que estás ampliando tu casa, el banquero va a salir corriendo. Pensaron que el país se reactivaba haciendo cosas, rutas y aeropuertos, pero los que miraban el riesgo país veían que no, que de afuera no iba a entrar un dólar, aun teniendo buenas relaciones con los líderes internacionales correctos, pero que en definitiva también son políticos. El problema argentino principal es el corporativismo y tenés que ser consciente de los intereses creados que vas a enfrentar.

¿Cree que después de esta primera experiencia de gobierno hubo en Juntos por el Cambio un aprendizaje, una toma de conciencia de ese problema?

Sí, puede ser, depende el caso. Es una coalición, desde luego, están los llamados halcones y palomas. Y es un tema muy difícil, desde luego que no tengo la solución. Unos dicen que hay que ampliar la base para hacer los cambios y otros dicen que hay que achicarla porque si no, te quedás sin la convicción para hacerlos. Bueno, ése es el problema argentino, más cuando la argamasa, la manera en que hemos pensado estas cuestiones durante décadas, han sido equivocadas. Es probable entonces que en JxC algunos sean conscientes de estos problemas y otros, no. Lo que se necesita seguramente es un liderazgo, alguien que sobresalga y la tenga muy clara y sea convincente para que a la gente le llegue el mensaje de que hay que hacer los cambios necesarios. Desde luego, estoy diciendo un lugar común, pero creo que eso está faltando. Debería ser alguien que tenga un fuego interno de convicciones y al mismo tiempo alguien seductor, capaz de hipnotizar. A los tecnócratas les resulta muy difícil cambiar las cosas, hace falta una combinación del político con el estadista, una combinación muy difícil.

En cuanto a la actualidad, da la impresión de que el país corporativo está alcanzando un límite físico: se acabó el dinero, se acabaron las cajas, el crédito interno y el externo, sólo queda la emisión para financiar el gasto. ¿Qué es lo que viene ahora? ¿Se puede salir o debemos resignarnos a un deterioro acelerado y, quizás, una explosión hiperinflacionaria?

La situación es delicada, el gobierno está acorralado por las mismas presiones de los sectores que lo integran, los sectores piqueteros o los grupos de Grabois. Hay sí un riesgo de desborde social y aumento muy fuerte de la inseguridad. Debería haber un shock interno en el gobierno (porque son impermeables a cualquier influencia externa) que por su propia supervivencia se decidiese a cambiar su rumbo. Si no fuera así vamos entonces a una situación hiperinflacionaria, pero pienso que quizás por la memoria de lo que ya ha pasado quizás podría abrirse una puerta de un diálogo con la oposición para acordar algunas cosas básicas, no sé bien de qué manera. Quizás no terminemos como Sri Lanka, pero sí con niveles muy duros de inseguridad.

A veces nos cuesta escuchar estos pronósticos porque quienes tenemos memoria de aquellos episodios observamos que esta vez la situación social al comienzo del desborde inflacionario es similar a la del final de las crisis o estallidos pasados. Se hace difícil imaginar cómo quedarían las cosas después de lo que imaginamos que se viene. ¿Queda alguna esperanza, pese a todo, hay algún futuro?

Creo que hay. Argentina tiene los recursos, puedo repetir lo que han dicho todos acerca de esto, pero el país tiene recursos y capacidad de reacción, es incomprensible que no podamos manejar eso, porque los recursos para despegar están. La situación se puede dar vuelta rápidamente si se dan las señales adecuadas, la enorme masa de dinero de argentinos que está afuera podría ser atraída, hace falta cambiar radicalmente las expectativas. Suelo decirles en broma a mis hijos que, cuando se anuncia un programa económico un sábado, podés saber si es creíble porque los particulares dicen que el lunes van al banco a vender dólares y capturar la tasa en pesos que todavía están dando. Y mientras tanto los banqueros están reunidos diciendo “no nos van a agarrar, el lunes bajamos la tasa”. Ese día, el lunes, las cosas cambiaron completamente, todos nos conocemos, sabemos cómo son las cosas, los operadores y el público, todos.

E incluso tampoco es necesario hacerlo todo de golpe, pero sí necesitás las convicciones para no cambiar el rumbo correcto. No sirve como, por ejemplo, en los últimos años de Menem, que seguía hablando de convertibilidad y al lado lo tenía a Duhalde que se le reía, esas dobles señales las hemos tenido un montón de veces, ni digamos ahora que habla Alberto y todos esperan a ver qué dice Cristina. En definitiva, se trata de un cambio mental, que no necesariamente lo pueden hacer todos el mismo día, pero sí hay que anunciarlo y que atrás no haya señales de que no es en serio.

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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