El domingo 14 de noviembre de 2021, después de la elección legislativa histórica en la que Juntos por el Cambio sacó un 42,75% y el entonces Frente de Todos apenas un 34,56% (unos diez puntos menos que en 2019), Horacio Rodríguez Larreta dijo en su discurso en el escenario: “Insisto con que tenemos que terminar con la grieta defendiendo nuestros valores y convicciones. Con la grieta no vamos a solucionar los problemas del país”. Recuerdo que yo estaba solo en mi living, tomando un vino y tuiteando, le pegué un grito al televisor y tuiteé alguna barbaridad.
Yo no soy politólogo, no soy sociólogo, no tengo acceso a encuestas (sólo las que se publican), pero la lógica pura me indicaba que, con esos resultados, el discurso “antigrieta” era totalmente extemporáneo. Raro en un tipo que se supone se maneja con focus groups. Después podemos discutir si era “moralmente correcto” (yo creo que tampoco), pero lo seguro es que no comulgaba con el sentir de los votantes, que se habían expresado durante los dos años crueles de la cuarentena en distintos banderazos, acompañados por algunos dirigentes (entre ellos, Patricia Bullrich), y despreciados por otros, que se sentaban en la mesa del Gobierno para negociar (y ser invariablemente cagados).
Cuando Mauricio Macri se sacó el bigote (real y metafóricamente) y se corrió un poco al centro, había leído bien el humor social. Por eso prometió en campaña no privatizar Aerolíneas Argentinas. En aquel entonces, el discurso paranoico kirchnerista todavía pegaba en la sociedad, que en general le temía al “neoliberalismo”. Y Macri ganó por muy poco, con el peronismo dividido, e igual se lo acusó de “ser la dictadura”.
Cuando Mauricio Macri se sacó el bigote (real y metafóricamente) y se corrió un poco al centro, había leído bien el humor social.
Ocho años después, la sociedad cambió. En el medio, los fenómenos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, la alt-right y los incels, tuvieron su correlato local con el surgimiento de Javier Milei. Una pequeña parte de JxC (Macri, primero que nadie) entendió que Milei era por un lado una amenaza electoral que podía comerle votos por derecha, pero por el otro una prueba de que la sociedad se había corrido un poco hacia la derecha. Un corrimiento entendible producto de la sobreideologización de izquierda delirante kirchnerista que soltó presos en la pandemia, cuyos propios diputados defienden delincuentes a los golpes, en cuyo gobierno hay ministerios dedicados a ocuparse de la “gestión menstrual”, mientras cada vez más mujeres son asesinadas por violencia de género o inseguridad lisa y llana. Esa parte de JxC entendió que había que volver a ponerse el bigote.
No para vender órganos ni proponer la libre portación de armas, eso es justamente lo que nos diferencia de Javier Milei. Sino para decir sin complejos las cosas que pensamos desde siempre: Macri propuso el uso de las taser en 2010, las empresas públicas no deben ser deficitarias, no hay que cortar las calles, hay que gastar menos que lo que se recauda, etc. Al candidato natural Horacio Rodríguez Larreta le surgió una Patricia Bullrich (apoyada muy sutilmente por Macri al principio, después no tanto) que iba para ese lado, a disputarle votos a esa fuerza que estaba creciendo, proponiendo firmeza, sin tener la mirada puesta en qué podrían pensar los progres de ella, con la experiencia del caso Maldonado sobre las espaldas. Que Novaresio vote a Massa, a Grabois o a Manuela Castañeira, si quiere.
[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ]
Larreta, en cambio, siguió en su línea de acordar con el 70% sin tener siquiera el 15%. Realmente nunca entendí las razones de su estrategia. Quizás al fin y al cabo no hubo una estrategia sino una idea sincera, quizás no haya mucho que pensar: son progresistas, se sienten más cómodos con Ofelia Fernández que con Fernando Iglesias. Debo confesar que, de todas formas, hasta último momento pensé que podía ganar, porque me parecía demasiado batacazo que Bullrich le ganara a todo su aparato. Y sin embargo, se dio la lógica. Larreta estaba fuera del clima de época. Y se notó particularmente en las notas de Pablo Avelluto y Maximiliano Ferraro en el especial de hace dos semanas en Seúl: Avelluto acusa a Patricia Bullrich de ser de “derecha” porque propone orden; Ferraro habla del Juicio a las Juntas. Totalmente hablados por el kirchnerismo, que está de salida. Si hasta Jesús Escobar, el precandidato del Movimiento Libres del Sur (de Humberto Tumini), dijo en los pocos segundos que tuvo en A dos voces que estaba a favor de la “mano dura” para los delincuentes.
Si hasta Jesús Escobar, el precandidato del Movimiento Libres del Sur, dijo en A dos voces que estaba a favor de la “mano dura” para los delincuentes.
Más allá de la victoria de Patricia Bullrich, que me puso contento, JxC hizo una pésima elección. Perdió casi 1,5 millones de votos respecto de las PASO de 2019. El kirchnerismo perdió casi 5,8 millones. Milei seguramente les comió a los dos. Algunos dicen que los votos que perdió JxC fueron consecuencia de la interna feroz. Es difícil de saber. Es probable que haya influido negativamente. Yo creo, igual, que fueron también consecuencia del discurso extemporáneo larretista, refractario a la captación de gente harta del chamuyo de la política. Larreta parecía “kirchnerismo de buenos modales” (resulta irónico que quien acuñó esa expresión hoy sea candidato de Larreta).
Otros le echan la culpa a Macri por haber elogiado a Milei en algún momento, como si los votos pudieran transferirse por la bendición de alguien, por más ascendente que tenga en la ciudadanía. Quedó demostrado que no: Macri apoyó a Carolina Losada, María Eugenia Vidal apoyó a Larreta, y nada de eso les sirvió a los candidatos. La gente vota lo que quiere. Sí creo que Milei creció por la reacción al progresismo bobo que propone el kirchnerismo (y debo decir con tristeza, parte de JxC). Parafraseando a Ricardo Iorio: “Milei existe por ustedes”. Pero no tiene sentido echar culpas: Milei, en realidad, existe por sí mismo, sucedió, acá está.
La mayor incógnita, para mí, es hasta qué punto su existencia es una trampa peronista. Hubo denuncias de infiltración massista en sus listas, y él salió de la Corporación América, propiedad de Eduardo Eurnekian, amigo de Massa. Ramiro Marra, su candidato a Jefe de Gobierno, fue candidato de Roberto Lavagna. ¿Hasta qué punto es un elemento de ellos? ¿Lo fue al principio y les creció tanto que ahora no lo pueden manejar? No me gustan las teorías conspirativas, pero estas son mis inquietudes. Lo que es seguro es que sus más de 7 millones de votantes (o al menos gran parte, uno nunca sabe del todo por qué la gente vota lo que vota) están ajenos a esas cuestiones, y quieren una economía capitalista, sin cepo, de libremercado, con los delincuentes presos y que no les rompan las pelotas. Así de sencillo. Si a ellos les sumamos los votantes de JxC (sumo a Patricia y Horacio), somos el 58% del país. El famoso acuerdo nacional podría empezar por acá. Repito: si Milei no es un elemento puesto para dividir a la oposición.
Algo de eso dijo Sergio Massa anoche: “Hay un nuevo escenario en la política argentina. No nuevo porque haya nacido una nueva fuerza, sino sobre todo porque ha dividido en tercios el escenario electoral”. Ese sí es un problema, el mayor motivo de pesimismo de cara a octubre.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.