LEO ACHILLI
Domingo

Terraplanismo ambiental

La victoria de Greenpeace en Filipinas contra la aprobación del 'arroz dorado' muestra que el activismo anti-globalización está dispuesto a poner vidas en peligro por cuestiones ideológicas.

Un porcentaje altísimo de las mujeres norteamericanas consumen suplementos de ácido fólico cuando están embarazadas, mientras sus hijos suelen hacerlo hasta los 13 años. Es una costumbre de los obstetras recetárselo a sus pacientes, porque está probado que la carencia del ácido fólico contribuye a malformaciones y otros problemas en el desarrollo de los fetos. En Argentina, en cambio, eso no pasa. ¿Estamos locos? No, desarrollamos algo infinitamente superior: las harinas enriquecidas con hierro y ácido fólico, cuyos resultados fueron tan positivos que muchos países transformaron en ley esa política público-privada. Tomen un paquete de galletitas, fideos o harina y lean los ingredientes: “Elaborado con harina enriquecida ley 25.630”. El conocimiento y la producción, unidos para derrotar una enfermedad a bajísimo costo, son un acontecimiento hermoso.

En el Sudeste Asiático, el 82% de los chicos en preescolar sufre una condición inexistente en Occidente y hasta en los países pobres de América Latina: la night blindness, o nictalopía, que disminuye la visión en entornos oscuros (o sea de noche) y provoca ceguera infantil. Ahí, donde el 50% del consumo de calorías es arroz, los niños nacen con distintas malformaciones y discapacidades y su expectativa de vida es más baja. La causa está estudiada hasta el cansancio: una dieta pobre en vitamina A es la responsable de esta tragedia humanitaria.

El problema tiene una solución llamada arroz dorado (conocido globalmente como el Golden Rice), un evento transgénico desarrollado hace 25 años en Suiza con el apoyo de la Fundación Rockefeller, que incorpora al grano de arroz altos niveles de beta-caroteno, precursor de la vitamina A. Su desarrollo comercial podría tener el mismo efecto que la harina enriquecida con ácido fólico y salvar millones de vidas en decenas de países. Sin embargo, activistas ambientales y anti-globalización están presionando a los gobiernos, a veces con éxito, para prohibir el arroz dorado y los productos transgénicos en general. Es lo que pasó hace dos semanas en Filipinas, donde Greenpeace se anotó una victoria importante para su cruzada al lograr que un juzgado prohibiera la comercialización de arroz dorado, aprobada inicialmente por el gobierno filipino hace dos años. Mientras Greenpeace festejaba, científicos de todo el mundo recordaban que, según la OMS, hasta medio millón de niños se quedan ciegos cada año (y la mitad de ellos mueren) por falta de vitamina A.

Activistas ambientales y anti-globalización están presionando a los gobiernos, a veces con éxito, para prohibir el arroz dorado y los productos transgénicos en general.

¿Qué es la transgénesis? Es aislar un gen con una propiedad deseada de una especie e injertarlo en otra especie para transmitirle dicha propiedad y frecuentemente se realiza en vegetales. Si bien el mejoramiento vegetal (y, por lo tanto, la alteración del ADN) ligado a la domesticación de especies para el uso productivo se remonta a los inicios de la agricultura hace 10.000 años y dio origen al Neolítico, la ingeniería genética para modificar vegetales es “reciente”, sólo tiene 50 años: en los inicios de los ’80 unos científicos de la Universidad de California se lanzaron a desarrollar un tomate “larga vida” al que bautizaron “savr flavr tomato” ya que al elevar el tiempo de vida en góndola, permitía al tomate madurar en planta, elevando el sabor de la fruta.

La tecnología que ese grupo de científicos desarrolló fue determinante en la historia de la agricultura ya que una vez que se entendía la función del gen (algo nada sencillo en la década de los 80), se utilizaba una bacteria descubierta en 1907 (el Agrobacterium) para transferir el gen deseado a la especie vegetal que se quiere mejorar con ese atributo. En 1992, Calgene (California Genetics, la compañía de estos científicos) recibió la autorización para ser comercializado al público, pero más importante aún, probó a gran escala lo que en 1983 había sido un éxito en un laboratorio: el Agrobacterium era la herramienta para modificar genéticamente los vegetales y absolutamente todos los transgénicos que están disponibles en el planeta fueron desarrollados utilizándolo.

A partir de ahí, el desarrollo de eventos transgénicos fue imparable, alcanzando los 577 registros correspondientes a 32 cultivos. Aunque muchos de estos no están desregulados en los principales países productores, es decir, que su cultivo no está habilitado libremente. Hay distintos niveles de desregulación, pero para simplificar en orden de restricción es: a) libre para consumo animal, b) libre para consumo humano y c) libre para cultivo. Cuando un cultivo alcanza en un país la desregulación libre para cultivo, quiere decir que está asimilado a un cultivo convencional, o sea, no transgénico.

El grueso de los eventos transgénicos aprobados funcionan en tándem con un herbicida (si bien el más popular es el glifosato, hay otros), en una cantidad menor sirven para regular poblaciones de insectos como el BT, en una cantidad aún menor para mitigar los impactos del cambio climático como el trigo HB4 de Bioceres mejorando la adaptabilidad de los cultivos a un clima adverso y sólo un pequeño grupo para intervenir en la calidad nutricional de los alimentos, como el arroz dorado.

Cínico y grotesco

En los hechos, son sólo un puñado los cultivos que se desregularon globalmente para su cultivo. El proceso es arduo y costoso, y casi siempre es el mayor costo en el desarrollo comercial de un cultivo mejorado con ingeniería genética. En todo el mundo, los reguladores quieren pruebas concretas de que las mutaciones guiadas por los humanos no representan riesgos y son equivalentes a las mutaciones que se dan anárquicamente en la naturaleza. Muchos países, principalmente la Unión Europea, China e India, cínicamente rechazan su cultivo pero aprueban su consumo, sobre todo el animal. La influencia de las agencias de desarrollo y las ONG que actúan en África también fue clave para que numerosos eventos transgénicos no fueran desregulados en un continente en el que el hambre es endémica.

Es grotesco: son los principales importadores globales de soja y maíz genéticamente modificados del mundo (superan el 70% del mercado), pero no les permiten cultivarlos a sus productores agropecuarios. Esos farmers planeros franceses que marchan contra el Mercosur y para “proteger a la calidad de los alimentos” producen carne, embutidos y quesos de máxima calidad, reconocida globalmente como el estándar de la góndola para cada categoría, sólo gracias a que pueden importar de Argentina, Brasil y Estados Unidos la soja y el maíz genéticamente mejorados, que es una parte indisoluble de la alta productividad de los productores agropecuarios del continente americano, en el que el cultivo de transgénicos está permitido. Esos quesos se sirven en los cocktails de los partidos verdes en Bruselas mientras todos se hacen los distraídos.

La hipocresía y el cinismo reinantes en el debate alrededor del uso de los organismos genéticamente mejorados es insoportable. Son el punching ball de una liga global de movimientos usualmente de izquierda que están en contra del capitalismo y veneran un ambientalismo vacío de contenido para el que cualquier intervención del humano sobre su medio es sacrílega. El medioambiente es, en el fondo (y bastante en la superficie), una excusa para denunciar la supuesta crueldad del capitalismo. La evidencia en el uso de los transgénicos en el fondo los tiene sin cuidado. Los partidos verdes europeos en tándem con Greenpeace son los principales promotores del terrorismo medioambiental, creando mensajes y financiando a activistas locales como la hindú Vandana Shiva que, obviamente, no es bióloga, ni biotecnóloga, ni ingeniera agrónoma o pertenece a ningún otro campo de la ciencia que la autorice a hablar científicamente contra el mejoramiento genético vegetal.

Los partidos verdes europeos en tándem con Greenpeace son los principales promotores del terrorismo medioambiental.

A pesar de que el arroz dorado recibió el visto bueno de los organismos reguladores de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos, Greenpeace tuvo una victoria al lograr que un juzgado de Filipinas (el único país asiático que contribuyó para su desarrollo) prohíba su cultivo. Greenpeace argumenta que los OGM son el vehículo para el uso de pesticidas y “el patentamiento de la naturaleza por un grupo minúsculo de corporaciones”, pero nada de esto tiene que ver con el Golden Rice: a) su cultivo no requiere de pesticidas distintos a los del arroz convencional, y b) su patente está liberada por sus creadores, que dicho sea de paso, no son una empresa sino universidades, centros de investigación y fundaciones. Los falsos ambientalistas se especializaron en la creación de monstruos de paja que empantanan la discusión y la transforman rápidamente en un juego de unos contra otros.

Este debate no es ocioso en Argentina. El sistema de agronegocios es responsable por más del 60% de las exportaciones del país y emplea de forma directa e indirecta a más del 20% de sus habitantes. El paquete tecnológico que incluye semillas, fitosanitarios, fertilizantes, maquinaria y software es un activo a proteger y multiplicar: el país debe aspirar a multiplicar los ejemplos en los que es desarrollador y productor de estas tecnologías; es el punto de mayor agregación de valor del sistema de agronegocios, aquellos nodos de conocimiento intensivos del sistema. Finalmente, la discusión en torno al impacto ambiental de las actividades económicas y el uso de los recursos naturales debe estar guiada por la ciencia y tener como objetivo el desarrollo de una sociedad en la que más de la mitad de sus habitantes está sumergido en la pobreza, manteniendo a la vez los recursos que sean renovables (como el agua y el suelo) para las generaciones venideras.

No debemos permitir que un tema tan medular para nuestro presente y futuro quede sumergido en la lógica de los barrabravas.

 

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Iván Ordoñez

Economista especializado en agronegocios. Consultor y Director del Posgrado en Desarrollo y Gestión de AgTechs (UCEMA) y profesor de Gestión Financiera en Agronegocios en Maestrías de CEMA y UNRN. Co-autor de 'Campo: el sueño de una Argentina verde y competitiva' (2015).

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