VICTORIA MORETE
Entrevistas

Osvaldo Granados

El periodista cuenta cómo era reportar sobre finanzas cuando nadie lo hacía, y repasa 60 años de historia, política y economía de la Argentina.

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La economía y las finanzas dejaron de ser temas únicamente para iniciados en buena medida gracias al trabajo de Osvaldo Granados (Buenos Aires, 1938), durante décadas el mejor embajador de la City ante el gran público de los diarios, la radio y la televisión. Sin embargo, pocos saben que el Bebo es en verdad un profesor de Letras que llegó al periodismo económico por imposición de sus jefes, que veían en él a alguien que “escribía claro”, pese a que prefiriera mil veces un soneto de Góngora a la jerga de las circulares del Banco Central.

Para charlar de estas largas décadas de oficio periodístico, relatadas en su nuevo libro 60 años de casta (Planeta, 2024), y también de la historia y la actualidad política y económica de la Argentina, nos acercamos hasta el departamento de Granados en el barrio de Belgrano, donde fuimos recibidos con toda amabilidad. A continuación, esta versión de la entrevista, editada para una lectura más cómoda.

Podría decirse que, si no inventaste el periodismo financiero, al menos se lo acercaste cotidianamente a la gente común, que no era de ese palo. ¿Cómo era trabajar en eso cuando no había ni medios ni una audiencia para eso?

Yo estaba desde la mañana hasta la noche dando vueltas, incluso dormía la siesta en la Bolsa tirado en un sillón una hora, media hora para poder estar bien el resto del día. La clave era caminar, entraba a dos, tres cuevas, un día tomabas un café con uno, después iba a la Bolsa, pasaba por el Banco Central, llamaba al Ministerio de Economía. Pero había que estar caminando, hablando con las fuentes, porque si te quedabas quieto no pasaba nada porque no había nada, ni canales de cable ni celulares ni apps con las cotizaciones de lo que se te ocurra, como ahora.

Además en la calle también se operaba, se timbeaba. Por ejemplo, en la esquina de la Bolsa, 25 de Mayo y Sarmiento, había un bar enfrente, iban todos los mismos que operaban en el recinto, yo los conocía a casi todos. Un día estaba uno de estos personajes, Pancho Di Cristófaro, un personaje con unas características muy especiales y muy porteñas. Estábamos tres o cuatro y se hablaba de hacer un negocio de corto plazo, ponía cada uno, ponele, 5.000 dólares cada uno, y ese día estaban armando algo, no sé qué rosca. Entonces le explican a Pancho que había que poner para hacer tal cosa que iba a durar una semana y media, diez días y entonces compraban esto y vendían aquello. Le explicaron y él no entendió nada, le explicaron otra y vez y nada, pero en un momento determinado dijo: “Está bien, no hay problema, yo entro. Pero esto que van a hacer ustedes, ¿es más o menos legal?”. La expresión “más o menos legal” me pareció genial porque me parecía una definición clásica de lo que era la Argentina, todo acá tiene que ser más o menos legal.

La expresión “más o menos legal” me pareció genial porque me parecía una definición clásica de lo que era la Argentina, todo acá tiene que ser más o menos legal.

Cuando era más joven todavía creía que en la política y en la economía podía haber una ideología atrás, hasta que una vez me encontré para una nota con Jorge Antonio, empresario de la cuna peronista, lo llevé a Canal 13 y terminamos trabajando en un libro que salió en 1990, El testigo. En un momento de la charla le digo: “Don Jorge, el peronismo siempre fue estatista, ¿cómo es que ahora van a privatizar?”.  Me miró con cara de lástima y me dijo: “¿Quién le dijo que el peronismo tiene ideología? ¿O que los otros la tienen? Si usted sigue la ideología se va a equivocar toda la vida, lo que tiene que seguir es el negocio, la plata. Ahora el Estado está quebrado y no hay servicios, no hay nada, ¿quién tiene que poner la plata? Los privados, entonces les decimos que vengan, hacemos negocios con ellos, algunos se van a quedar con algo, pero la van a poner. Ahora bien, yo me voy a morir, pero si el día de mañana el peronismo necesita por negocio volver a estatizar, vamos a volver a estatizar. Y si hace falta llevarlos a la quiebra, se les congela las tarifas para que tengan que vender más barato”. Me dijo todo lo que iba a pasar con 15 años de anticipación.

En el libro recordás con nostalgia al periodismo de otras épocas, uno mucho más bohemio, porque decís que antes con un solo trabajo se podía vivir más o menos bien y tener tiempo para esa bohemia, las noches y madrugadas de sobremesas. Pero también contás que desde siempre tuviste varios trabajos a la vez, que le metías todo el día. Más allá del dinero, ¿qué había ahí entonces, qué te movilizaba?

Sí, sí, me movilizaba, pero además me servía de gimnasio, para aprender, para capacitarme más, para absorber más. El que me enseñó todo, todo, fue Marcos Cytrynblum, el que en ese momento era el secretario general de Redacción en Clarín. Se produce el golpe, 24 de marzo de 1976, llega a la puerta un montón de gente y no dejan entrar a la mitad de la redacción de Clarín. La mitad, afuera, los de la comisión gremial interna, principalmente, varios se tuvieron que ir de país. Entonces no quedó nadie. Yo estaba acreditado en Economía, en el BCRA, y Marcos me dice: “Te necesito acá, te tenés que quedar hasta el cierre, hasta la una de la mañana, me titulás y me copeteás todas las notas”. ¿Sabés lo que es durante un año leer nota tras nota de otros periodistas, buscar lo principal, copetear eso y hacer un título? Me dio una gimnasia para resumir que no la habría obtenido en ninguna escuela. La gimnasia de tener que leer cosas que no me interesaban, tratar de buscar la esencia, ponerla en un copete y después titular. A los seis, siete meses le agarré la mano. Costó, costó, llegaba muerto a mi casa. Pero ahí aprendí sobre la marcha que hay que esforzarse y que no te tiene que molestar que te obliguen a laburar de más y quedarte hasta cualquier hora. Tratá de hacerlo, porque algo vas a sacar de eso en el periodismo.

Cuando a mí me mandan por primera vez al Banco Central, que yo no quería ir, no me interesaba, me di cuenta de que no entendía nada, que las circulares del Central eran un jeroglífico, y como había estudiado el profesorado de Letras prefería los sonetos de Góngora a esa mierda. Leía: “Esta circular modifica el inciso B de la circular tal y tal que salió en noviembre de 1975 que modifica la circular A-2346 de…”. No entendía nada, y empecé a preguntar. “Andá a verlo a tal, al lado del Central, es hincha de Boca, como vos”. Lo voy a ver, le pago un café, hablamos de Boca, de la cancha, al rato estábamos como chanchos, “A ver, esto es una pavada, te cuento, esto es esto, esto es así y aquello…”.  Y ahí empecé a aprender, había que moverse, preguntar. Buscar gente, el que sabe de algo te lo va a contar. Y después, escribir en castellano. A mí me llevaron a Economía porque me dijeron que escribía claro. Estaba en redacción general, los sábados hacía deportes, iba a las canchas, pero me mandaron a Economía y yo puteé como loco, no quería ir. Pero al final todo se aprende.

Fue justamente estando en Clarín cuando fuiste convocado por Julio Ramos para armar Ámbito Financiero.

Ramos estaba en La Opinión, Leopoldo Jorge Melo estaba en La Prensa, otros venían de La Nación, nos juntó a todos y nos dijo: “Muchachos, ¿hacemos este diarito?”. Salí de acá, con todo el laburo que tenemos… “Dale, que acá se viene el sector financiero, no ven que está todo el mundo mirando las tasas”. ¿Y quién pone la guita? “No, tengo un amigo, Voss la pone”. Bueno, vamos y a los dos meses, con lo de los avisos de los bancos, ya estaba dando guita.

¿Y cómo era trabajar en Clarín y en Ámbito a la vez? Ramos se tomó la cruzada contra Clarín como algo personal.

Ramos estuvo en Clarín muchos años, se formó ahí, y no la pasó bien, tenía algo atragantado, sentía que lo estaban cagando, vivía puteando ahí adentro. Siempre tuvo un resentimiento con Clarín, y después, cuando se sintió poderoso, cuando Ámbito empezó a crecer, entonces se empezó a tirar contra Clarín. Ese ataque fue más de los ’90, porque el Grupo había crecido de una manera… Y creció mucho más con Néstor, cuando le dio la fusión de Cablevisión con Multicanal. Pero Néstor lo quería para él, lo quiso comprar, le dijo a Magnetto que lo iba a hacer el hombre más rico de la Argentina, le ofreció 3.400 millones de dólares, me lo contó Roberto Digón, el gremialista peronista combativo, que yo lo tengo en la platea de al lado en Boca. Me dijo: “Nos vamos a quedar con Clarín”. “Dejate de joder, ¿vos te creés que va a vender?”. Magnetto no quería la guita, quería el poder. Incluso con esa cifra, que es un dinero que hoy no se consigue más, pero él tenía el poder y no necesitaba la guita.

Volviendo a Cytrynblum, siempre me llamó la atención esa leyenda negra a su alrededor, seguramente potenciada por el Diario de la Argentina, de Jorge Asís. Pero fue un hombre que transformó a un diario del montón en el más leído del mundo hispanohablante, y apenas si se conoce su nombre, no ya digamos su cara o su voz.

Marcos nunca escribió una línea ni una nota, pero él sabía lo que tenía que hacer cada uno, sabía dónde tenía que estar cada uno y manejaba bien los hilos. Al Turco Asís lo mandó de copiloto de rally en una carrera por toda Sudamérica y fue espectacular la cobertura que hizo, desopilante, se volvió un tipo famoso con eso. Al final, cuando se pelea con Magnetto en el ’91, a todos los que éramos de él, nos volaron a todos. Es que el Ruso era de confianza, con su gente era de confianza. Tenía un secretario, Braulio, era un gaucho casi de lo hosco que era, un reo. Marcos tenía la teoría de que una secretaria mujer iba a terminar enganchada con alguno de la redacción y que eso iba a comprometer todos sus secretos.

Cuando agarró la redacción dijo: “Estamos haciendo lo mismo que La Prensa, que La Nación. Nosotros somos otra cosa, tenemos que sacarle gente a Crónica”, por eso sacó todas las noticias internacionales de la tapa y las primeras páginas, que era lo que se estilaba. Le hizo ganar mucha plata al Grupo, pero ya para el ’91 a él no le interesaba ampliarse como multimedios, Radio Mitre, Canal 13.  Se dio cuenta de que iba a ser un monstruo, que no iba a haber gran independencia y que él perdía poder. Cuando se fue, en la cláusula de salida se estipuló que no podía dedicarse a otro emprendimiento periodístico por dos años, no lo querían tener en la competencia.

En tu libro te referís a la crisis bancaria de 1980, una cuestión que venimos tratando últimamente en Seúl (acá y acá). Alejandro Reynal, vice del BCRA en aquel momento, explicó que la garantía del 100% de los depósitos por parte del BCRA —la clave que generó la crisis— no fue una decisión de Martínez de Hoz, sino más bien de distintos grupos militares y del propio Banco Central.

Sí, sobre todo por presión de Massera. Los militares en general estaban de acuerdo con el plan de Martínez de Hoz, pero Massera, que quería ser Perón, estaba en desacuerdo. Tal es así que en 1980, en pleno plan antiinlacionario, fuerza un aumento muy fuerte para los empleados públicos. Y tenían un déficit muy alto, gastaban en compras de armamento, primero para la guerra con Chile, después para Malvinas. Y a Martínez de Hoz lo fueron descolocando, se atrasó mucho el dólar, aumentó mucho la deuda, y al final le terminó explotando a Lorenzo Sigaut.

Ahora bien, la caída de los bancos fue una cosa de aventureros. No se trata de que querían quebrar, nadie quiere quebrar, sólo que aquellas eran las reglas y se le daba para adelante, pensando que alguna solución iría a haber, pagaría el Banco Central, alguien se haría cargo. Estaban todos en una timba muy feroz, que ya venía de antes con los valores ajustables y que se potenció con la libertad de tasas.

La caída de los bancos fue una cosa de aventureros. No se trata de que querían quebrar, nadie quiere quebrar, sólo que aquellas eran las reglas y se le daba para adelante.

Es más, la timba empezó mucho antes. En el año ’45, la época de los lingotes de oro en las bóvedas del Central más la plata que nos debían de la Segunda Guerra. Entonces [Miguel] Miranda [presidente del BCRA entre 1946 y 1947] pone al Banco de Crédito Industrial Argentino a dar créditos al 1% anual, un regalo. Entonces todo el mundo ponía una pyme, todos pusieron su taller, porque vieron que regalaban la plata. Y algunos duraron, pero la mayoría se fueron a la quiebra. Claro, esto no podía durar siempre. En el ’48, ’49 llega la primera crisis, y Perón cambia. La Bolsa, que había subido durante tres o cuatro años seguidos, en cuanto Miranda dijo que se acababa el crédito del Banco Industrial, se vino abajo. Un tipo que había entrado y había hecho el equivalente a cuatro departamentos, en una sola rueda le quedó uno, porque Miranda había dicho que se terminaba el crédito regalado. Claro, vos ponías una industria, el 50% era crédito subsidiado y el otro 50% lo sacabas de la Bolsa, por eso creció violentamente durante tres o cuatro años. Me viejo tenía una frase para esa época: “Era más fácil hacer plata que robar”. Cuando dijeron que se terminaba y que había que empezar a devolverla, la Bolsa se derritió en 24 horas.

Tu libro se llama 60 años de casta, esta palabra que puso de moda Milei. Y a la casta, que también podríamos llamarla la Argentina de las corporaciones, le dedicás uno de los últimos capítulos.

Las castas se defienden. Cuando Ángelo Calcaterra, en la causa Cuadernos, les dice a los jueces que no pagó una coima, sino que hizo un aporte a la campaña electoral, es para salvar a todos, para tener un precedente.  Quisieron hacerles juicio político a esos jueces y la Cámara lo desestimó, y ahora tiene que ir a la Corte, pero mientras tanto van zafando.

Habiendo estado observando de cerca a esta casta por más de 60 años, ¿alguna vez tuviste alguna clase de conflicto interno ante lo que veías, te sentiste condicionado de alguna manera?

No, yo siempre le di para adelante, era pragmático. Me decían: “Ojo con esto, eso está complicado por allá, sí, pero es para que se pongan por este lado”, o sea, siempre los escuché, pero no me hacía ningún problema porque daba por entendido que era una selva, y que más o menos había ciertas leyes que los muchachos respetaban. Es una Argentina corporativa, es cierto, es corporativa porque además yo sé que es más fácil pagarle a un lobby que ser muy eficiente en tu empresa, le pagás a un lobby y le decís: “Che, necesito importar a este precio”. Todo el mundo sabía que en la época de Massa para poder importar a un dólar barato tenías que llevar un bolso con guita a un hotel de Puerto Madero, que encima no veías a nadie, preguntabas, te daban una llave, dejabas el bolso en una habitación arriba de la cama, listo, nunca pasó, nadie se enteró.

En los ’90, que fue la última vez en donde se pudo liberalizar la economía en serio, ¿no fue una oportunidad perdida? Se suponía que la industria nacional podía volverse competitiva o dejarles el lugar a jugadores más grandes de afuera, y sin embargo volvimos a lo mismo.

Y bueno, lloraron mucho tiempo en los ’90. Muchos vendieron también, pero muchos se modernizaron. Yo conozco textiles que se fueron a las ferias en Europa a conseguir máquinas nuevas, algunos trataron de modernizarse. Yo creo que no les podés abrir indiscriminadamente a todos porque los mandás al demonio, pero si a mí la ropa me cuesta tres veces más que en Europa, yo te la voy a abrir, no me jodás. Yo llego hasta cierto punto, pero vos me seguís aumentando.

Por eso es que tienen miedo de que este Gobierno junte los dólares, que suban las reservas. Porque con dólares vos les podés abrir la importación, entonces no me importan los precios máximos ni precios regulados ni precios acordados ni precios sugeridos. No, dame dólares, y si vos subís los precios, yo te importo, ya está, es más fácil y evito la corrupción.

Al respecto de este gobierno, dijiste el lunes pasado en una entrevista con Carlos Pagni que Milei vino de la nada. Es cierto que es una figura que vino de afuera de la política y que llegó a la presidencia en tiempo récord, pero de algún lado viene: la Corporación América, las asesorías a Daniel Scioli. Su campaña y buena parte de sus candidatos salieron de algún sector del PJ cercano a Massa. ¿Qué es entonces Milei, el invento que vino a reventar al inventor?

Yo creo que es un aborto de la naturaleza. Nadie pensaba que venía y vino, dijo lo que iba a hacer, que era terrible lo que dijo que iba a hacer y lo hizo, y yo creo que no quiere tener futuro político. Quiere pasar a la historia como el tipo que cambió la Argentina, la quiere refundar. Entonces es un tipo que vos le decís que la gente la está pasando mal y no le importa, él sigue en la suya.

Toda la vida vi un presidente que era abogado y un ministro de Economía que era economista. Cuando el ministro empezaba a hacer las cosas que tenía que hacer, venían todos los políticos a decirle al presidente: “Che, paralo que éste nos va a hacer perder, es un boludo, no sabe nada”, y el presidente frenaba al ministro de Economía. Pasó con Sourrouille, pasó con tantos otros. Entonces, esta vez, son milagros que se dan, el presidente es economista y el ministro también es economista y los dos piensan lo mismo, y los dos están dispuestos a pagar todo el precio político para cambiar esto. Entonces es raro. Y creo que ya pasaron el peor momento, que fue abril, mayo y junio. Ahora se sienten ganadores porque el mercado les tiró dólares, el blanqueo fue bárbaro, lo que perdieron en el mes de septiembre lo recuperaron en octubre. Te das cuenta además que todo depende de la economía, ¿no?

En nuestra historia, el gobierno que trajo más inversiones extranjeras al país fue el de Frondizi.

Ahora bien, para consolidar la recuperación y que de lo financiero se traslade a lo real, veo un solo camino. En nuestra historia, el gobierno que trajo más inversiones extranjeras al país fue el de Frondizi. Los contratos petroleros no se los mostró a nadie, los firmó él y no se los mostró a nadie, por eso el quilombo. Pero ¿qué logró? Autoabastecimiento rápidamente. Venían fábricas de automóviles, venían fábricas de cemento, venían fábricas importantes de acero. Consolidó dando créditos a los que le interesaba que creciera, porque el desarrollismo apuntaba a ciertos sectores que entendía que eran los estratégicos para el crecimiento. Replicando aquello, hoy la única cosa en la que confío es en el RIGI, el régimen para los grandes inversores. ¿Por qué? Primero porque apunta a la minería. Chile exporta 52.000 millones de dólares de cobre y nosotros 3.000. Cobre, litio, petróleo, gas, gas licuado, con el RIGI les asegurás que las ventajas otorgadas no se tocan por los próximos 30 años, y si viene un Kicillof del futuro que te quiere joder, está la opción de litigar en los tribunales de Nueva York. Es la única.

Se suele decir que el actual es un triángulo de poder: el presidente, su hermana Karina y Santiago Caputo. Que Javier Milei está obsesionado con la cuestión económica y que la política más bien le aburre. ¿Qué podemos esperar entonces de las otras dos puntas del triángulo?

Por el lado de la política no lo tengo tan claro. Sin dudas, les interesa el poder. Gente que la conoce me ha dicho que Karina Milei tiene poderes psíquicos, que no es sólo el tarot, parece que ve más allá. No sé, se supone que ella fue la que “la vio”, por algo el presidente le dice “el Jefe”, ella le dice “esto sí, esto no” y él la obedece. Tiene más poder del que te imaginás. Y el otro es un pibe inteligente, es bicho. Es como un Marcos Peña aggiornado. Y está Guillermo Francos, que es el que maneja políticamente.

Lo más peligroso que veo es que, si les va bien, crean que se puede manejar cualquier cosa de cualquier manera. No hay nada peor que darles mucho poder a unos que se puedan creer cualquier cosa. Ahora, como están en minoría y tienen que negociar obligados, entonces sí, se portan bien. Pero con mucho poder, no sé… Lo he visto tantas veces en 60 años, a los tipos les das poder y se transforman. Porque siempre se habla, la importancia de lo institucional, la institucionalidad, todo muy lindo, pero es sólo para el titular en la tapa del diario, la frase en el simposio. A la gente lo único que le importa es llegar a fin de mes. Pero para los periodistas, la clase dirigente, “hay que darle importancia a lo institucional”.

Entonces, lo de las instituciones y el Nobel a Acemoğlu, ¿acá no corre?

Las instituciones importan para nuestra defensa personal, para que nadie tenga tanto poder como para que en un momento piense que está por encima de cualquier cosa. Insisto, habrá que ver qué pasa con este gobierno. Ahora están obligados a negociar, sacan las leyes raspando, por un par de votos, hablando y negociando con estos o con aquellos. Pero el año que viene seguramente ganen las legislativas y vamos a ver qué pasa. Ahí los quiero ver, cuando les sobren poder y votos.

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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