Veinticuatro horas después y consolidado el escrutinio con el 30-28-27 final, menos dramático que los primeros resultados publicados, estoy menos preocupado y más optimista sobre la posibilidad de JxC de ganar la elección. En cualquier caso lo que hay que hacer hoy es hablar de Javier Milei, que sin aparato ni plata ni armado se llevó casi un tercio de los votos. El país bienpensante se pregunta: ¿quiénes son esas personas, esos votantes? ¿Dónde estaban que no los veíamos? ¿Reflejan, como dicen Martín Rodríguez o José Natanson en sus buenas columnas de hoy, cambios estructurales demográficos, laborales, políticos, el voto de los chicos de PedidosYa? No lo sé. Mi argumento en contra de esa posición es que la verdadera sorpresa del domingo no fue el rendimiento de Milei en el AMBA, donde sacó más o menos lo esperado, sino en Mendoza, Córdoba y Santa Fe, provincias grandes y productivas, maduras de votos ex macristas, donde arrasó sin que nadie lo viera venir.
Mi opinión de Milei no es buena. Creo que es bastante chanta, que infantiliza a su electorado cuando le dice que no tiene la culpa de nada y que cada vez que habla se mete en problemas. (Por eso lleva un mes casi sin hablar. ¿Podrá seguir callado siendo el favorito y en camino a las elecciones de verdad?) Pero es innegable que conectó con el deseo de una parte de la población, sobre todo joven, sobre todo masculina, de meterle carnaval y bacanal a la política. Si fracasan los defensores del pueblo y fracasan los tecnócratas, habrán razonado algunos, probemos otra cosa.
Es medio temprano para hacer estas elucubraciones, pero para qué estamos sino. Estos votos de Milei, ¿son un piso o son un techo? Creo que habrá dos fuerzas operando en sentidos opuestos y ambas en relación con Patricia Bullirch. Por un lado, estarán los que querían expresarse y enviar una señal a la clase política y ahora, satisfechos, aceptarían votar a Bullrich. Y, al revés, estarán los que votaron a Patricia Bullrich ayer porque pensaban que votar a Milei estaba mal visto socialmente pero ahora se dan cuenta de que son un montón y que es una conducta perfectamente normal. En la oscilación de ambos movimientos podría estar una de las claves de octubre.
2.
Juntos por el Cambio cayó solo cuatro puntos contra las PASO de 2019 pero 12 puntos contra el 40% mágico que parecía grabado en piedra desde hace ocho años. Ese voto consolidado, esa representación de la sociedad argentina lograda después de tanto esfuerzo, evidentemente no era tan firme como algunos pensábamos. Me parece prematuro creer que el resultado obliga a la coalición a hacerse preguntas difíciles sobre su identidad o su viabilidad. Ese balance deberá hacerse en octubre, cuando estén contados los porotos reales, los que deciden bancas y gobiernos.
Aun así, es difícil no decepcionarse al ver que no somos nosotros (la oposición liberal, por decirlo de alguna manera) los que recogemos a los heridos del agotamiento kirchnerista, que ya no muestra resultados y cuyo lenguaje se volvió urbano, elitista, intelectual. Siempre creímos que con horadar la piedra, el muro del kirchnerismo mostraría grietas y se terminaría derrumbando. Pero suponíamos que los que más íbamos a aprovechar ese proceso íbamos a ser nosotros. Pues no. Al menos no por ahora. ¿Por qué? Algunos, los críticos de Horacio, dirán que porque JxC se volvió demasiado casta. Otros, críticos de Patricia, dirán que porque se volvió demasiado antiperonista.
3.
Otra lección de la elección de ayer es que en las campañas electorales contemporáneas lo único verdaderamente esencial para un candidato es tener claro quién es, qué ofrece y ser percibido como auténtico y genuino. Los partidos políticos ya no controlan de qué se habla en las campañas, pero tampoco parecen tener mucho control los medios. Nadie controla nada, las cadenas de autoridad están rotas (en Argentina y en buena parte del mundo) y el único mástil al que te podés atar para aguantar el vendaval informativo es tu identidad. Eso, sumado a que los políticos también sufren la crisis de autoridad (que afecta a los expertos, los maestros, los jefes, los padres, los referís), abre mucho el camino a candidatos outsiders que dicen dos cosas pero las dicen en serio. Por eso, para los políticos tradicionales es doblemente importante encontrar una estrategia central muy fuerte y muy clara, porque nada de todo lo demás (spots, redes, entrevistas, recorridas, $$$) servirá para nada si no expresan esa visión nítida central.
4.
Por qué perdió Horacio. Porque nunca encontró esa estrategia central genuina desde la cual hablarle a los argentinos y porque su diagnóstico principal sobre la situación del país –el problema es la grieta, lo que necesitamos son más acuerdos entre políticos– no resonó entre los votantes, que parecen estar pidiendo otra cosa. En el año del repudio a la casta, Horacio entregó su campaña a la casta pero encima lo hizo sin claridad ni convencimiento: a veces parecía que había que hablar con todos, a veces que con el kirchnerismo no, con Milei tampoco, ¿entonces con quién?
Desde el primer día su campaña puso mucho énfasis en los de arriba (coaliciones, acuerdos, dirigentes, expertos) y poco en los de abajo, en representar o canalizar demandas o estados de ánimo reales. Horacio les pedía a los argentinos un voto finito, superficial: después, sugería su contrato, yo me ocupo de arreglar el país, en el palacio con otros políticos, mientras vos mirás la cosa, sin participar, desde la calle. Ese mensaje incluía a los votantes históricos del PRO y de JxC, a quienes nunca les tiró un mimo: era tal su obsesión por conseguir votos nuevos, de otros espacios, que muchos votantes de JxC (los únicos que votan en la interna) se sintieron como en el meme famoso del pibe que va con la novia morocha y se deslumbra con la rubia que pasa por el costado. Desde el principio me pareció que Horacio estaba haciendo en agosto una campaña para octubre.
5.
Aunque el resultado global de JxC es decepcionante, Patricia sacó más o menos lo que habían anticipado las encuestas. Ganó porque embocó su proposición central, que era la de representar el espíritu de las marchas del “Sí, se puede” en 2019 y los banderazos contra la cuarentena, la reforma judicial y la estatización de Vicentín que dispararon su candidatura en 2020. Siguió fiel a eso, lo enderezó con un discurso muy “fin de época” –la casta no es el problema ni la solución: el problema es el país kirchnerista– y le alcanzó. Hizo una campaña para agosto en agosto, para seducir a votantes con buena imagen de Mauricio Macri. Ahora tendrá que ver para qué lado se amplía o cómo engorda y robustece su mensaje. A quiénes va a buscar primero.
Yo creo que tiene un camino para crecer y que tiene chances reales de ganar. Ese camino pasa, idealmente, por dos lugares. Uno es la mayor participación: tanto en 2015 como en 2019, Cambiemos aumentó en alrededor de dos millones de votos su caudal electoral. El problema es que nadie sabe bien por qué. Pero en ambas elecciones fue por lejos la coalición que más creció entre primarias y generales. El otro lugar es recoger aquellos votantes de Milei que hayan satisfecho en las PASO su deseo de rebeldía y ahora estén dispuestos a una versión de cambio algo más moderada. ¿Son muchos esos votantes?
En cualquier caso, el esquema final deja a Patricia en un lugar que puede ser interesante, apretada en un sandwich entre la ortodoxia kirchnerista representada por Massa (que aun el domingo a la noche seguía con su mensaje de “defendernos contra la derecha”) y la heterodoxia radical de Javier Milei. Esa avenida del medio, que tan finita fue en estos años a pesar de los deseos del periodismo y el círculo rojo, ahora quizás pueda tener varios carriles. Massa, podría decir Patricia, es el statu quo, la decadencia, el cinismo, el fracaso, la corrupción; y Milei tiene energía, convicciones y cosas positivas, pero es un tiro al aire, una bola sin manija, no es confiable para implementar el cambio que hace falta. Un próximo slogan podría ser: si querés cambio pero también pies en la tierra, votá a Patricia. Inesperada paloma, inesperada coreadelcentrista.
6.
Anoche estuve en el búnker de Juntos por el Cambio, el peor lugar para seguir elecciones porque uno se entera de todo tarde, no tiene ni la computadora ni la televisión para mirar bien los resultados ni para escuchar los discursos, salvo los de los propios, porque los tiene enfrente. También pasa otra cosa: las definiciones que ahí adentro parecen las más importantes (Jorge Macri o Martín Lousteau, Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta) quizás no lo son para los que estaban afuera. Uno está literalmente encerrado, con pulserita en la muñeca para probar la separación con el exterior, en un microclima político, hiperconectado con los propios y desconectado de los demás, por más watsaps que uno pueda mandar o recibir.
Quizás por eso el clima de anoche en el Gold Center barrionuevista de Parque Norte tardó en registrar el resultado de Milei. Desde la tarde venía el runrún, pero nadie esperaba lo que finalmente ocurrió, en parte porque para la gente de Patricia su triunfo en la interna, por ejemplo, era con razón la noticia más importante de la noche, aquello por lo que venían trabajando desde hacía tres años. En el bullrichismo la elección de anoche se siente, primero que nada, como un triunfo de Platense en La Bombonera, una victoria del corazón contra el presupuesto, de la representación contra los aparatos. Hace tiempo empezaron a decir que se sentían como Menem en 1988 contra Cafiero y mantuvieron esa épica hasta el final, con resultados positivos.
Estaba raro el búnker porque por primera vez en mucho tiempo personas opuestas en la interna se veían cara a cara. Y se vieron cuando unos habían ganado y otros habían perdido: había felicitaciones taciturnas, agradecimientos que intentaban disimular la alegría. Las tribunas cantaban por sus candidatos ganadores, hacían ruido cacheteando las paredes de plástico entre oficinas y a diez o veinte metros estaban los perdedores intentando poner la mejor cara posible. Más tarde hubo abrazos y promesas de trabajar juntos, que deberían cumplirse.
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