VICTORIA MORETE
Entrevistas

María Victoria Baratta

La historiadora habla sobre el protagonista de su nuevo libro, Juan Bautista Alberdi, intelectual de muchas caras, prócer reticente, traído de vuelta a la conversación con el vendaval libertario.

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María Victoria Baratta (San Isidro, 1982) es historiadora, investigadora adjunta en el CONICET y profesora de Pensamiento Argentino y Latinoamericano en la UBA. Hace unas semanas publicó Alberdi (Crítica), una biografía y retrato de Juan Bautista Alberdi, quizás uno de los intelectuales del siglo XIX menos comprendidos y rescatado, un poco atolondradamente, por el ascenso libertario de los últimos años. Charlamos con ella el jueves para hablar de los distintos Alberdi (el liberal, el romántico, el urquicista, el exiliado eterno) y cómo se lo puede leer hoy.

¿Cómo era tu relación con Alberdi antes de escribir el libro?

Llegué a Alberdi por los márgenes de su pensamiento. Mientras hacía mi tesis doctoral sobre la Guerra del Paraguay, descubrí que el intelectual argentino que más se había opuesto a esa guerra era Alberdi, que estaba en París. Desde allá, publicaba artículos defendiendo al Paraguay de Francisco Solano López. No era el Alberdi clásico de las Bases de la Constitución, el más conocido, era otro, uno distinto. Después entré como docente a Pensamiento Argentino y Latinoamericano en la Facultad de Filosofía y Letras, y ahí tampoco damos al Alberdi de las Bases, sino al Alberdi joven, el romántico, el de la generación del ’37.

Es una materia legendaria, que está en el plan de estudios de Filosofía, pero la cursan alumnos de Historia y de Letras, y el equipo que tenemos es  multidisciplinario. Oscar Terán era su titular, que estudió mucho a Alberdi, y luego Elías Palti, que me enseñó muchísimo sobre él. Hay un texto de los primeros, que se llama Fragmento preliminar del Estudio del Derecho, en el que algunos ven un Alberdi rosista y otros uno comprensivo con el rosismo. Después había otros, como el propio Alberdi, que lo pensaban en términos de estrategia retórica. Él se justificó años después, dijo que había utilizado la alabanza como un pararrayos para que Rosas lo leyera.

Una captatio benevolentiae no se le niega a nadie, salvo a Rosas si sos un romántico del ’37.

Claro, la generación de Alberdi es romántica en el sentido de que buscaban una esencia, las particularidades, lo histórico. Pablo Rojas Paz, un escritor que escribió una biografía de Alberdi, decía que ser romántico era “saber responder al secreto del tiempo”, “tener derecho a la heroicidad en todos los aspectos de la vida”. Después tenían ideas liberales, muy distintas a las de Rosas. Se sienten herederos de la tradición de la Revolución de Mayo, pero no se sienten unitarios. El unitarismo fracasó con la experiencia rivadaviana, y entonces quieren aprender, quieren conciliar esos ideales de la Revolución, más ilustrados, con las características locales del territorio en el que viven. En esa mezcla entre tierra e ilustración está lo romántico. 

¿Cuándo llegaste al Alberdi clásico?

Ahora. La época me llevó a estudiar al Alberdi canónico, el liberal, que es diferente a la imagen libertaria de ese Alberdi, más atada a la coyuntura. Así empezó el libro: hice un tuit diciendo algo como “hay un Alberdi rosista, antirrosista, republicano, monárquico, liberal, defensor de Francisco Solano López, pacifista; hay un Alberdi para todos”. En enero, Milei lanza el proyecto de la Ley Bases y un fallo de la Justicia del Trabajo le responde con un fragmento de las Bases. ¡Cristina también cita a Alberdi para responderle a Milei! Ernesto Tenenbaum leyó mis tuits, me entrevistó en radio y la editora de Planeta escuchó. Así llegué a Marcelo Panozzo, mi editor.

Con el libro profundizo en el personaje, leo cosas de Alberdi que no son las que enseño en Puan, tampoco las que trabajé en la tesis, y ahí descubro que hay un Alberdi que me habla. Me encuentro con un músico, porque él comienza así, tocando el piano (yo haciendo canto lírico). Hace unos años, el Gobierno de la Ciudad publicó sus obras de enseñanza de música con un CD, y lo escuché y me hizo acordar mucho a Chopin, que me encanta.

Un Chopin tucumano, ¿cómo no enamorarse?

Otra cosa que Alberdi menciona, que también me acercó mucho, es que sus veranos más felices fueron en las barrancas de San Isidro, en la ribera de San Fernando, y yo soy exacto de ahí, y elijo vivir ahí; ese detalle me toca. También me gusta su rechazo a las bajezas de la política y su pacifismo, totalmente adelantado para su época. Nunca empuñó las armas (lo que para algunos era un signo de cobardía), pero además escribió un tratado pacifista en medio de la Guerra de Paraguay y la Guerra Franco-Prusiana, y eso era innovador. Liberales había muchos, pero el pacifismo era tendencia muy acotada en un siglo de guerras. 

De los cargos políticos siempre se mantuvo alejado. Solo aceptó ser diplomático con Urquiza, y volver a Argentina para ser diputado en el gobierno de Avellaneda, pero casi no asistió a sesiones. Ni siquiera fue cuando votaron la federalización de Buenos Aires, que era uno de sus anhelos. Alberdi le teme a sus enemigos políticos; está entrenado para el ámbito intelectual, sabe cómo responder desde la pluma, pero la “rosca” no le gusta nada. No está dispuesto a cambiar sus ideas ni por un sueldo ni por un puesto; a la vez, es muy sensible a los ataques personales de la política, especialmente de Mitre y Sarmiento.

Le resulta incomprensible que solo por expresarse se pueda poner en duda algo tan evidente, y tan determinante, como su patriotismo.

Hay muchas de sus opiniones que no me gustan, más allá de que sean anacrónicas, como cuando habla de las mujeres, de los indígenas o de su idea de abrir la inmigración sólo para los europeos de norte, pero me interpela muchísimo su obsesión por la libertad de expresión y cuánto le sorprende que se persiga a gente por pensar distinto. Para él, cuando Mitre y Sarmiento lo llaman traidor a la patria, actúan igual que Rosas: no toleran la disidencia. Le resulta incomprensible que solo por expresarse se pueda poner en duda algo tan evidente, y tan determinante, como su patriotismo; esa ingenuidad me toca. No se quedaba callado, y yo tampoco suelo quedarme callada y también escribo. 

¿Qué opinión tenía sobre las mujeres? 

En las Bases, Alberdi considera que las mujeres son las custodias de la moral y de las costumbres en el hogar, las que preparan a los individuos para la ciudadanía y el trabajo. Cito: “En cuanto a la mujer, artífice modesto y poderoso que desde su rincón hace las costumbres privadas y públicas, organiza la familia, prepara el ciudadano y echa las bases del Estado, su instrucción no debe ser brillante.” Su educación, según él, debía limitarse al ámbito doméstico. Alberdi tiene una visión conservadora respecto a las mujeres y la política, y una visión modernizadora en lo económico.

“Su instrucción no debe ser brillante” es mortal. ¿Terror a nuestra potencial superioridad o simple TOC en la distribución de roles y recursos?

Lo primero, me parece. Con la mujer, Alberdi es moral. 

Con el hombre, liberal. 

Si es blanco, alfabetizado y tiene bienes, sí. No es liberal con todos los hombres; a los inmigrantes no les da derechos políticos en un principio de las Bases

¿Cuál es su costado más oscuro?

El aspecto más oscuro de Alberdi es su rol como padre. A su hijo Manuel, que tuvo con Petrona Abadía, nunca lo reconoció; lo trataba como un sobrino o pariente y casi siempre vivieron separados. Su relación era fría. En sus papeles íntimos casi no lo menciona, como sí habla, en cambio, de su familia en Tucumán, de sus ancestros y de la estirpe de los Aráoz, que era la familia de la madre. Tiene una traba afectiva muy fuerte. Cuando es más grande, intenta poner a Manuel en un internado en Europa para que estudie, pero él no quiere. Le consigue algunos trabajos y le deja el derecho de publicar sus obras póstumas, pero nunca ejerce como padre.

Tiene otras cosas que resultaron polémicas, como su postura frente a la Guerra del Paraguay, que genera divisiones. Oponerse a la guerra era comprensible para algunos liberales, pero apoyar explícitamente la causa paraguaya en plena guerra con Argentina era para algunos un acto valiente y para otros, vergonzoso. Su resistencia a regresar al país es otra cosa particular, incluso cuando lo llaman para cargos de relevancia. Hay en Alberdi una tendencia a la huida, al aislamiento, y cierta debilidad emocional ante los ataques de sus enemigos.

Alberdi no tiene feriado.

Sí, es un prócer –si es que es prócer– sin feriado. Por eso lo conocemos menos, por eso y por todos los Alberdi que hay. 

Eso leí y me chocó: “No sé si debe ser considerado un prócer o no”. ¿Cómo puede ser?

Habría que preguntarse antes qué es un prócer. ¿Una persona de alta dignidad? Entonces sí. ¿Un padre de la Patria? También. ¿Un héroe militar? Ahí ya no tanto. La discusión tiene muchas valoraciones subjetivas e ideológicas, y aunque en lo personal tiendo a considerarlo un prócer, no quería decirlo sin fundamento, basada en emociones. Como sea, al no tener feriado, no está en la memoria colectiva porque precisamente no se enseña desde el jardín, los chicos no se disfrazan de Alberdi, no conocen su figura, y queda como un prócer de segunda.

Qué tipo raro Alberdi, perfecto para esta época que pide todo blanco o negro y en 280 caracteres. 

Alberdi puede ser un ejemplo para esta época por defender su autonomía de pensamiento. Defendía su libertad intelectual, y siempre mantuvo su dignidad, nunca usó la política para enriquecerse ni fue tampoco un carrerista de la función pública, como Sarmiento. Apenas compró una quinta en Valparaíso con su trabajo de abogado en Chile y, aunque tuvo un ama de llaves después de los 50, nunca vivió con lujos ni murió rico.

Otra razón por la cual no es tan reconocido como otros próceres es porque los que escribieron la historia, como Mitre, se habían enemistado con él, y valoraban más a los héroes militares. Su rivalidad con Sarmiento también lo opacó. Además, aunque fue un héroe liberal, algunos liberales no lo reconocieron por su postura en la Guerra del Paraguay y su relación con Rosas en Europa. El revisionismo y el peronismo, por su parte, rescatan su pacifismo y su defensa de Paraguay, pero rechazan su liberalismo. Así que Alberdi queda en una posición ambigua, sin ser un prócer completo.

Milei lo quiere porque es anti-función pública y anti-Estado opresor.

Milei está fascinado con las Bases, especialmente con el Sistema económico y rentístico de la Confederación, un decálogo de políticas liberales que buscaba erradicar los restos del régimen colonial. Toma eso, junto con otros escritos de Alberdi contra la omnipotencia del Estado, y lo convierte en una visión absoluta, y lo elige como su prócer. Pero Alberdi no es lo que Milei plantea; las Bases proponen construir un Estado, aunque liberal y orientado al libre mercado. Milei destaca solo la parte económica, pero ignora que Alberdi no buscaba destruir el Estado, sino transformarlo.

No deja de ser un proyecto de organización política, no una propuesta anarco-capitalista ni libertaria como a veces plantea Milei. Lo interesante de su reivindicación es que Alberdi era un intelectual que odiaba a los intelectuales: un abogado que afirmaba que sobraban los abogados, crítico acérrimo de las Ciencias Morales y Humanas, aunque él mismo estudió en el Colegio de Ciencias Morales y se formó como abogado. Defendía una educación práctica y manual, orientada al crecimiento productivo, rechazando las humanidades, aunque fue el intelectual más importante del siglo XIX en Argentina.

Lo interesante de su reivindicación es que Alberdi era un intelectual que odiaba a los intelectuales: un abogado que afirmaba que sobraban los abogados, crítico acérrimo de las Ciencias Morales y Humanas

Milei y los libertarios adoptan esta postura anti-humanidades, con ideas como “cierren Filosofía y Letras” o “el CONICET no sirve”. En el fondo, igual que Alberdi, Milei reniega de sí mismo; es un economista que aspira a ser reconocido como intelectual, su doctorado honoris causa se lo dio la institución de Benegas Lynch. Tiene pretensiones académicas que le gusta resaltar, aunque hable en contra de ese mundo. 

Alberdi era un intelectual y Sarmiento un autodidacta. Hablame de sus diferencias.

Hay un detalle sobre Sarmiento y Alberdi que es clave: Sarmiento, nacido en San Juan en 1811 y de una familia más humilde, aspiraba a la misma beca en el Colegio de Ciencias Morales que obtuvo Alberdi gracias a sus méritos pero también a sus contactos, beca que Rivadavia daba a jóvenes de provincias. Sarmiento, al no tener los mismos recursos, no la consigue y se vuelve autodidacta, aunque más tarde se convierte en defensor ferviente de la educación formal y las instituciones, mientras Alberdi veía la educación como algo más instrumental.

En cuanto a su relación con la política, Sarmiento era un político, polemista y periodista, como muchos hombres de su tiempo, que pasaban por todos los escalones: gobernador, diplomático, presidente, congresista. Alberdi veía esta carrera ascendente de Sarmiento como un fin en sí mismo, y aunque no es algo malo, consideraba que podía hacerle perder de vista sus ideales.

¿En qué momento se pelean para siempre? 

Con Sarmiento la pelea arranca fuerte después de la caída de Rosas, cuando todos los exiliados liberales regresan menos Alberdi, que se queda en Chile y apoya a Urquiza. Sarmiento, que había servido como “boletinero” en el Ejército Grande de Urquiza (así le decían al que se ocupaba de producir y difundir noticias de la guerra con una narrativa favorable a Urquiza, en este caso), después se enoja con Urquiza y comienza a atacar a Alberdi en la prensa. Lo acusa de traidor y de filtrar un memorándum crítico contra Urquiza a un diario en Valparaíso. En su libro Campaña en el Ejército Grande, Sarmiento lo llama directamente “el primer desertor argentino” por haber abandonado Montevideo en el sitio de Rosas.

A partir de ahí, la disputa se vuelve personal: Alberdi responde desde Chile con sus famosas Cartas quillotanas, defendiendo a Urquiza y atacando el carácter belicoso de Sarmiento. Sarmiento va a responder y la polémica va a escalar. Estos textos no solo reflejan sus diferencias políticas, sino también su choque de estilos y personalidades​. 

A Sarmiento (autodidacta, ambicioso, pasional) le habrán dolido las oportunidades que tuvo Alberdi (doctor en Jurisprudencia, anti-carrerista, tímido).

A Sarmiento (autodidacta, ambicioso, pasional) le habrán dolido las oportunidades que tuvo Alberdi (doctor en Jurisprudencia, anti-carrerista, tímido). Para Alberdi, Sarmiento encarnaba el estado de guerra permanente en un momento que él creía de paz y organización.

En lo educativo, los dos quieren lo que no tuvieron. Sarmiento, instrucción; Alberdi, técnica. El sanjuanino impulsa un sistema netamente basado en la escolarización y el tucumano duda del valor de la escuela para formar ciudadanos y trabajadores. Influido por el Emilio de Rousseau, Alberdi creía en la “pedagogía de las cosas”, estaba convencido de que la población local aprendería mejor por imitación de los inmigrantes europeos (del norte) que traerían nuevos (mejores) hábitos (que los del sur). Alberdi criticaba la formación intelectual pero estaba profundamente orgulloso de sus credenciales como miembro de prestigiosas sociedades científicas y literarias, una dualidad que también se ve en Milei.

¿Cuál es el Alberdi que más te gusta?

El Alberdi que más me gusta son tres: el pacifista, el romántico y el defensor de la disidencia. 

El que hace un tratado a favor de la paz internacional y se opone a la guerra en un siglo donde ir a la guerra era una forma común de hacer política. “La guerra nos domina de tal manera –decía– que hasta para perseguirla nos valemos de ella”. Para él tenía que ser un delito común. La espada de la guerra, decía, es siempre la espada de la parte litigante, es decir, parcial y necesariamente injusta. Alberdi sólo admite la guerra en defensa propia.

El que trata de conciliar los ideales racionales liberales con la realidad del país en la que vivían; como dijo José Luis Romero, la generación del ’37 fue una generación conciliadora. Por ahí me gusta por el presente, ¿no? El que defendía sobre todas las cosas la libertad de prensa, el que no se acostumbra a que opinar diferente sea –bajo el gobierno de rosas, el de Mitre o el de quien sea– un causal de destierro, un delito de traición a la patria. 

¿Cómo se forman y se deforman los distintos grupos?

Alberdi se hace íntimo amigo de Juan María Gutiérrez (escritor) y Esteban Echeverría (poeta) cuando va a la facultad en Buenos Aires. Los une esa juventud. Se reunían en el salón de Marcos Sastre con Miguel Cané padre, discutían ideas románticas y se oponían a la política de Rosas. Eran la voz disidente de la época.

Sarmiento, mientras todos se juntan en el salón, está en San Juan, y le escribe una carta de admirador a Alberdi con un seudónimo que era García Román. En ese momento Sarmiento tenía una labor educativa, y era más afín a los unitarios.

Cuando Rosas les hace jurar fidelidad, y si no lo hacían era cárcel o muerte, empieza el exilio. Sarmiento, que está en San Juan, cruza a Chile. Alberdi, Echeverría, Gutiérrez, Mariquita Sánchez y otros intelectuales de la Generación del ’37 van a Montevideo, donde se replica una mini Buenos Aires. Ahí Alberdi, que había sido comprensivo con Rosas al principio, cambia totalmente. Para él no es aceptable que violen la libertad de prensa y expresión. De hecho ayuda y planea (siempre desde lo intelectual) una revuelta armada que iba a encabezar Lavalle. Y a este grupo se suma un joven que también está exiliado por culpa de Rosas, y que es Bartolomé Mitre. 

Cuando Montevideo deja de ser segura porque hay un sitio sobre la ciudad, Alberdi y Gutiérrez se van a pasear por Europa. Echeverría no tenía plata para ir otra vez; eran como los tres mosqueteros con madame de Mendeville que les hacía de hogar, pero Echeverría ya no tiene plata y se queda en Montevideo. Mientras tanto, Sarmiento sigue en Chile y avanza su carrera como periodista e intelectual cercano al poder. Después del paseo por Europa, Alberdi vuelve al sur, pero en vez de pasar por Montevideo va a Valparaíso, donde se compra su quinta y empieza a notar que Sarmiento tiene mal carácter. 

A partir de la caída de Rosas, se manifiestan las divisiones entre este grupo de ex románticos liberales.

A partir de la caída de Rosas, se manifiestan las divisiones entre este grupo de ex románticos liberales. Una parte queda a favor de Urquiza, que son Alberdi y Gutiérrez: Gutiérrez va a ser funcionario de Urquiza y Alberdi le escribe las Bases en Valparaíso y se las hace cruzar por los Andes, y apoya su gobierno, y después va a ser nombrado como su representante diplomático. Mitre y Sarmiento quedan como los que defienden la autonomía de Buenos Aires, y lo logran. El país se divide en dos: Buenos Aires y la Confederación Argentina. 

Alberdi se va a Europa, donde es el representante de la Confederación. Mitre y Sarmiento se quedan en Buenos Aires, y su amigo Gutiérrez en Paraná como funcionario del gobierno de Urquiza. Hacía el final de la época, Buenos Aires se va a terminar imponiendo sobre la Confederación, Mitre va a ser elegido presidente de la República Argentina y Alberdi va a perder su cargo de diplomático. Y ahí Mitre hace dos cosas: no le paga a Alberdi los sueldos que le corresponden por el puesto que perdió y nombra a Gutiérrez como rector de la Universidad de Buenos Aires. Alberdi está contento por su amigo, pero sabe que ahora está más cerca del poder de lo que le hubiese gustado.

En la presidencia de Mitre, Sarmiento está en Estados Unidos y va a ser el siguiente presidente después de Mitre. No es el candidato del mitrismo, que pierde por lo impopular que se vuelve la guerra contra Paraguay, que es una empresa mitrista. Para ese momento, Alberdi está en París mandando escritos a favor de Paraguay y para Sarmiento y Mitre es un traidor a la patria. Gutiérrez está un poco perdido, no lo entiende tanto. 

Es el momento de Alberdi cancelado. 

Exacto, hasta que un grupo de poder tucumano, que llega a la presidencia con Avellaneda, que era tucumano, empieza a reivindicar la obra de Alberdi y su visión de país. Avellaneda le escribe, Roca le pide que vuelva. Ahí en el medio muere Gutiérrez, de viejo. Le ofrecen a Alberdi ser diputado, sin elección mediante. Y es ahí cuando Alberdi, que se había ido con 28 años, vuelve con 69 a ser diputado por Tucumán. 

Cuando vuelve, todos lo apoyan, se está por votar la federalización de Buenos Aires, que se va a votar a favor pero él no quiere ir, aunque es uno de sus grandes proyectos. Con esa federalización, Mitre es uno de los derrotados, pero igual va a seguir con su encono contra Alberdi (Sarmiento también) y a tal punto que cuando Alberdi le dice a Roca que quiere ser embajador en Francia, el puesto que él siempre hubiera querido, Mitre se entera y empieza en La Nación una campaña en su contra y logra que no se lo den. Alberdi se vuelve triste a París, y muere. La verdad es que cuando vuelve a Buenos Aires ya no queda mucha gente viva de su generación. Están Mitre y Sarmiento, que lo detestan, esta nueva generación Avellaneda y Roca, que lo reivindican, pero Echeverría ya está muerto hace mucho, Gutiérrez hace demasiado poco, y de esa generación romántica no quedan muchos.

¿Cuál es el Alberdi progre?

El progresismo reivindica el Alberdi pro-Paraguay, el que se acerca a Rosas, algunos pasajes sacados de contexto sobre el endeudamiento, y el del pacifismo. Pero después lo detestan por las Bases y porque al final es el ideólogo del roquismo.

¿Por qué latía el corazón de Alberdi? 

Sylvia Molloy y Adolfo Prieto dicen que sus escritos póstumos tenían una promesa de intimidad que no cumplieron: “Son plena ausencia de la menor efusión emotiva.” Halperín Dongui les va a contestar y va a decir que Alberdi no logra superar la ambivalencia en el proyecto de narrar su propia biografía, le costaba traspasar la falta de recato, y parecía que su autobiografía estaba destinada sólo al ámbito familiar. Había una ausencia de una dimensión íntima, le escribía a sobrinos estableciendo un lazo afectivo aunque no los hubiera conocido nunca, y más que una falta de afecto, Alberdi demostraba un perfil de hombre del antiguo régimen; se identificaba con esa familia de élite tardía, colonial, de las más privilegiadas de Tucumán, la vía materna que lo relacionaba con la familia Aráoz. Para Halperín Dongui era como una especie de príncipe al que le arrebataron la herencia. De chiquito había conocido a Belgrano, a Pueyrredon, todo le auguraba un destino triunfal, y termina teniendo que volver a trabajar de periodista, él que había imaginado ser un abogado exitoso en París. 

Cuando estaba en el colegio, lo habían diagnosticado con una fatiga depresiva, le habían dicho que tenía que dejar de estudiar y dedicarse a la vida frívola, que es un poco lo que en un momento hace. Alberdi se define como un romántico, dice “el romance me sigue por todas partes, yo he de ser loco toda mi vida”. Creo que era un poco soberbio, a veces manifiesta sentirse superior intelectualmente a los demás, aunque también les tiene miedo. Hay una limitación emocional en eso de no poder regresar al país.

Yo, en definitiva, creo que lo mueve la libertad. No sigue la pauta del matrimonio, ni de la carrera política, tampoco de la carrera militar, algo muy importante que no hace. Le escribe a Villanueva: “No espero, ni procuro, ni deseo otra posición que la de vivir quieto y respetado, cuidando un jardín, tocando el piano, durmiendo hasta las nueve y rehusando todas las visitas que no me gustan”.

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Victoria Liendo

Editora de Seúl. Doctora en Letras (Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis). Repatriada.

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