IGNACIO LEDESMA
Entrevistas

Jorge Faurie

El excanciller y precandidato a diputado por Santa Fe dice que el Gobierno prefiere estar aislado del mundo para que lo controlen menos. Y que rechazó el acuerdo con la UE sólo porque lo había hecho Cambiemos.

Jorge Faurie (Santa Fe, 1951) fue canciller durante la segunda mitad del mandato de Mauricio Macri y se destacó, entre otras cosas, por terminar de cerrar un acuerdo con la Unión Europea que llevaba gestándose hacía dos décadas. Ahora se presenta como precandidato a diputado nacional por la provincia de Santa Fe por la coalición Juntos y charló con Seúl acerca de sus preocupaciones respecto de su provincia: la Hidrovía y las medidas del Gobierno que afectaron la producción agropecuaria, entre otras. También hablamos sobre las crisis inédita del Mercosur, las protestas sociales en Chile, Colombia y Perú y por qué este Gobierno se siente cómodo aislándose del mundo.

Luego de cobrar notoriedad por su gestión al frente de la Cancillería en el gobierno del presidente Macri, en esta oportunidad lo encontramos compitiendo por un cargo electivo como precandidato a diputado por la provincia de Santa Fe. ¿Qué lo llevó a dar este paso?

Efectivamente, integro una de las cuatro listas que se presentan en las PASO en Santa Fe por la coalición Juntos. Soy parte de la lista Santa Fe Nos Une, encabezada por Federico Angelini y Amalia Granata como candidatos a senadores y Luciano Laspina y Gisela Scaglia para diputados, conmigo en el tercer lugar. Creo que nuestra lista puede mostrar consistencia tanto en el trabajo territorial como en la trayectoria de sus integrantes. Básicamente queremos que los electores conozcan quiénes son sus representantes, más aún teniendo en cuenta que en los últimos meses se han tomado decisiones que afectan sensiblemente la vida de la provincia. Me refiero por ejemplo a la Hidrovía, las medidas que han afectado la producción y la exportación de carnes o la ley de biocombustibles que excluye el componente que proviene del sector agropecuario. Creemos que el Congreso es el lugar en donde los representantes de la provincia deben defender estas cuestiones y por eso es importante que el pueblo conozca a quienes aspiramos a ocupar esos lugares.

Se ha discutido mucho, y se sigue discutiendo, acerca de la manera en que los distintos sectores de Juntos por el Cambio han resuelto sus listas de candidatos en la Ciudad de Buenos Aires y en la Provincia. ¿Cómo caracterizaría a este mismo proceso llevado adelante en Santa Fe?

Creo que todos estamos haciendo un trabajo de persuasión de los electores de una manera muy razonable, cada una de las listas internas circula por los pueblos, tomamos contacto con las fuerzas vivas, con los productores, con los intendentes. Queremos desde luego dialogar con la gente, conocer sus problemas, principalmente los relacionados con la economía, la salud y la seguridad. Eso está pasando sin confrontaciones en nuestra coalición. Del lado del oficialismo, por el contrario, en Santa Fe hay una interna feroz entre una lista que promovió a Agustín Rossi como candidato a senador (supuestamente con el respaldo del Presidente de la Nación) y otra en la que aparece el propio gobernador Perotti como senador suplente, más una tercera en la que está la vicegobernadora. Los santafesinos observan entonces esta situación incomprensible en la que el Gobernador es también candidato a senador por una corriente disidente, lo cual además plantea una pregunta muy legítima acerca de en qué situación quedaría Perotti en caso de un resultado desfavorable en las PASO. Todo esto desde luego que podría desembocar en una crisis institucional inédita mientras la gente mira todo de afuera preguntándose qué es lo que están haciendo. El pueblo les dio el mandato para que gobernaran, no para estas peleas.

¿Y cuáles son sus expectativas personales en caso de ser elegido, cuál cree que podría ser su aporte teniendo en cuenta sus antecedentes?

Mi mayor preocupación es que productivamente Santa Fe está siendo perjudicada y desconectada de los mercados internacionales. Hay una gran cantidad de empresas –pequeñas, medianas y algunas grandes– a las que se les ha bloqueado por completo su horizonte productivo con estas medidas que mencioné recién, sumado a una altísima y creciente carga tributaria que las saca del juego contra competidores de otros países, además de problemas adicionales para acceder a los insumos importados y servicios de logística y hasta crecientes trabas burocráticas. Por lo tanto, en caso de que los santafecinos decidan elegirme como su representante, mi intención es estar sentado en todas las comisiones en las que se pueda atacar estos problemas: la de Relaciones Exteriores, la de Comercio Exterior, aquellas que tengan que ver con la desburocratización y todo aquello que ayude al productor santafesino y, por extensión, a los productores y ciudadanos de todo el país.

Más en general, si yo tuviera que elegir un tema excluyente al que abocarme, sería sin dudas el de la vuelta de la Argentina al mundo. Hoy, además del comercio, estar vinculado al mundo significa estar conectado a la tecnología, la informática y la cibernética, todo lo que conforma la revolución del siglo XXI. Todo esto que está en continua transformación nos obliga a estar vinculados al mundo para no quedar atrasados. Además es imprescindible recomponer las relaciones con nuestros vecinos, especialmente con el Mercosur. Es una locura que hayamos generado estas peleas que han provocado este nivel de dudas en el bloque. Tenemos que tener en claro quiénes deben ser nuestros socios, si nuestros vecinos del Mercosur o Venezuela, Nicaragua y Cuba, además desde luego de cómo debemos vincularnos con las grandes potencias como Estados Unidos, China y la Unión Europea.

Las decisiones del actual Gobierno argentino parecen haber llevado al Mercosur a una crisis inédita, con Uruguay animándose a plantear propuestas mucho más audaces y contrarias a la posición del presidente Fernández. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Durante el gobierno del presidente Macri el Mercosur recuperó una gran vitalidad, no sólo por la agenda externa del bloque (las negociaciones con la Unión Europea, pero también con otros países como Canadá, Corea, Singapur, las naciones del Pacto Andino) sino también porque esta agenda aperturista nos obligaba a trabajar muy consensuadamente hacia adentro del bloque para determinar las condiciones y las posiciones a negociar hacia afuera. Ese ejercicio no se había hecho con tanta eficacia en los últimos 25 años de historia del bloque como en nuestro período, con el impulso argentino y el acompañamiento brasileño logramos generar una dinámica esencial para un proceso de integración que tiene además definiciones políticas asociadas.

Lo que ha pasado desde el 10 de diciembre de 2019 es en cambio absolutamente caótico. Porque el Gobierno empezó rechazando el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea simplemente porque no lo había logrado un gobierno peronista o kirchnerista, sin advertir que la negociación de este acuerdo se había extendido por 22 años, de los cuales 16 de ellos fueron con gobiernos peronistas. La oferta inicial presentada a la UE con el conjunto de sectores y bienes que serían parte de la negociación para un tratamiento de comercio preferencial fue hecha en 2004 por el gobierno de Néstor Kirchner, la cual luego se modificó en 2010 y 2014 en los sucesivos mandatos de Cristina Fernández, por lo cual la lista con la que trabajó nuestra gestión venía determinada desde antes por el peronismo. Fue así entonces que la UE debió recordarle al actual gobierno argentino que tras 22 años de negociaciones resulta imposible volver a sentarse a discutir todo otra vez.

El Gobierno empezó rechazando el acuerdo con la UE simplemente porque no lo había logrado un gobierno kirchnerista, sin advertir que la negociación se había extendido por 22 años.

Esta actitud del Gobierno por supuesto que desorientó además a nuestros socios. Esto fue en definitiva lo que planteó el presidente Lacalle. Debe entenderse además que el mundo ha cambiado mucho desde la formación del Mercosur, en ese entonces China era un país importante como tantos otros, cuando en la actualidad es un protagonista principal del comercio mundial y una nación que se perfila como la gran superpotencia de la segunda mitad del siglo XXI. Las relaciones con China y Estados Unidos por supuesto que son prioritarias y estratégicas para el bloque, pero también con muchas otras naciones que ya mencioné y a ello fue que abocamos nuestra gestión, a definir cuáles debían ser nuestras posiciones internas (que bien podían no coincidir inicialmente por las obvias disparidades entre los socios) para luego poder negociar con una postura común que contemplara los intereses de todos. Ahora bien, si Argentina ahora no quiere resignar nada lo que sucede simplemente es que nos quedamos al margen del mundo. Debemos reconocer que tenemos sectores de nuestra economía que no son competitivos internacionalmente y que debemos adecuarlos para que lo sean, pero negar esta realidad no es una manera ventajosa de participar en el mundo.

Y sucede además que para este Gobierno el mundo es un problema. Su idea es que cuanto más desvinculados estemos nos convendrá más porque nos pedirán menos cosas, nos controlarán menos y el Gobierno podrá manejar todo a su antojo, podrá determinar quién exporta y quién importa, quién produce y quién recibe crédito y quién no. Por ejemplo, el sector más eficiente de nuestra economía es el campo, el sector que invirtió y se adecuó en épocas difíciles, en los años ’80 y ’90, que incorporó tecnología, maquinaria, semillas, agroquímicos, características que le permiten competir contra cualquiera en donde sea. Entonces el Gobierno no lo ayuda porque no le gusta, porque el campo no lo va a votar, o porque no lo puede controlar, prefiere buscar el voto de los que puede controlar a través de la asistencia social. Por eso a esos sectores les promete carne barata, una promesa que desde luego que no puede cumplir porque escapa a su control y así llegamos a esta situación de cierre de exportaciones en la que todos perdemos.

En los últimos años las democracias latinoamericanas parecen haber sido puestas en discusión no sólo por regímenes que ya cuentan con todas las características de las dictaduras (como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua) sino también por tensiones políticas y protestas sociales en países como Chile, Colombia o Perú. ¿Cómo ve usted estos procesos?

América Latina enfrenta los dilemas propios de una estructura institucional enflaquecida en varios países por distintas razones según el caso del que se trate. Países como Chile o Colombia, que en las tres décadas pasadas han crecido a tasas muy altas y triplicado su PBI sufren cuestionamientos sociales muy serios acerca de la distribución, un elemento presente también en todos los países de la región que no logran consolidar la estabilidad de sus clases medias. Con esto me refiero a los sectores de la población que tienen acceso a la educación, al trabajo, a la salud, a la vivienda y a la movilidad, y en muchos casos los gobiernos democráticos no han logrado extender y garantizar el acceso a esos rubros. En algunos de estos países estas debilidades se conjugan además con el factor disruptivo y violento del narcotráfico, lo cual desde luego que complica aún más las cosas.

En Argentina tenemos una sociedad que se disputa una torta que es cada vez más chica, por eso resulta indispensable recrear las condiciones para que aquello a distribuir crezca sustancialmente.

Al mismo tiempo vemos que los partidos políticos (no sólo en América Latina sino en muchas partes del mundo) están cuestionados, hay una crisis en el vínculo entre el elector y el dirigente político que lo debe representar. Hay una disociación, la política se alimenta a sí misma como actividad y deja de lado los intereses de la población, por eso aparecen el hartazgo, los cuestionamientos y, en algunos casos, las manifestaciones violentas. En Argentina, más particularmente, tenemos una sociedad terriblemente fragmentada que discute y se disputa una torta que es cada vez más chica, por eso resulta indispensable trabajar para recrear las condiciones para que la riqueza, el bienestar, las condiciones de aquello a distribuir crezcan sustancialmente. Y a la vez hay que lograr acuerdos acerca de qué es lo prioritario a ser repartido, porque si no la disputa permanente que vemos expresada en los reclamos de las organizaciones sociales, en los enfrentamientos entre partidos políticos, entre entidades intermedias, el desapego del sindicalismo por la defensa del trabajador y su tendencia a limitarse en el control de las cajas y las obras sociales, todo eso configura una prueba de fuego para nuestro sistema democrático que debe buscar la manera de resolver los problemas de la gente a la vez que mantiene un rumbo de crecimiento económico.

Entonces la puja distributiva y esta crisis de representación que suceden en Argentina con sus particularidades se replican también en otros países. ¿Cuáles son a su juicio las causas más profundas de estos fenómenos?

Creo que estamos en un momento de una gran transformación, hay un cambio en el sentido de la marcha de la humanidad. Hemos tenido un gran impacto por el cambio tecnológico, tanto en lo informático, lo cibernético y en los nuevos medios de comunicación, que son un factor de aceleración. Un hecho como la pandemia de Covid tiene en la actualidad un impacto que quizás hace 50 años habría sido muy distinto por la menor movilidad y circulación, tanto de las personas como de la información. Por lo tanto la democracia como sistema de representación de la voluntad del conjunto para la búsqueda del bienestar, que utiliza la división de poderes y a los partidos políticos como herramientas para concretarlo está puesta en tela de juicio en los últimos 20 o 25 años por el impacto de las nuevas realidades de vida, trabajo y producción. En este sentido la pandemia ha acelerado aún más la velocidad de ese cambio, no sólo porque ha excluido a mucha gente que no ha podido mantener sus actividades sino también porque ha cambiado la modalidad del trabajo, muchas personas lo hacen virtualmente desde sus hogares o algún otro lugar. Esto es un cambio radical también a nivel urbano, cientos de metros cuadrados de oficinas y torres más sus servicios asociados, todo eso quedó inutilizado en un lapso muy corto. Procesar estos cambios sin dudas tomará unos años, pero estamos yendo a un nuevo mundo.

La democracia y los sistemas de partidos políticos deben entonces resolver esa desconexión con esta nueva realidad y con sus electores. En años anteriores, en las décadas de los ’80 y ’90, los cuestionamientos al sistema pudieron resolverse con la aparición de las ONG, organizaciones que se hicieron cargo de cuestiones que los partidos dejaban de lado: los derechos humanos, la diversidad de género, el medio ambiente, etc. Pero la acción de estas entidades en la actualidad también resulta insuficiente, han pasado a formar parte de los cuestionamientos a la viabilidad del sistema. Todos tenemos en claro que no queremos vivir bajo dictaduras o autocracias, tampoco bajo el desorden o la anarquía. Pero al mismo tiempo somos inexpertos, no sabemos cómo ejercer la democracia en este nuevo contexto y con estas nuevas herramientas. Esto es un desafío para los próximos años, en primer lugar para los dirigentes políticos y los partidos, o para cualquiera que aspire a representar esta nueva realidad.

 

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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