VICTORIA MORETE
Entrevistas

Hussain Abdul-Hussain

El periodista y académico libanés cuenta cómo cambió su visión árabe tradicional y dice que el 85% de la responsabilidad para la paz en Medio Oriente es de los palestinos.

Hussain Abdul-Hussain, nacido en el Líbano y radicado en Estados Unidos, es miembro investigador de la Fundación para la Defensa de la Democracia (FDD) una organización no partidaria ubicada en Washington. Se graduó en la Universidad Americana de Beirut, donde estudió Historia de Medio Oriente, y también fue profesor visitante en la Chatham House de Londres. Trabajó como productor de noticias en Al-Hurra, una cadena de noticias en árabe financiada por el Congreso de Estados Unidos, y suele colaborar como columnista en importantes canales de televisión y diarios como The New York Times y The Washington Post.

En esta entrevista, hecha originalmente en inglés por el podcast Goy Friendly, Hussain cuenta cómo fue cambiando su visión sobre las relaciones entre Israel y los países árabes, además de analizar el panorama actual en el Líbano y en Palestina y las posibilidades de una paz verdadera con Israel. La charla fue editada y condensada para una lectura más ágil.

Usted nació en el Líbano y fue educado en la visión habitual que los libaneses tienen de Israel. ¿Cuándo y cómo fue que hubo un cambio en su pensamiento sobre este país y los judíos en general?

Es algo que toma su tiempo, no se da de la noche a la mañana. Si tuviera que precisar un momento en particular, sería en mayo de 2000, cuando Israel decidió la retirada del sur del Líbano. Como muchos otros libaneses, me acerqué a la frontera para poder un atisbo de idea de cómo era Israel. No hay nada en el terreno, ningún accidente geográfico que nos separe, tan sólo un alambre de púas. Y lo que llegué a ver no fue lo que esperaba, sino que aquello se veía como un país normal, mucho más organizado que el mío, más próspero y mejor gobernado.

Pero ya la sola acción del retiro unilateral de esa zona sirvió para cuestionar muchos de los prejuicios que tenía sobre Israel. Cualquiera que haya crecido en un país árabe habrá aprendido que Israel es una fuerza que existe en el mundo con el propósito de matar, torturar o violar a cada árabe que pueda, además de ocupar sus territorios. Esto se origina en parte por las lecturas del Corán, pero también por otras narrativas antisemitas clásicas surgidas en la Rusia zarista, como los Protocolos de los Sabios de Sion y otros documentos apócrifos. Allí se lee que Israel se extiende desde el Nilo hasta el Éufrates y yo, como cualquier árabe común, no sólo creí que los israelíes ocuparían el sur del Líbano indefinidamente, sino que en algún momento querrían ocupar todo el país, y también Siria e Irak. Por eso la retirada me desconcertó: esos tipos no sólo no avanzan con la ocupación, sino que se van y buscan la paz. Y tienen un país que parece que está bien, no es el campamento militar que yo imaginé.

¿Qué pasó entonces, cómo fue su acercamiento a Israel en un medio en donde esto no sólo no es sencillo, sino que puede ser incluso peligroso?

Lo primero que me propuse fue aprender hebreo. Quería acceder al material original de primera mano, sin intermediaciones. Desde luego que no fue fácil: empecé primero con alguna guía básica para turistas, pasé luego a tratar de leer la prensa israelí en Internet, buscaba identificar los signos del alfabeto, descifrar los significados. Encontré más tarde un lugar en Beirut donde podía sintonizar la radio Reshet Aleph en AM, y así fue que me quedé en mi auto estacionado, escuchando la radio por horas y días, tratando de entender qué decían, cómo era su cultura, qué era lo que los israelíes escuchaban en su propio idioma. Suponía que, en estos programas que no apuntaban a una audiencia internacional sino que eran para simple consumo interno, allí los podría escuchar diciendo cosas horribles de los árabes, “que los maten a todos”, y resultó que no era así.

En todas las sociedades —especialmente en las árabes, pero también en la israelí— se pueden encontrar voces radicalizadas que le sirven a sus antagonistas para construir el estereotipo de su enemigo.

Cuando más tarde me fui a vivir a Estados Unidos, todo se volvió más fácil porque me encontré con una infinidad de materiales en cualquier idioma. Con las plataformas de Internet y streaming podía ver series israelíes, películas israelíes, escuchar música israelí. En un punto era como vivir en aquel país a la distancia. Y cuanta más cultura consumía, más confirmaba que los israelíes son gente como cualquiera, que quieren llevar una vida normal y decente. En todas las sociedades —especialmente en las árabes, pero también en la israelí— se pueden encontrar voces radicalizadas que le sirven a sus antagonistas para construir el estereotipo de su enemigo, pero la gente normal no es así. Si las personas moderadas de cada lado apartaran sus prejuicios y conocieran la cultura del otro, la paz sería más fácil de lograr.

Por esto mismo es que los regímenes más locos y autoritarios, como los de Saddam Hussein o Muammar Kaddhafi, no quieren que la gente entre en contacto. Por eso sucede que para los libaneses o los iraquíes no sólo es ilegal comerciar o trabajar con Israel, sino que algo tan nimio como hablar con un ciudadano israelí te puede llevar a la cárcel. Necesitan que las personas no hablen entre sí, que no haya competencias deportivas, que no haya ningún tipo de contacto, que el boicot sea total. Y así ha sido en el mundo árabe en los últimos 70 años. Creo que hay muchas personas allí que desean la paz, pero la retórica oficial sigue siendo belicista y muy contraria a Israel, por lo que la paz aún se ve lejana.

¿Qué cree que puede pasar a partir de los acuerdos de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos?

Creo que los emiratíes han firmado el mejor acuerdo de paz posible. Es un acuerdo que no se hizo para traicionar a los palestinos, sino en la búsqueda de las mejores condiciones para los propios Emiratos. En los últimos 15 años la percepción y entendimiento del mundo de los emiratíes ha pasado a basarse en el interés nacional y personal, que es para mí la manera en la que deben hacerse las cosas. Cuando aquí, en Estados Unidos, votamos, lo hacemos tratando de salvaguardar nuestros intereses, los de nuestras familias: la salud, la seguridad social, ese tipo de cosas. Votamos de acuerdo a nuestros intereses y no de acuerdo a las emociones, la historia o los conflictos de nuestros ancestros. Lamentablemente, no es el caso en la mayoría de los países árabes.

Para ilustrarlo con un ejemplo: seguramente sabrán que el Islam está dividido en dos grandes bloques, la mayoría sunita y la minoría chiíta. Todavía hoy, cuando hay elecciones, los chiítas del Líbano nunca votan por sunitas porque ellos fueron los que mataron a su tercer imán, Hussein Ibn Ali, en el año 680. Eso fue hace más de 1.300 años, pero incluso hoy, con el país con la economía arruinada, ellos no votan de acuerdo a su interés, sino que lo hacen antes que nada de acuerdo a una vendetta de hace 1.300 años.

Con el país con la economía arruinada, ellos no votan de acuerdo a su interés, sino que lo hacen antes que nada de acuerdo a una vendetta de hace 1.300 años.

Es decir que todos los árabes deberían hacer como los emiratíes y pensar en la actualidad, en sus intereses, en sus familias, en el futuro de sus hijos. Todos tenemos ambiciones, queremos estar mejor, necesitamos buenos trabajos. Si se adoptara esa perspectiva, la paz entre Israel y el Líbano se firmaría mañana. Y tener relaciones normales con un país con una economía que es 400 veces más grande y próspera sería para total beneficio de los libaneses. Pero termina pasando que, mientras en el Líbano todo se derrumba, ni queda casi una economía y apenas hay energía eléctrica, al mismo tiempo estamos diciendo que “viste que en 1964 a un tipo que andaba caminando por ahí lo mataron los israelíes, es imposible con estos tipos”.

Peor: suelo escuchar que “tenemos más o menos 100.000 refugiados palestinos en el Líbano, hasta que eso no se solucione, no podemos tener paz con Israel”. Bueno, a que no saben qué: a esos refugiados no se les permite ni siquiera trabajar en el Líbano. Están confinados en sus campos de refugiados. Campos que se hicieron en 1948 o 1967. Y no tienen derechos civiles. Uno pensaría que, para mejorar la situación de esta gente, lo mejor sería que haya paz con Israel y permitirles trabajar, que una economía libanesa en crecimiento les daría una vida mucho mejor que la que tienen ahora. O que incluso podrían trabajar en Israel y luego volver. Entonces todo sería mejor si los libaneses, los sirios y los palestinos buscaran una paz verdadera con Israel, no ese tipo de acuerdo de paz que se firma para ser violado a los cinco años y que todo vuelva a empezar. No, una paz de verdad, de buena fe. Pero no es lo que está pasando, lamentablemente.

¿Por qué cree que estas cosas que suceden en el Líbano son tan poco conocidas en Occidente?

Se me ocurren dos razones. La primera, es que al público occidental no le interesan estas cuestiones de Medio Oriente. Vengo trabajando desde hace años en estos temas en Washington, y todo el tiempo tenemos que estar peleando para que nos escuchen los congresistas, los funcionarios, la gente común. Cuando escribo algún texto con cierta profundidad sobre Medio Oriente, sobre cosas que he vivido o realidades que conozco muy bien, en general no tengo dónde publicarlo. Tengo que moverme, rogar, tocar conexiones y amistades, y en general los editores me terminan diciendo: “Mirá, la verdad es que no hay audiencia para esto”. Y si se trata de un artículo más largo, una monografía o un libro, peor, nadie lee nada tan largo en esta época. La segunda razón es que hay un grupo de gente —árabes, árabes-americanos o palestinos-americanos— que tienen ideas preformateadas acerca de la situación en Medio Oriente. Pero son ideas falsas, mayormente cuestiones ideológicas o de políticas de identidad, y yo no podría estar más en desacuerdo con esas ideas.

Entonces, tomemos por ejemplo la cuestión del Estado binacional. Entre las propuestas para resolver el conflicto entre palestinos e israelíes está la de los dos estados, la de la autonomía y autogobierno palestino sin soberanía completa y la del Estado único binacional. Esta última posibilidad fue respaldada por gente del prestigio de Edward Said, pero el problema es que no sólo los israelíes la rechazan, sino que tampoco la quieren los palestinos. ¿Se imaginan a los palestinos jurándole fidelidad a la bandera israelí para ser considerados ciudadanos del Estado de Israel? Por supuesto que no. Los palestinos quieren un Estado palestino, con la bandera palestina, y los israelíes quieren un estado con la bandera israelí, con el hebreo como idioma oficial y el shabat los sábados. Pero acá en Estados Unidos la gente sigue creyendo que esto se trata de una cuestión de derechos, y yo les digo que no puede haber igualdad de derechos para personas que no pertenecen al mismo Estado. No hay igualdad de derechos entre ciudadanos libaneses o sirios en sus respectivos países, así como no la hay entre canadienses y estadounidenses. Se trata simplemente de que son países distintos, con distintos gobiernos y ciudadanos que votan cosas distintas.

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Entonces los que dominan la narrativa en Estados Unidos insisten con lo del Estado único binacional, y se refieren a Israel como un régimen colonialista o de apartheid, y esas ideas no son populares ni siquiera entre los propios palestinos. Ellos no quieren que les vayan a hablar de racismo o apartheid. Es una lástima que en Occidente en general y en Estados Unidos en particular no haya interés en estas cuestiones, y los que sí se interesan son los que gritan más y te hablan de colonialismo y de políticas de identidad, porque eso es lo que está de moda actualmente. No hay entonces un verdadero debate sobre estas cuestiones.

¿Cómo cree que debería ser una política de acercamiento de Israel hacia los países árabes con los que tiene relaciones formales pero no tan amistosas? Digamos, Egipto o Jordania.

Sí, con Egipto o Jordania hay tratados de paz, pero las relaciones no son las mejores. Creo que tenemos que pensar menos en los gobiernos y más en la gente común. Tratar de llegar a ellos para convencerlos de que la paz es un beneficio mutuo, que hay que empezar a pensar las cosas de otra manera. Hay varias disputas por soberanía en el mundo con cuestiones étnicas incluidas, pero cuando se trata del conflicto entre israelíes y palestinos muchos tienden a confundirlo todo. Una cosa es la soberanía y otra la propiedad de la tierra. Hay palestinos que dicen “yo tengo la escritura de este pedazo de tierra, pero Israel lo considera parte de su territorio y no  tiene derecho a eso”. No es el argumento correcto, porque ciudadanos canadienses podrían comprar toda la tierra disponible en Estados Unidos y la soberanía sobre esa tierra seguiría siendo de los estadounidenses.

Lo que quiero decir es: veamos los casos de Escocia y Gales con Inglaterra, o el de Cataluña con España. Tienen en general las mismas divergencias. Muchos catalanes quieren un estado independiente de España, pero cada tanto se celebran consultas populares y los resultados no son los que esperan los independentistas. Muchos catalanes deben pensar: “¿Realmente quiero un país independiente cuando la Unión Europea me está avisando que no voy a poder usar el euro? ¿No nos convendría más seguir siendo parte de España?”. Lo mismo habrán pensado muchos escoceses. Inglaterra les dice: “Muy bien, les damos la independencia, pero nos llevamos los submarinos nucleares y todas esas cosas que les llegan de nosotros”. Entonces resulta que podés tener tu autonomía, tu propio parlamento, incluso tu propia selección de fútbol, como Escocia y Gales. Lo mismo podría pasar en Cisjordania y en la Franja de Gaza si hubiera paz con Israel.

Lo que los palestinos no pueden tener es soberanía plena, en primer lugar porque los propios palestinos no se ponen de acuerdo al respecto.

Lo que los palestinos no pueden tener es soberanía plena, en primer lugar porque los propios palestinos no se ponen de acuerdo al respecto. Incluso en la época de Arafat y los Acuerdos de Oslo, Hamas nunca paró con los atentados suicidas. Mientras Arafat decía que representaba a los palestinos, Hamas hacía lo suyo y también está el 20% de la población israelí que es árabe, por lo cual son técnicamente palestinos. Entonces, cuando los israelíes se sientan a negociar con Arafat, o con Mahmoud Abbas, o con la Autoridad Palestina, ¿con quién están hablando realmente, qué validez o qué tan representativo puede ser un acuerdo con ellos?

Lo que la mayoría de los árabes y la mayoría de los palestinos no ven es lo siguiente: muchachos, no se trata de un disputa por un pedazo de tierra. No es la extensión del territorio lo que cuenta, Singapur es uno de los países más ricos del mundo y uno de los más densamente poblados, y eso con una superficie mucho menor a la que reclaman ustedes. Mejor pensemos en cómo atraer capitales; vean que Israel, eso que tienen al lado, es una economía floreciente basada en tecnología y turismo. Cualquier cosa que vayan a hacer en Ramallah va a funcionar porque al lado tienen a Israel traccionando. Dejen de pensar en cuál fue la variedad de olivos que plantaron sus ancestros en esa colina, piensen en cuestiones prácticas. Piensen en sus intereses concretos.

¿Entonces su solución para Palestina sería una autonomía al estilo catalán, sin soberanía plena, sin fuerzas armadas, pero con muchas ventajas con respecto a la situación actual? ¿Qué más faltaría hacer para que eso sea posible?

Bueno, no digo que ésa sea la única solución, pero sí que es una idea de solución factible. Veo que tenemos un problema: si le tuviera que asignar un porcentaje de culpa a cada bando por la falta de paz, diría que les corresponde un 85% a los palestinos y un 15% a Israel. No lo digo porque sea parcial o porque odie a los palestinos, sino porque si les prestamos atención a los gobiernos árabes en general nos vamos a encontrar con que hay una baja capacidad de consolidar estados estables entre los árabes. En toda la historia palestina es imposible encontrar una sola institución palestina que uno pueda tomar como modelo para la construcción de un Estado. Una cosa que distinguía a Arafat fue que siempre fue un tipo incapaz de formar una institución. He hablado con muchos libaneses que lo conocieron de cerca, y siempre me lo pintaron como el rey de la administración caótica. Llegó a recibir miles de millones del petróleo del Golfo, y las cuentas las llevaba en una libreta en su bolsillo. Y nadie sabía cuánto dinero había, quién lo gastaba o en qué.

Una cosa que distinguía a Arafat fue que siempre fue un tipo incapaz de formar una institución.

Esto es algo que ilustra que países como el Líbano o Siria… basta ver cómo están hoy. Si por algún milagro Israel desapareciera de golpe, ¿cómo creen que sería un Estado palestino? Imagino que sería algo bastante parecido al Líbano, y el Líbano apenas llega hoy a ser un país, se está desintegrando. Lo mismo pasó cuando Estados Unidos se metió en Irak: tiraron todo abajo y quisieron reconstruir un país de cero. Y fallaron sobre todo por culpa de los iraquíes, porque ni antes ni ahora fueron capaces de operar un estado moderno.

Comparemos esos ejemplos con lo que sucedió con Israel. Antes incluso de la conformación de su Estado, los israelíes tuvieron la Agencia Judía, las organizaciones sionistas, gente que elegía representantes, que organizaba colectas, que administraba ese dinero. Había una suerte de organización estatal antes siquiera de tener un estado y una tierra. Las personas se organizaban, se trataba de rescatar judíos de la Alemania nazi o de otros lugares de Europa. En cuanto hubo una tierra disponible, inmediatamente hubo un estado judío. En cambio, el caso de Palestina es el inverso: tienen la tierra, pero no tienen a nadie capaz de gestionarla. Y tampoco lo tuvieron en el pasado, nunca tuvieron un gobierno soberano. Nunca hubo tampoco un rey palestino. Incluso en épocas de dominio árabe, los soberanos nunca vivieron en Palestina. Ese territorio se manejó desde Damasco, desde Bagdad, desde El Cairo y, más tarde, desde Estambul. Por eso cuando los otomanos se fueron en 1918, se hicieron cargo los británicos y tampoco establecieron un gobierno o una administración palestina. Y cuando Arafat finalmente tuvo su oportunidad, no estableció nada.

Por eso digo entonces que el 85% de la responsabilidad es de los palestinos. Si no son capaces de resolver sus propios asuntos, no pueden reclamar que nadie lo haga por ellos. Tampoco pueden quejarse y reclamar que lo único que quieren de Israel es que los dejen conformar un Estado, que puedan tener un aeropuerto o un ejército, si en la primera de cambio en ese aeropuerto aterriza la Guardia Revolucionaria iraní. Para que exista la posibilidad de tener un Estado antes tiene que haber confianza, y los palestinos están obligados a ganarse esa confianza de parte de Israel.

 

La transcripción completa de la entrevista original en inglés se puede leer acá.

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Ezequiel Baum

Economista especializado en educación financiera. Autor de Ordená tu Economía (Aguilar).

Hugo Glagovsky

Licenciado en Sistemas de Información de las Organizaciones (FCE-UBA) y Analista Programador (ORT). Trabaja desde 2003 en consultoría de sistemas.

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