Gran desorden de la escena política. En cada partido se abrieron las diferencias preexistentes, y entre los dirigentes y votantes politizados —con excepción del mileísmo y la izquierda— se mezclan la desorientación, la confusión y la búsqueda.
El ecosistema del peronismo kirchnerista sigue sin norte y sin encontrar un liderazgo post Cristina Kirchner, hasta ahora. Mientras tanto, van revolviendo en el cajón del fondo y sacando de a una esas piezas oxidadas o desparejas que uno guarda con la ilusión de que alguna vez sirvan: Guillermo Moreno, ofrecido a las nuevas audiencias como genialidad vintage en canales de streaming, el show ocasional de Malena Galmarini… hasta Martín Guzmán. El agotamiento de cuadros que ya se advertía en el anterior gobierno es más que evidente hoy.
La coalición Juntos por el Cambio, por su parte, centrifugó a sus integrantes, los depositó en diferentes direcciones, y ahora la UCR y el PRO están sumidos en una profunda crisis de identidad, o al menos eso es lo que repiten constantemente todos los analistas políticos. Un poco de esto trató la charla entre Gonzalo Garcés y Pablo Avelluto publicada en Seúl en relación al PRO, en la que ambos trazaron diferencias y alguna que otra coincidencia, e inevitablemente definieron una posición personal hacia el partido respecto de la pregunta del millón que obsesiona a la política: ¿es con Milei, o nada que ver?
Tremendo embole la cuestión de la identidad, si me permiten. Es un tema que nos desvela en la adolescencia (o más allá, en algunos casos), y que a muchos les preocupa a la hora de definirnos como país en relación con el mundo, al extremo de hacer de la Identidad Nacional —así, con mayúsculas— un rasgo artístico y partidario, objeto de defensa o peor aún, de “construcción”. Siempre pensé que nada tiene sentido en esa búsqueda, y que es mucho más sensato y real entender la identidad de un país o un partido como una resultante, como la consecuencia de nuestras acciones y no como una construcción deliberada, que deviene a menudo en una cáscara vacía. Desde este punto de vista, la charla Garcés-Avelluto entusiasma más cuándo plantea escenarios futuros y dudas sobre la praxis, qué hacer y cómo seguir, y no tanto en la cuestión identitaria del partido, mucho menos la personal (que es individual, innecesaria y sólo les interesa a los amigos, con suerte).
Me permito una refutación: no hay crisis de identidad en los partidos de la ex coalición, sino que la crisis es de estrategia y métodos.
Me permito una refutación: no hay crisis de identidad en los partidos de la ex coalición, sino que la crisis es de estrategia y métodos. Tanto el PRO como la UCR y la CC ya tienen su identidad definida: los tres son esencialmente partidos de un centro bien amplio, con el eje puesto en las instituciones, que resistieron todos los avances autoritarios y populistas, y con una profunda representación de la clase media y de quienes aspiran a serlo, hoy un poco mellada por desgaste y errores. Esto no es declarativo sino que surge de los hechos, de la historia y del ejercicio como actores políticos, tanto como funcionarios u opositores.
De ahí para abajo, mil matices y diferencias en estilos, experiencia, en el grado de intervención del Estado o libertad de mercado, pero ninguna en el eje principal del respeto a las instituciones.
Sé que a muchos esto de las instituciones no les dice nada: probá a vivir, abrir un negocio o enseñar en territorio de Insfrán u otro caudillismo, como la Santa Cruz de los Kirchner de fines de los ’90, o en un asentamiento manejado por “referentes” —eufemismo por traficantes de personas— a kilómetros del asfalto. Volvé y contame. Incluso sin esos extremos, este es un país cuyas estructuras económicas, institucionales y culturales están enteramente moldeadas por ocho décadas de corporativismo populista antiliberal. El cambio de fondo es salir del estancamiento en estructuras arcaicas forjadas en las décadas del ’40 y ’50 del siglo pasado. La división de aguas necesaria para el cambio no pasa por el grado de conservadurismo o progresismo, sino por el compromiso y la adhesión a las instituciones, el rule of law y los principios constitucionales, sin los cuales no vamos a lograr estabilidad económica, ni moneda fuerte, ni la posibilidad de proyectar nada a futuro.
El cambio está en el rechazo de la excepcionalidad permanente, el atajo y la inclinación a la hegemonía autoritaria. Estamos lejos de poder privilegiar los debates ideológicos tradicionales, si no recién en la etapa de consolidar un estándar básico de normalidad institucional: la aceptación y acatamiento de normas comunes como premisa básica de convivencia, un acuerdo mínimo compartido por los ciudadanos y los partidos de los países occidentales modernos, sean de centroderecha o centroizquierda. Y si algo dañó la identidad de los partidos de JxC y su representatividad, fue la propuesta de ampliación y la cercanía con sectores del statu quo completamente ajenos a estos principios.
Qué hacer frente al mileísmo
Volviendo a la supuesta crisis de identidad, la única que existe realmente está en el mileísmo. Al carecer de estructura partidaria real y de capital humano para gobernar, no hay muchas definiciones ni certezas más allá del anarcocapitalismo de consultora de Milei, y las expectativas que el electorado proyectó en su persona. Su identidad actual es la anomalía institucional: La Libertad Avanza es un partido en formación en simultáneo con el ejercicio del gobierno, sin historial previo, con una cabina de comando reducidísima y enfrentado a decisiones urgentes de coyuntura gracias a la espantosa herencia massista. Hasta no salir de esa etapa y evolucionar, tener algo de andadura y concreciones, LLA no es definible aún por los hechos.
En este sentido, no ayudan en absoluto la presencia dominante de peronistas y personajes turbios en su Gabinete, los 1.867 funcionarios kirchneristas y massistas confirmados y designados en altos cargos de la administración pública (sin contar organismos descentralizados), el agujero negro de la Aduana, las alianzas de LLA con el kirchnerismo en legislaturas varias e intendencias del PRO y la intención de sentar al juez Lijo en la Corte Suprema, por nombrar apenas lo más relevante. Anomalías institucionales de origen y dudas de ejercicio, balanceadas con lo mejor que tiene el mileísmo, por lejos: el giro rotundo en el posicionamiento internacional del país —nada mejor que volver a estar en las antípodas de Putin, la república islámica de Irán y del chavismo— y la gestión indispensable de miembros de JxC en ministerios y secretarías clave.
Entonces, si no es necesario reinventar identidades, si en lo esencial sabemos quiénes somos y qué queremos, ¿cuál es el camino a seguir? Al grano: ¿preferimos que el PRO se sume a Milei, o que se mantenga como partido independiente? Para decidir racionalmente, hay que despejar unas cuantas incógnitas previas sobre el qué y el cómo.
Al grano: ¿preferimos que el PRO se sume a Milei, o que se mantenga como partido independiente?
En primer lugar, sería deseable que las decisiones surgieran de instituciones partidarias, convenciones o incluso elecciones internas (previa afiliación amplia, una deuda pendiente). O como mínimo, comunicar los términos con precisión: cuáles son los alcances del hipotético acuerdo, qué rol ocuparía el PRO en un gobierno LLA, cuál sería el nivel de responsabilidad, cogobierno, subordinación o autonomía. Sin dudas ni márgenes de interpretación.
En segundo lugar, institucionalizar la supuesta coalición, algo que no sucedió con Cambiemos/JxC. Es mucho mejor delimitar áreas y definir los mecanismos de decisión entre los partidos para evitar crisis políticas durante el ejercicio del gobierno.
Además, una alianza tiene que dar a conocer sus condiciones, objetivos y límites de cara a la ciudadanía que representa. En los países con sistemas parlamentarios, las coaliciones entre partidos son cosa de todos los días, se forman y se deshacen sin melodrama. Pero en la Argentina, con sistema presidencialista y escasa práctica cívica, las coaliciones son matrimonios indisolubles, las disidencias naturales son traiciones y el fin de la coalición es traumático como un divorcio cruento, con revoleo de reproches y culpas incluido. Así se lo relata desde los medios, más como una novela que como una estrategia.
Las incógnitas antes de la alianza
OK, bajemos a tierra. Por ahora, nada de lo mencionado parece viable. El PRO no tiene aún esa gimnasia partidaria, aunque podría intentarlo. Pero del lado de Milei, la imposibilidad institucional es total, como bien saben quienes intentaron trabajar en conjunto con LLA en el Congreso, en el Ejecutivo o incluso durante la fiscalización de las elecciones en noviembre del año pasado. Todo en LLA termina en directivas de cuatro o cinco personas, a cargo de la totalidad de las decisiones, en todos los órdenes y niveles, a medida que descubren por sí mismos los límites de un trabajo que desconocen. Un delirio, con consecuencias para toda la población. Pero, aunque estemos lejos del ideal deseable y la coyuntura presione, ¿es factible una alianza sin contornos, sin pacto formal y público?
Sigamos adelante con las incógnitas. El déficit del mileísmo no se agota en su identidad en formación y la participación de actores turbios. Es preciso ser totalmente honestos con la gente: ¿se puede apoyar al gobierno sin poner sobre la mesa su objetivo de origen, que fue fragmentar la oferta electoral para permitir el triunfo de Massa y, en última instancia, de Kicillof? En teoría, la anomalía original hoy puede usarse a favor, asociándose al gobierno para frenar la supervivencia del statu quo corporativo, pero ¿cuáles son hoy los vínculos del gobierno con sus creadores? ¿Quiénes participaron en la construcción de Milei como candidato, y qué potestades y poder de decisión y de veto en el gobierno tienen ahora? El dominio mileísta de la comunicación y el discurso, la polarización con el kirchnerismo o dirigentes piqueteros y la esperanza de la gente, ¿alcanzan para pedirle al votante cambiemita que finja demencia e ignore estos vínculos corporativos? Lijo, Cúneo Libarona o Scioli, ¿con qué se comen?
Un último trecho más. Todos los días se señala el enorme apoyo ciudadano a su gobierno fundado en la esperanza, sea por convicción o por necesidad, y se especula sobre los límites de la tolerancia de la gente. La esperanza y el apoyo son verdades incuestionables, pero también parciales: el otro puntal del mileísmo es el viejo y denostado JxC. Milei depende enteramente de la experiencia, el conocimiento y sobre todo de la responsabilidad adulta del PRO, tanto dentro del Gobierno como en una oposición coherente —algo que Cambiemos jamás tuvo— y hasta en el cuarto oscuro, con un votante decidido a alejar al peronismo del poder.
Frente al sostén vital de JxC, sin el cual el Gobierno entraría en la dimensión desconocida, están ahí los gerentes turbios del peronismo y los históricos del tongo y la miseria.
Pero frente al sostén vital de JxC, sin el cual el Gobierno entraría en la dimensión desconocida, están ahí los gerentes turbios del peronismo y los históricos del tongo y la miseria, como Scioli. No se trata de purismo, sino de incluir en la ecuación que el mileísmo sumó otra anomalía: trasladar el juego y la fricción entre partidos al interior de su gobierno, al mejor estilo del peronismo y sus internas desde las instituciones. Por ahora todos fingimos también demencia con esto, porque la crisis es enorme y en el reparto informal de roles unos apuestan a que otros se hagan cargo de costos políticos inevitables.
Pero se hace lo posible con la realidad existente. Ya sabemos que las coaliciones acá se narran como pactos de sangre, que las disidencias al interior de la oposición republicana se dramatizan y rechazan como guerras de egos. Por eso es que creo indispensable poner luz sobre todas las zonas oscuras y ponerlas a la vista de la ciudadanía antes de reiterar el desgaste inútil de una interna sobre alianzas en 2025. Iluminar los porqués, paraqués y el cómo, sin escamotear nada: ni Lijos ni cepos ni suba de impuestos ni los límites de la convivencia con armados esperpénticos.
La representación republicana se forjó de manera lenta y persistente desde abajo hacia arriba: ese fenómeno único debe ser valorizado y correspondido con participación ciudadana, más aún en tiempos de política-espectáculo, contenidos de redes y fugacidad. Que la gente hable y participe.
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