Sobre “El fin del relato”, de Sabrina Ajmechet
La nota de Ajmechet sobre el desmoronamiento de la hegemonía del relato kirchnerista acierta en el diagnóstico: hoy, ante los magros resultados económicos de los últimos mandatos K, y gracias al avance de las investigaciones judiciales, la narrativa kirchnerista se encuentra gravemente debilitada, y es contestada no solo por los partidos políticos tradicionales de la oposición sino además por actores novedosos como Milei.
Diversas cosmovisiones (todavía embrionarias) emergen como alternativas para quitar de la escena pública y, más importante aún, de la escena política, al discurso que se erigió como imbatible por casi 20 años. Sin embargo, todavía resta por aclararse, pese a los numerosos intentos que se ejecutaron en la vulgarmente denominada “batalla cultural”, qué es la narrativa que Juntos por el Cambio tiene para ofrecer, y cómo es que suplantará, con la misma fuerza y vigor, a la narrativa kirchnerista.
Creo que se soslaya la dificultad que presenta sustituir la narrativa kirchnerista por dos motivos principales. El más evidente es la ausencia del objeto de la narración, es decir, tener algo que narrar. Si bien los elementos principales del relato kirchnerista se colocaron durante el gobierno de Néstor Kirchner, recién con el cristinismo se constituyó con más nitidez y consistencia el dogma del kirchnerismo. Esto es bastante lógico: el relato sólo puede penetrar en la sociedad con amplitud si lo sostiene algo sólido, hechos que son valorados mayormente de forma positiva. Lo mismo puede decirse del PRO en la ciudad: se necesitaron de varias gestiones consecutivas para edificar la narrativa que propone una ciudad moderna, abierta y cosmopolita. En el escenario actual: ¿qué narrará la narrativa de Juntos por el Cambio? ¿Gestiones provinciales y municipales? ¿Los años macristas?
El segundo obstáculo parte de las raíces múltiples de las que nace Juntos por el Cambio. A pesar de la predominancia del PRO y del peso específico de un partido como el radical, la coalición opositora esta conformada por diversos actores políticos que, en la mayoría de los casos, no observan a través de los mismos lentes el pasado, el presente y el futuro del país. Como bien remarcó Sabrina, el kirchnerismo fue habilísimo en construir su relato a partir de interpretaciones caprichosas (revisionistas) del pasado cercano y lejano —desde Roca y la conquista del desierto a la nueva década infame menemista—. Esto fue posible gracias a la sintonía ideológica entre sus principales figuras, tanto mirando en retrospectiva y hacia adelante.
Para contrastar, hace poquísimas semanas hemos atestiguado las discrepancias que hay entre los líderes de la coalición opositora (Macri y Morales) sobre la valoración del primer presidente radical de la historia. En rigor, la construcción de una narrativa debe tener consistencia, es decir, que debe nacer de una cosmovisión de país más o menos homogénea entre sus principales impulsores. Juntos por el Cambio tiene el desafío de que los ejes y posicionamientos más pétreos, aquellos que definen con mayor claridad la identidad de la coalición que busca imponer su hegemonía en la cultura cívica, no se diluyan ante la incorporación de nuevos actores con quienes los une más el espanto que un pasado, presente y futuro en común.
No caben dudas que lo que nuclea a esos partidos, más allá del espanto al kirchnerismo, es una agenda con similitudes, sobre todo en diagnóstico y en soluciones técnicas a los problemas que aquejan al país. No obstante, para la construcción narrativa, además de ponerse de acuerdo en qué es lo que hay que hacer, debe debatirse profunda y honestamente para qué.
—Santiago
Sobre la entrevista a Hernán Lacunza
Buena entrevista a Lacunza, un (ex) funcionario excelente. Quería comentar al respecto que si bien tiene razón en desdeñar a la dolarización desde el punto de vista económico, desde el punto de vista político es un error eludir el tema diciendo simplemente que es banal.
En la misma nota habla de experiencias de países vecinos omitiendo a Ecuador. En Seúl jamás me parece tampoco mencionaron la experiencia ecuatoriana, donde la dolarización es extremadamente popular y fue un freno a Correa. Se debería prestar mas atención a una médida económica y políticamente exitosa y popular en un país como Argentina, en donde esas cosas no existen.
—Andrés Glavina
Sobre “¿El peronismo es un fascismo?”, de Marco Gomboso
Me pareció esclarecedor el artículo.
Nunca fui un interesado en la política, habiendo sido alumno del Nacional Buenos Aires del ’70 al ’75 y de la Uba del ’75 al ’85. Mi imagen del peronismo es que es un medio de acceder al poder, en todo tipo de nivel o actividad, desde la militancia, cargos públicos de todo tipo, desde simples puestos hasta las presidencia, con una fachada de ideología, con slogans y relatos arcaicos. También en estructuras partidarias, empresas del Estado, administraciones provinciales, diputados, senadores, corporaciones de empresas, sindicatos y otras tantas. Su fin es perdurar en el poder, en los cargos, en los puestos, en las ventajas , en las protecciones, y creo que siempre para obtener réditos económicos, obviamente no conseguibles en la actividad privada. Todo bañado de corrupción, arreglos, prebendas, coimas, y cualquier tipo de ventaja que dé el poder.
No es su prioridad la mejora de la calidad de vida del llamado “pueblo”. Prueba de esto es cómo han participado en el resultado obtenido en los últimos 70 años de su existencia, más allá del título que se le ponga. Es sólo una opinión.
Muchas gracias.
—César Elizalde
Excelente la nota de Marco Gomboso, pero me gustaría trasladarle la siguiente pregunta al autor: si la Argentina es el único país donde nunca fue derrotado el fascismo, con la actual cooptación del peronismo por el kirchnerismo, ¿estaríamos entonces en presencia de una “mutación del fascismo original de centro o tercera posición” hacia un extremo socialista o comunista del tipo sudamericano como el cubano o el venezolano? Dado que, entiendo yo, no se cumpliría la cuarta condición de la clasificación fascista.
Saludos, muchas gracias.
—Héctor Aguirre
Sobre “Mi prima favorita”, de Gustavo Noriega
Clara descripción de una intelectualidad radicalizada. Reconoce antecedentes en las Societé de Pensée de la Revolución Francesa y en la Intelligentsia rusa de 1917. Es decir, los intelectuales de cada período.
El kirchnerismo ha tomado el método de los bolcheviques que adoptó Lenin de los socialistas lituanos, consistente en agitación para escalar cualquier conflicto de la sociedad y transformarlo en un hecho político de impacto. Se practicó en la Revolución Rusa de 1905 y su eficacia conquistó a Lenin. Hippolyte Tayne dijo: “Nada provoca menos trastorno que el perfeccionamiento de lo imaginario”. De allí en más todo es posible.
Para que los agravios de una sociedad estallen en una revolución es necesario dos condiciones: que no haya calidad institucional para resolver los conflictos que se presentan en cualquier sociedad por vía legislativa y que exista un sector de agitadores profesionales con la decisión de explotar el descontento de los ciudadanos, no para resolverlos, sino usarlo para una revolución. Las rebeliones ocurren, las revoluciones se hacen.
—Hugo Dávila
Sobre “Anya, de San Petersburgo a Almagro”, de Hernán Iglesias Illa
Me emocioné fuerte. Vivo en Argentina desde los 5 años, ya soy abuela, sigo eligiendo esta tierra. Nací en Galicia, viajo muy seguido y cuando el comandante del avión anuncia el aterrizaje en Ezeiza sigo agradeciendo. ¡Esta tierra en mía para siempre!
Abrazo fuerte para Anya.
—Maruja López Insúa
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