ERLICH
Domingo

El fin del relato

El kirchnerismo era muy bueno para construir ficciones que se instalaban en el imaginario popular. Ya no. Ahora tiene que discutir contra una oposición con apoyo popular que le disputa el sentido.

El kirchnerismo atraviesa la mayor crisis simbólica y económica de su historia. Le resulta imposible generar estabilidad y crecimiento y también fracasa una y otra vez en sus intentos de construir sentido común. Esto último es lo que más los desorienta: han pasado otras crisis económicas –aunque esta es la más fuerte–, pero nunca habían fracasado como ahora en la construcción del relato. Ellos, que supieron en el Bicentenario reescribir el pasado de la Argentina en función del presente que gobernaban y el futuro que querían construir, ahora padecen una caída conceptual abrupta, que los reduce a hacer lo que pueden con la banda de los copitos.

Durante los gobiernos de Néstor y Cristina supieron crear ficciones que se instalaron en el imaginario popular: los kirchneristas eran los abanderados de los derechos humanos y llevaban adelante la agenda de la diversidad y del feminismo. Para eso borraron parte de la historia, de sus personajes y de sus hechos. Se ocuparon de hacer desaparecer a la CONADEP y el Juicio a las Juntas, a la ley de Unión Civil sancionada en la ciudad de Buenos Aires durante el gobierno de Mauricio Macri y a una batería de leyes que les cambiaron la vida para siempre a las mujeres como el divorcio vincular, la autoridad compartida de los padres y el derecho de la mujer a seguir usando el apellido de soltera luego de casada.

Las plazas del 24 de marzo nos expulsaron a quienes no éramos kichneristas, las marchas de la diversidad nos obligaban a ocultar nuestras preferencias partidarias y en cada acto feminista la libertad de la mujer era acompañada por una referencia a la dictadura macrista para hacernos sentir a todos los que no somos fascistas que, por más diversos y feministas que fuéramos, esas plazas públicas no eran nuestro espacio. Todavía hoy nos encontramos en esas marchas con carteles que piden la aparición con vida de Santiago Maldonado y siguen repiqueteando en nuestras cabezas los insultos de “Macri, basura, vos sos la dictadura” o las sentencias absurdas como que  “no se puede ser feminista y del PRO”.

Relato bíblico

En el último mes el dispositivo para construir un relato prendió todas las máquinas y escribió muchas líneas. Sin embargo, ninguna de ellas logró trascender el círculo de los intensos. Los episodios del jueves 1° de septiembre en la puerta de la casa de Cristina intentaron activar el relato del magnicidio y de los discursos del odio. Con la estructura narrativa del populismo, dividieron el mundo en buenos –víctimas– y malos –opresores, asesinos–. Según este cuento la oposición, los medios de comunicación y la justicia trabajan de forma coordinada para terminar con el kirchnerismo; destilan odio y eso termina generando, directa o indirectamente, que un loco suelto intente asesinar a la vicepresidenta.

No importa que la oposición jamás se haya expresado con violencia. El kirchnerismo no necesita que los hechos sucedan para inventar interpretaciones. Hasta ahí llega su desvalorización de la realidad. Tampoco importa que la justicia esté trabajando de forma independiente desplegando frente a todos la corrupción kirchnerista que involucra de forma directa a Cristina Fernández de Kirchner; lo que está queriendo hacer es generar un golpe judicial. A los periodistas se les hace entender que su trabajo también es desestabilizador: en esta ficción delirante, un micrófono se muestra tan peligroso como un arma.

No importa que la oposición jamás se haya expresado con violencia. El kirchnerismo no necesita que los hechos sucedan para inventar interpretaciones.

Ante el episodio de violencia sufrido por la vicepresidenta, el kirchnerismo no se preocupó por averiguar las fallas en el operativo de seguridad, ni las diferentes desprolijidades ligadas a la detención y resguardo de pruebas de los acusados. La respuesta instantánea fue decretar feriado y convocar a todos a una marcha partidaria hecha para victimizar al kirchnerismo y culpabilizar a los opositores, aun antes de que la justicia tenga la posibilidad de investigar y esclarecer los hechos. Esto forma parte central de la visión kirchnerista: no hace falta esclarecer nada, porque ellos ya tienen su explicación.

Además de ocupar las calles, el kirchnerismo recurrió a otra costumbre que tiene aceitada: adoctrinar en escuelas. En la provincia de Buenos Aires circuló un cuadernillo con instrucciones para trabajar con los alumnos en el que se ligaba a la oposición y a los medios con el intento de Fernando Sabag Montiel de dispararle a CFK. Hicieron lo que siempre les había dado resultados: durante los ciclos kirchneristas anteriores se construyó un sólido mecanismo para bajar línea consistente en manuales, material audiovisual, formación docente inicial y también continua. Esa estructura, que sirvió para hacer que una generación de jóvenes fuera kirchnerista, hoy está rota y la sociedad en su mayoría la condena.

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Dentro de la saga que se derivó del atentado, la ficción más armada se publicó en Télam: una nota que, si no fuera tan explícita en su desesperación, podría haber tenido mucho éxito dentro de la narrativa kirchnerista. Sin embargo, sólo los opositores leímos ese artículo y lo hicimos para reírnos de él y para pedir que cierren Télam.

Lo más probable es que el lector ya la haya leído, sino puede hacerlo entrando acá, pero en caso de que prefiera un resumen, retomo acá las tres ideas centrales: 1). Cristina significa ungida, 2). Elisabeth significa promesa divina, y 3) desde el intento de asesinato, la Ungida Promesa Divina renació y, a partir de ahora, inaugura un nuevo momento de su vida política en la que la ambición no es la presidencia sino traer la paz, la esperanza y el bienestar al pueblo argentino.

Una narrativa potente, aun cuando cuando resulta poco original en la tradición peronista, ya que desde Arturo Sampay en adelante siempre estuvieron muy presentes las bases cristianas que consagraban a Perón y a Eva como los salvadores de los trabajadores y los desamparados, y que decían que ellos no eran representantes del pueblo sino su encarnación.

Siempre estuvieron muy presentes las bases cristianas que consagraban a Perón y a Eva como los salvadores de los trabajadores y los desamparados.

En la construcción de narrativas de una fuerza tan lejana a la secularidad como el peronismo la Biblia es una gran inspiración. Tanto en su Antiguo como en su Nuevo Testamento, es la mejor historia jamás contada. No hay ningún escrito que haya logrado ser más influyente. Una de las razones que lo explican es que sus narraciones pueden ser leídas en dos niveles de forma simultánea: como episodios irrepetibles que les ocurren a individuos notables o como acontecimientos atemporales y personajes que, en determinadas circunstancias, generan identificación con cualquier persona común. La magia de esta operación es que logra, al mismo tiempo, consagrar ideales y generar empatía.

Desde su nacimiento, el peronismo comprendió que la redistribución material debía estar acompañada de una proyección simbólica que generara amor y lealtad porque, si llegaban a venir tiempos en los que no hubiera suficiente para regalar, se iba a necesitar apelar a sentimientos y promesas sólo posibles de ser compradas en tiempos de ceguera intelectual.

Por eso resulta tan interesante su imposibilidad actual, que se expresó en estas semanas en la Plaza de Mayo, en las escuelas y en sus medios de comunicación. También tuvo su capítulo en la Basílica de Luján cuando intentaron convocar a un acto ecuménico por la paz pero les salió una escena de La Cámpora agitando banderas y batucadas en la misa.

Nadie les cree

El fracaso de azuzarnos con el fantasma de los discursos de odio puede ser cuantificado: sólo un tercio de la población –el kirchnerismo intenso– cree que hay un incremento de las agresiones en el debate público y 6 cada 10 argentinos creen que lo de Sabag Montiel apuntándole a Cristina fue un montaje del kirchnerismo. Esto es una buena señal para nuestra democracia, ya que la categoría de discursos de odio es tan falsa y amplia que permite colocar allí cualquier expresión opositora, intimidar periodistas, limitar la expresión de los representantes de la oposición y amenazar con la regulación de la conversación en redes sociales.

Mirar a otros países nos ayuda a ver el camino: todos los regímenes autoritarios entienden la conversación pública y la pluralidad del mismo modo, como algo con lo que hay que terminar.

Tampoco es una novedad en el peronismo: fue Perón el primero en decidir que sólo accedieran al papel prensa o a la Radio Nacional quienes apoyaban al Gobierno, bajo la seguridad de que criticarlo a él era criticar a la patria; y no se podía tolerar la circulación de ideas antiargentinas.

Entendimos que los kirchneristas intensos son una minoría y que hay una enorme cantidad de argentinos que quiere un país más parecido al que deseamos cada uno de nosotros.

Lo interesante del contexto actual es que los que somos críticos del Gobierno nos sentimos tan argentinos y con tanto derecho a expresarnos como el resto. También nos ayudan los procesos electorales: el último 42% a nivel nacional y las expectativas puestas en las próximas elecciones. Entendimos que los kirchneristas intensos son una minoría y que hay una enorme cantidad de argentinos que quiere un país más parecido al que deseamos cada uno de nosotros, país que el Gobierno nacional cada día pisotea más.

Estar seguros de esto permite preguntarnos: ¿es la crisis económica y de legitimidad política la que hace que al kirchnerismo se le haya roto el relatómetro? Son muchos los que aseguran que el relato kirchnerista ya no funciona porque no tenemos plata suficiente para llegar a fin de mes, entonces como sociedad no estamos dispuestos a comernos ninguna. Es posible que esta sea una explicación, pero considero importante, también, mencionar otra alternativa.

El kirchnerismo ya no habla solo. A diferencia de 2004 o 2013, hoy existe una oposición con nombre y candidatos, y con experiencias en el pasado nacional y en el presente subnacional que rompen el mito de que sólo el peronismo puede gobernar. También aprendimos que no alcanzó con el cemento, de que se necesita narrar, tanto para mostrar el camino como el punto de llegada. Y que nuestra narración no debe ser una ficción, debe ser clara y transparente con los hechos y los datos pero también debe apelar a una construcción emotiva que nos una a todos los que queremos un país que deje atrás el populismo.

 

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Sabrina Ajmechet

Licenciada en Ciencia Política y doctora en Historia. Profesora de Pensamiento Político Argentino en la Universidad de Buenos Aires. Diputada nacional por la Ciudad de Buenos Aires (JxC).

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