Esta es la segunda parte de la charla sobre Argentina, 1985 (la primera podés leerla acá). ¿Cómo se posiciona la película de Santiago Mitre respecto de “la grieta”? Una pregunta que tal vez no sea la mejor, pero que es inevitable. Las opiniones son divergentes, pero coinciden en que intenta esquivarla, con mayor o menor acierto.
DIEGO PAPIC
Creo que la película no está hecha para los intensos de ambos lados de la grieta. Por eso es medio sinuosa. Julián y Sabrina dicen que es injusta con Alfonsín. Es cierto, pero va y viene. La peor escena en ese sentido es cuando Strassera le dice a Moreno Ocampo “estamos solos”, sugiriendo que el Gobierno no los apoya. Pero después la escena fuera de campo de la reunión con Alfonsín creo que va en la dirección contraria (muy sutilmente), porque se insinúa que el presidente sí los apoya. Y no creo que porque no aparezca en la pantalla se le de un rol menor.
Es evidente que no quieren presentar una épica radical, evitan a toda costa partidizar la película, y no es un camino muy honesto porque termina callando muchas cosas, evitando los conflictos más interesantes y centrales. Muchos de ellos los contó Malamud Goti en la entrevista que le hizo Gustavo Noriega la semana pasada acá en Seúl.
A la “cuestión Luder” se la sacan de encima con una escenita de rutina al comienzo del juicio porque es espinosa para el peronismo. Y en las leyendas finales hablan muy genéricamente de “leyes de impunidad” para no hablar de Obediencia Debida, Punto Final e Indulto concretamente, y tampoco se menciona al kirchnerismo cuando se dice que los juicios se reanudaron. Están todo el tiempo como pisando huevos.
Evitan a toda costa partidizar la película, y no es un camino muy honesto porque termina callando muchas cosas, evitando los conflictos más interesantes y centrales.
Por ejemplo, la escena en la que uno de los colaboradores jóvenes de Strassera dice que es peronista. Es una escena de comedia, porque la gracia está en que su padre, el que lo entrevista para el puesto, es antiperonista y está harto del cassette de su hijo de la justicia social. Es una escena clave para ver dónde se ubica la película. El chico dice algo así como “voy a colaborar para meter presos a los milicos aunque tenga que hacerlo rodeado de gorilas”. Es decir, es una escena que dice “en el juicio no hubo grieta”. Bueno, esto es mentira directamente. Y la manera de cierta condescendencia simpática con la que observan al chico peronista (medio se ríen de él, de que repite lugares comunes que no significan nada) es un guiño a las mabeles del 41% pero dando a entender que “y bueno, así son los peronistas, un poco intensos pero en el fondo simpáticos e inofensivos”. Es una película hecha para agradar a Novaresio, a los que no son peronistas pero creen que ese es un defecto suyo.
En cuanto a que la película muestra cómo se empezó a valorar el imperio de la ley… lamento disentir. Al principio, como en toda película de juicio, se plantean qué tienen que probar: que fue un plan sistemático, que no hubo excesos, que los jerarcas fueron responsables de los delitos que cometieron sus subordinados. A mí no me parece que eso en la película quede claro (me refiero exclusivamente a la película, por supuesto). En su decisión de apelar a la emotividad en detrimento de cuestiones más técnicas o debates más abstractos, la película plantea que si convencen a la madre de Moreno Ocampo, ya ganaron. Ok, es cierto, desde un punto de vista político, pero no sé qué tiene que ver con la ley con eso. Y en el camino de alguna manera exculpan a la madre de Moreno Ocampo: ella no sabía.
SABRINA AJMECHET
En la película se muestra bien cómo se construyeron las pruebas, utilizando el trabajo de la Conadep, la selección de casos y cómo estos eran una muestra de lo que había ocurrido, suficientemente contundente, como para no necesitar que todos los casos estén presentes para llegar a la conclusión de plan sistemático. A mi en ese sentido me pareció satisfactorio.
El imperio de la ley yo lo veo presente en tanto se juzgó a personas que parecían intocables. Más que el imperio de la ley: no hay nadie que esté por encima de la ley. Eso que hoy propone para sí misma Cristina con el Juicio a las Juntas se acordó que no es admisible para sentar las bases democráticas.
JULIÁN GADANO
Exacto. Y se extiende a la guerrilla. Se trata muy bien ese tema: no hay un discurso reivindicativo ni romantizador de la guerrilla, sino una narrativa que pone los derechos civiles por delante, incluso a los que eventualmente hayan delinquido. Y de la falta de legitimidad de un régimen que tomó por asalto la institucionalidad democrática.
DIEGO PAPIC
Pero justamente en la película no se extiende a la guerrilla. En ese tema eligen no meterse. Esa fue una crítica que se le hizo en su momento a La noche de los lápices, que les había quitado a los chicos su dimensión política, como si decir que pertenecían a organizaciones armadas justificara de alguna manera lo que les hicieron. Siguiendo el camino que mencionó Juan arriba, después de eso pasamos a la etapa kirchnerista de romantización de la lucha armada. Acá no está esa romantización (bueno sería), pero en su lugar hay un silencio temeroso. No tanto como el de La noche de los lápices (otra vez: bueno sería), porque hay una línea de diálogo de Moreno Ocampo que dice “los guerrilleros tendrían que haber sido juzgados por sus hipotéticos delitos”. Imagino que debe ser una línea incómoda para el kirchnerismo, esa.
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Y en cuanto a lo del imperio de la ley, perdón que machaque, pero vuelvo exclusivamente a lo que se ve en la película. Al final absuelven a los jerarcas de la Fuerza Aérea y se insinúa (bah, más o menos se insinúa, se dice bastante claro) que fue por orden de arriba. No sé cuánto hay de verdad en esto, pero creo que la película elige, como dije antes, un camino más bien emotivo, de reivindicar personas, no fuerzas políticas ni sistemas. Strassera es el arquetipo del hombre común puesto en una situación extraordinaria. El presidente del Tribunal que hace Carlos Portaluppi también, cuando ordena continuar a pesar de la amenaza de bomba (y dice “que explote”). Vista así, la película me cae un poco más simpática. Después creo que las lecturas que se están haciendo desde la política (el hilo de Manes o el discurso de Alberto Fernández) son todas de piloto automático, como si no hubieran visto la película.
Es más, hasta creo que se podría incluir al propio Alfonsín en el grupo de los individuos gracias a los cuales la cosa avanza, porque él le da un apoyo personal a Strassera. Así que no sé si es tan injusta con él, al final.
JUAN VILLEGAS
Paso a algo más relacionado a lo cinematográfico, pero que creo que tiene implicancias ideológicas. Es una película sumamente entretenida. La cordillera [N del E: la película anterior de Mitre] era mucho más virtuosa que esta, más elegante, visualmente más atractiva, más sofisticada y más misteriosa. Pero esta es un tren que no para, que no te da respiro, aunque al mismo tiempo tiene una placidez narrativa que genera la sensación de que nunca está corriendo apurada.
Cuando los críticos hablan de clasicismo yo no entiendo bien de qué hablan, porque nadie se detiene a explicarlo. Yo creo que hablan de esto. Es una película sin tiempos muertos pero sin pirotecnia narrativa. Todo esto yo lo veo como un mérito, porque entiendo que se propone jugar ese juego. Pero al mismo tiempo esta cualidad de entretenimiento clásico, eficaz y equilibrado quizás sea lo que determine sus límites como pieza de reflexión histórica y política.
Ahora que releo todo lo que venimos hablando siento que tal vez nuestras interpretaciones sean excesivas y respondan más a lo que nosotros queremos ver que a lo que la película efectivamente muestra y narra. ¿No será que tal vez debamos juzgarla más como pieza de entretenimiento clásico que como pieza de reflexión política profunda? No es que las dos cosas no pueden coincidir. Alcanza con nombrar a John Ford y a Steven Spielberg para dar dos ejemplos claros de cineastas en los que una visión compleja de las tramas políticas e históricas se superpone con una narración entretenida. Mitre quiere inscribirse en esa tradición y la vara es muy alta. Y ya esa intención es valorable, porque en varios momentos de la película lo logra. Pero también me parece que a veces el afán por privilegiar el ritmo y no permitirse digresiones la lleva a perder sutileza.
Y hay algo más. Como dice Diego, se nota un esfuerzo muy grande por mantener un equilibrio ideológico para que no puedan hacerse lecturas partidarias. Eso me parece muy bien, porque por otra parte supongo que es muy difícil de conseguir. Pero tal vez en el afán por no querer ofender a nadie se pague algún precio. O tal vez no, y pasado el tiempo esa misma cualidad “cuidadosa” sea la que permita que los espectadores sigan disfrutando la película como entretenimiento, se emocionen con la construcción de un héroe y se distiendan con los momentos de humor. Tal vez, al contrario de lo que vienen diciendo todos con sus apelaciones a su carácter de “película necesaria” o de la supuesta importancia de volver a contar esta historia para las nuevas generaciones, el mayor mérito de la película sea el placer que genera en los espectadores por ser una historia bien contada.
DIEGO PAPIC
Coincido con Juan en que es una película entretenida. Ayer me puse a ver otra vez Judgement at Nuremberg, de Stanley Kramer, una película que me encanta, para ver si me daba ideas. Me di cuenta de una cosa: a diferencia de esa película, Argentina, 1985 no es una película de juicio (a pesar de que nuestro presidente la bautizó El juicio). No hay debates jurídicos, testigos que se contradicen, discusiones entre la defensa y la fiscalía. Lo más importante pasa fuera del juzgado. Sí, están los testimonios clásicos, el de Adriana Calvo de Laborde y el de Pablo Díaz principalmente, que igual ya los habíamos visto, pero nada más. Es casi una comedia costumbrista. Tiene mucho humor.
Y creo que involuntariamente demuestra algo: para estar “por encima de la grieta” hay que esquivar algunos temas y sacrificar algo de honestidad. Pero no sé si eso es inherente al cine más industrial. Por ejemplo: en The Trial of the Chicago 7 está la discusión entre Tom Hayden y Abbie Hoffman; en Munich, la de Spielberg, hay discusiones sobre cuán correcto es matar a los terroristas. Y no es sólo porque busquen la honestidad, ¡es porque así son más interesantes! Acá hay algo, no digo que no, la discusión entre Strassera y Moreno Ocampo sobre el rol del primero en la dictadura está bien, ahí se meten en un tema espinoso y creo que está bien resuelto.
JULIÁN GADANO
Ayer la vi de nuevo (ya tenía entradas) y me aparecieron un par de cosas nuevas (o quizás que ya estaban pero desde una nueva mirada).
Me dio la sensación de que la película está pensada para un mercado más global y no sólo el local, lo cual está muy bien, pero quizás por eso se perdieron la oportunidad de darle más lugar en el relato a la Conadep, el trabajo de la Comisión, el Nunca Más, etc. Me quedé con ganas de ver algo más de eso. Dentro de la narrativa que la película propone, obvio, pero algo más. Me parece que le hubiera agregado algo interesante. Y quizás menos espacio al tema de la hija y el novio… no sé. La Conadep es una parte de la historia, y sin la Conadep la fiscalía no iba a ninguna parte.
Insisto con lo de Alfonsín. ¿Un extranjero qué idea se lleva? Hay un gobierno que autoriza los juicios pero después hace todo lo posible por lavarlos. Creo que queda eso. Y, por razones que desconozco, termina tirando centros al peronismo. No hablar de la Conadep permite soslayar que el peronismo no quiso integrarla (digo, para contrarrestar esta idea del “consenso nacional alrededor de investigar la represión”). Luder aparece de refilón y no se entiende muy bien por qué aparece, en todo caso.
¿Un extranjero qué idea se lleva? Hay un gobierno que autoriza los juicios pero después hace todo lo posible por lavarlos.
Y, finalmente, un par de placas con textos al final hablan de “la reapertura de los juicios”. Al pedo eso. Y no lo digo de “gorila”. ¿Qué quiero decir con esto? La pelÍcula trasmite una imagen simplificada de que hay un gobierno democrático débil que intenta avanzar, con sus miedos y sus temores, y hay un poder remanente que resiste. Todo esto es cierto, pero le falta una parte: hay una parte institucional de Argentina que en ese momento no tiene esa agenda. El principal partido de oposición, los sindicatos, parte de los medios. A su vez, la izquierda (que varios de nosotros integrábamos) tampoco lo apoyaba “por débil”. Ese es otro tema que hay que rescatar. En un momento Darín dice “estamos solos”. Efectivamente, era soledad. El Nunca Más (volvemos sobre la Conadep) y los juicios se ganaron a la opinión pública y por eso esa prescindencia de esos actores fue virando a apoyo.
Igual el balance es bueno. De lo mejorcito que uno ha visto sobre la época.
SABRINA AJMECHET
El estreno se produjo en el aniversario del discurso de Alfonsín en Ferro, ese día épico porque hubo paro de transporte para que nadie pudiera llegar al acto radical y, pese a eso, la cancha se llenó y las personas que estuvieron ahí vivieron la jornada con tanta intensidad que aún hoy guardan las sensaciones y los sentimientos de ese día. El acto fue el 30 de septiembre de 1983, unos días después de que los militares tomaran la decisión de autoamnistiarse. En Ferro, Alfonsín dijo que iba a declarar su nulidad, ahí fue el primer paso hacia la existencia del Juicio a las Juntas.
Desde la Multipartidaria de 1982, todos los partidos habían coincidido en que los tiempos de la dictadura debían quedar atrás y se le debía dar paso a la construcción de la democracia. Durante la campaña de 1983, el justicialismo planteó que eso se hacía permitiendo la autoamnistía y Alfonsín comprendió que construir la democracia era juzgar las violaciones de los derechos humanos y que el peso de la ley cayera sobre los culpables. Así que es una linda coincidencia que el estreno en cines haya sido el mismo día del aniversario de Ferro.
Se envidia esa argentina clasemediera, en donde la cantidad de pobres era tanto más baja que la actual.
A medida que pasan los días, lo que me queda en la cabeza es la valentía de quienes llevaron adelante el enjuiciamiento, sumada al entusiasmo de todos esos jóvenes que se sumaron al equipo de Strassera y Moreno Ocampo. Me gustan mucho las escenas caseras de Strassera, mostrándolo como el tipo normal de clase media formada, con una familia tipo, con preocupaciones de familia tipo (por eso a mí me gustó lo de la hija y el novio y disfruté muchísimo del personaje del hijo menor), al que las circunstancias lo ponen ante un hecho extraordinario y se muestra a la altura y termina convertido en prócer.
Me gusta que recordemos 1985 y lo mejor que tuvo: el fin de los golpes de Estado, el fin de la impunidad. Se envidia esa argentina clasemediera, en donde la cantidad de pobres y, sobre todo, de jóvenes y niños pobres, era tanto más baja que la actual. Esa Argentina es un actor secundario en la película pero aparece muy bien retratada.
Como película me entretuvo en el momento, me llevó a repensar un montón de cosas después y pone en la conversación pública una época y un proceso que quiso ser borrado por el kirchnerismo. Así que celebro.
JUAN VILLEGAS
A partir de esto que dice Sabrina yo diría que también es una película sobre la familia. No sólo por el peso narrativo de la familia en la trama. El linaje familiar de Moreno Ocampo es también muy importante para la construcción del arco de su personaje. Y la relación con su madre es fundamental no sólo para él sino para llegar a ese momento en el que la madre empieza a ver la verdad.
Tampoco me parece casual que el testimonio del juicio más importante sea el de Adriana Calvo, que incluye un parto. Y que la presentación del personaje sea junto a su hija. Y en un lugar secundario hay que sumar el vínculo entre Somigliana y su hijo, con discrepancias partidarias, pero trabajando juntos. Lejos de una mirada conservadora, la película plantea la idea de que recuperar la democracia fue también reconstruir los lazos familiares quebrados durante la dictadura, aun asumiendo la complejidad de esos vínculos.
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