Jean-Luc Godard murió el martes a los 91 años. Jean-Luc Godard, el mismo pero otro, mucho más joven y hasta con seudónimo (Hans Lucas), empezó a escribir y publicar crítica de cine a los 19 años. Dos momentos decisivos, hechos con decisión. 91/19, 19/91. Godard murió a los 91 años, un par de días después de que un joven de 19 años se convirtiera en el más joven de la historia en alcanzar el puesto número uno en el tenis. Godard, practicante del tenis, aficionado al tenis. Godard, el oráculo habilitante para buscar sentidos en las cosas, en los márgenes.
Godard nació el 3 de diciembre de 1930 y murió el 13 de septiembre de 2022, y en las combinaciones de las cifras de las fechas hay, también, algunas coincidencias llamativas. O descartables. Datos marginales, datos al margen. Del margen hacia el mundo, la mirada oblicua, pormenorizada, la mirada que parece querer verlo todo, absorberlo todo. Alguna vez le dijeron a Godard algo sobre su posición marginal, sobre su estar en el margen, eran los años ’80 del siglo XX. Y él contestó que no había que desdeñar el margen porque, en los libros, es lo que mantiene juntas las páginas. Linda imagen construida mediante palabras. “Si todo el mundo me entiende, es que no he sido clara”, dice un personaje de Notre musique. En la misma película: “Sí, amo la vida, ¿por?”, dice una mujer, y un hombre le responde: “¡Pero decidiste matarte!”
Mujeres y hombres con nombres de personajes. Mujeres y hombres que dicen, como si fueran personajes de Oscar Wilde, lo que quiere decir Godard, que también aparece en la película. Cuando uno quiere decir algo, lo mejor es decirlo, decía Godard, que dijo tantas y tantas cosas y filmó tantas y tantas cosas para cambiar el cine y por ende nuestras vidas para siempre. El cine en el mundo y el mundo en el cine. ¿Todo? “Todo el cine, únicamente el cine, he dicho hablando de Nicholas Ray. Pero este elogio lleva consigo una restricción: tal vez «únicamente el cine» no constituya todo el cine”. Esto decía Godard en la crítica de Hot Blood, de Nicholas Ray. El cine no es todo el cine. Incluso todo el cine no es todo el cine. La tautología, en Godard, siempre es un riesgo, no es una seguridad sino más bien un lugar abierto al juego, a la expansión, a la conexión, es decir a la inteligencia. Ya nos lo dijo Godard en una de sus mejores películas: Una mujer es una mujer.
El desencanto, la furia, el infierno, la mirada terrible de Godard se imponen con fuerza en De l’origine du XXIe siècle, un viaje al siglo XX marcado por el horror.
En Notre musique –una película clave, como todas las películas de Godard, aunque me haya gustado mucho menos que otras películas clave de Godard, aunque ahora con la muerte del señor Godard hay que verla bajo una nueva luz o una nueva sombra– estaba la música de Hans Otte. Y la música de Otte también había estado antes, con mucha mayor presencia, pregnancia, importancia memorable, emoción indudable, en el cortometraje modelo 2000 de Godard, otra película clave de las que más me gustan de Godard: De l’origine du XXIe siècle (Del origen del siglo XXI), que fue un encargo del Festival de Cannes. El desencanto, la furia, el infierno, la mirada terrible de Godard se imponen con fuerza y concentración en De l’origine du XXIe siècle, un viaje al siglo XX marcado por el horror, la comparación fugaz con la belleza que a veces emerge y unas cuantas pinceladas de humor negro. Es en este corto, durísimo, en donde puede intuirse qué estaba pasando con Godard: la voracidad godardiana a dos bandas, a múltiples bandas, a bandas aparte, del cine al mundo y del mundo al cine, y de todo lo que estaba más allá, en los ’60 producía un modelo de cine que todavía era sostenido por un andamiaje narrativo –aunque a veces mínimo o felizmente errabundo– y una posibilidad de comunicación con un público más o menos amplio. Pero a fines del siglo XX y a principios del XXI provocaba un desborde incontenible. El cine del siglo XXI es más débil que el del siglo XX, o por lo menos sus mutaciones no están del todo claras o del todo afianzadas. O no queremos ver –porque nos duelen– las nuevas realidades del cine y del mundo. Y el mundo ya abrumaba, desbordaba a Godard y a su cine del siglo XXI.
Dos
Estuve en el estreno de la última película de Godard, en Cannes en 2018. Godard, claro, no estuvo en la sala. Le livre d’image tuvo unas puntuaciones extremadamente altas en una tabla de críticos, esas cosas que se hacen como parte de la “cobertura de festivales”. Estaba y estoy convencido de que varios de esos puntajes maximalistas habían sido decididos y puestos antes de ver la película. Durante el siglo XXI, la idea de rendir pleitesía acrítica a Godard me resultaba cada vez más propia de un régimen monárquico –o, más que monárquico, autoritario– que de un diálogo con películas que casi rogaban por ser discutidas. El propio Godard proponía múltiples diálogos, y Godard había sido crítico desde los 19 años, y un crítico divertido, osado, insolente.
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En Le livre d’image incluía mucho del corto De l’origine du XXIe siècle. Y no es casual que en su última película Godard incluyera tal vez un chiste gigante: en Le livre d’image se exhibía varias veces la palabra “Remakes” como si fuera un capítulo repetido. Casi nadie mencionó a De l’origine du XXIe siècle en las críticas de Le livre d’image en el momento del estreno en Cannes. Quizás ni lo habían visto, porque los fans de Godard ya ni necesitaban verlo o reverlo. Eso sí, ni Godard ni el cine de Godard querían fans, querían espectadores discutidores. Le livre d’image, El libro de imagen, The Book of Image. Volvían las imágenes de De l’origine du XXIe siècle, volvía la música de Hans Otte, música de su disco Das Buch der Klänge, es decir The Book of Sounds (es decir, El libro de los sonidos). Estaba claro, al escuchar, al leer y al ver, que había señales que Godard estaba comunicando en ausencia, relaciones que estaba presentando y, entre la presencia del fanatismo de muchos de sus fans, entre el ruido de sus veneraciones, la conexión entre estos libros sonoros y cinematográficos no se hizo profusamente, o al menos no la encuentro.
Encuentro, una vez más, por vez número un montón, la crítica de Godard sobre The Wrong Man, de Alfred Hitchcock, para Cahiers du Cinéma. Y releo algo de lo que tengo resaltado: “Cada plano decisivo de The Wrong Man tiene, en efecto, su correspondiente, su ‘doble’, que lo justifica en el terreno de la anécdota mientras ‘redobla’ su intensidad en el terreno dramático”. Y ahí, en “dramático”, había una llamada a una nota al pie, y la nota al pie iba así:
Citemos en desorden: los dos encarcelamientos -las dos pruebas de escritura en la comisaría- las dos discusiones con Rose en la cocina -los dos juicios- además de los créditos: el Stork Club aparece dos veces -Manny va dos veces a la clínica, dos veces al abogado y dos veces con dos inspectores a dos tiendas para la identificación -la ventanilla que redobla el retrovisor- la compañía de seguros y en el mismo edificio la oficina del abogado- los dos milagros que se operan sobre el rostro de Fonda- la partitura de Bernard Herrmann se hace a partir de dos notas, etc.
La crítica es de 1957 (1+9+5+7=22). Godard nos enseñó a ver cine, a escribir crítica, a pensar la crítica y el cine, y hacer cine es hacer crítica por otros medios y hacer crítica es también hacer el cine. Y Godard. Y Hitchcock. Y el número dos. Y Godard hizo la película Numéro deux en 1975 y 1+9+7+5 es 22. Y el primer track de The Book of Sounds de Hans Otte, el que más usó Godard en De l’origine du XXIe siècle y en Le livre d’image, se organiza a partir de dos sonidos.
Telegramas en 2022
Sonidos, imágenes, palabras, música. La música, la música de Georges Delerue hecha para El desprecio en 1963 –la mejor película de la historia del cine; hay otras que son la mejor, pero esta es una de ellas–, usada en Casino de Martin Scorsese nos abre un mundo de conexiones, la estructura de personajes y mucho más (me pueden pedir por Twitter una foto de una nota que publiqué en 1996 sobre el asunto). Uno de los temas clave de El desprecio era la traducción. El desprecio es una de las películas que más veces vi en mi vida, al punto de la obsesión, de aprender de memoria diálogos, planos, músicas, miradas, el culo de Bardot. De memoria también me aprendí varios pasajes de un telegrama de Godard, el “Telegrama de Berlín”, uno de las mayores obras maestras de la crítica jamás escritas (citaré más o menos la mitad del texto):
Oso de Oro llegado meta prueba Ingmar más fuerte stop guion fantástico cuenta toma conciencia Bibi Anderson stop multiplicad Heidegger por Giraudoux obtendréis Bergman stop selección Francia miserable stop (…) films suizos nulos stop Lee Thompson premio crítica internacional por plagio Blood Victory stop film noruego estética caduca stop (…) Defiant Ones permite despreciar para siempre Stanley Kramer stop (…) films Indonesia y México abandoné al cabo diez minutos stop ídem Argentina Finlandia pero luego cinco minutos stop no vi film español debido cita piscina gretchen.
Este telegrama es un gran chiste sobre la cobertura de festivales y también una obra maestra de la concisión. Y un adelanto de lo que abundará en buena parte del cine de Godard del siglo XXI, la yuxtaposición de nombres al estilo “multiplicad Heidegger por Giraudoux obtendréis Bergman”. Por otra parte –y no es menor– este texto es uno de mis máximos tesoros godardianos, una de las cosas que más he leído y que con mayor placer he propagado en muchas clases. Un texto fetiche.
A principios de este año, 2022, tuve la oportunidad de mandarme unos mensajes con Jean-Luc Godard (las circunstancias importan pero no serán relatadas aquí mismo). Por interpósita persona, muy cercana a Godard, le mandé una foto de mi copia del “Telegrama de Berlín” y unos comentarios más, sin esperanza alguna de que respondiera algo o que se tomara la molestia de ver esa imagen. Pero la vio. Y al reconocer el telegrama Godard fue a su colección de Cahiers du Cinéma y, con otros comentarios, me hizo llegar la imagen del telegrama en su publicación original. Nos enviamos, a fin de cuentas, unos mensajes y unas imágenes de palabras, palabras en una imagen. En dos imágenes. Finalmente, nos mandamos telegramas con Godard. En 2022, cuando ya nadie manda telegramas y casi nadie sabe lo que es un telegrama. En 2022, un año lleno de números dos.
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