No me gusta ir a marchas, salvo excepciones, ni la militancia, ni las consignas, y sin embargo el año pasado hice algo de eso. Padres Organizados nació de la desesperación y comenzó a gestarse en junio. En esa época, había leído una nota sobre posibles efectos adversos en el desarrollo de la visión de bebés por estar encerrados durante mucho tiempo. Es decir, pasar meses dentro de 60 m2 podía limitar el desarrollo de su visión.
En casa nos angustiamos y empezamos a pasear en cochecito a nuestro hijo menor, de tres meses. A sacarlo del cochecito y a ponerlo en posición vertical para que conociera no sólo el cielo y los árboles desde su posición horizontal. Me iba a una plaza del barrio, caminaba por las calles vacías y silenciosas, me sentaba, le hacía upa y le decía: “¿Ves? Esto es el mundo, esto es la vida: ahí hay gente, ahí hay autos, estos son edificios”. A veces se me acercaba un guardia de plaza a decirme que no podía quedarme en los bancos y que tenía que circular. Me lo decía avergonzado.
También por esa época mi inquietud acerca de una niña encerrada con su familia, sin correr ni socializar con pares, comenzó a crecer al punto del desasosiego. Consulté con algunos médicos si no había manera de juntarla con otros chicos. La respuesta fue clara: el virus no afectaba a los niños (claro, los afecta de forma grave en una muy baja incidencia, como también los afectan otros virus de forma grave), al aire libre las posibilidades de contagio eran menores, y con protocolo les parecía bien. Estamos hablando del mes de junio de 2020, cuando mencionar la posibilidad de salir con chicos a la calle era tabú, y juntarlos era casi ser un lunático. En la ciudad, ver a un chico caminando por la calle era una rareza.
Ahí comenzó mi periplo: encontrar una madre o padre que quisiera juntar a sus chicos. Algunos parecían hablarme desde un búnker: hacía semanas que no tocaban la calle.
Ahí comenzó mi periplo: encontrar una madre o padre que quisiera juntar a sus chicos. Algunos parecían hablarme desde un búnker: hacía semanas que no tocaban la calle. Yo cortaba sorprendida porque me daba cuenta de que alguien estaba confundido, no podía ser que la forma de atravesar la pandemia fuera tan diferente para cada uno. Yo trataba en lo posible de salir a caminar, al menos una vuelta. Hasta que di con la madre indicada y por suerte empezamos a juntar a nuestros hijos en la plaza.
Sin embargo, no fue suficiente. ¿Cómo podía serlo? El invierno estaba en su pico y el receso escolar estaba por finalizar. ¿Y la escuela? No existía. No existía la sola mención de las escuelas en ninguna agenda, en ningún medio, ni en las mismas instituciones educativas que existían solo por zoom, como espectros. El capítulo zoom me genera tanta bronca e impotencia que al día de hoy me dan ganas de llorar. La misma impotencia y tristeza que le daba a los chicos cada vez que tenían que conectarse durante el día –los más dichosos– a las voces entrecortadas y fantasmales de maestros que apenas conocían. La desconexión no era sólo del wifi, sino de la mayoría de las instituciones educativas frente al drama que vivían las familias en sus casas con niños deprimidos, tristes, frustrados, apurados porque a los 40 minutos se iba a cortar el zoom.
Proteger a la cría
En el medio de esa angustia, de que nos estábamos acercando a septiembre y no había noticias de la vuelta a clases, fue que encontré en Twitter una luz. Alex Milberg, periodista argentino, era el único que estaba dando información sobre niños, covid y escuelas. Lo hacía de una forma profesional, incluso mostrando estudios que podían contradecir que ir a la escuela era posible, como lo era ya en ese entonces en muchos países. La Fundación Alem fue otro páramo, que publicó el documento Volver a las Aulas. Ellos y la diputada Brenda Austin eran los únicos que hablaban de las escuelas y los niños en la Argentina. Nadie más.
Por esa época también noté que algunas personas escribían en Twitter sus preocupaciones con respecto a los chicos, la falta de socialización y de la falta de un plan de regreso. El rumor era que había que esperar a agosto de 2021 como mínimo. De sólo pensarlo, me dolía la panza y se me iba el sueño. Me costaba dormir pensando en eso. A esa altura, me parecía claro que si el virus no era un peligro para los niños salvo en proporciones muy bajas y que el costo de cerrar escuelas era alto al punto de afectar su salud física, mental y su futuro, éramos los adultos los que teníamos que correr los riesgos. En cualquier documental sobre animales podemos constatar cómo la ley de la vida siempre se trata de proteger a la cría para la supervivencia de cada especie. ¿Por qué, en nuestro caso, como especie, nos estábamos inmolando? ¿No era obvio lo antiético que era anteponer a los adultos por sobre los niños?
El rumor era que había que esperar a agosto de 2021 como mínimo. De sólo pensarlo, me dolía la panza y se me iba el sueño.
Para mí la cuestión ética fue central desde el primer momento y me costaba mucho entender por qué a alguien podía parecerle bien que los niños se rompieran por cuestiones de adultos. Ni hablar de que en un país con 60 % de niños pobres el tema de la virtualidad era directamente una puesta en escena, una ficción. Mientras las escuelas estaban cerradas, los niños se juntaban a la vuelta a jugar a la pelota.
Entre todos estos pensamientos, los datos que divulgaba Milberg y las notas de medios internacionales fue que se me ocurrió enviar un mensaje por Twitter a cinco personas: María José Navajas, Quimey Lillo, Gonzalo Garcés, Gustavo Magda y María Victoria Baratta. Todos estaban preocupados por lo mismo y todos parecían inteligentes y sensatos. Les propuse: “hagamos algo con el tema de la educación”. Desde pedir por clases al aire libre, hasta mostrar cómo en otras partes del mundo ya había escuelas abiertas y normalidad para los chicos.
Todo lo que sucedió después de esa pequeña chispa fue una bola imparable, genuina y asombrosa.
Todo lo que sucedió después de esa pequeña chispa fue una bola imparable, genuina y asombrosa. Primero que nada: no nos conocíamos personalmente. Teníamos entre treinta y cincuenta años. Todos teníamos hijos entre bebés y adolescentes a punto de egresar. Como una fórmula de perfecta alquimia, las profesiones y personalidades nuestras se combinaron hasta formar Padres Organizados. Había entre nosotros dos historiadoras e investigadoras del CONICET, un escritor, una especialista en comunicación, un arquitecto que trabajaba en arquitectura para la educación, y yo, diseñadora gráfica. Para empezar, propuse hacer unos flyers con hashtags y publicarlos.
Difundimos los flyers en las redes. Recibimos críticas y algún que otro insulto. Nos trataron de irresponsables. Gente amiga, conocida, colegas, gente inteligente que no estaba dispuesta siquiera a pensar o a cuestionarse una situación cada vez más trágica. Luego, Gonzalo dijo que escribiéramos una carta y la hiciéramos circular en los medios. La carta la redactó María José. Cualquier persona podía sumar su firma en un formulario. Recibimos cerca de 7 mil adhesiones, un amplio espectro ideológico de profesionales, docentes, escritores, diputados, médicos, empresarios, amas de casa, abuelos, historiadores, científicos y artistas.
Hay que seguir
A partir de ese día, el 16 de septiembre de 2020, no dejamos de recibir firmas con comentarios de apoyo y descripciones de situaciones de mucho sufrimiento. Nos escribió gente de todo el país, gente que se ofrecía a ayudar. Algunos periodistas leyeron la carta en medios masivos y la bola se echó a rodar. Entre los miles de comentarios que recibimos en las firmas, seleccionamos algunos e hicimos más flyers. Hubo uno en particular que nunca olvidé y que concentra toda la tragedia junta: “A mis alumnitas me las cruzo en la calle y me piden una moneda para comer. ¿De qué clase virtual les puedo hablar?”.
Es difícil recordar ahora y volver a imaginar una ciudad vacía de niños. Pero el tabú con ellos era tal que no había en nuestras mentes imágenes de niños juntos con barbijos. Por eso, cuando empecé a diseñar los flyers para comunicar nuestro reclamo y la violación de derechos humanos de niños y adolescentes, usé la imagen de un grupo de chicos juntos con barbijos en medio de la gripe española. Esa imagen fue disruptiva. No existía entonces, después de seis meses continuos de encierro y privaciones, la idea de niños juntos. La imagen de la gripe española quería decir que la humanidad ya había pasado por situaciones similares y que los niños eran sujetos de derecho.
Personas de todo el país, desde pequeños pueblos a las ciudades más importantes, nos escribían pidiendo u ofreciendo ayuda. Gente con distintas situaciones económicas. A veces, alguno de nosotros se quedaba chateando a la medianoche con alguna madre o padre desesperado. No me olvido de Milena, de Los Surgentes, una pequeña localidad de Córdoba. Nos dábamos fuerza, consejos para atravesar la desgracia de forma individual y de forma colectiva. En nuestro grupo original, entre los seis, tuvimos un mantra para todo el derrotero: “Hay que seguir”. Nunca paramos, a pesar de que hubo momentos en que la bronca y la desesperanza nos tiraba.
Fue un trabajo colectivo, autónomo, independiente y mágico. Un ejercicio de ciudadanía inédito para todos nosotros.
Muchas personas se nos acercaron: un grupo de docentes formó Abramos las Escuelas, científicos del país y de afuera nos acercaban información y nos ayudaban a leer las estadísticas, economistas nos apuntalaban en los cálculos y estimaciones de pobreza e impacto por el cierre de escuelas, médicos nos confirmaban el deterioro y nuevas patologías desarrolladas en niños por culpa del encierro y la falta de escuela, especialistas en políticas públicas y educación nos apuntaban los sinsentidos y falta de planificación. Fue un trabajo colectivo, autónomo, independiente y mágico. Un ejercicio de ciudadanía inédito para todos nosotros.
A fines del 2020 se logró que en la ciudad de Buenos Aires hubiera una suerte de presencialidad. Unos encuentros recreativos. Era insuficiente, pero era un paso. La tragedia educativa estaba en los medios, algunos especialistas empezaron a hablar, se rompió el silencio acerca de cómo los gremios influían en la catástrofe.
María José iba a todos los medios y entrevistas que surgían. Su calma y tenacidad eran fuera de serie. Victoria compiló la información sobre covid, niños, pobreza y escuelas de ese momento. Algo que ahora circula pero que hace un año era nuestro argumento contra la ignorancia y el abandono. Empezamos a mostrar imágenes en nuestra cuenta de Twitter, con más de 16 mil seguidores, de chicos de diferentes países yendo a la escuela. Gente que vivía afuera nos contaba cómo sus chicos iban a clase.
Con Quimey armábamos campañas de comunicación en nuestra redes, no sólo divulgábamos información sino que señalábamos los absurdos, como por ejemplo la población adulta yendo a bares pero los chicos privados de ir a la escuela. Pero las redes en algún momento quedan pequeñas. Padres Organizados creció espontáneamente y sin ningún lineamiento más que que los chicos recuperaran sus derechos.
Padres Organizados creció espontáneamente y sin ningún lineamiento más que que los chicos recuperaran sus derechos.
Durante fines de 2020 y principios de 2021 se armó una red federal de la mano de María José en donde casi todas las provincias del país y muchísimas ciudades, pueblos y jurisdicciones tuvieron sus Padres Organizados ocupándose de la realidad puntual de cada localidad. Algunos de ellos son Joaquín Gardel y Carla Rígoli de la provincia de Buenos Aires, Raquel Gallardo y Débora Vasallo de escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires, Paula Insani de Entre Ríos, Marina Jasovich de Córdoba, Julieta Siciliano de Chubut. Padres y madres muy activos y sobre todo creativos que salían de las redes a las calles, con sus voces y sus cuerpos, con sus banderas y cartulinas, con sus propios símbolos y acciones. Velas encendidas en la Quinta de Olivos, marchas en la ciudad de Pehuajó, símbolo de María Elena Walsh, Mar del Plata y su caminata con el Himno a Sarmiento en las calles, reuniones con funcionarios de cada localidad, la provincia de Buenos Aires con centenares de acciones, estrategias y videos editados, bicicleteada en Santa Fe persiguiendo al Gobernador y a la Ministra que se negaban a recibir petitorios de los padres, acciones en tierra hostil como Formosa, pupitres vacíos en Plaza de Mayo, y la más reciente, las cintas atadas por la educación en la Casa Rosada bajo la lluvia con gente que viajó a Buenos Aires especialmente. Tantas acciones y tantas cosas que habría que crear un archivo porque lo que ocurrió y sigue ocurriendo es conmovedor y movilizante.
El hito máximo que vivimos en la ciudad de Buenos Aires fue el intento este año de volver a cerrar todas las escuelas por decreto. Espontáneamente nos llegaron flyers de muchas escuelas privadas y públicas en donde la comunidad de padres de cada establecimiento se había organizado para abrazar la escuela el lunes siguiente al anuncio. La gente se autoconvocaba. En la puerta de la Quinta de Olivos muchas personas se juntaron a reclamar con cacerolas y carteles. Un grupo de Padres Organizados de la ciudad de Buenos Aires y otros ciudadanos acompañando firmaron un amicus curiae con la ayuda profesional del abogado constitucionalista Alberto Garay para que los argumentos fueran tenidos en cuenta en la Corte Suprema. La Corte Suprema nos dio la razón.
Nunca más
Actualmente muchas escuelas del país siguen cerradas: por problemas edilicios, negligencia, problemas con los gremios, autoridades que no cumplen. Las escuelas que sí están abiertas sufren de protocolos irracionales que hacen que la presencialidad siga siendo poca y que los chicos sigan perdiendo contenidos y sus padres sigan perdiendo oportunidades laborales en un contexto de emergencia económica.
Jamás en mi vida se me ocurrió ser parte de ningún movimiento de nada, pero acá estoy, tratando de juntar las piezas de esta historia con protagonistas inesperados. La dimensión del drama que vivimos y seguimos viviendo es muy difícil de visualizar. Yo le llamo genocidio educativo. No encuentro otra palabra para describirlo mejor. Aspiro a un Nunca Más de la educación.
Padres Organizados nace de mis padres, que durante toda mi vida me dijeron: lo más importante que le pueden dejar los padres a los hijos es la educación.
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