Vendrán las autopsias y los pases de factura –algunos ansiosos ya empezaron–, las explicaciones de obviedades con el diario del lunes, los mea culpa dramáticos y las decisiones estratégicas: esas cosas, pienso, es mejor hacerlas con tiempo, alejados de los estados de emoción violenta, cuando empiecen a aparecer las ganas de construir, que hoy son pocas.
Lo que sí podemos empezar a preguntarnos es por qué Juntos por el Cambio perdió ese 40% de votos que la coalición había sacado en 2017, 2019 y 2021 y los 34%-52% que había sacado en 2015; esos votos que parecían firmes, emergentes de una coalición política pero también social, representada, creíamos, por un grupo de dirigentes y fundamentos basados en una economía más moderna y una cultura política más republicana. Una coalición social en la cual, además, se sentía cobijada una parte importante de la clase media, tanto la que valora la educación y la salud públicas como la que quiere un mayor dinamismo económico y un país más abierto al mundo.
De esos 40 puntos, Juntos por el Cambio perdió ayer 17. ¿A dónde se fueron? La respuesta más obvia es que se fueron a La Libertad Avanza, cuyos 30 puntos parecen conformados casi exactamente por esos 17 puntos más los 12 que perdió el peronismo desde 2019. Si esto es así, ¿por qué ocurrió? Mi impresión es que en una elección que, como tantas otras, se definía en el eje cambio-continuidad, Javier Milei armó una oferta de cambio, tanto en lo económico como en lo político, que sedujo a un grupo de votantes que veía a la coalición sí como Juntos, pero no como Cambio. Y porque (esto, admito, es muy diario del lunes) dividir la oferta de cambio contra el peronismo unido hace todo más difícil.
Milei armó una oferta de cambio, tanto en lo económico como en lo político, que sedujo a un grupo de votantes que veía a la coalición sí como Juntos, pero no como Cambio.
En la historia de campaña se escribió muchas veces, probablemente por el uso constante de la palabra casta, que Milei adjudicaba a JxC y al peronismo la misma responsabilidad en este desastre que estamos viviendo. En realidad lo que decía, incluso explícitamente, era algo ligeramente distinto: decía que el kirchnerismo había roto al país pero que JxC era incapaz de arreglarlo, porque había sido tibio en su gobierno y porque en el fondo eran (éramos) socios del kirchnerismo. Juntos estábamos: la casta. Cambio, en cambio, no éramos. O al menos no lo suficiente. Y muchos votantes que compartían ese diagnóstico sobre la experiencia 2015-2019 (la supuesta tibieza) y sobre la actitud posterior de la coalición, votaron a Milei.
¿Qué podría haber hecho distinto Juntos por el Cambio para revertir esta tendencia y reconquistar a estos desilusionados? Se pueden decir un montón de cosas, se pueden marcar errores (hoy prefiero no hacerlo), pero nadie lo tiene del todo claro, especialmente ante la repregunta de “¿qué habrías hecho distinto?”. Entre las principales cosas que sí se pueden decir, y sobre la que hay bastante consenso, es que la primaria tuvo un costo enorme. Por razones que fueron dichas en su momento (que enfocó la disputa en los votos propios, lo que impidió crecer) y también por otras que fueron quedando más claras con el tiempo: los ataques mutuos entre Horacio y Patricia, por ejemplo, perjudicaron la imagen de ambos, y todos los argentinos se enteraron de aspectos negativos de ellos por latigazos que se habían dado entre sí. Ahora, ante la repregunta sobre qué se podría haber hecho distinto, la respuesta no es tan clara: ni Horacio ni Patricia estaban dispuestos a bajarse y las PASO habían favorecido más, hasta ese momento, a quienes competían y ganaban que a quienes no competían. No pareció entonces una mala decisión, sí lo parece ahora.
Desperfilados
Otro efecto negativo de la PASO es que desdibujó el perfil reformista del espacio en general, con una candidatura más rupturista frente al sistema, la de Patricia, y otra, la de Horacio, que proponía a la mejor versión de ese mismo sistema como solución al empantanamiento actual. En un año en el que, sin embargo, flotaba un aire anti-sistema pareció natural que Patricia ganara la interna, aunque enseguida, y esto lo vi claro en el lunes pos-PASO, quedó atrapada en una disyuntiva novedosa para ella, la de ser el Horacio de la elección general. Frente a una opción de continuidad y otra de cambio radical, la propia dinámica de la campaña la iba a llevar a Patricia a ser la paloma de la primavera: la del cambio posible, la del cambio responsable. Fue como si el electorado se hubiera vuelto una mujer cuyas tres opciones eran el ex que le decía “volvé, no te fajo más”; el amante llamativo pero poco confiable que le decía “casémonos mañana en Las Vegas” y el marido responsable que no le proponía pasión desenfrenada sino las satisfacciones módicas (“¡sin recetas mágicas!”) de un matrimonio estable. Una posición ingrata para cualquier campaña, porque esa avenida del medio al final nunca es demasiado ancha, y que la campaña de Patricia debió haber abrazado o rechazado, pero por la que se dejó más bien llevar reactivamente.
¿Se podría haber evitado todo esto con una campaña mejor o con otro candidato? ¿O la aparición de Milei, tan parecida a las de candidatos parecidos en otros países, presentó un sacudón estructural que suponía desde el principio un desafío mayúsculo para JxC? Qué sé yo, hoy estoy lleno de dudas. Todas las campañas pueden ser mejores o más disciplinadas (la de Massa fue especialmente disciplinada) y tener algo de influencia en el resultado final, pero también es cierto que las placas tectónicas de la demografía, la sociología y el paso del tiempo se mueven despacio pero implacablemente.
Una manera de sonar inteligente en estos días es decir que Juntos por el Cambio ha dejado de existir, que su ruptura es inevitable.
Una manera de sonar inteligente en estos días es decir que Juntos por el Cambio ha dejado de existir, que su ruptura es inevitable, que no hay manera de sobrevivir unidos a este colapso. Se da como un pronóstico seguro, shic-shic: así lo ven todos. Yo no estoy tan seguro. La muerte de JxC ha sido anunciada infinitas veces ya, todas prematuras, y no sería imposible que esta abollada coalición, a pesar de todos sus problemas, renga de tantos accidentes, termine sobreviviendo, en parte porque sus integrantes comparten una visión de país (esto se dice poco pero es así; donde han diferido más es sobre estrategia política) y en parte porque mantener la unión les dará más fuerza a los diez gobernadores y en el Congreso para constituirse como oposición.
Admito que esto quizás sea sólo una expresión de deseos: he sido muy oficialista de Juntos por el Cambio desde su creación, hace ya casi nueve años, y me dolería perder una herramienta que ha sido tan exitosa para hacerle frente al peronismo. En los 12 años anteriores a Cambiemos, la oposición apenas si le había hecho cosquillas electorales al kirchnerismo. No recomendaría, por lo tanto, dar rienda suelta a la pulsión por levantar el dedito y señalar a otros, comprensible después de cualquier derrota, y dejarla correr hasta romper algo que, en mi opinión, no está del todo roto. De frente a los escombros de JxC quizás nos demos cuenta de lo difícil que es construir algo así y de los años (las décadas) que podría llevarnos armar algo similar. Pero quizás acá habla más mi nostalgia que mi cabeza.
Habrá otras cosas para decir en los próximos días, y lo seguiremos haciendo, sobre todos los temas que vayan quedando en el tintero (Massa, el rol de Macri, la segunda vuelta, los fierros peronistas en el conurbano, etc.). Y autopsias más precisas, con el objetivo de reflexionar y aprender. Nunca pensé que la elección estaba ganada (nunca lo está frente al peronismo unido), pero sí creía, y lo escribí acá, que Juntos por el Cambio tenía la responsabilidad de ganarla, porque parecía tener muchos ingredientes a favor y una base sólida sobre la cual construir. Pero no lo hizo: se quedó fuera de la segunda vuelta y disminuyó su poder parlamentario, dramáticamente en el caso del Senado. Es una pésima noticia, pero a la que deberemos acostumbrarnos, para quienes, como los que hacemos Seúl, defendemos la democracia liberal y la construcción paciente de un país más “normal”, esa épica módica, de maridos razonables, sosa para ganar elecciones, que no logramos abandonar ni despegarnos.
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