ZIPERARTE
Elecciones 2023

La culpa no es del otro

Buscando la viga en el ojo propio.

Por estos días en que todo parece oscuro y estamos repletos de emociones, es difícil sentarse a escribir sin que todo se convierta en una catarsis. Hace tan solo unos meses parecía irremediable la salida del kirchnerismo del poder. Pero durante la noche del pasado 22 de octubre, la ilusión se rompió. Los subestimamos, una vez más.

La bronca y la desazón no es, por lo menos en mi caso, con los argentinos: es en parte con nosotros mismos, los que apoyamos el proceso de Cambiemos desde que vio la luz en 2015. En mayor parte aún con la dirigencia del espacio.

Podemos intentar enojarnos con los votantes, como hicimos durante estos cuatro años en los que sobrevivimos a “TUGOS” y otras hierbas, seguros de que, al confirmar los resultados del gobierno de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa: los equivocados eran los otros y no nosotros.

Esa pequeña descarga hoy ya no tiene sentido. Ya no alcanza con el sentido del humor y la canchereada aliviadora ante la posibilidad de cuatro años más como los que vivimos. La pesadilla es demasiado densa. Esta vez, fue la coalición la que no supo ser clara, no supo administrar sus problemas, no supo darle un horizonte a una sociedad desesperada. Podemos buscar un camino fácil y culpar a los demás: pero yo, personalmente, ya no estoy para eso.

Sin saberlo, todos estábamos trabajando para alargarle la vida al kirchnerismo. Los dirigentes que estaban más pendientes de “la suya”que de otra cosa, los militantes que tomamos bandos furiosos, algunos incluso para agredir sin tregua a aquellos con quienes habían marchado durante más de 10 años para defender valores compartidos. La palabra “republicanos” se dejó de escuchar y se perdió en una marea de discusiones sin sentido.

La palabra “republicanos” se dejó de escuchar y se perdió en una marea de discusiones sin sentido.

En la desunión, fuimos incapaces de marcar la agenda política siendo el espacio opositor más poderoso del país. La única agenda que supimos instalar –o que en realidad dejamos que nos instalen– era la de la división. Empezaron a volar acusaciones y operaciones sin límite entre quienes venían a proponerse como un equipo. Muchos se auto-convencían de que eso era normal, buscaban comparaciones con las primarias norteamericanas y mostraban así una falta de empatía aún mayor con la realidad que atravesaba la ciudadanía. Nos dividimos y así dejamos que nos dividieran. Nos peleamos y nos devoraron los de afuera. Algunos dirán que era inevitable, porque había al menos dos miradas contrapuestas. Es posible. Pero enfrente había un peronismo implacable al que no se le podía dar ninguna ventaja. Hoy nos los muestra la realidad.

En 2015 la dirigencia opositora había entendido tras 12 años de kirchnerismo que era necesario tener grandeza, aplacar los egos y trabajar en conjunto. Fue un proceso complejo, integrado por miradas plurales, también por egos y contradicciones. En ese momento, tampoco faltaron los que querían acordar con Massa, así como hoy.

Tres dirigentes

Sí hubo en ese momento grandeza en tres dirigentes: Mauricio Macri, Elisa Carrió y Ernesto Sanz. Y hago un hincapié especial en Sanz, que tenía el peso de la historia en la espalda de liderar al partido político que había sido la única alternativa política durante décadas, y que se impuso con coraje a las miradas que ya desde ese entonces abogaban por acordar con Sergio Massa. Lo hizo con la convicción de dar lugar a algo nuevo e incierto: la creación de una alternativa no peronista y republicana para la Argentina. Y así empezó una gran oportunidad de romper con la lógica habitual de un país ilógico. Con ese animal mitológico al que hacía referencia Pepe Mujica hace unos días atrás.

La herramienta fue exitosa. Logró desbancar al kirchnerismo e hizo un gobierno con aciertos y errores, pero que ensayaba un boceto de un país diferente que terminó su mandato con un 41% de adhesión aún en un momento complejo. La derrota electoral de 2019 no rompió ese proyecto, sino que fue una barrera frente a ese otro proyecto –o mejor dicho realidad– de país que se instaló desde hace décadas.

Pero la elección de 2021, que había sido una buena noticia para la Argentina, terminó por ser una trampa para Juntos por el Cambio. La impresión de que el peronismo estaba en vías de extinción jugó en contra, porque era más fácil unirse contra algo que unirse para sostener un sentido. Se coló esa absurda idea de que la autoflagelación y poner el foco en los errores del gobierno de Cambiemos era mucho mejor que reivindicar los logros y plantear alternativas a los desaciertos. Una parte de la dirigencia sintió que era su turno y que el votante de la coalición era capaz de tolerarlo todo. Algunos se creyeron iluminados, líderes exclusivos de algo que no terminaban de entender del todo.

Una parte de la dirigencia sintió que era su turno y que el votante de la coalición era capaz de tolerarlo todo.

Gabriel Palumbo dejó un testimonio a principios de este año que hoy es muy ilustrativo: “Lo que noto es una enorme distancia entre los diagnósticos que se hacen, los futuros que se vaticinan y la acción real. Cambiemos nunca fue una maravilla, es lo que había. Es lo que no llegan a entender ni siquiera ahora los dirigentes de ese espacio, que son solo y únicamente la herramienta que la sociedad elige para defenderse de esta monstruosidad. Ellos creen que están al mando de algo importante, que son gente a la que le está deparado un destino histórico. En realidad, solo y únicamente, es la herramienta que la ciudadanía tiene para defenderse de algo que es monstruoso. Y eso es un montón, si lo entendieran sería genial”.

Hoy resuenan las palabras de Palumbo con fuerza, porque si algo quedó claro hace unos días es que el monstruo sigue vivo.

Juntos por el Cambio sin darse cuenta fue envejeciendo. La impronta moderna que aportaba el PRO se fue diluyendo. Esa idea de entender los procesos sociales y comunicacionales antes que los demás, quedó trunca con la salida de Marcos Peña.

Algunos creyeron que al peronismo se le ganaba en su propio terreno, que era plausible ser más peronista que el propio peronismo. Que importaba sumar dirigentes más que enamorar a los ciudadanos que querían un cambio. La rebeldía se fue apagando y ese lugar lo terminó ocupando otro.

Ahora nos encontramos ante una nueva encrucijada, con rumores de rupturas y de acuerdos. Algunos se preguntan si es sostenible una coalición que se encuentra de árbitro y no de protagonista de la próxima definición.

Todas las discusiones que hoy vemos son profundamente desalentadoras. La sensación es la de haber vuelto al casillero uno. Quizá sea necesario. Pero, en caso de susbsitir la coalición, algo que sigo creyendo necesario, una palabra parece inevitable: renovación.

 

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

Compartir:
Nicolás Roibás

Consultor político. Abogado. Ex subsecretario en el Ministerio de Cultura de la Nación.

Seguir leyendo

Ver todas →︎

Era mejor la libertad

Para mantener la unidad, todo Juntos por el Cambio debería dejarles a sus votantes hacer lo que quieran en el ballotage.

Por

El jamón del sánguche

Tres fallas para explicar la derrota de Juntos por el Cambio.

Por

Blues de la artillería

Juntos por el Cambio perdió la elección por los errores de una dirigencia que creyó tener la elección ganada. Por eso ahora la coalición está en terapia intensiva.

Por