VICTORIA MORETE
Entrevistas

Sergio Fajardo

El ex alcalde de Medellín, en su momento una de las figuras de la renovación política en la región, habla sobre el ascenso de los populismos y para qué le sirvieron dos décadas como matemático.

Sergio Fajardo (Medellín, 1956) era hace 15 años una de las caras de la renovación política en América Latina. Después de una exitosa carrera como matemático y profesor, había construido un movimiento ciudadano con el que ganó la alcaldía de Medellín y transformó a una ciudad castigada por la violencia y las desigualdades. Gracias a un discurso y una propuesta basados en la solución de problemas, el trabajo en equipo y la lucha contra el clientelismo y la corrupción, la gestión de Fajardo en Medellín pronto se convirtió en un modelo regional (e incluso global) de una nueva manera de entender la política. Después fue gobernador de Antioquia y candidato presidencial: en 2018 estuvo a menos de dos puntos de pasar a la segunda vuelta, en las elecciones que ganó Iván Duque. En los años siguientes, su objetivo de reemplazar a los partidos políticos tradicionales fue logrado por otros, menos académicos y más outsiders.

Estuvo esta semana en Buenos Aires, invitado por el Ministerio de Desarrollo Social porteño a un congreso sobre integración urbana. Conversamos un rato el martes en un café de Corrientes y Talcahuano. A continuación, una síntesis de nuestra charla.

Hace 20 años, cuando eras intendente, había un gran énfasis en la importancia de las ciudades, de mejorar las ciudades. En todo el mundo, y en América Latina, se hablaba de que en el mundo interconectado el futuro iba a ser de las ciudades. Siento que ese ímpetu se perdió y que la conversación es otra vez sobre países.

Es cierto. Pongámoslo en estos términos: en este mundo globalizado, los énfasis están alrededor de un mundo que está cambiando, que tiene una cantidad de preguntas e incertidumbres. Ya el espacio concreto de las ciudades, en principio, no parece tan relevante en esa discusión global. Pero para mí las ciudades siguen siendo el espacio donde se da la vida, ahí es donde pasan las cosas. Puede haber muchas políticas que se discuten, pero todo aterriza en un espacio físico y territorial. Para mí sigue siendo fascinante el mundo de las ciudades. Yo he sido alcalde, gobernador, candidato a la presidencia, pero el mundo de la alcaldía, de ese gobierno local, es apasionante, porque uno está relacionado con las personas. Todo lo que tú ves tiene que ver con el trabajo tuyo y creo que las ciudades van a tomar el valor que tienen, van a retomar. Todo este mundo aterrizará y volverá a las ciudades, que no dejan de ser lo más importante.

¿Cómo creés que la pandemia afectó este proceso, con los nuevos formatos de trabajo remoto, menos desplazamientos?

Después de la pandemia el mundo está sacudido. En particular, la pandemia transparentó cómo vivía la gente en las ciudades. Nos hizo ver de frente de manera descarnada lo que significaba la ciudad, la forma en cómo viven en la ciudad, la desigualdad, ver física y explícitamente los territorios, las desigualdades profundas que hay en nuestra sociedad. Entonces la pandemia nos obliga a pensar las ciudades, nos obliga a mirar cómo vivimos y si juntamos eso con todo lo que tiene que ver con el cambio climático, lo que afecta en las ciudades, es un nuevo mundo, una cantidad de interrogantes que tenemos que resolver y yo creo que vamos para otras ciudades, que tenemos que ir pensando en múltiples formas.

O sea, más preguntas que respuestas por ahora.

Sí. Y estamos en un período de incertidumbre apasionante. Porque además nosotros, los latinoamericanos, durante mucho tiempo, siglo pasado, había unos lugares que se consideraban los puntos de referencia donde teníamos que ir a encontrar las respuestas para nosotros y hoy nosotros tenemos que participar en las respuestas. Y eso hace un mundo muy distinto. No hay un lugar que digan: “Vamos allá, que allá saben”. No, nosotros hoy somos parte de la respuesta y eso es un reto apasionante, complejo, difícil porque hay muchas preguntas, mucha incertidumbre y pueden pasar muchas cosas en el mundo.

Entraste a la política con una crítica muy fuerte a los partidos políticos tradicionales de Colombia. Ponías mucho énfasis en el clientelismo y la corrupción. Finalmente, esos partidos tradicionales decayeron, pero por otras razones, empujados más desde afuera del sistema que desde adentro. ¿Por qué?

Los partidos tradicionales se deterioraron, se convirtieron en máquinas rutinarias de poder. El clientelismo, la corrupción y la incapacidad para entender lo que estaba pasando con unas comunidades, con unas desigualdades que fueron creciendo en muchos sentidos. Nosotros empezamos a hacer política en una ciudad para una ciudad. Nosotros no estábamos pensando en hacer política para el planeta. Era en una ciudad, Medellín, año 2000, con toda su historia, con todo lo que había ocurrido y allá era donde íbamos a hacer política. Y enfrentábamos problemas adicionales como el de la violencia, que es una marca dolorosa, sobre todo en Medellín. 

Después de 23 años, sigo creyendo que toda noción de cambio pasa por un cambio en la forma de la política.

Entonces nosotros nos preocupamos por transformar la política en ese espacio: en un espacio físico determinado, dos millones y medio de personas. Y eso fue lo que hicimos. Nos planteamos unos problemas: desigualdades, violencia, corrupción. Cómo los interpretamos y los veíamos en la ciudad. Y sobre eso empezamos transformando la política. Y aquí, después de 23 años, de haber tenido éxitos, de haber sido alcalde, gobernador, de habernos destacado, participado, comprometido, perdido en elecciones, yo sigo creyendo que toda noción de cambio pasa por un cambio en la forma de la política.

Enfrentar la corrupción, que para mí es un daño gigantesco. Hoy no se habla de corrupción en ninguna parte, eso ya es un elemento secundario, pero está ahí. La corrupción hace un daño muy grande en el sentido económico más básico, que les roba a los pobres: les están robando las oportunidades a muchas personas que tienen necesidades. Pero al mismo tiempo se crea una cultura de la ilegalidad, del todo vale, de la trampa que va destruyendo sociedades. Entonces empezamos cambiando la política. Incorporar la transparencia en la forma de hacer la política, de dirigir y conducir la ciudad, el Estado y eso se transforma también en construir confianza.

Los dos candidatos más votados en Colombia el año pasado venían de fuera de la política, no venían de los partidos tradicionales, pero no con una impronta de transparencia sino más bien populista.

Sin dudas. Colombia iba a cambiar y tenía que cambiar. Y era necesario que cambiara. El presidente Duque fue el último vestigio del gobierno asociado con la figura del presidente Uribe. “El que diga Uribe”, era la expresión. “Ganó el que dijo Uribe”. Eso se acabó. Y es un país que necesita muchos cambios. Nosotros pretendimos ser ese cambio, no lo hicimos. Hicimos muy mala política en el sentido de la manera como construimos. Quienes ganaron representaban cambios. Petro, por un lado, viniendo de otro mundo, populista en un sentido muy amplio, el primer gobierno de izquierda-izquierda. Y un señor, por el otro, Rodolfo Hernández, un outsider total, que estaba por fuera de toda la estructura política y captó el interés de muchas personas hastiadas de los políticos tradicionales. Entonces ellos dos fueron los dos que compitieron. Yo digo que Rodolfo Hernández no ganó porque no quiso, porque se asustó, porque no tenía una propuesta, nunca pensó que iba a estar en esa circunstancia. Pero ganó Petro, que significa sin duda un cambio, un político populista.

Has sido muy crítico de Petro en los últimos meses.

Sí, pero siempre lo he sido en términos de esa figura de la política, la de prometer cualquier cosa: a problemas muy complejos soluciones triviales, prometer cosas imposibles. En la campaña yo le decía: “Lo que usted está diciendo no es correcto”. Y, por supuesto, aplica algo que muchas veces se habla en la política: que la campaña es en poesía y el gobierno es en prosa. A Petro le reconozco que tiene una gran capacidad de conectarse con mucha gente, especialmente con los más humildes, pero creo que es una figura populista con una gran cantidad de deficiencias como líder.

Se presentaba como una aspiración diferente al establecimiento tradicional. Pero, sintetizando, todas esas promesas se convierten después en la frustración porque son imposibles de cumplir. Y cuando llega al poder se alía con los que había criticado toda la vida. Yo siempre he sido crítico de eso: no habrá verdadero cambio si no hay verdadera transformación de la política. Y él, que representaba, entre comillas, una “transformación de la política”, cuando llegó al poder, hizo la misma política. Además, es el típico caudillo populista: al lado de él nadie brilla. Nadie brilla, es él. Todos los reflectores están sobre él, todos los días, a todas las horas.

Petro es el típico caudillo populista: al lado de él nadie brilla. Todos los reflectores están sobre él, todos los días, a todas las horas.

Todos los días está escribiendo mensajes en Twitter, está hablando con una incapacidad muy grande de convertir en realidad lo que promete. Hay una frustración que va aumentando: hoy ya está en alrededor del 30% en favorabilidad. Viene creciendo la insatisfacción. Y en adición a eso, hay un factor que habitualmente no se considera: que fue alcalde de Bogotá y fue un alcalde muy flojo, no se destacó por su gestión. Es una persona que no tiene capacidad para organizar equipos, para organizar proyectos, para articular las cosas. Gobernar es muy difícil. Presentar un programa, cumplirlo, formar los equipos para que las cosas se den, él no lo hace. 

Igual en su gobierno ha habido gente interesante, valiosa. Su primer ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, que ahora se fue, trabajó conmigo en la última campaña, hicimos juntos una propuesta de reforma tributaria. En campaña Petro prometió una reforma tributaria de 55.000 millones de pesos. Nosotros, una de 20.000. Terminó haciendo la nuestra, impulsada por el ministro. Luego, el embajador en los Estados Unidos era mi fórmula vicepresidencial. Gente muy buena que trabajaba. Pero él no tiene esa capacidad para organizar esos equipos. Entonces todo esto lleva a un mundo que gira por él, confrontación permanente, errático en muchos comportamientos. 

Mencionaste a Ocampo, el ex ministro de Hacienda. En Argentina tenemos problemas de polarización parecidos a los de otros países, pero no tenemos la macroeconomía ordenada, por eso cada crisis política se transforma en una crisis económica. En Perú, Colombia, Brasil o Chile hay crisis políticas, pero como el Banco Central hace su trabajo no se transforman en crisis económicas. Con su primer ministro de Hacienda, Petro parecía entender eso. Ahora hay más incertidumbre.

Mucha más. Un gran proyecto de Petro es lo que él denomina la Paz Total. Colombia ha tenido muchas negociaciones con grupos guerrilleros. Álvaro Uribe lo hizo con grupos paramilitares asociados con el narcotráfico. Son situaciones dificilísimas. Petro llegó y dijo: “Voy a hacer un acuerdo con el grupo guerrillero que yo estaba, con unos que no participaron de la negociación que hizo Santos y, además, con todo el mundo criminal asociado con el narcotráfico”. Todo. Desde el primer día yo dije: “Esto es lo más difícil del mundo”. Nombró a una persona que nunca había negociado nada, sin ningún tipo de experiencia para conducir procesos y hoy estamos en una incertidumbre total.

El 31 de diciembre de 2022 escribió un tweet diciendo: “Tenemos un cese al fuego bilateral con todos estos grupos criminales”. Tremendo. Pero resulta que ninguno de estos grupos sabía que estaba en ese cese al fuego bilateral, tampoco lo sabían las fuerzas militares de Colombia. Entonces era su deseo, su manifestación, sin ningún tipo de rigor, de organización. Hoy no sabemos qué pasa con las negociaciones en Colombia. Entonces todo eso puede conducir de una idea loable, gigantesca, extraordinaria a un caos que va a propiciar mucho deterioro. Y lo que Petro dijo no se cumplió. 

Muchas veces te han definido como “centrista”, pero es una etiqueta que no te gusta mucho.

No, para nada.

¿Por qué?

Porque el centro no es una expresión política. Pero por culpa de que hay una derecha que se asocia con unos elementos y una izquierda asociada con otros elementos, si usted no está en uno de esos, a usted lo ponen en el centro, para ubicarlo en alguna parte. Yo no creo en eso. Nosotros planteamos una mirada del mundo: a partir de unos principios planteamos problemas. Somos capaces de escuchar diferentes voces y construir respuestas. Entonces nosotros no vamos con una ideología que nos dice cómo tenemos que hacer las cosas. Aprendemos de muchos, pero nosotros tenemos la capacidad de innovar para construir respuestas. No hay una ideología que nos diga a nosotros lo que hay que hacer. Yo no creo en eso. Por eso nunca fui militante de izquierda, porque usted tenía que ir a recitar lo que dijeron en una reunión y dije: “¿Por qué?”. Cuando uno no se puede preguntar por qué, sino que tiene que recitar, no tiene sentido.

Entonces somos una ruptura en ese sentido, en el sentido de la transparencia, la forma de la política, que no tiene que ser ni de izquierda ni de derecha. Populistas hay de izquierda y de derecha. Bolsonaro para mí es una barbaridad y es de derecha. En ese terreno hay una diferencia muy grande y construimos alternativas, tenemos unas prioridades. Eso no cabe en un concepto que diga “esto significa centro”. Yo no creo que exista la definición del centro.

Ahora, es una mala época para ser un tecnócrata o un defensor de la política pública basada en investigación.

Yo no me defino como tecnócrata. Lo conversaba acá en este congreso que estamos. Hay una definición que se utiliza mucho hoy en política: tomar decisiones con evidencia, con estudios. Yo vengo del mundo de las ciencias, soy un científico, no voy a despreciar mis estudios. Y se necesita entender muchas cosas. Pero si usted no tiene un componente de entender el contexto humano, las emociones, lo que ocurre en esos  territorios, identificar qué es el tejido social, todo eso, las políticas públicas no las van a resolver unas personas que hacen unos análisis. Usted tiene que tener los pies en la tierra. Tiene que saber caminar los territorios, entender lo que pasa, qué significa la pobreza.  No es una mirada externa que se puede cuantificar en una métrica. Se necesita la métrica, pero eso no le va a dar a usted una respuesta. Si no incorpora lo otro, no hace la transformación.

El populismo hace lo contrario: es todo representación e identidad y nada de estudios ni métricas.

Soluciones triviales a problemas complejos. “Yo le resuelvo el problema, se resuelve pum-pum”. Dos frases y ya quedó resuelto algo que es profundo, que es difícil, que es complejo.

¿De qué te sirvieron para la política tus más de 20 años como matemático?

Yo vengo del área de la lógica matemática. Lo más abstracto es lo abstracto. Nunca pensé las matemáticas  para aplicarlas, para resolver problemas del mundo. Me gustaban por su belleza, por lo que para mí es la sofisticación más profunda de la mente humana. Por eso estudié matemáticas y me parece fascinante todavía.

Pero me han permitido como matemático –cuando nos acercamos o cuando yo me acerco al mundo real, nosotros resolvemos problemas– entender. Eso es muy importante. No llego con una mirada particular, no llego con la mirada del economista, del médico, del abogado, del politólogo. Llego con una mirada muy diferente: entender el problema, identificar los componentes, buscar soluciones. Es una mente abierta para trabajar con muchas personas, armar los equipos, distribuir las tareas, fijar un propósito, empezar a organizar a todo un grupo de gente es mágico, es fascinante y eso es lo que he hecho. Para eso me ha servido la mente matemática.

¿La mente matemática no puede también dar un sesgo de creer que los problemas se pueden solucionar a través de una fórmula o de lógica pura?

¡No! Yo no hablo de una fórmula sino que hablo de personas.

Eso no viene de la matemática, viene de tu personalidad.

Sí, claro. Pero la matemática me da la claridad, la capacidad para entender, pero como yo soy profesor, y entre otras cosas, ser profesor, independientemente del área en la que ejerzas tu profesión, es sacar lo mejor de la gente. Un profesor tiene que sacar lo mejor de las personas, de sus estudiantes. Si trasladas eso al mundo real, tú tienes que sacar lo mejor de las personas, de las comunidades, de la sociedad. Es una forma distinta de acercarse a construir. Ahora, yo no digo que sea mejor o peor. Es diferente. Sí estoy seguro de que es diferente. En Colombia hubo un antecesor mío que también era matemático, que llegó al mundo de la política, que se llamaba Antanas Mockus, que fue alcalde de Bogotá. Entonces, en el fondo nosotros dos éramos dos extraterrestres.

Es increíble que fueran matemáticos.

Una coincidencia tremenda. Él estaba más del lado de la filosofía y yo de la lógica. Y él llevó su proyecto de Cultura Ciudadana, que era una ruptura total con el lenguaje y los símbolos. Mi camino es otro, diferente. Pero eso era una inspiración para decir “esto se puede hacer distinto”. Y por eso nosotros en muchos sentidos éramos una amenaza: “Miren que se puede hacer diferente”. Los políticos tradicionales, parte de su poder, es dominar la escena, que no entre nadie. En principio, la política no quiere que entren otros con otras miradas, otra forma de actuar. Pero es fascinante, es tremendo.

¿No hay un poco de melancolía en tus recuerdos? Como que hubo un momento que con tu apuesta por la transparencia y la reforma política todo parecía posible. Sin embargo, vino otra ola mucho más fuerte, quizás menos sofisticada, pero que también representaba algo real, y se llevó puesto todo aquello.

Sí, hay una insatisfacción muy grande que encuentra salida de esa manera. Pero esto todavía no se acaba este año y la vida continúa. Yo lo decía en estos términos en la campaña: “La decencia no es viral”. Yo no salgo a insultar a alguien, a decir mentiras, a maltratar personas, que eso le da valor en las redes. A mí me decían tibio porque yo no insultaba a las personas. Dije: “Pero la decencia va a volver a ser viral. Ya llegará el momento”.

No has perdido la esperanza.

No, yo no pierdo la esperanza en la dignidad, en el respeto, en el reconocimiento, en la empatía. Yo creo en eso y seguimos, esto es largo.

 

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

 

Compartir:
Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

Seguir leyendo

Ver todas →︎

Mariano Llinás

El director habla de su lugar entre la tradición y la innovación, del cine argentino y desafía las convenciones de la grieta: la verdadera oposición, dice, es entre pensamiento y virulencia.

Por

Ángel Fernández

Para el experto español en tecnología y medios, el periodismo tiene una sola opción a la carrera desesperada por posicionarse en Google: crear una comunidad de lectores que pague por sus contenidos.

Por

Osvaldo Granados

El periodista cuenta cómo era reportar sobre finanzas cuando nadie lo hacía, y repasa 60 años de historia, política y economía de la Argentina.

Por