El newsletter pasado –me gusta empezar siempre aludiendo al newsletter anterior, como si fuera un previously on– tiré la idea de que la enorme cantidad de series y películas basadas en hechos reales tiene que ver con que la industria se dio cuenta de que hay un catálogo de héroes y villanos como los de Marvel libres de derechos para ser utilizados: las personas reales. Y agregué: “Ya va a llegar el momento en que alguien corte del todo con la obligación de contar la verdad e imagine realidades alternativas en las que se filtra un video porno de Donald y Melania Trump, o la Reina Isabel abdica para tener su propio programa de cocina en la BBC”.
Mis amigos Matías Beccar Varela y Camilo Sce me hicieron notar que hay alguien que ya hizo eso varias veces: Quentin Tarantino. ¡Pero claro! Bastardos sin gloria y, sobre todo, Había una vez en Hollywood refuerzan mi teoría: ¿o acaso Charles Manson no es un personaje tan fascinante como el Doctor Strange?
Empecé a ver otra serie más sobre un hecho real: The Offer (Paramount+). Cuenta la historia de la realización de El padrino desde el punto de vista de su productor, Albert S. Ruddy, que oficia a su vez de productor de la serie, a sus 92 años. O cómo un productor inexperto (Ruddy, interpretado por Miles Teller) logró llevar adelante un proyecto que tenía todos los números para fracasar y que en cambio se transformó no solo en un clásico eterno sino también en un éxito de taquilla que los hizo millonarios a todos. O cómo un escritor (Mario Puzo, interpretado por Patrick Gallo) la pegó con una novela que contaba la historia de los mafiosos que había conocido en su niñez y terminó siendo repudiado por la comunidad ítaloamericana y hasta por el propio Frank Sinatra. O cómo un director de 31 años (Francis Ford Coppola, interpretado por Dan Fogler) con cuatro películas no muy trascendentes en su haber logró plasmar su visión en una historia ajena y llevarla a un nivel superior. O cómo un actor de teatro desconocido sin experiencia en cine (Al Pacino, interpretado por Anthony Ippolito) consiguió un protagónico que lo transformó en una estrella. O cómo una leyenda en decadencia (Marlon Brando, interpretado por Justin Chambers) aceptó un papel pequeño pero importante en una película de bajo presupuesto y construyó un personaje extraordinario en el sentido más cabal de la palabra. O cómo un estudio al borde de la bancarrota apostó por un productor desconocido (Robert Evans, interpretado por Matthew Goode) que confió en directores jóvenes y no solo salvó Paramount sino que cambió el cine americano para siempre.
En algún momento observé este fenómeno con cierto cinismo, pero debo decir que ante una historia que amo tanto, caen mis defensas y me entrego totalmente. Ver a Coppola, Pacino, Brando, Puzo y Evans cobrar vida y crear El padrino ante mis ojos me hace feliz. Ansío ver a James Caan, a Robert Duvall, a John Cazale, a Diane Keaton (¿aparecerá Woody Allen?), a Nino Rota, a Gordon Willis. Estoy a sus pies.
Hay una escena extraordinaria en el primer capítulo. Ruddy todavía es productor de TV, está haciendo la exitosísima Hogan’s Heroes en la CBS. Una noche va con su novia al cine. La película es El planeta de los simios (Star+). Cuando llega el final memorable en el que Charlton Heston ve la Estatua de la Libertad semienterrada en la playa y grita “¡malditos sean!”, Ruddy presta más atención a la reacción de sorpresa del público que a la película. Sin poder levantarse de la butaca, con el cine ya vacío, le dice a su novia: “De esto se trata. De la experiencia. Trescientas personas viendo lo mismo, reaccionando en tiempo real, potenciándose unas a otras. Esa experiencia no se puede lograr con la televisión”.
Ya vimos a otro self made man de los 60 flasheando con el final de El planeta de los simios: Don Draper, de Mad Men (HBO Max). Es en el quinto episodio de la sexta temporada, el del asesinato de Martin Luther King. Se llama “The Flood”, título cuya traducción literal es “La inundación”, pero que se refiere más bien a “El diluvio”. Una referencia a ese fin del mundo que muestra la película de Franklin J. Schaffner y también a esa sensación ominosa de caos luego del asesinato de King.
Volví a ver el capítulo la semana pasada. Qué maravilla. Trae a la memoria la primera escena de la serie. Don Draper está sentado en un bar tomando old fashioned y garabateando eslóganes para Lucky Strike en una servilleta marcada con rouge. Lo atiende un mozo negro que le convida fuego. Don ve que fuma Old Gold y le pregunta por qué. Entonces se acerca otro mozo (quizás es el encargado, lo cierto es que es blanco) y le pregunta si “Sammy lo está molestando”. Con una línea de diálogo, Matthew Weiner pinta la brutalidad del virtual apartheid de los negros en la Manhattan de 1960.
Pero en la sexta temporada ya estamos en 1968 y Sterling Cooper Draper Pryce tiene algunas empleadas negras. Por supuesto, son secretarias. Al día siguiente del asesinato de King, una de ellas se pone a llorar como si hubiera muerto un familiar. Peggy le da un abrazo. Siente pena por ella, pero también siente que es un drama totalmente ajeno. Otra de las empleadas negras, en cambio, no siente la muerte de King como propia. Joan le da su pésame y también la abraza, pero la secretaria se sorprende ante esa actitud y no le devuelve el abrazo, lo cual genera un momento bastante incómodo.
Los blancos están todos preocupados por lo que pasó, pero parte de su preocupación tiene que ver con la posibilidad de disturbios ocasionados por manifestantes negros. Harry Crane comenta que cancelaron todos los programas de TV y no puede vender espacios publicitarios. Pete Campbell lo increpa: ¿cómo puede preocuparse por las ventas cuando acaban de matar a un hombre? El padre francés y marxista de Megan está eufórico por el asesinato: eso agudizará las contradicciones. Don toma whisky. “You don’t have Marx, you have a bottle” (“Vos no tenés a Marx, tenés el alcohol”), le reprocha Megan.
En el medio del diluvio, Don va al cine con su hijo para alejarlo de las noticias alarmantes que se ven por televisión. Ahí, una película de ciencia ficción protagonizada por monos que parece transcurrir en un planeta lejano y en un tiempo indefinido dice más sobre el presente que la confusión e histeria de la TV. Como dice Ruddy, quizás luego de la misma función: “Esto no se puede lograr con la televisión”.
A veces pienso como él y me atormento por perder el tiempo mirando series en lugar de películas y creo que este newsletter debería tratar únicamente sobre cine, que debería escribir sobre Robert Eggers, sobre Richard Linklater, sobre Judd Apatow, sobre Sam Raimi. Y sin embargo, en la TV hubo un Mad Men, que se tomó seis años para contar la evolución en los derechos de los negros y su lugar en la sociedad americana de una manera en que ninguna película podría hacerlo, porque estará inevitablemente encapsulada en dos, tres, quince horas.
Es cierto que parece difícil que pueda existir un nuevo Mad Men. Ahora están de moda las miniseries y el binge watching. Pero este es un newsletter optimista y hay que recordar que después del diluvio, Noé repobló la Tierra. Esperemos que baje el agua.
Nos vemos en quince días.
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