¡Buenas! ¿Cómo estás? Feliz paro nacional si no trabajás, y si trabajás también.
El otro día, leyendo el interesante libro de Sofía Mercader sobre Punto de vista, la revista intelectual y literaria que dirigieron Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, entre otros, me llamó especialmente la atención el momento en el que, en la transición a la democracia, la revista elige dejar atrás el marxismo, apoyar la candidatura de Alfonsín y adoptar, más o menos explícitamente, una postura democrática de centro-izquierda o socialdemócrata, contra las críticas de algunos compañeros de viaje que querían mantener o retomar un ímpetu más revolucionario o peronista. Fue una decisión novedosa y valiente, que dividió al grupo fundador, unido antes durante la oposición a la dictadura, pero que acertó el espíritu de los tiempos: la democracia se quedó a vivir, el marxismo se diluyó poco después y el propio peronismo intentaría una renovación similar en los ‘80.
El capítulo me hizo acordar a ciertos movimientos recientes que veo, lentos como placas tectónicas pero claros si uno mira con atención, en la relación del progresismo con el kirchnerismo, bajo cuya ala estuvo protegido y sometido en los últimos 15 años. ¿Quién será el Punto de vista progresista que se anime a romper el hechizo kirchnerista y diga que la revolución es un sueño obsoleto, que hace falta una interna no entre el hijo real y el hijo político de Cristina sino entre quienes proponen una renovación ideológica y los que siguen con los tabúes de la Patria Grande?
En diciembre de 2020, un mes antes de la aparición de Seúl, escribí una columna en el recién nacido ElDiarioAR donde les reclamaba a los progresistas argentinos más autoestima y más rebeldía para no dejarse comer por el kirchnerismo dentro del Frente de Todos y en la gestión del gobierno de Alberto Fernández, que había arrancado con un talante de centro-izquierda (el Alberto alfonsinista de su mañana de asunción) y lo había ido perdiendo a medida que el kirchnerismo le iba mostrando los dientes. Me lamentaba en el texto de que el progresismo, que había sido la ideología reinante más o menos entre 1996 y 2008, hubiera quedado colapsado dentro del kirchnerismo, a veces mimetizándose con él y justificándole cosas que no habría justificado antes.
Todavía tenía esperanzas: los quería azuzar, envalentonar, decirles que se animaran a disputarles las ideas y la política a Cristina, Máximo y Axel. En aquel momento, mi objetivo de largo plazo era lograr el aislamiento del kirchnerismo y el desprestigio de sus ideas económicas y políticas, que habían causado mucho daño y una década perdida. La arenga no cayó bien, me respondieron con que yo no tenía nada que reclamarle al progresismo y que ellos estaban bien así como estaban, acompañando al peronismo sin colmillos de Alberto, su atajo posible a la socialdemocracia.
Un año y medio después, ya en Seúl, escribí otro texto sobre el mismo tema, ahora ya sin arenga y decretando el fracaso del progresismo en el Frente de Todos, lamentando la vigencia del kirchnerismo y advirtiéndoles que estaban perdiendo la hegemonía intelectual en temas como la seguridad (con el declive del garantismo), la educación (por su alianza con los gremios contra, por ejemplo, Padres Organizados), los ‘70 (ya no va más la romantización de Montoneros) y la economía, un histórico punto flaco del progresismo, donde copiaron discursos vagamente desarrollistas sin ningún énfasis en la estabilidad macro, con taras incomprensibles como la tirria contra Mercado Libre o el reflejo antiminería.
Ahí decía que el fracaso de Alberto, que no había podido ni echar a su propio subsecretario de Energía Eléctrica porque Cristina no lo había dejado (y mantener así una de las peores políticas públicas de la historia argentina, como fueron los congelamientos de tarifas), había sido el golpe de gracia para el progresismo y lo había dejado reducido a unos pocos periodistas y tuiteros que mantenían viva una llama que en política se había extinguido.
Ahora vengo acá, otro año y medio después, olfateando que algo se está moviendo en la relación entre el progresismo y el kirchnerismo. Hace una semana tuiteé esto, que generó un intenso ida y vuelta: “Una predicción para 2024-25: vuelve el progresismo. Recuperará prestigio y tendrá oferta electoral propia (no sé si le irá bien). Periodismo, cultura y clases urbanas profesionales se harán más progresistas, como en su apogeo de 1996-2007. Podría evitarlo un resurgimiento K”. Con esto quería decir que veía un renacer más de un estilo que de un esquema de poder, más de una estética que de un programa.
Pareció darme la razón la marcha en defensa de las universidades públicas, toda de clase media, mucho más progre que kirchnerista, impermeable al escenario estéticamente kirchnerista de Plaza de Mayo. Lanata y Lilita, baluartes del antimenemismo progresista de hace un cuarto de siglo, hoy están corriendo a Milei vestidos de progres, después de décadas de republicanismo. Mi pronóstico es que habrá más ancho de banda progresista en los próximos años y que será el modo principal de las clases urbanas de oponerse a Milei. Estar en la oposición ayuda (en Argentina siempre te da la razón) y también ayudan el desconcierto y la inmovilidad kirchnerista, que se sacan los ojos entre sí pero todos siguen diciendo que la emisión no genera inflación y que Aerolíneas es el corazón de la patria. Mi miedo es que si el lobo kirchnerista se ordena, el rebaño progresista vuelva a caer bajo sus fauces.
Esto, en cualquier caso, es distinto a lo que había pasado en 2018, cuando el liderazgo del antimacrismo lo había tenido claramente el kirchnerismo. El antimacrismo peronizó a muchos progresistas que en los últimos años de Cristina habían hecho intentos por encontrar un camino propio. Algo que permitió la creación del FdT, condición indispensable para el triunfo de 2019, fue que su antimacrismo había sido similar, histérico, total, sin entregarle al gobierno de Cambiemos ninguna legitimidad política o social más allá de la obligatoria de las urnas. Episodios como el caso Maldonado mostraron cómo la oposición de buena parte del periodismo, la cultura, la academia y el progresismo se alineó con el griterío más radicalizado de la política K.
Hoy ese liderazgo K sobre la oposición no existe: hay suelta de progres, algunos ex-FdT, otros ex-Juntos por el Cambio, los más viejos haciendo memoria de cómo fue su edad de oro de los tempranos ‘00 (cuando pejotismo era mala palabra, incluso para Néstor y Cristina) y los más jóvenes, los que conducen streams políticos en YouTube, tratando de hacer algo que no hicieron nunca: parecen hartos de Cristina, pero no saben si disparar hacia el Movimiento Evita o hacia Ernesto Tenembaum. O rendirse e intentar con Axel. La historia me dice que al final Kicillof será el candidato de todos y se impondrá su estética grave, sin humor ni gracia, canchera, sin saber que es obsoleta. Eso sería bueno para Milei.
En cualquier caso, no será fácil. El problema de nuestro progresismo peronista es que tiene que correrse al centro cuando otros progresismos en el mundo están huyendo en la dirección contraria, hacia la izquierda, contra Israel, contra el lawfare (en España), más en modo resistencia que en modo construcción socialdemócrata o progresismo herbívoro. Tienen identidad, pero no tienen proyecto. Acá hay que animarse a tener menos identidad para ver si hay agua en la pileta del proyecto. Animarse, en definitiva, a ser Punto de vista.
Que descanses. Hasta el jueves que viene.
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