Partes del aire

#54 | El anzuelo de Yacobitti

El vicerrector de la UBA inventó un recorte del 70% del presupuesto universitario basado en proyecciones toscas y Milei picó.

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Pasadas 36 horas de los acontecimientos, acá va la quincuagésima segunda columna sobre la marcha del martes en defensa de la educación pública. No fui, porque tuve 38 y medio de fiebre todo el día y porque no me sentí representado por la convocatoria: en 2017 y 2018 se habían hecho marchas parecidas contra el gobierno donde trabajaba, menos masivas y transversales pero con un nivel similar de sobreactuación en el diagnóstico y las advertencias.

Creo que hay dos preguntas grandes dando vueltas sobre la marcha. Una es si representa un antes y un después en la relación de Milei con la sociedad o en la capacidad de organización de la oposición. La otra es intentar responder por qué Milei se tiró de cabeza sobre este tema, cuando la universidad pública es una institución relativamente popular para la sociedad argentina. ¿Fue un error?

Empiezo por la primera. Para que tenga efecto sobre la relación de Milei con la sociedad, la marcha tiene que haber hecho dudar de sus intenciones a una parte no menor de sus votantes del balotaje, que hasta ahora lo viene apoyando. No tengo dudas de que en la marcha hubo muchos votantes de Milei de segunda vuelta, ex votantes de Patricia (y, probablemente, también de Horacio). Dado que el voto en blanco impulsado por la UCR fue insignificante, me parece claro que mucho voto radical anti-Massa estaba ayer en las plazas y las diagonales. La pregunta ahora es si estas personas cambiarán su opinión general sobre el gobierno o si quisieron usar su participación para decirle al gobierno “por acá no, acá no te metás”.

Para quienes estaban mirando desde sus casas (o no mirando nada), una pregunta clave es si percibieron lo que pasó como una marcha “ciudadana”, es decir, convocada desde abajo hacia arriba, sin banderas ni objetivos partidarios, sólo para defender una causa noble. La marcha contra la estatización de Vicentín, en junio de 2020, por ejemplo, fue percibida como ciudadana, y buena parte de su éxito (el Gobierno dio marcha atrás) estuvo cifrada en esa percepción. Ni convocaron líderes políticos ni la protagonizaron líderes políticos.

Lo opuesto es que la marcha del martes haya sido percibida por aquellos indecisos como una marcha político-partidaria, cuyo ánimo principal no era su causa noble sino debilitar al gobierno. Mis amigos que fueron me dicen que en el terreno el espíritu de la marcha era casi 100% ciudadano, pero para el que la siguió desde su casa las presencias de líderes impopulares para esta franja, como Sergio Massa o Axel Kicillof, y el armado de un palco con figuras y discursos insólitos (abiertamente partidarios), como los de Taty Almeida y Adolfo Pérez Esquivel, pueden haberle quitado parte de ese brillo. Veremos qué dicen las encuestas o el olfato de cada uno en la calle. Yo creo que hay chances no menores de que esto sea olvidado rápidamente y la situación se mantenga similar a como estaba hace dos semanas. Pero en estas sociedades polarizadas en las que vivimos el único objetivo de los presidentes tiene que ser mantener el voto propio. Con eso alcanza, aunque te odie la otra mitad. Si lo empezás a perder, en cambio, no te quedas casi nada.

Sobre la oposición, veo exageradas las esperanzas de algunos de que esto genere un nuevo polo programático o político. La mitad de los marchantes estaba hace apenas medio año acusando de gorila a la otra mitad, así que veo improbable algún tipo de convergencia, al menos en el corto plazo. Hace un par de semanas tuiteé que veía un resurgimiento del progresismo como clima de época, similar al antimenemismo de la segunda mitad de los ‘90, aunque no necesariamente relevante electoralmente. Y que lo único que podría impedirlo es un resurgimiento del kirchnerismo, ahora de capa caída pero con una historia de dominio sobre el progresismo por lo menos desde 2008. La marcha del martes tuvo bastante de aroma progre, incluida cierta tendencia a la solemnidad, y poca agresividad kirchnerista.

Después está el tema de por qué Milei eligió esta batalla tan difícil. Mi visión, unpopular, es que no la eligió: que Emiliano Yacobitti le tiró un anzuelo y el presidente picó. Yacobitti se inventó un recorte de 70% en el presupuesto universitario (basado en proyecciones muy toscas y que nunca iba a ocurrir), lo hizo picar otra vez con la frase de que ningún estudiante de la UBA debería votar a Milei y Milei reaccionó de maneras que tocaron una fibra en la comunidad universitaria y adyacentes. Mientras otros atacados por Milei se escondían, Yacobitti retrucaba, como retruca el presidente, por ejemplo cortando la luz en la Facultad de Medicina, que fue un show, pero efectivo.

Jugó el juego con las reglas de Milei, que ayer sacó bandera blanca y dijo que en realidad lo único que le interesa es la auditoría y que nunca jamás cerraría una universidad (una amenaza que por supuesto nunca había hecho). Mi impresión es que Milei no tenía previsto meterse con el sector universitario, al menos por ahora (le está haciendo un ajuste, pero similar al del resto de la administración), y que fue presa de un tipo igual de inescrupuloso que él para el conflicto. Para Yacobitti la victoria es doble: se asegura que no habrá un gran recorte a la universidad (algo habrá, porque la bolsa grande del presupuesto son los sueldos y todos los empleados públicos están perdiendo contra la inflación) y se anota un poroto político, cuya aprovechamiento está en duda.

Finalmente quedan las paradojas de siempre de la Argentina: una marcha de estudiantes convocada por los rectores, que deberían ser los contrincantes principales de los estudiantes pero en este país son socios; la negación sistemática de la existencia de adoctrinamiento (aunque cómo debería sentirse un votante de Milei de 19 o 20 años cuyos profesores hacen un comunicado pidiendo el voto a Massa y así evitar al “fascismo” o cuando la propia UBA destruye a Milei cinco días antes de las elecciones); y los progresistas apasionados por una posición conservadora (las cosas están bien así, dejémoslas como están, no cambiemos nada).

Anoche fui a la presentación del libro de Martin Gurri, a quien entrevistamos en Seúl hace tres años y está en Argentina hace unos días. Recomiendo a todos ver su entrevista con Carlos Pagni del lunes pasado. Gurri mira todo con un prisma distinto: ve a las élites del siglo XX queriendo aferrarse a su rol como intermediarias y al público queriendo bajarlas de un hondazo, sin tener en la cabeza un reemplazo superior. La educación universitaria argentina necesita una reforma profunda, no sólo porque nos estamos quedando atrás de Chile y Uruguay en términos de graduados por habitante, sino también porque todo el Estado necesita ser reinventado. ¿Cómo puede ser que Mercadolibre te mande lo que querés en cuatro horas y al Estado todo le cueste cuatro meses? Son preguntas menos delirantes de lo que parecen, pero veo poca urgencia en la comunidad universitaria de ponerse manos a la obra. La percibida (exagerada, EMHO) amenaza de extinción por parte del Gobierno los abroquelará aun más en una posición defensiva e inmovilista.

Saludos! Hasta el jueves que viene.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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