Hola, ¿cómo estás? ¿Estuviste viendo muchas películas? Espero que sí. Buenas o malas, es otro tema. Si querés recomendarme alguna, podés escribirme. Esto es un ida y vuelta, como ese lugar común que dice que toda película se completa con la mirada del espectador. No por lugar común deja de ser cierto.
Estos días vi las nuevas películas de dos directores ya veteranos que me gustan mucho. Las dos son atípicas en sus filmografías. El primer musical de Steven Spielberg, Amor sin barreras (Disney+), y la primera película en solitario de Joel Coen, La tragedia de Macbeth (Apple TV). Las dos, además, están basadas en obras de teatro ajenas y no pueden ignorar –y los espectadores tampoco– las adaptaciones cinematográficas que las precedieron: en el caso de Amor sin barreras, la icónica de 1961 de Robert Wise y Jerome Robbins (QubitTV / Google Play / iTunes), y en el de Macbeth son incontables pero con mencionar las de Orson Welles (1948), Akira Kurosawa (Trono de sangre, de 1957, también disponible en QubitTV) y Roman Polanski (1971, HBO Max) estamos bien.
Otro dato que no puedo dejar pasar: la propia Amor sin barreras es una transposición de Romeo y Julieta. William Shakespeare ha dado de comer. Va a andar bien ese muchacho.
Ver estas dos películas una después de la otra me hizo darme cuenta de que Shakespeare me parece más interesante para leer que para ver representado por actores. O también, por supuesto, como insumo para obras derivadas, como Amor sin barreras o Trono de sangre (o El rey León, por qué no). Su potencia mítica y su poesía son mucho más que cualquier representación que pueda hacerse de sus obras.
Incluso me parece un desperdicio: la riqueza de una obra como Macbeth no se aprecia viendo a unos tipos disfrazados recitando “la vida es un cuento contado por un idiota etc etc” sino leyéndola, analizándola, encontrando matices, preguntándonos sobre las motivaciones de los personajes para, con todo eso, concebir obras diferentes.
En solo diez líneas, hace más de cuatro siglos, Shakespeare habla sobre los mandatos de la masculinidad y de cómo las mujeres también pueden contribuir a perpetuarlos.
Ejemplo. Cuando al final del primer acto Macbeth duda de matar al rey, Lady Macbeth le dice, palabras más palabras menos, no seas trolo, man. “Yo me animo a hacer todo aquello que es propio de un hombre. Aquel que a más se atreva, no lo es”, dice Macbeth. Y ella le contesta: “Entonces, cuando osabas hacerlo, eras un hombre; si fueras más de lo que entonces eras, hoy serías más hombre”. Al final, con las dudas disipadas, Macbeth le dice a su mujer: “¡Engendra solamente hijos varones!, porque tu temple impávido no podría formar sino varones”.
En solo diez líneas, hace más de cuatro siglos, Shakespeare habla sobre los mandatos de la masculinidad y de cómo las mujeres también pueden contribuir a perpetuarlos.
Esa escena está –y todas las otras, porque la adaptación es fiel– en La tragedia de Macbeth, de Joel Coen. Denzel Washington y Frances McDormand logran decir el texto lo más naturalmente posible, lo más alejados posible del recitado, con la sola herramienta de la entonación en la voz. Lo que logran es extraordinario, pero inútil. En esa escena no hay nada más que lo que ya estaba en la hoja de papel, y quizás quede aún menos, porque las cautivantes imágenes expresionistas distraen de lo rico de las palabras.
Pero el tono de las actuaciones y los escenarios expresionistas me parecieron, con todo, la mejor manera de adaptar a Shakespeare si se quiere hacerlo textualmente. Lejos del naturalismo. En ese sentido, el Macbeth de Polanski me parece peor (aunque se extraña la sangre). En fin, la película de Coen es un artefacto extraño y fascinante, pero hueco, ornamental.
¡Qué diferente que es Amor sin barreras ! El destino, el amor, la intolerancia, las diferencias sociales, todos temas de Romeo y Julieta desarrollados y enriquecidos en una historia de violencia juvenil, racismo y xenofobia en Manhattan de los años 50. Tampoco hay naturalismo, por supuesto, es un musical. Pero los bailes y las canciones son gloriosamente cinematográficos.
Spielberg es pillo y sabe muy bien qué aggiornar y qué no. Por eso en los números musicales hay pocos cortes, algo fundamental para que las coreografías transmitan energía y que hoy nadie entiende; mirá, por ejemplo, la filmación de Hamilton (Disney+), o una película llamada La La Land, no sé si alguien la recuerda (QubitTV / Paramount+).
Pero lo que sí aggiornó era algo que se aggiornaba encima: el personaje de Anybodys ahora es abiertamente trans. La inclusión no es arbitraria ni forzada, porque la Anybodys original era un tomboy. Tampoco es arbitrario ni forzado que los latinos hablen en castellano. Esto enriquece a los personajes: el nacionalista Bernardo habla en castellano y su novia Anita, que se quiere asimilar, lo reta: “Speak English!”. Pero no solo eso: les da una musicalidad y vivacidad a los diálogos que, paradójicamente, no tiene la película de Joel Coen a pesar de que está en verso.
Cuando recibas mi próximo newsletter, dentro de dos martes, ya se habrán entregado los premios Oscar. Es probable que Amor sin barreras no gane ninguno. Pero bueno, como sabés, Alejandro González Iñárritu tiene cuatro y Alfred Hitchcock cero.
Antes de apretar “enviar”, quiero contarte que también estuve viendo algunas series nuevas. Nada muy espectacular todavía (¿cuántos capítulos hay que darle a una serie antes de abandonarla?), pero yo le echaría el ojo a Shining Vale, una comedia de terror (más comedia que de terror) con Courtney Cox, Greg Kinnear (moy gracioso) y Mira Sorvino. Van tres capítulos y sale los domingos. Acá se puede ver por Movistar Play.
Es la historia de una familia que luego de una crisis matrimonial (la mujer se cogió al electricista) se va a vivir a una casa alejada que parece estar embrujada. La mujer es escritora de novelas estilo 50 sombras de Grey y está deprimida, sus hijos adolescentes ya no le dan bola y no puede escribir ni un párrafo. El espíritu que se le aparece es el de un ama de casa de los años 50. No sé bien para dónde va a ir, pero dos o tres chistes me hicieron reír a carcajadas. Es un montón.
‘The Dropout’ y ‘Super Pumped’ se meten en el mundo de las compañías tecnológicas y en el humo que venden los CEOs para conseguir financiamiento.
The Dropout (Star+) y Super Pumped (solo torrents) siguen en la senda de Pam & Tommy (que terminó muy bien la semana pasada) de narrar casos reales en un pasado cercano, pero estas dos tienen otra cosa en común: se meten en el mundo de las compañías tecnológicas y en el humo que venden los CEOs para conseguir financiamiento.
The Dropout cuenta la historia de Elizabeth Holmes, fundadora de una startup de tecnología médica que tenía más talento para conseguir plata que para lograr que sus productos funcionen. Con mentiras y simulaciones llegó a ser una de las CEOs mujeres jóvenes más prometedoras de los Estados Unidos y a figurar entre los 100 personajes más influyentes de la revista Time. CEO de la nada, porque su compañía no tenía ningún producto que realmente funcionara. El caso y el personaje son apasionantes pero la serie, protagonizada por Amanda Seyfried, está más o menos (es “correcta”, diría un crítico de cine). Van cuatro capítulos y sale los jueves.
Super Pumped parece un poco más interesante (un poco), al menos a futuro. Se trata de una serie que en cada temporada contará la historia de una compañía diferente que “modificó nuestra cultura”. Esta primera temporada está dedicada a Uber, con Joseph Gordon-Levitt en el papel de Travis Kalanick, el fundador y actual ex-CEO de la compañía. No aparecen Omar Viviani ni Horacio Rodríguez Larreta, pero sí sus pares norteamericanos. Parece que no somos tan especiales. La serie me parece demasiado canchera y progresista (sub-Adam McKay), pero veremos cómo sigue. Van cuatro capítulos y sale los domingos. Solo torrents, dije.
Hablando de Adam McKay, van dos capítulos de Winning Time, su serie sobre la era de Magic Johnson en Los Ángeles Lakers en los 80. Va los domingos por HBO Max. Una basura. Ojo: mi opinión.
Nos vemos en quince días.
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