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#23 | Somos vulnerables

Queremos creer que el mundo es controlable y seguro, pero no.

¿Por qué un hombre no puede ser muy feliz o muy infeliz?
Es solo como una pálida mezcla de las dos cosas.
Como una cerveza cuando querés un trago…
o un vaso de agua. Ni lo uno ni lo otro.
La paga de los soldados (William Faulkner, 1926)

 

El domingo la de Kolo Muani entró y se dio la lógica: ganó Sin novedad en el frente, que tenía nueve nominaciones, incluyendo Mejor Película. Difícil que no se llevara el premio, aunque los acordes de “Libertango” nos confundieran.

Hoy mi amigo Eugenio Monjeau tuiteó las nominadas a mejor película de 1975: El padrino 2 (que ganó), Barrio chino, La conversación, Lenny e Infierno en la torre. Estoy filosóficamente en contra de la idea de que todo tiempo pasado fue mejor (en esa estoy con Spinetta), pero hay que hacer un esfuerzo.

Releo lo que escribí en este newsletter sobre la ganadora Todo en todas partes al mismo tiempo y puedo decir con sorpresa que estoy de acuerdo conmigo mismo. Y más todavía luego de las reacciones que pude ver en redes: al entusiasmo desmedido americano le sobrevino un desprecio exagerado acá, del tipo “¿qué es esta pelotudez?”.

Muchas veces nuestra opinión sobre una película termina siendo una opinión sobre la opinión de los demás. Es medio inevitable, nos pasa a todos. Me resulta difícil no pensar que el backlash local tuvo que ver con eso. También con una reacción desproporcionada contra lo woke, que puede transformar a personas liberales en monseñores Quarracinos que se enojan si ven un puto.

En mi newsletter sobre Todo… menciono a El hombre del norte como contraejemplo, que terminó, por suerte, ignorada olímpicamente por la Academia. Y sí estuvieron Top Gun: Maverick, Avatar: El camino del agua, Spielberg. Hace veinte años nos quejábamos de que la Academia no les daba bola a las películas de género, a las comedias, a la ciencia ficción, que se tomaba demasiado en serio, que solo premiaba películas de temática “importante”. Creo que la cosa no está tan mal, dadas las circunstancias.

A la que cagaron un poco es a Cate Blanchett, quizás para poder decir que Michelle Yeoh fue la primera asiática en ganar un Oscar a mejor actriz. Este tipo de récords se están volviendo insoportables. Llegaron al punto de señalar a la primera mujer negra en ganar DOS Oscar. Es decir que van a seguir hasta el infinito: primera asiática en ganar tres Oscar, primer sordomudo en ganar ocho, primer maorí en ganar 17.

También escribí sobre Tár en este newsletter, que a diferencia de Todo… generó debate y fue mutando en mis recuerdos. Evidentemente es mejor. Y el laburo de Blanchett puede desorientar a los desconfiados que sospechan ante algo demasiado evidentemente genial. Suelo estar en contra de las actuaciones tan magnéticas, que son un show en sí mismas (al menos en cine, en teatro es otra cosa), pero acá funciona. Y la explicación me la dio Zadie Smith en una nota sobre la película en The New York Review of Books:

Pero Blanchett le sacó la ficha al personaje. Hace lo que el talento siempre hace en estos casos: actúa. Se modela a sí misma, repite frases ingeniosas que ya usó mil veces antes, simula analizar las preguntas para las que ya tiene las respuestas hace rato.

Por eso lo de Blanchett es correcto y formidable: actúa que actúa.

Hace cuatro años laburé en el estreno de 4×4, la película de Mariano Cohn sobre un ladrón que se queda encerrado adentro de una camioneta, y tuve que investigar el fenómeno de los chicos que se quedan olvidados por su padres adentro de los autos y mueren de calor. Aunque no lo puedas creer, es algo que se repite. Y no me refiero a los casos en los que malos padres los dejan a propósito para ir a jugar al casino o a coger con el amante (que los hay), sino a los otros: se los olvidan como si se olvidaran el celular, el auto al sol levanta temperatura y el niño muere.

La última vez que salió una noticia así fue el martes pasado. James Fidele, un hombre de 37 años de Port. St. Lucie, una ciudad del estado de Florida, dejó a cuatro de sus hijos en el colegio y volvió a su casa, pero se olvidó al quinto, un bebé de dos años, en el auto. Eran las 8.15 de la mañana y el clima estaba templado: 20 grados. Cinco horas después, los termómetros marcaban 30 grados. Pero además, el interior de un auto es un horno: según la ONG Safe Kids Worldwide, puede subir 10 grados en 10 minutos, y con una temperatura de apenas 25 grados en el exterior, en una hora el interior puede llegar a los 50.

Cuando Fidele se acordó de que había dejado a su hijo en el auto, a las 13.15 del mediodía, el chico ya estaba muerto. Llamó al 911 y lo metieron preso.

En 2010 el periodista Gene Weingarten se ganó un Pulitzer por una nota en The Washington Post sobre el tema: “Fatal Distraction: Forgetting a Child in the Backseat of a Car Is a Horrifying Mistake. Is It a Crime?” (Distracción fatal: olvidarse a un niño en el asiento trasero de un auto es un horrible error. ¿Es un crimen?)

La nota es excelente. Weingarten entrevistó a padres y madres que olvidaron a sus hijos, a sus parejas (¿se puede perdonar algo así?), a abogados, fiscales, policías. Pero lo que a mí más me interesó fue lo que dijo David Diamond, un profesor de fisiología molecular de la Universidad de Florida del Sur. En resumen: es algo que le puede pasar a cualquiera, si tiene la mala suerte de que se combinen determinados factores.

Nuestra mente consciente prioriza las cosas según su importancia, pero a nivel celular, nuestra memoria no. Si te podés olvidar el celular, potencialmente te podés olvidar a tu hijo. (…) Si uno es buen o mal padre es irrelevante. Los factores importantes que aparecen siempre son una combinación de estrés, alteración, falta de sueño y cambio en la rutina, donde los ganglios basales del cerebro tratan de hacer lo que se supone que tienen que hacer, y la mente consciente está demasiado débil para resistirse. Lo que pasa es que los circuitos de la memoria en un hipocampo vulnerable son literalmente sobreescritos. A menos que el circuito de memoria sea reiniciado ─por ejemplo, si el chico llora─ puede desaparecer por completo.

Weingarten estudió también la reacción del público ante estas noticias. La gran mayoría está convencida de que lo que pasó no le podría pasar, que el padre o la madre deberían ir presos. Veo los comentarios en Instagram al posteo de TN con la noticia de James Fidele:

Hay madres que no merecen ese título. ¿Cómo se puede olvidar el hijo en un auto?

Cadena perpetua para esa mujer.

En realidad es culpable de asesinato. No le busquemos palabras “raras”.

¡Bala y al río!

El psicólogo clínico Ed Hickling, cuenta Weingarten, estudió los efectos de los accidentes fatales en los sobrevivientes, y dice que la gente los juzga con una severidad desproporcionada, incluso cuando lo que pasó evidentemente no fue su culpa. Y a esto quería llegar yo desde el principio:

Somos vulnerables, pero no queremos que no los recuerden. Queremos creer que el mundo es comprensible, controlable y seguro, que, si seguimos las reglas, va a estar todo bien. Entonces cuando le pasa algo así a otra persona, necesitamos ponerlos en otra categoría que la nuestra. No queremos parecernos a ellos, y el hecho de que quizás nos parezcamos es demasiado terrible. Entonces tienen que ser monstruos.

Nos vemos en quince días.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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