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#8 | ¡Qué bello es el cine!

No sé si 'Everything Everywhere All at Once' es buena, pero qué lindo vivir en un universo en el que existe esta película.

Si estuviste siguiendo estos newsletters recordarás que mencioné en más de una oportunidad la miniserie Super Pumped: The Battle for Uber. Al principio no me había gustado tanto, pero con el correr de los capítulos me conquistó y después del final me encuentro pensando en ella siempre que leo alguna noticia sobre Bill Gates o Elon Musk. Es cierto: es canchera y progresista, una sub-Adam McKay, pero considero que “hay que verla” (con todos los reparos que un exhorto de esta clase puede suscitar).

Vuelvo a traer esto para aquellos que no son de bajar torrents: hace un par de semanas que están los siete capítulos en Argentina en la plataforma Paramount+. De nada.

Cuando era adolescente y empezaba a descubrir otro cine que iba más allá de los slashers que alquilaba en el videoclub o las películas de Indiana Jones o Volver al futuro que iba a ver al cine, mis dioses eran la originalidad y lo controversial o perturbador. A mí con Irreversible o ¿Quieres ser John Malkovich? me tenías a tus pies. Películas contadas al revés, con actores haciendo de sí mismos, películas cuya principal virtud (y a veces única virtud) era romper alguna regla y desafiar al espectador. Crash, de David Cronenberg, Felicidad, de Todd Solondz, Audition, de Takashi Miike, La isla, de Kim Ki-duk, son todas muy diferentes entre sí pero tienen en común esa intención de ir un poco más allá de “solo” narrar una historia.

Después maduré y entendí que Gaspar Noé es un boludo. Todd Solondz un poco también. Y Cronenberg no, pero porque hay algo detrás de las cicatrices y la cuerina húmeda de sexo de los autos. Entendí que hay más riqueza en lo que en apariencia es sencillo, que lo perturbador es más potente si está disimulado y, sobre todo, que la felicidad ingenua es un sentimiento positivo.

Ahora no digo que volví a disfrutar de las películas truculentas que me gustaban antes –no es que haya dejado de disfrutarlas alguna vez, tampoco–, pero volví a valorar que una película me sacuda. Prefiero eso a que me atraviese sin pena ni gloria como The Northman, por poner un ejemplo (que, dicho sea de paso, intenta con toda su fuerza ser truculenta).

Me pasó por ejemplo con The Act of Killing, una película infame que por suerte no está en ningún servicio de streaming. Por si no la conocés, se trata de un documental sobre la purga comunista indonesia de Sukarno en los años 60. Pero lejos de entrevistas a cámara o imágenes de archivo, lo que hace el director Joshua Oppenheimer es charlar con los asesinos y torturadores de antaño, hoy ya cincuentones horrendos, y registrar el proceso de recreación de lo que hicieron como si fueran obras de teatro amateurs, ellos mismos interpretando a víctimas y victimarios.

El resultado es desagradable, los tipos se ríen mientras cuentan lo que hacían, y me resultó imposible no sentir asco no solo por esos tipos sino también por el hecho de transformar todo eso en un artefacto artístico, que fue proyectado en festivales, nominado al Oscar, vendido en Bluray. Pero ya pasó un año y medio desde que la vi y todavía no se me borran las arcadas de Anwar Congo, el protagonista, cuando al final el asco se apodera de él. En fin: dame diez The Act of Killing, aunque sea para odiarlas.

 

Anwar Congo en The Act of Killing.

Digo todo esto porque esta semana vi una película que venía con mucho bombo y que es la típica película que me hubiera gustado de adolescente, con ínfulas de novedad e intención de decirlo todo y a los gritos. Se trata de Everything Everywhere All at Once, de “los Danieles” (esto no es un chiste idiota mío, así firman sus películas la dupla conformada por Daniel Kwan y Daniel Scheinert: Daniels). Los Danieles aparecieron en el Festival de Sundance de 2016 con Swiss Army Man, esa película en la que Paul Dano es un náufrago que en lugar de una pelota de voley como compañera tiene a un cadáver que se tira pedos interpretado por Daniel Radcliffe. Una premisa que me resulta tan desagradable que todavía no me animé a verla. El que quiera intentarlo: está en HBO Max.
Everything… (todavía no está en streaming, te avisaré tan pronto eso suceda) empieza como una comedia dramática costumbrista sobre una familia de inmigrantes chinos en los Estados Unidos que tienen un lavadero. Evelyn (Michelle Yeoh) es la madre infeliz, fracasada y resentida. Waymond (Ke Huy Quan, y si te suena la cara es porque es el chico de Indiana Jones en el templo de la perdición) es su marido, débil pero alegre y con ganas de separarse. Gong Gong (James Hong) es el abuelo senil, anticuado y molesto. Y Joy (Stephanie Hsu) es la hija lesbiana, totalmente americanizada. Conflictos generacionales y culturales en una especie de vodevil veloz y feroz.

Pero cuando la familia va a las oficinas de la IRS a entregar los papeles de una auditoría de impuestos, la película da un giro total: un Waymond de un universo paralelo toma el cuerpo del Waymond de este universo y le dice a Evelyn que lo tiene que ayudar a atrapar a Jobu Tupaki, una supervillana que quiere destruir el mundo. ¿Se marvelizó el vodevil? No. Primero, porque todas las escenas de acción son ingeniosas y divertidas. Segundo, porque la película reconoce lo absurdo de la premisa y la lleva hasta el final y más allá. Tercero, porque el conflicto generacional y cultural sigue siendo el corazón de la historia.

La potencia e intensidad de Everything…, su velocidad y su absurdo, se sostienen muchas veces a costa de su coherencia, y en la segunda mitad, cuando baja la espuma, nos encontramos con un paisaje poco agradable: monólogos largos, explicaciones excesivas y falsos finales. Es una película que a mi yo adolescente le hubiera encantado, mi yo joven hubiera detestado y mi yo actual ve con simpatía.

La película de los Danieles tiene algo de ¡Qué bello es vivir!: un personaje insatisfecho que tiene que visitar un universo paralelo (en este caso muchos, infinitos) para darse cuenta de que el que le tocó no estaba tan mal después de todo. Claro que en la película de Capra el truco sobrenatural es una excusa y acá es el principal atractivo y la razón de ser, pero el aspecto dramático igual está, aunque muchas veces sea sepultado por policías vestidos de bahianas, personas con dedos de salchichas o un Aleph borgeano en forma de dona.

Las responsables de esto son en gran parte las extraordinarias, geniales Michelle Yeoh y Stephanie Hsu, madre e hija, heroínas y villanas alternativamente, por momentos duras como piedras (literalmente), por momentos tiernas como en la película de Capra.

Mi deber profesional (risas) es decir que Everything Everywhere All at Once no es una buena película. Pero tengo que reconocer que me hace feliz vivir en un universo en el que existe.

Stephanie Hsu, Michelle Yeoh y Ke Huy Quan en “Everything Everywhere All at Once”.

Nos vemos la semana que viene.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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