Partes del aire

#23 | Encontrando a Roberto Aizcorbe

Dos meses después, toqué un timbre sobre la calle Estados Unidos. Lo que siguió fue una hora y media de una conversación increíble.

Hace dos meses escribí en este mismo newsletter la historia de Roberto Aizcorbe, un periodista conservador que había sido jefe de redacción de Primera Plana y Panorama, dos de las principales revistas políticas de los años ‘60 y ‘70, que había escritos libros monumentales, poco habituales para la época, sobre la eterna crisis argentina, que se había exiliado en 1974 después de que quemaran la edición completa de su nueva revista, El burgués, y cuyo rastro se terminaba ahí, que casi no se supo más nada de él después del regreso de la democracia. Aquel día conté que nadie podía garantizar que estuviera vivo o muerto y que, a través de un contacto, había conseguido una dirección de email a la que le había escrito contándole que lo estaba buscando. Cuando publiqué aquel texto, aún no había tenido respuesta.

Ahora la tengo.

En diciembre, varias personas me dieron nuevos datos sobre Aizcorbe, que me permitieron llenar algunas de las muchas lagunas de su historia. Luis Alberto Romero fue más allá: me pasó una dirección en San Telmo, sobre la calle Estados Unidos, que a su vez le había pasado un amigo. Anteayer, poco después de las seis de la tarde, me tomé un taxi desde mi oficina en Retiro, me bajé en la Shell que está frente al Ministerio de Agricultura, caminé dos cuadras y toqué el timbre señalado. Después de unos segundos, la voz de un hombre mayor, pero vivaz y aguda, me preguntó qué quería. Le conté que estaba buscando a Roberto Aizcorbe, que quería conocer su historia. “Estoy en paños menores”, me respondió. “Esperame ahí que en un rato bajo”.

Un rato más tarde, en efecto, se abrió la puerta verde del edificio y apareció un señor de pinta excéntrica, vestido con un short de fútbol, una bata verde que dejaba ver su pecho, una gorra gris de marinero y unas Adidas viejas sin cordones. Frágil y enérgico a la vez, caminaba apoyándose en un bastón no porque no tuviera fuerza, sino porque no ve casi nada. “Estoy casi ciego, tengo glaucoma”, me explicó mientras avanzábamos hacia la esquina. Su objetivo era sentarnos a tomar algo en Mi Tío, una pizzería y cafetería clásica del barrio, pero estaba cerrada. Nos acomodamos enfrente, en una cervecería artesanal, rodeados de veinteañeros en after office y ahogados parcialmente por la música (Estelares, Babasónicos, Calamaro) que salía por los parlantes. Pedimos una pinta roja para mí y, para Aizcorbe, una limonada (“no tomo alcohol”), que dejó casi sin tocar.

“Yo ya no existo, la Argentina ya no existe. Tengo casi 90 años, me quedan uno o dos como mucho, no vale la pena”

“Para qué querés escribir sobre mí, si yo ya no existo”, empezó diciendo. “Yo ya no existo, la Argentina ya no existe. Tengo casi 90 años, me quedan uno o dos como mucho, no vale la pena”. A pesar de este comienzo, logré animar la charla enseguida, aunque Aizcorbe tenía razón en algo. ¿Qué hacía yo ahí, sentado en una mesa con un tipo vestido estrafalariamente, que hablaba en voz alta, cambiando de tema constantemente, contando con infinidad de detalle cosas que habían pasado hacía 60 o 70 años? ¿Qué estaba buscando? No lo sabía entonces y no lo sé ahora: sólo sé que pasé una hora y media muy divertida y que encontré respuestas para algunas (no muchas) de las preguntas con las que había llegado.

Nieto de ganadero, hijo de petrolero

Cuando le pregunté cómo había arrancado su historia, dónde había nacido, Aizcorbe se entregó a una larga catarsis sobre la decadencia del patrimonio arquitectónico. La edad no lo hizo circunspecto: Aizcorbe es un señor muy mal hablado, que dice “la puta que los parió” (a los constructores de edificios) o “grandísimo hijo de puta” (a Frondizi) cada dos o tres minutos. En este caso la historia era que nació en una casa de tres pisos en Carlos Calvo y Salta, a diez cuadras de donde estábamos, y que durante mucho tiempo pasaba por la puerta, para ir a hacerse ver los ojos al Hospital Santa Lucía, veía un cartel de SE VENDE y temía lo peor: “Algún hijo de puta la va a tirar abajo para hacer uno de esos edificios de mierda”. Pero no pasó. La casa, que durante mucho tiempo la tuvo una empresa, la compró después la Fundación La Santa Faz, una organización católica que la restauró y la transformó en un hospedaje para estudiantes extranjeros y del resto del país. Un día Aizcorbe les tocó el timbre: “Me hicieron pasar y conocí al cura, un hombre muy culto. Ha dejado la casa mejor que antes”. Y es verdad que la casa es hermosa y está en muy buen estado.

La casa la había construido su abuelo, que había hecho una pequeña fortuna exportando carne y ahí había vivido Aizcorbe mientras su madre y su padre, ingeniero de YPF, “de la banda de Mosconi”, vivían en Comodoro Rivadavia. “Mi padre fue un pionero del petróleo argentino”, explicó. “Perforó toda la franja norte de Comodoro Rivadavia, que después compró este señor Bulgheroni hijo de puta y la puta madre que lo parió”. Chequeé ayer con un amigo que conoce bien el tema si el nombre de Aizcorbe le sonaba entre los pioneros petroleros del país, pero me dijo que no.

Aizcorbe hizo el primario en una escuela del barrio y el secundario (esto lo sabía) en el Nacional Buenos Aires, donde (esto no lo sabía) fue militante activo de las marchas y las huelgas estudiantiles contra el segundo gobierno peronista. En septiembre de 1955 estuvo diez días encerrado en un convento en Palermo, “junto con todo el gorilismo porteño”, al frente de una brigada armada, listos para colaborar con la revolución. Salieron cuando se anunció la llegada a Plaza de Mayo de Lonardi, el primer presidente de la Revolución Libertadora. “Cuando con mi brigada formamos frente a la municipalidad, sobre Diagonal Norte, en un momento veo que se viene una multitud que nos empujaba. ‘Che, déjense de joder’ les digo. ‘Acá ya estamos todos formados, formen ustedes de aquel lado’. ‘Sí, sí, cómo no’, me responde el cabecilla. Era [el dirigente comunista] Victorio Codovilla. ¡Codovilla era gorila! La unidad antiperonista la rompió el hijo de puta de Frondizi cuando fue a pedirle a Perón que le diera los votos. Y después cuando ganó no les dio a los peronistas lo que los peronistas querían”.

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Con la Libertadora consiguió trabajo en el Ministerio de Economía, en la comisión de control de precios y abastecimiento, y poco después dejó la Facultad de Ciencias Económicas porque, dijo, sólo le enseñaban contabilidad y nada de economía. (“Tuvo que venir un decano socialista, [Leopoldo] Portnoy, para que empezaran a enseñar economía”.) Dijo que se dio cuenta de que trabajando de empleado público no iba a ir a ningún lado y así aterrizó medio de casualidad en el Correo de la Tarde, un diario vespertino fundado por Paco Manrique. “Un poco me equivoqué, porque los jóvenes que estaban conmigo en el ministerio ahora ganan 200.000 pesos de jubilación y yo soy un jubilado con la mínima, gano 35.000”. ¿Los amigos no lo ayudan? “¿Qué amigos?”, respondió con una carcajada.

Mejor Perón que el peronismo

De ahí pasó a Primera Plana, no en la etapa de Jacobo Timerman sino en la más profesional (por llamarla de alguna manera) de Ramiro de Casasbellas, donde fue jefe de política, armó un equipo “sensacional” con Enrique Bugatti y Fanor Díaz, entre otros, y viajó cinco veces a Madrid, una por año, a entrevistar a Perón. Para que los servicios de inteligencia no supieran que estaba yendo a Puerta de Hierro decía en los formularios que se iba de vacaciones. Así conoció media Europa: en su primer viaje fue a Roma, Florencia y Venecia y después se tomó un tren a Madrid. Lo mismo haría en los años siguientes con Alemania, Francia e Inglaterra.

A pesar de que había conspirado en su contra y de que después seguiría escribiendo pestes del peronismo, Aizcorbe se ablanda cuando habla de Perón, como si Perón hubiera sido mejor que el peronismo: “En Madrid encontré un tipo delicioso, simpatiquísimo, encantador. Cuando vio que yo era conservador, estábamos sentados así y me dijo ‘yo también soy vacuno’”. Más tarde, otra vez imitando, probablemente sin querer, al Doctor Tangalanga, va a decir: “Si Perón viviera hoy, a éstos que están en el gobierno los cagaría a trompadas. A trompadas no, porque le cortaron las manos. ¡Los cagaría a patadas en el orto!”

El primer día que Aizcorbe llegó a Puerta de Hierro había un conflicto entre China y Rusia. “Mire”, le dijo a Perón. “Yo estoy un poco preocupado por este conflicto entre China y Rusia, ¿qué pasará con la Argentina?”. Perón, con su famosa mala puntería para los pronósticos geopolíticos, le respondió: “¿Un conflicto entre China y Rusia? Eso es para la platea. Se van a juntar y van a hacer mierda a Estados Unidos”. 

“Volví a la Argentina y nadie me dio pelota”, recordó. “Yo creí que tenía un rol aquí, pero evidentemente no era así”.

Aquellos viajes a Europa le permitieron conseguir, años después, su segunda profesión de guía turístico. Dice que tiene más de 15.000 diapositivas de las ciudades de Europa, que sacó a lo largo de 20 años, en recorridas con turistas que tuvieron dos etapas. La primera después de 1974, cuando la derecha peronista le secuestró una edición entera de El Burgués y después se la quemaron en la calle frente a la redacción. Ahí se fue primero a Estados Unidos y después a París, donde lo reclutó Raymond Aron, el gran pensador liberal francés de la época, que le dio trabajo organizando seminarios y congresos. Paralelamente, los hoteles lo contrataban para sacar a pasear turistas de todo el mundo.

Con el regreso de la democracia, como tantos otros, volvió a Buenos Aires. Ésta era una de las grandes preguntas que me hacía en el primer newsletter: ¿por qué un tipo tan relevante en su profesión en los ‘60 y los ‘70 no pudo reinsertarse en los ‘80? Aizcorbe no me quiso dar la respuesta, quizás porque no la tiene o le duele demasiado: “Volví a la Argentina y nadie me dio pelota”, recordó. “Yo creí que tenía un rol aquí, pero evidentemente no era así”.

Entonces se volvió a París y siguió trabajando como guía, hasta que una oferta para incorporarse a Ámbito Financiero, invitado por su ex compañero Roberto García, lo hizo regresar otra vez. “Pero me fui enseguida, porque era un quilombo, un diario donde eran todos personajes. Ahí no se podía estar”. Recaló en La Nueva Provincia, el histórico diario conservador bahiense, donde empezó a escribir columnas y editoriales a fines de los ‘90. A Diana Julio, la directora, la había conocido en la famosa Conferencia de la OEA en Punta del Este, en 1961, a la que había ido el Che Guevara. “Yo estaba aquí y mandaba todo para allá. Lo mandaba por el tema éste que ahora no me acuerdo cómo se llama…” ¿La Internet? “¡Eso! La Internet”. 

Libros y recuerdos

Aizcorbe tiene una hija y una nieta, pero nunca convivió con una mujer. Vivió siempre solo en departamentos pequeños en San Telmo, antes sobre Humberto Primo, ahora sobre Estados Unidos, rodeado de sus más de 2.000 libros, que lee con dificultad, y su radio, su principal manera de informarse. “En general lo que escucho es Radio Mitre, por supuesto, aunque es un monopolio del hijo de puta ése que lo jodió a Kirchner”, explicó. No tiene teléfono, a propósito: cuando quiere hablar con alguien va a un locutorio y lo llama. Se despierta a las cinco de la mañana y mientras escucha los “boletines” de la radio barre el departamento. Después desayuna, se ducha y sale a la calle cuando tiene que comprar algo: “Si no tengo que comprar comida, no salgo”. Se cocina él mismo, le gusta tener siempre a mano un poco de paté y su pasatiempo principal en este momento es ordenar su biblioteca: ahora lleva varios días intentando localizar un manual de Historia Económica de sus años en la UBA.

Es, por lo que pude deducir, un hombre aislado del mundo, escondido en su madriguera, acompañado apenas por sus libros y sus recuerdos, explícitamente esperando el final de sus días. Por su humor, un poco cascarrabias, uno diría que no lo espera en paz, pero hay algo en su negativa a reivindicarse o modificar el pasado que sugiere otra cosa. Después de una hora y media de charla, sentí que apenas había rasgado la superficie de su historia y la de su contexto, este país que nos vuelve locos y al mismo tiempo no podemos dejar de querer. Le dije de volver a juntarnos y me pidió que le escribiera mi teléfono detrás de un cupón de la cervecería. Ya me va a llamar, dijo. Cuando pedimos la cuenta, insistió en pagar. ¿No cobraba la mínima? “Pago yo”, agregó con firmeza. “Escúcheme, yo soy chorro, ¡tiro la punga!”

Afuera ya se había hecho de noche. Caminé hasta Plaza de Mayo y en Catedral, justo donde Aizcorbe se había encontrado con Codovilla hace 68 años, bajé al subte vacío.

Nos vemos dentro de dos jueves. No sé hasta dónde llegará esta historia, pero por ahora me conformo con acompañarla.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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