LEO ACHILLI
Diario del Mundial

#14 | No es necesario sufrir

Scaloni se excede con los cambios y a veces el equipo puede perder la brújula, pero Messi está en su esplendor. Se viene Holanda, que le ganó muy bien a Estados Unidos.

Octavos de final: Países Bajos 3×1 Estados Unidos
Octavos de final: Argentina 2×1 Australia

 

Ganarle a Australia debió ser casi un trámite. Sin despreciar a nadie, es un equipo menor, sin jerarquía y con poco poder ofensivo. Argentina sufrió demasiado para lograrlo. Se podrá decir (hasta yo lo dije) que el fútbol se emparejó, que los partidos hay que ganarlos, que no hay que descuidarse y que, en definitiva, el resultado fue justo. Pero no es necesario que el arquero salve el empate sobre la hora. Ni tampoco es necesario que Messi juegue uno de sus mejores partidos en mucho tiempo para lograr este marcador. Porque si Messi juega un gran partido y el rival es Australia, el resultado tiene que ser una goleada escandalosa.

Argentina está metido en un raro sueño que tiene como soñador a Scaloni y que cuenta con Messi para no despertarse de él. El sueño consiste en creer que el fútbol es cuestión de pequeños ajustes constantes, de cambiar la alineación no sólo en cada partido sino a cada rato, de mandar a Fulano por Mengano y correr a Zutano al lugar de Perengano. Se puede hacer un poco, pero no tanto. Porque si el técnico se excede en sus virguerías de gran táctico, al final se pierde la brújula y se pueden perder los partidos aunque alguno de esos enroques y manganetas tenga éxito en determinado momento.

Argentina jugó una primera media hora completamente inexplicable. En parte por la formación inicial que, después de pruebas y rumores con las variantes más disímiles (como siempre), incluyó a Enzo Fernández, el hallazgo del torneo, en el lugar que suele ocupar Paredes (donde influye menos) para poner al Papu Gómez de cuarto volante tirado a la izquierda, como en el primer partido contra Arabia Saudita, donde tan mal había resultado esa idea. Puede ser que los cambios sean tantos que el entrenador ya no se acuerde de lo que hizo antes y no le funcionó. Pero lo cierto es que, durante esa media hora, la Argentina estuvo peleada con la pelota. No sólo no creó peligro; no avanzó, ni siquiera consiguió un córner (contra dos de Australia, que parecía sorprendido de que Argentina no lo presione).

Argentina está metido en un raro sueño que tiene como soñador a Scaloni y que cuenta con Messi para no despertarse de él.

Después de un rato, Papu pasó a la derecha, donde se juntó un poco con De Paul (lo tenía en el calabozo a De Paul, pero lo amnistié en el partido contra Polonia) y Acuña pudo conectarse con Mac Allister, pero nada que hiciera temer a los rivales. Hasta que a los 34′, Messi pateó un tiro libre desde la derecha, hubo un rebote, Mac Allister la metió de nuevo en el área, Otamendi la quiso parar, la quiso tocar, no sé qué quiso, pero le quedó a Messi justa para pegarle contra el palo y hacer un gol de Messi. Argentina ganaba y todo se hacía más fácil. Se notó que los jugadores estaban más tranquilos, combinaban un poco más y parecía que el partido estaba más encaminado.

En el segundo tiempo, a los tres minutos, salió Papu Gómez, no sabemos si por lesión. Scaloni hizo entrar por él a Lisandro Martínez y armó una línea de tres. Varsky dijo en la tele que no era un cambio defensivo, que Argentina iba a poder salir más fácil así. Y algo de eso hubo, aunque tampoco mucho. Australia parecía completamente incapaz de llegar al arco, pero Argentina tampoco arrimaba. A los 56′, entre De Paul y Julián Álvarez le robaron la pelota al arquero y Julián (es una de sus especialidades sacarle la pelota al arquero) la hizo terminar en la red. Estaba todo cocinado. Argentina ganaba a la japonesa: con dos ataques, hacía realidad el Teorema de Moriyasu y pasaba de inofensiva a fulminante. Allí apareció ese funcionamiento que elogiamos contra Polonia. Durante un rato hubo toques y paredes, pareció que la goleada era inminente.

Pero no, la cautela hizo su trabajo y empezaron los cambios. O siguieron. Faltando 20′, Lautaro por Julián y Tagliafico por Acuña. Es decir, salió un delantero inspirado y entró otro que está sin confianza. Como si todo diera lo mismo, como si el equipo fuera un Meccano al que se le sacan unas piecitas y se le ponen otras piecitas. Pero resulta que unas piecitas se asocian y las otras se repelen, o no están del todo a punto. Entonces Argentina volvió a lo anterior, aunque Messi empezó a tener espacio para la contra. Australia empezó a atacar un poco. Y con ese poco le alcanzó para descontar en un tiro que iba afuera, pegó en Enzo Fernández y se metió adentro.

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Y entonces, más cambios: Montiel por Molina, porque es una piecita que defiende mejor, y Palacios por Mac Allister, el jugador claro que Argentina tiene en el medio, porque Palacios estaba más fresco. Los australianos mandaron a Souttar, el central gigante, a jugar de 9. El partido se descompuso y Argentina pudo meter el tercero en una jugada personal de Messi o con un pase suyo de los que Lautaro no paraba de desperdiciar. Cuando atacaba Argentina, Messi hacía levantar el estadio. Cuando defendía, aparecía el terror.

Y al final, llegó el final. No con verdaderos nervios sino con una especie de pantomima de nervios creada por la negativa de Scaloni a que el equipo tenga un funcionamiento que le permita hacer diferencia en lugar de sufrir y convertir en hazaña cada triunfo fácil. Messi, que hizo su primer gol en la segunda parte de un mundial, está inspirado y confía en que le van a dar una pelota y con ella hará llover. Alrededor suyo se intercalan momentos de calidad, momentos de desconcierto y momentos de pánico, según los vaivenes producidos por la mente del técnico, que hacen del juego del equipo un caleidoscopio que no tiene un funcionamiento de base. Insisto en que no hace falta tanta genialidad en el banco. Con algo menos barroco y menos angustiado alcanza para aprovechar que Messi está en su esplendor.

Van Gaal pareció un amante de la belleza

Hoy me encontré con un tuit de Gustavo Noriega en el que conjeturaba que ayer yo me había perdido el extraordinario cabezazo de Mitrović en el primer gol de Serbia. Fue el estímulo que necesitaba para ver en diferido el partido que se jugó a la misma hora que el muy inferior Camerún – Brasil. Vi un poco más de un tiempo y comprobé que efectivamente, más allá de las broncas y las groserías nacionalistas, ese rato fue de lo mejor del mundial hasta ahora. No sólo el gol de Mitrović fue brillante, sino también el segundo y el tercero de Suiza, convertidos por Embolo y Freuler después de grandes combinaciones colectivas. Serbia fue el equipo más indescifrable del torneo y tiene jugadores como para hacer un papel mejor que el que hizo. En particular Tadić, de quien Nico Garat nos recordó en Twitter que había hecho un primer tiempo formidable. Pero Serbia es una de esas selecciones que ha hecho del fracaso una obligación.

Hoy tuve que escuchar a Martín Rodríguez, el relator uruguayo al que días atrás abandoné después de que dijo “seamos justos y justas”. Pero, además, el tipo es el Rey del Gerundio. Usa expresiones como “levantando cabeza”, “comiendo espalda” o “volcando cancha”, pero no como parte de una oración sino sueltas. Además de suprimir los artículos, Rodríguez trata de enfatizar su origen y, cuando hay un córner dice, por ejemplo “Olímpica con Amsterdam”, para indicar desde qué ángulo de la cancha se patea, como si los espectadores tuvieran la obligación de conocer los nombres de las tribunas del Estadio Centenario. Merece volar de vuelta a Montevideo con su equipo.

Durante la transmisión, Fabián Godoy contó que Berhalter, el técnico americano, declaró que hacía meses que estudiaba a Holanda, que había visto mil veces sus partidos como para preparar un posible enfrentamiento en octavos. Se ve que Berhalter estudió mucho pero no entendió nada, porque Van Gaal le dio una lección que no olvidará. Holanda le hizo una marca individual a los volantes de Estados Unidos y le neutralizó completamente la salida, que se hizo lenta y estéril. Por otro lado, con tres centrales que jugaron un gran partido, los carrileros holandeses fueron el factor decisivo del ataque. Dos goles llegaron por centros de Dumfries que conectaron Memphis y Blind. El tercero fue al revés: centro de Blind y golazo de Dumfries. Estados Unidos tuvo una oportunidad de gol a los dos minutos, cuando Blind se distrajo en el offside y habilitó a Pulisic, que definió mal y permitió que la sacara Noppert. No se volvería a distraer hasta 75 minutos más tarde, cuando Memphis perdió dos pelotas seguidas. En una la sacaron sobre la línea, en la otra le rebotó a Wright y entró de carambola. Fue el efímero descuento americano y una ilusión que se desvaneció cinco minutos más tarde con el tercer gol.

Se ve que Berhalter estudió mucho pero no entendió nada, porque Van Gaal le dio una lección que no olvidará.

Estados Unidos dejó la sensación de que está muy verde como para enfrentar a equipos serios. Hoy jugó de entrada Ferreira, un delantero del que se hablaba muy bien, pero el chico entró con un ataque de timidez y no se animó a nada. En el segundo tiempo lo reemplazó Reyna, al que el técnico tenía castigado. Hubiera sido interesante haberle dado confianza antes. Berhalter no demostró tener un plan B ni jugadores que buscaran algo diferente. Cuando las circunstancias se pusieron difíciles, todos estuvieron por debajo de lo bueno que habían demostrado en la fase de grupos. Fue tan clara la derrota que alguien podría decir que los americanos se entregaron sin luchar. Pero la verdad es que se entregaron porque no sabían cómo luchar.

Así como lo de Estados Unidos fue desleído, lo de Holanda fue pulido. Holanda hizo un gran partido, de una prolijidad admirable. Mantuvo siempre el aplomo, le dio el mejor destino a cada pelota, nunca la rechazó a cualquier parte y contraatacó con velocidad y elegancia. Se podrá decir que el rival era débil, pero fue Holanda quien demostró que lo era al oponerle una concepción de fútbol muy superior, que pone en entredicho algunas actitudes mediocres que hoy pasan por inevitables. Por ejemplo, con el partido 2 a 0 en el entretiempo, Van Gaal sacó dos volantes de marca y aflojó la presión, permitiendo un juego más suelto cuyo destino debió haber sido una goleada temprana de su equipo. Más tarde, cuando llegó la hora de sacar al fatigado Memphis, puso a Simons, un delantero de 19 años que el PSG, en otro de sus actos de derroche, le vendió este año al PSV. Me pareció que Van Gaal no sólo intentaba ganar con claridad el partido, sino también hacer escuela y demostrar que el fútbol da para más de lo que hoy ofrece. El que alguna vez fue un técnico demasiado rígido y especulativo, hoy pareció un amante de la belleza.

Confieso que no le había visto nada demasiado interesante a Holanda en los dos primeros partidos (no vi el tercero). La prensa hablaba de Cody Gakpo, autor de tres goles, que hoy no tuvo una gran tarde, porque la prensa se dedica a cazar estrellas. En cambio, Frenkie de Jong, moviéndose por todas partes, es la verdadera figura y está muy por arriba de su nivel actual en el Barcelona.

Aseguré en este diario que Argentina le iba a ganar al que le tocara en cuartos de final, ya fuera Holanda o Estados Unidos. Lo sigo sosteniendo, pero sólo porque mi sueño, como el del técnico argentino, también está aferrado a Messi para no despertar.

 

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Quintín

Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.

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